Güemes // Cecilia García
I
Acá de noche,
todos los hombres gritan nombres de mujeres.
"Ay,
Negrita!", grita uno, como en forma de espasmo crónico. "Ay Negrita
tráeme esto, subí acá, hija de puta!" "No quiero más Negrita".
Toda la noche los hombres gritan llamando en sueños a sus mujeres, sus madres,
compañeras, amantes, hijas. De día son machos fuertes y enfermos. De noche los
casi-cadáveres se vuelven vulnerables, se permiten la debilidad y gritan fuerte
y sin vergüenza, adormilados por las drogas, los nombres de las mujeres que
supieron aguantarlos, amarlos quizá.
También hay
mujeres, casi-cadáveres, ellas no gritan los nombres de sus maridos ni sus
hijos ni padres ni hermanos. Ellas se empoderan bajo la luz de la luna, en
silencio.
II
Quiero matar al
hombre de al lado.
Un casi-cadáver
que esta postrado en la cama. La llanura de su pecho (lleno de manchas negras
repugnantes) está interrumpida por un rosario de madera. Usa pañales. Tiene
pinta de facho. Habla fuerte. Grita, habla dormido. Manda. Maltrata. Toda la
noche sin dormir por sus gritos y su tos. Además de los ronquidos. "Ay
ay!" grita y pide agua al vacío. No le doy. No me da pena. No me da
lástima, por ser un viejo decrépito. Tiene un rosario colgándole del cogote,
tiene pinta de macho facho. No me da
pena. Me lo imagino genocida y torturador, más ganas de matarlo. De ahogarlo
con la almohada, a ver si ese Cristo que tiene colgando de su cuello rancio
hace algo por él.
Ill
Sé que es más
fácil mirar al casi-cadáver que a mi padre, quien duerme en la cama contigua.
Mirarlo es
enfrentarme con todos mis miedos. La vejez de mis padres, la inminente muerte,
el cese de mi juventud...
La muerte ajena
me atemoriza. La propia no. A mí, la pulsión por la vida nunca me funcionó muy
bien. Siempre elegí la muerte. Cobarde? No lo sé. De existencialista tal vez,
de terca taurina tal vez. Tal vez.
Lo miro a padre
dormido, "lleno de cables", usando su expresión y frente al
casi-cadáver, padre es un dios. Le pifió al papagayo y se meo un poco. Pero,
qué Dios no le pifia un poco siempre.
Yo estoy acá
encerrada hace casi un día. No es mucho. Pero puedo sentir todos los gérmenes
encima cada vez que recorro el pasillo del piso, todo lleno de humanos fétidos
a punto de descomponerse. Por suerte ya es de día. Todos olvidan el dolor y
afrontan el nuevo sol, escondiendo en la luna sus aullidos de dolor que nadie
escucha de noche. Nadie quiere escuchar y ellos gritan porque nadie los oye.
No vaya ser que
pierdan su hombría con un quejido, no vaya a ser que su falo se achique al
nombrar de noche el nombre de su sometida.
IV
Me gustaría
tener mi cámara acá conmigo, con mi bello 50mm para disparar luz sobre los casi-cadáveres, congelarlos en pixeles,
así jamás olvido que debo morir joven.