De qué son bandera los pañuelos // Agustín Valle
1. Por
qué esto, y qué se afirma
¿Por
qué el 2x1 a genocidas encontró una reacción en contra tan impresionante? ¿Y
qué se afirma en ese rechazo? ¿Qué se juega en ese consenso, virtualmente
unánime, de que entre tanto palazo gubernamental -y vital-, este no podíamos
dejarlo pasar? En la plaza había gente muy distinta entre sí (“¡capaz alguno
que agitaba el pañuelo votó a Macri!”), pero eso no es tan importante como
entender qué dimensión de valor es común entre aquellos juntos mas no
revueltos. No importa tanto quiénes fueron, sino qué de lo común sensible sostuvo
como intolerable que los torturadores murieran libres.
2 ...si
ya nos venían pegando abajo.
Ciertamente
el Gobierno viene aplicando políticas de drástica gravedad desde que asumió; en
sus primerísimos días, entre la quita de retenciones y la devaluación,
multiplicó la renta de la oligarquía en proporciones y celeridad acaso nunca
gozadas por los dueños de la tierra. Y desde entonces, mientras agigantó la
deuda externa, implementó muchísimas medidas con impacto palpable en la
materialidad cotidiana de las vidas: los
tarifazos, los aumentos en transporte y peajes, la suspensión de paritarias,
los despidos, la recesión con inflación, la eliminación de trabas para la
importación de manufacturas. Etcétera. Son medidas que afectan de manera mucho
más inapelable la vida “de cada uno”. Sensibles y dañinas para la vida
concreta; para una cierta concepción de la vida, la vida concebida en el plano
de la Realidad, lo que se reclama como “mundo real”: mercantilismo y
“liberalismo existencial”. El orden económico-político de la privacidad. La
Realidad nos dice: más allá de lo que te guste pensar sobre vos y la vida,
más allá de fantasías, opiniones y ensueños, bajo apuro vos no sos ni más ni
menos que una realidad económico-privada. (En efecto, la Realidad nos
apura, alta y cotidiana apurada)
3
...y esto no tocaba la vida de “cada uno”.
El
2x1 no toca nada del relato prosaico y seco de “la vida de cada uno”. “Si viajo
en un bondi y se sube Muiña, no lo reconozco”. Pero la movilización no fue
moral, ni adhesión opinológica. Al fin y al cabo derrotamos -en esa bola- a un
acuerdo compuesto por el PEN, la Corte, la Iglesia, las FFAA, parte sustancial
de la corporación de prensa... El vínculo con la reposición de la impunidad
para los genocidas es sensible, no es moral. Una prueba -aunque sé que no le
hace falta, lector- es la velocidad, lo rápido con que se multiplicó la
movilización. No se construyó la convocatoria: se lanzó y todos supimos
que ya estábamos ahí (casi que se señaló). De hecho, tuvo relativamente
escasa difusión por parte grandes medios; tuvo algo de clandestinidad masiva
(dimensión de existencia en las vidas multitudinales que no es visible salvo
cuando se corporiza. La clandestinidad masiva, por cierto, existe en las antípodas
del regimen de la Realidad corporacionista, donde solo gozan de
reconocimiento de existencia los cuerpos con algún grado de corporativización).
La
multitud de “cada unos” que se juntó -o se mostró junta- en la plaza, expresa una
dimensión de la vida tocada por el intento de reponer la impunidad a los
genocidas, que no coincide con la verdad mercantil sobre la vida. Una dimensión
que no coincide con los grandes aparatos de individuación, que resiste a la
codificación mediática de nuestra presencia. Una dimensión excesiva respecto
del liberalismo existencial.
Habría
que pensar: cómo es que las luchas en planos de la vida que forman más parte de
la Realidad mercantil corporativa (como los ajustes de salario, nada menos),
venimos perdiendo, mientras que cuando toca moverse por algo que no responde a
cálculos individualistas de subjetividad empresarializada, triunfamos.
4. Propietarismo
existencial (uno tiene su vida, tiene)
El triunfo
del liberalismo existencial (plantea el libro El llamamiento, del
“Comité invisible”, editado localmente por Folía) es el hecho político
fundamental de las últimas generaciones, aunque ha pasado desapercibido como
suceso, y consiste, simple y llanamente, en la evidencia naturalizada de que cada
uno tiene su vida. Una complejísima construcción histórica, de larga
genealogía, ha elaborado esta segmentación privatizante de la vida, ¿no? Una
maravilla.
Cada
uno tiene su vida, y vos lo sabés.
Veamos
tanto el “cada uno” como el “tener”. “Cada uno”: la vida, la concepción
práctica de la vida, la vida como producto histórico-político, se funda en yo
y no en nosotros (y nosotros era fundante de la subjetividad
no sólo en vastas versiones de la humanidad, sino que también es el sustrato en
que abreva cada vida naciente). En todo estás vos, y vos sos uno,
propiamente único. Pero además, cada uno tiene su vida, la tiene. Es
decir que el sujeto es previo a su vida, a la vida: es y tiene, existe el
sujeto y tiene su vida. Es, por tanto, su guardián. La vida como
propiedad, como mercancía -la vida como valor de cambio-. Propietarismo
existencial.
La
subjetividad de “uno” que tiene su vida prefigura al sujeto como vigilante
de ese bien, como maquillador de esa criatura, pero también como capataz, proxeneta
de su vida (así le escuché decir a
Lobo Suelto)...
En
la antigua Roma, contaba Ignacio Lewowicz, lo “privado” designaba no
afirmativamente lo que es de alguien, sino lo que queda privado para la
comunidad. Una tierra privada no es tanto algo de alguien, sino algo que no es
de todos. La vida privada -el premio occidental- es menos la vida de uno que el
nombre de la enajenación de la vida de cada cuerpo respecto de la sensibilidad
común.
5. Madres
amigas
El
liberalismo existencial es el bioma en que vivimos como parte, en el bondi, en
la sala de espera para el estudio médico, en los bares, todos saben. Pocas cosas
lo desmienten: la reacción contra el 2x1 es una de ellas. Algo que no concierne
a “tus cosas” tocó un lugar común sensible. (Un lugar que demostró, además, no
sólo alta potencia política sino independencia del kirchnerismo. Las
organizaciones kas estaban como uno más, no dieron ellas el tono).
“Cuando
vi por la tele que les estaban pegando a las Madres de Plaza de mayo, no lo
dudé ni un segundo y salí a pelear”. Así decía un amigo al contar cómo vivió el
veinte de diciembre del dos mil uno. Un amigo, propiamente, si, como le
escuché decir a Silvia Duschatzky, un amigo es quien te saca de tu egoísmo.
El
egoísmo, en el régimen del liberalismo existencial, es destinal. El viento de
lo dado produce egoísmo. Hay composiciones, encuentros y alianzas por cálculos
egoístas, por supuesto; dicho esto sin juicio moral. Liberalismo existencial:
soledad saturada, soledad enajenada, pero soledad: no compartir los problemas, no
compartir efectiva y afectivamente los problemas, y las alegrías (compañero:
con quien se comparte el pan).
Se
vio también el año pasado, cuando el Gobierno (no recuerdo si un juez o fiscal,
activamente partícipe de la política gobernante) intentó detener a Hebe de
Bonafini. En cuestión de horas, una banda de cuerpos se apersonó, para mostrar
la densidad colectiva de ese cuerpo de Madre: cuerpo no detenible. No era un
simple cuerpo de la Realidad. Algo de esas Madres, y lo que portan, es la
médula de lo no domeñado de la vida local. No es un cuerpo sin más, es
un cuerpo con más: es más que único. Ellas nos sacan de nuestro egoísmo;
ellas son las amigas; son un fundamental principio de amistad política en
Argentina.
6. Puesta
en nosotros
¿Viniste?
¿Dónde estás? ¿Nos encontramos? Incontables mensajes
cruzaban, ese miércoles, nuestra vivísima inmaterialidad, dulce enjambre no
siempre empalagoso. Pero combinar encuentros era casi imposible: el lugar, la plaza primordial
de la Argentina y su extenso derredor, estaba disuelto como espacio trazable
por la voluntad individual. La magnitud de la voluntad colectiva fundía a los
cálculos personales. “No te podías encontrar con quienes querías, pero en
ningún momento te sentías solo”. Juntura, complicidad, estar en confianza. “Y
en otras situaciones masivas podés sentirte más solo que en soledad”.
En
el bondi, yendo, se convenía logística con cualquiera (dónde bajar, por dónde
agarra chofer, etc), sin necesidad de explicitar que se estaba yendo al mismo
lugar. Porque ya se estaba en el mismo lugar. En la pizzería posterior
se hablaba animadamente con cualquiera, se regalaban cervezas... Una atmósfera
sensiblemente distinta -especial- tomaba esos lugares consabidos. Un ambiente
donde los guiños y los gestos tenían entendimiento inmediato; un lugar donde
cualquiera podía asumir que éramos nosotros. La ajenidad mutua estaba
aminorada. Mucho más aminorada que en otras marchas donde también se da (esa nosotrificación,
puesta en nosotros). Incluso hasta la del 24, donde, un poco más que en
esta, “cada uno iba desde su lugar”. Acá más bien se había tocado un
lugar común donde ya estábamos.
7. Pañuelos,
banderas blancas
Es
el nosotros, más que un partido, quien puede ponerle cotos al neofascismo simpático,
al propietarismo, al garquismo, a la Realidad corporacionista, a la subjetividad
pura del capital.... Los partidos valen si vehiculizan potencia nosótrica. Pero
el partido, de por sí, es subjetividad política del orden de la Realidad, y acaso
abroquele al fascismo, pero lo crispa, le da blanco para su reacción... El nosotros
lo deja solo, y no se muestra tan fácil de golpear: los líderes, y los “puntos
sólidos” en general, tienen una incidencia sustancialmente menor en el nosotros
-esto, claro, hace también a su fragilidad-. La Realidad niega al nosotros, en “el
mundo Real” no existe (hasta a las más consistentes organizaciones nosótricas
puede leérselas, con mirada violenta, buscando por qué cálculos existen).
Es
que el nosotros no sacraliza nombres propios. “Madres de plaza de mayo”, por
ejemplo, no es un nombre propio (es una designación, o mejor aún: un
señalamiento que nomina). La política centrada en los nombres propios es parte
del propietarismo existencial. Las Madres no: sus pañuelos blancos, esos
pañuelos cuyo dibujo tiene algo de nido, de espacio albergante, esos pañuelos
blancos de las Madres fueron, el miércoles de la marcha, banderas blancas. Banderas
blancas que llevan nombres, claro que sí: en tu corazón.
8. Nombres
propios en tu agitación
Cuarenta
días antes, había habido una movilización en defensa de la privacidad de las
vidas, de los que quieren reglas claras del capitalismo sin más (“estar
tranquilo”). Una marcha para limpiar de impurezas el liberalismo existencial (“quiero
romperme el orto tranquilo sin que nadie me rompa las pelotas”, que la vejación
sea desde atrás así puedo sostener la ilusión autogestiva de vida libre...). La
diferencia icónica entre ambas movilizaciones es radical. El 1A, lejos de
banderas blancas llenas de decisiones sensibles, ofrecía una saturación de
símbolos patrios. Se agitaban banderas, vestían remeras, se portaban gorros
celeste y blancos, se cantaba el himno, se alentaba al nombre del país; hasta
la marcha de San Lorenzo cantaban, corderitos de dios... Acaso había más
productos albicelestes que personas; la saturación era indudablemente síntoma
de una desesperación, o, al menos, de una tapadera: evitaban preguntarse con un mínimo de profundidad qué
tenían de común los presentes. Los símbolos patrios, despojados de toda
experiencia sensible de fraternidad, son un aglutinador abstracto, general, sin
sujeto vivo (con sujetos que lo que ponen es una representación de sí). Así
usados, los símbolos patrios son placebos de comunalidad. El placebo de
comunalidad propio del liberalismo existencial.
9. Aglutinadores
“viruseros”
Cuenta
Rubén Mira que Mariátegui planteaba que es más difícil distinguir a un
comunista de un fascista que de un liberal, porque es más difícil distinguir
entre dos personas con valores que entre una con y una que se desentiende de
afirmar abiertamente... Pero una diferencia sustancial está en que el comunista
afirma la semejanza universal, afirma la igualdad de todos los hombres (varones
y mujeres...), mientras que el “nosotros” fascista siempre es excluyente. De
hecho, la declamación nacionalista del 1A, por su insistencia, por su barroca
repetición, hasta por lo rebuscado de sus recursos (¡la Marcha de san lorenzo,
por Alá!) es xenófoba.
(Los
aglutinadores de identificación colectiva placébicos, tienen algo
burroughsiano: lo que decimos como si fuera propio pero es una entidad externa
introyectada y animándonos, como el virus del lenguaje...).
10.
Crueldad, asesinato y semejanza
El
liberalismo existencial es componible con estos aglutinadores de colectividad
placébica y virusera. Ambos implican una negación del principio general
de semejanza, del principio de igualdad. De
la fraternidad.
Lo
cual invita a ver otra diferencia entre un comunista y un fascista, pensando en
nuestra historia: la aplicación de tormentos, la violación como regla, el robo
de bebés, el arrojo cotidiano de cuerpos al mar, en fin, la crueldad, es propia
del fascismo. Eso que se llama extrañamente inhumanidad.
La
tortura por supuesto implica un cierto reconocimiento al otro; la saña reconoce
que hay alguien... pero crueldad (¡lejos de limitarse a una función
informacional!) es una técnica de producción de desemejanza. Niega activamente
la forma humana; reconoce en la negación la humanidad. Los actos
llamados inhumanos no es que no sean humanos (de hecho desde cierto punto de
vista lo son mucho más que comer o coger, prácticas animales...), sino que
buscan negar la condición humana -es decir semejante- de un cuerpo.
Matar
no implica por sí una negación de la semejanza. El pelotón de fusilamento, por
caso y como muchos recordarán, tiene como función disminuir la carga
conciencial de haber matado (evitar concebirse como asesino), ya que no puede
establecerse qué bala mató... Por eso los asesinatos de los guerrilleros no son
crímenes de lesa humanidad: son atentados contra la vida de las víctimas (y
contra su posición), pero no contra la humanidad que hay en ellas en cuanto
tal. No niegan su condición humana.
11.
Desaparecidos, número hermano
Un
argumento difícil. No se sabe cuántos son los desaparecidos. Son tretina mil,
claro: es un número fundado en una contundente verdad del alma. Ahí tenemos una
verdad -común, multitudinal- que resiste al vil orden de la Realidad.
Porque la exigencia de que “muestren la lista de los 30 mil” es una exigencia
del imperio de la Realidad, propia de la racionalidad donde papers con
números son la realidad verdadera.
No
se sabe con exactitud inapelable cuántos son porque su destino fue la
desaparición. El número es no-precisable por la atrocidad de no dejar cadáver.
Ni contar los muertos nos dejaron. Y ahora, con redoblada crueldad, niegan el
número que surge de la impresión de las víctimas. Hijos de yuta -no parecen
hijos de madres (el texto donde habla la hija de Etchecolaz -ella no
Etchecolaz-, cuenta que la madre quiso rajar con los dos hijos; la madre
quería huir del horror. De la crueldad. No era suya.)
No
se sabe cuál es el borde preciso del conjunto de muertos; el conjunto no tiene
un nombre propio preciso. Es un conjunto abierto. Por eso entramos cualquiera.
Es un espacio nosótrico sin propiedad. El espacio de los derechos humanos es el
espacio de un conjunto abierto de hijos faltantes, que nos instituye como
hermanos. Hermanos maternizados. Por eso “no es una reivindicación, sino
el espacio sensible donde pueden fundarse todas las reivindicaciones”, como
señaló Diego Sztulwark.
12.
Cómo es posible el mal (qué produce...)
El
torturador, que busca negar que los cuerpos combatientes están animados por la
humanidad común, repone el viejo e inagotable misterio del mal. ¿Cómo es
posible el mal? ¿Cómo es posible el goce en la aplicación de tormentos, en la
negación de la humanidad a los cadáveres? ¿Para qué sirve el mal, qué
sirve, qué da, qué produce? Lo dicho: para la tortura es necesaria una
cancelación de la empatía. Es necesario que la jeta del otro no diga no
matarás. Es necesario negar que estamos hechos de lo mismo (y por lo tanto
podríamos componernos...). Esta negación es condición de posibilidad de la
crueldad, y, a la vez, es producida por la crueldad. Pero la afinidad electiva
entre crueldad y capitalismo es, en realidad, evidente, en este día, y cada día.
13.
Movilización del derecho a la empatía
La
indiferencia es también una exigencia de la vida contemporánea. Una de las
“operaciones necesarias para habitar -o tolerar- las circunstancias” (como
definía Lewkowicz la subjetividad) de la vida en Monstruópolis. La vida
práctica en el mercado laboral, en el mercado de consumo, en la calle, en la
noche, en las redes sociales, la vida en la ansiedad, en rendimentismo y el
cagazo, requiere de grandes bajones de la empatía (algo así decía también Rita
Segato para explicar las violaciones y femicidios).
Con
la empatía reglando -con reglas empáticas- no se podría vivir en el orden de la
Realidad.
La
empatía herida, la herida empática, es un dolor esencial en la vida
contemporánea. Un trago que embuchamos antes de empezar el día, antes de
despertar, antes de soñar. La ajenización mutua de las vidas. Que es condición
de la carrera del Valor. Su techo anímico, también. Ese dolor es un dolor común.
Ese dolor es el que fue tocado por el intento de reposición de la impunidad a
los genocidas, al genocidio, a la tortura y la crueldad.
El
rechazo al 2x1 implica una afirmación: la afirmación de la empatía como
potencia.
La
defensa de un umbral mínimo de empatía, de un cierto grado de la semejanza que resiste;
de un cuántum mínimo de comunalidad que aguanta: en esto consistió la puesta
en nosotros, la movilización de la multitud. Nos tocaron allí, en ese
frágil y ajustado estrato a donde sin necesidad de ser idénticos, somos
nosotros. ¿Qué más puede, este deseo empático? ¿Qué fronteras activas y
potencialmente crecientes tiene su sensibilidad?
*
Escrito por Agustín Jerónimo Valle en base a una conversación con Verónica
Cetrángolo, Nicolás Bacal, Juan del Bene, Lucía Scrimini, Rubén Mira y Jerónimo
Liñán.