“¿…Y nosotros?!!!” // Iara Hadad
O
sobre el reclamo popular y los reclamos individuales
El diálogo
Señora: -“Yo estuve en Europa y no
protestan así, no cortan la calle…nunca cortan el tránsito”.
Luego filma con su celular y dice
en voz alta:
-Mirá Larreta [dirigiéndose al jefe
de gobierno de la ciudad. A él dedica el video], mirá qué calidad humana hay
acá…fijáte… ¿cuántas caras te parece que son de argentinos? Yo les pregunté,
¿qué quieren? ¿Un plan? Bueno, déjennos ir a trabajar porque nosotros pagamos
los impuestos que el Estado necesita para pagar los planes…
La mujer comenta con otro señor:
-¡Una casa quieren!... ¿y nosotros?
Trabajamos 50 años para comprar una casa! Con el sudor de la frente se consigue
la casa…Tienen que ir con la pala…con el sudor de la frente se consigue la
casa…
Señor: -Le quieren meter un muerto
a Macri….Cristina fue la chorra más chorra del siglo….Cristina robó pero el
malo es Macri…
Señora: -Yo si fuera hombre sabe
cómo los sacaría, ¿no??
Señor: -Bueno, ¡pero yo sólo no
puedo!
Señora: -Pero impóngase…Hay que
decirlo, ¡es MI barrio! -exclama con ahínco- Tienen que sacarlos, ésta es una
avenida muy importante…No son nadie, que los saquen a patadas. Y mire…Estas [refiriéndose
a las mujeres]…casi todas tienen más de tres hijos…
Después del intercambio,
la mujer y el hombre se despiden. Cada uno retoma su rumbo. Ella cruza Nazca, él
se dirige al policía para reclamar por “SU” barrio.
El
contexto
Son las 12 hs del
miércoles 15 de marzo. En el marco de la jornada nacional de lucha, movimientos
sociales del bajo Flores se han movilizado hasta la intersección de las avenidas
Rivadavia y Nazca, en el barrio de Flores, para protestar en contra del
gobierno nacional. Las personas (hombres, mujeres, jóvenes y adultos)
pertenecen a la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), a Seamos
Libres, al Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y al Movimiento Popular La
Dignidad.
Ahora
bien,
¿Cómo analizar la
escena? ¿Qué es lo que despierta tanto enojo? ¿Qué sean “pocos”? ¿Qué sean
“morochos”? ¿Qué sean pobres? ¿Qué no sean argentinos? ¿O el malestar se debe a
los reclamos de los manifestantes?
Si nos remitimos a los
argumentos desplegados por los protagonistas del diálogo, podemos conjeturar
que su principal preocupación no son los problemas de tránsito ocasionados por
el corte. En efecto, sus expresiones van en otras direcciones. Y de allí las
preguntas que nos hacemos. Es precisamente la complejidad de factores (entre
apreciaciones, evaluaciones, juicios, auto-percepciones e imaginarios) lo que hace
que estas situaciones, mundanas y cotidianas, se presenten densas y atractivas a
la mirada sociológica. Escenas como esta no son excepcionales en el teatro de
la vida cotidiana. Todos sabemos que las protestas despiertan apoyos y
repudios. Acompañamientos e impugnaciones sociales. Pero, ¿se trata de un
simple diálogo entre vecinos que, evidentemente, no comparten el espíritu de la
protesta? Sí y no. En cualquier caso, sentimos la necesidad de reflexionar con el
detenimiento que el episodio amerita. A ello invitamos.
Vamos a entender el
diálogo como una “postal”, una escena sociológica, un momento que, aunque
fugaz, condensa y explicita sensibilidades e imaginarios que organizan modos de
pensar y actuar. Pero, más aún, queremos pensar las implicancias sociológicas
de este breve encuentro. Para ello debemos abrir el diafragma de la lente por
la que lo observamos y ubicarlo en el plano mayor. Y entonces preguntarnos,
¿Cuál es su gravitación social y política? ¿Qué nos dice esta charla entre
vecinos del barrio de Flores en el medio de una protesta de movimientos
sociales del Bajo Flores en ocasión de una jornada nacional de lucha?
Para el 15 de marzo se estimaron
50 cortes de calles y movilizaciones que el canal de cable Todo Noticias (TN) se encargó
de “clasificar” y distinguir prolijamente en su portal: movilización docente,
concentración sindical, protestas de agrupaciones políticas, ruidazos. Evidencias
todas de que la temperatura disminuyó en la ciudad de Buenos Aires y sus
alrededores pero la temperatura social sigue en aumento. El abanico de
manifestaciones y marchas converge en la jornada de lucha contra las políticas
económicas y sociales que el gobierno de Cambiemos ha implementado a lo largo
de este año y medio, y que continúa enarbolando en detrimento de los derechos y
beneficios de la clase trabajadora. La negativa a abrir la paritaria nacional
docente, los cientos de miles de despidos producidos en los distintos sectores
del ámbito privado y en las dependencias del Estado, las modificaciones decretadas
(en sentido literal de la palabra) en el Sistema de las Aseguradoras de Riesgo
de Trabajo (ART), los ajustes presupuestarios y los tarifazos, son sólo algunas
de las medidas que expresan las embestidas políticas y materiales que de manera
sistemática se han generado hacia el arco de los trabajadores.
La masiva concurrencia
a la marcha convocada por la CGT el martes 7 de marzo ha sido otra demostración
de la transversalidad que caracteriza al descontento. Los reclamos son
diversos, heterogéneos, pero en tiempos de emergencia social las demandas de
los docentes, de los trabajadores industriales, de los científicos, de los
agricultores familiares y de los miles de trabajadores nucleados en la economía
popular encuentran un sustrato común en la calle. Las políticas neoliberales
perjudican en términos concretos las realidades de todos ellos. De distintas
maneras y con distinta intensidad e impacto aparecen como los grandes
perdedores de un modelo de país, de un hacer económico y de una práctica
política que no los comprende ni posiciona como principales interlocutores. Y
es que la lógica de los “colectivos” (sindicatos, gremios, agrupaciones,
movimientos) atenta contra el espíritu individualista y divisionista que prima
en los planes de gobierno. La tentativa de convocar a un “voluntariado” en el
marco del paro docente, la reciente iniciativa de “premiar” monetariamente a
los maestros que concurran a dar clases e incluso las modificaciones en la
moratoria jubilatoria hablan en este sentido. Nada de sujeto colectivo, sólo
individuos.
En términos
sociológicos, estos quiebres en la solidaridad social son profundos y sería un
error catalogarlos de ser demagógicos. Por el contrario, encuentran cimiento y
asidero en las conciencias individuales y son constitutivos en gran medida del
sentido común instalado en nuestra sociedad. ¿Quién no ha escuchado la queja de
quien se indigna por cobrar lo mismo que aquel o aquella que no aportó a la
seguridad social y aún así tiene jubilación? ¿O quién acaso no se ha visto
compelido a tomar partido entre los que apoyan la huelga docente y los que no?
El juicio moral sobre los consumos populares, aún cuando estos se realizan bajo
condiciones particularmente desventajosas o leoninas, también se monta sobre
una rigurosa demarcación del “nosotros” y “ellos”. Lo particular de estas
“demarcaciones prácticas” es que, en principio, no apuntan a producir
identificación o a crear comunidad, sino a jerarquizar y ordenar. A ubicar en
su lugar lo que se entiende “fuera de lugar”. Los argumentos esgrimidos movilizan
un ánimo disciplinador. Buscan delimitar fronteras entre lo que es percibido
como legítimo y lo que no, entre lo que es moralmente aceptable y lo que es
moralmente condenable. Podríamos aventurar, por tanto, que esta suerte de
ejercicio hermenéutico define y caracteriza situaciones más que grupos
sociales, aunque se construye sobre la identificación de una distancia o
diferencia social preconcebida.
“¡Se compran zapatillas que ni yo puedo comprarme!” Se quejaba un
empleado bancario hace un par de años refiriéndose a “los negros”, los pobres.
El comentario expresaba, o más bien denunciaba, que algo estaba mal. Algo era
injusto. Un pobre no puede tener lo mismo que un empleado bancario. Así lo
adquiera a un precio tres veces mayor o endeudándose a tasas usureras. Pareciera
ser que la distancia social no alcanza. Debe ser refrendada por lo material. Debe
ser evidente a los ojos. Y quizás por eso la presencia física de los
manifestantes molesta tanto a los protagonistas del diálogo que nos invitó a
reflexionar sobre estas cuestiones. Esos cuerpos (oscuros) rompieron la
distancia e invadieron “su” barrio. Y peor aún, reclamaban por derechos (al
trabajo y a la vivienda) que en los sectores medios son leídos en términos
aspiracionales. Derechos que para los ciudadanos medios deben ser “merecidos”, ganados
con el “sudor de la frente”, con el sacrificio y el esfuerzo personal.
Y entonces cabe preguntarse ¿por qué el reclamo por
“una casa” es interpretado por ciudadanos de clase media casi como un agravio? ¿Cuál es entonces el rol del Estado? ¿Cuál es el
sentido de la política en la vida de las personas?
La construcción del “nosotros” y “ellos” en torno a la
cuestión de “la casa” evidencia que este recurso demarcatorio no es tanto (o no
sólo) una alegoría de distinción de clase, sino la cristalización de
experiencias y concepciones disímiles en relación al Estado y a la política.
Los manifestantes demandan al Estado la construcción de viviendas sociales, la
regularización dominial e integración urbana de asentamientos, el loteo de
tierras fiscales y el otorgamiento de créditos para construcción y auto-gestión
habitacional. Entienden que el camino para conseguirlo no sólo es el trabajo
cotidiano, sino la organización y la movilización colectiva. Así, el acceso a
la vivienda trasciende las circunstancias individuales y familiares. Los
argumentos de los vecinos de Flores, en cambio, circunscriben el acceso a la
vivienda a la esfera íntima. Sostienen que la casa se consigue a través del
trabajo individual, así eso demore “50 años”.
¿Habrá que deducir que unos (los manifestantes) ponen
el acento en el derecho a la vivienda
concibiéndolo como una deuda política y social, mientras que los otros (los
vecinos de Flores) entienden a la vivienda
en términos de un bien al que se accede mediante la lógica del mercado?
Las acciones y dichos de los actores sugieren experiencias
vinculadas al fenómeno habitacional que se encuentran atravesadas por dos
improntas: la del derecho social y la de la ética del sacrificio. En el diálogo
entre vecinos que presenciamos, se apela al sacrificio personal como aquello
que obtura el sentido de la práctica política que está teniendo lugar. Y ello
habilita la interpretación del reclamo popular en clave de un reclamo
“sectorial”. Al contraponer el sacrificio a la demanda social, la cuestión pareciera
quedar planteada en los siguientes términos: conquistar el derecho a la vivienda o conquistar la vivienda. Conquistar desde el cuerpo o conquistar desde el
bolsillo. Cuanto menos, una falsa disyuntiva.
El déficit habitacional, específicamente, no sólo
afecta a los sectores populares, sino a las clases medias que no gozan del
acceso a créditos hipotecarios, quedando a merced de un negocio inmobiliario
especulativo y no regulado. Las deudas por alquiler y los numerosos desalojos
son indicadores de una problemática que lejos de resolverse se acrecienta.
El valor de la práctica política y de la organización
colectiva se muestra ambivalente en la jornada nacional de lucha. Al tiempo que
aglutina el reclamo de docentes, consumidores organizados y trabajadores de la
economía popular, escenifica los pliegues y subjetividades del campo popular. Las
representaciones sobre los derechos, los reclamos, las “formas” en que se
reclama, el rol del Estado y la política misma se construyen en el marco de
trayectorias plagadas de experiencias y procesos de subjetivación potentes pero
siempre inacabados. En este punto, problematizar el sentido común subyacente en
los comentarios que escuchamos al pasar y que en la actualidad desbordan las
redes sociales resulta relevante al momento de pensar el sentido de la práctica
política y los modos en que interpela a los distintos grupos sociales.