Nuestro octubre // Ni una menos
Como
siempre, el cierre de listas electorales fue frenético. Como siempre, los
nombres se deciden entre pocos y algunos, algunas, se enteran a último momento
de que estará entre quienes pueden ser votados, votadas. Como nunca, esta vez
las mujeres fueron buscadas, convocadas, privilegiadas por encima de otros
acuerdos más tradicionales, según la lógica de los partidos. Si en los ‘90,
cuando recién se ponía en práctica la ley de cupo, “poner a la mujer” era signo
de minusvalía, ahora presentar a las mujeres adecuadas fue motivo de orgullo;
incluso de valor diferencial. Ese valor que da haber escuchado la voz de la
calle, el grito que cientas de miles de mujeres hicimos oír en los últimos doce
meses en los que fuimos protagonistas de cuatro movilizaciones masivas.
El
paro de mujeres fue herramienta para interpelar a las organizaciones sindicales
y construir alianzas insólitas con las mujeres en los gremios, con las
desocupadas y las cuentapropistas, con las amas de casa y las protagonistas de
las economías populares, para reclamar contra la violencia machista y por la transformación de
la inequidades, entre ellas las económicas, que sostienen esa violencia. Somos
nosotras las más desocupadas entre los desocupados, las que tenemos los
trabajos más precarios, las que sostenemos las economías familiares y
comunitarias, las que en amplia mayoría llevamos sobre nuestras espaldas las
tareas de cuidado y reproducción de la vida. Abrimos así un nuevo plano de la
política que es barrial e internacionalista, metropolitano y regional.
No
podemos más que festejar que en algunas listas de precandidatos y precandidatas
la paridad se haya dado de hecho, sin esperar la herramienta legal que quedó
trabada en el Congreso. Que haya economistas, sindicalistas, representantes de
movimientos sociales y del movimiento de mujeres con chances de ocupar bancas
legislativas a partir de octubre es ya un triunfo colectivo.
Las
mujeres que lleguen a esos puestos tienen una responsabilidad con el movimiento
porque sus candidaturas se entienden a partir de la visibilidad pública que
instalamos a fuerza de movilizaciones masivas y de expandir el feminismo en
todos los ámbitos. El movimiento ha construido una agenda concreta, de reclamos
urgentes, que hemos enunciado juntas frente a una plaza multitudinaria el 8 de
marzo de 2017: fortalecimiento de la Educación Sexual Integral, legalización
del aborto, ampliación de las licencias parentales, licencia por violencia de
género y salario social para las que fueron victimizadas, más jardines para la
primera infancia, poner en cuestión los modos de compartir socialmente el
cuidado de las personas mayores y necesitadas; que se respete la edad jubilatoria
de las mujeres y que quienes fueron amas de casa puedan acceder a ella.
Algo
queda claro: porque desbordamos desde las calles la misma idea de “cupo” es que
hoy varias mujeres están en las listas. Porque desde los territorios y los
sindicatos, las escuelas y los centros comunitarios, batallamos día a día es
que nos queda chica la palabra paridad y decimos que queremos cambiarlo todo.
Porque sabemos que el plano electoral no resume ni agota nuestras luchas.
Porque comprendemos que el contrapoder desde abajo es nuestra fuerza. Porque
sentimos que abrimos un plano para la política como transformación radical.
Porque percibimos que nuestra autonomía está hecha de fragilidades, de
insurgencias cotidianas, de gestos de desacato que nos cuestan caro, es que
apostamos a construir otro poder.
Y
también porque no somos ingenuas: llevamos años de lucha que nos demuestran que
la precarización de nuestras existencias a la que el neoliberalismo nos somete
no es un problema que solo se resuelve electoralmente. Sabemos, también, que
las elecciones serán un plebiscito de las políticas encaradas por el actual
gobierno, que profundizan la expropiación y la violencia sobre nosotras. Las
elecciones no alcanzan para dar cuenta de nuestras luchas y, a la vez, en ellas
se juegan diferencias que hacen a la existencia de todas. Cuando decimos que
nuestro desafío es un feminismo popular, transversal y cotidiano, nos hacemos
cargo de denunciar las violencias machistas que funcionan en engranaje con las
violencias institucionales y las formas de explotación y extractivismo que
avanzan sobre nuestro continente. Porque entendemos que hay nuevas formas de
conflicto que hacen estallar los territorios y que impactan en particular sobre
el cuerpo de las mujeres, es que no nos confiamos en que se trata sólo de que
nos representen en el parlamento. Apostamos a fortalecer nuestras redes de
cuidado y autodefensa: sabemos que son las que funcionan, las que exigen que
las denuncias se hagan efectivas cuando nos desconocen institucionalmente, las
que organizan recursos comunitarios cuando nos quieren responder con
punitivismo.
Cuando
hablamos de feminismo inclusivo no decimos que todo vale: la contraseña Ni Una
Menos, Vivas Nos Queremos no es una frase de moda, ni se la puede usar como una
prenda de ocasión; es un grito de rabia y de deseo y por eso un compromiso
práctico. Hacemos demarcaciones que surgen de nuestros reclamos masivos y
radicales tejidos entre mujeres, lesbianas, travestis y trans, tejidos en
asambleas y en organización. Cuando decimos interseccionalidad, y nos acusan de
mezclarlo todo, de “politizarnos”, es para demonizarnos, para acusarnos otra
vez de brujas, para intentar desmovilizar a las que vienen llegando. Es porque
nos salimos de los casilleros de víctimas en los que nos quieren confinar y nos
plantamos como ese sujeto político que no se esperaba, porque sabemos hacer
alianzas transversales y porque ya hemos transformado nuestras vidas y la
sociedad de una manera que no tiene retorno: no vamos a volver a tolerar las
violencias que hasta hace muy poco estaban naturalizadas. Vamos a seguir
denunciándolas en las tramas que van de la deuda a la discriminación, de la
precarización laboral a las trampas que nos impone el amor romántico o la
belleza hegemónica. Y para eso nos necesitamos todas, en el parlamento y en los
barrios, en los partidos políticos y en los sindicatos, en las escuelas y en
las calles. Juntas somos poderosas.
¡Ni
Una Menos!
¡Vivas
y libres nos queremos!