El 2001 sigue en la calle // Diego Valeriano
El 2001 sigue en la calle
Diego Valeriano
Una orden de desalojo que nadie se
anima a ejecutar, las salitas vacías de médicos y remedios, la zanja tapada de
botellas de plástico, las pibas que no aparecen, el bautismo de un sobrino que termina
en una batalla campal, el comedor que sigue funcionando y María lleva los
tupper. El 2001 sigue en la calle entre los pibes que deambulan, en la
insurrección que late en forma de guacho, cuando el barrio se moviliza a la
comisaría y el enfrentamiento es inevitable, cuando es diciembre, cuando todo
es una fiesta.
El
2001 sigue en la calle. ¿Y adentro? Adentro no, adentro hay un plasma cada vez más grande, un teléfono
nuevo para cada uno, escabio y asado los domingos. Se pide el certificado de
alumno regular para la asignación, se paga el viaje de egresados casi en término.
Cristina ganó con el 54, y aún hoy la votamos. Adentro los guachines tienen la Play,
Aylén festeja los 15 en un salón cerca de la estación, se azuleja el baño,
compramos el sillón en cuotas, se terminó la pieza de atrás, se hace el trámite
de ANSES desde el teléfono, se discute en el Face, se mira Intratables y se
asiente con la cabeza, se prende el aire fuerte esos días que son un infierno, se
pide empanadas para la noche.
El
consumo libera derramando insurrección desde adentro y hace que el 2001 siga
presente afuera, que se agigante en cada calle, que siga transformando los
territorios, liberándolos, haciéndolos cada día más difíciles, cada día más
festivos. El 2001 sigue ahí, en la posibilidad necesaria de saqueos, en la vieja
regando las plantas de la vereda desde atrás de las rejas, en la remisería de
la esquina que saca pibes a robar, en el floripondio pelado, en el puesto de
gendarmería, en la feria de San Miguel, en la loza a medio terminar, en la
policía que baja la mirada si está sola, en las pibas que ni saben a qué van a
la escuela, en la familia entera que va en moto por ruta 4, en La Flaca que
llora a Marquitos, en la irrupción permanente
de otras formas de vida, distintas, desordenadas, ásperas y gozosas, en las
batallas que nos quedan para defender el consumo y la fiesta.