2 x 1 (Quien entrega historicidad se regala) // Diego Sztulwark
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Hace siglos,
Spinoza escribió que la paz no es ausencia de guerra y que los estados no
podían confiar en tratados de paz sin verificar cómo se modificaban las
circunstancias materiales a favor de alguno de los firmantes. Si se rompía el
equilibro de fuerzas que había llevado a concebir el tratado sería inevitable
que los favorecidos invadieran. Es decir que a la larga, la relación de fuerzas
modifica (reinterpreta, destruye y crea) realidades jurídicas.
El reciente fallo
de la Corte Suprema -modificada con los dos jueces propuestos por Macri y
aprobados por el Senado- es un nuevo capítulo de la historia de estas
traducciones de relaciones de fuerzas del plano material al jurídico. El fallo
no innova en la reinterpretación de nuestra historia ni cuestiona las
sentencias contra los genocidas (porque las relación de fuerzas no nos es tan
desfavorable, aun cuando nos quieran hacer creer lo contrario). Lo cierto es
que marinos como el Tigre Acosta, Alfredo Astiz o José Radice podrían incumplir
sus penas sin que la justicia presente una sola duda sobre sus acciones como carniceros
de la ESMA. Las mutaciones reaccionarias siempre se presentan como espirituales,
y en este caso, al 2 x 1 hay que entenderlo como una manifestación espiritual
de una señora y dos señores supremos. Y como en toda epifanía de ese orden, la
Iglesia Católica juega un papel visiblemente central. Carniceros y espiritualistas.
Así estamos, una vez más. No es solo
Macri. Es también el trípode Poder Judicial, Iglesia y Fuerzas Armadas. Mejor
tenerlo en cuenta.
Claro que esto
tiene una historia. Durante la posdictadura y luego de los juicios a los
genocidas, el alfonsinismo encarnó una política de resignación ante la relación
de fuerza. Nacieron así las políticas estatales de impunidad: las leyes de
Obediencia Debida y de Punto Final. Cuando
Kirchner asumió el gobierno en 2003, la legitimidad popular de la lucha contra
la impunidad provenía de las luchas populares. Era tal la importancia de esa
legitimidad, que el nuevo gobierno decidió comprometerse con ella como parte de
una agenda que no le era propia. ¡Hasta Rodríguez Sáa estuvo tentado de
desarrollarla! La gran mayoría del país hizo un esfuerzo para ver allí una
nueva época, en la que los gobiernos supieran llevar a cabo los mandatos
populares y democráticos que emergían bien de abajo. O sea que 2001 fue, no una
“crisis” (lenguaje mistificador que no quiere leer lo que allí ocurrió de
importante para la política), sino un “mandato”.
Y un mandato que quedó incumplido. Comprender esto implica saber dónde golpea
hoy la derecha política organizada.
Aquel mandato fue
el más temible luego de los que se organizaron en 1945 y 1969, es decir, con
las masas en la calle. En el caso de 2001, los derechos humanos obraron como
superficie sensible para articular esas luchas (desocupados, trabajadores, mujeres,
jóvenes de los barrios). Como tal, la lucha por los derechos humanos se
desdobló en dos: la demanda propia de juicio y castigo, y la superficie de
composición para las luchas sociales. Consagró un modo de hacer política –como
lo hace hoy el movimiento de mujeres-, desde abajo y a pesar de todo: de los
partidos, del Estado, de las derechas, de los milicos, de los aparatos
mediáticos. Fue la expresión más noble que tuvimos de una política que articula
afectos e ideas, situando en su centro la vida de los cuerpos y no su
explotación. Es el ejemplo más perdurable de una política que exige bloquear ya
la violencia asesina, clasista, racista y patriarcal. Sin esa sensibilidad y
esa memoria, la Argentina no tendría ya nada de democrático. Porque toda
democracia se corrompe si se desoyen los mandatos.
Los derechos
humanos deben ser reinventados, para escuchar la necesidad de frenar la
violencia asesina que recorre toda la sociedad (y no desde que llegó Macri, que
la aumentó, ¡sino desde siempre!). Quienes intentan restringir los derechos
humanos al kirchnerismo destruyen historicidad. Y quien entrega historicidad se
regala (sucedió con los defensores de izquierda de Milani: cada claudicación en
la lucha la cobra el enemigo). La lucha por los derechos humanos no es una
demanda más entre otras, sino el espacio sensible que logra componer y formular
mandatos populares de un modo límpido y constituyente. Por eso es que ataca ahí
la derecha, porque saben que si quiebran esta superficie podrán avanzar a
fondo.