Los intelectuales y el poder: la CIA y la filosofía francesa // Lobo Suelto!
“Francia: la defección de los intelectuales de izquierda” analiza la influencia ideológica de la intelectualidad de izquierda y comunista durante la inmediata posguerra. El análisis incluye la recuperación de la influencia de la derecha, a fines de los años setenta, con la aparición de los llamados “nuevos filósofos”, atribuyendo este desplazamiento a la división de las izquierdas cuando la intelligentzia francesa comenzó a criticar al estalinismo y a la URSS. Desde fines de los años setenta, la situación fue aprovechada por los “nuevos filósofos” (tales como Bernard-Henry Levy, André Glucksmann), intelectuales que venían de la izquierda radical y que se habían pasado, en pleno desarrollo del neoliberalismo, a las filas de la formación de una nueva derecha política.
Tal y como sucede hoy en la Argentina, en un contexto completamente diferente, la ofensiva de una intelectualidad de nueva derecha (argumentadora del orden y formada en la contracultura genéricamente de izquierda) resulta esencial para desacreditar las posibilidades de nuevos movimientos críticos y para propiciar la derrota de toda resistencia. Durante los últimos años, predominó la tendencia a identificar la figura de intelectual con la del académico, con la del profesor universitario. Esta burda imagen del intelectual expuesto como erudito o exégeta nos aleja de su estrecha relación con la política (no con la política como posicionamiento coyuntural, sino con la política entendida como producción de modos de vida). Los intelectuales de la nueva derecha argentina no se mueven en la gran tradición de los conceptos sino en un terreno ligado a la producción de modos de ser. Constituyen un discurso hecho mundo en la actual sensibilidad neoliberal. Es allí donde figuras como las del coach ontológico adquieren eficacia y relevancia política.
Más allá de los posicionamientos coyunturales y de la autocomplacencia en la que el llamado “pensamiento crítico” se ha transformado, ¿existe hoy una intelectualidad de izquierda que preocupe al poder? ¿Contamos con herramientas para entender las formas en las que la nueva derecha enlaza las experiencias sociales en el marco del nuevo orden? ¿Cuál es la relevancia actual de este campo, generalmente relegado a un diálogo entre pocos? Y sobre todo ¿qué significa una derrota política en el campo intelectual y cómo se materializa?
La traducción, edición e introducción a cargo del Colectivo Lobo Suelto (www.anarquiacoronada.blosgpost.com) quiere ser un llamado a todos aquellos interesados en pensar activamente el presente (investigar, activar, editar, organizar), advertidos de la necesidad de renovar la crítica a los poderes, de buscar modalidades orgánicas y no orgánicas de cooperación, de articular los niveles micro y macro políticos, así como de estar atentos al lenguaje del control, sea el moderno espionaje con que el Estado y las corporaciones operan y producen conocimientos de la social, como del control devenido función social estructurante de la vida cotidiana.
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Documento original en inglés:
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Francia: la defección
de los intelectuales izquierdistas
Un documento de investigación
Un documento de investigación
Alcance de la nota
Tradicionalmente, los
intelectuales han desempeñado un papel influyente en la vida política francesa.
Aunque rara vez hayan buscado participar de forma directa en la formulación de
políticas públicas, han condicionado la atmósfera en la cual lo político se
desarrollaba y con frecuencia sirvieron como importantes formadores de las
tendencias políticas e ideológicas que estructuraban la política francesa.
Reconociendo que su influencia en el quehacer político es difícil de medir,
estas notas se enfocan en los comportamientos cambiantes de los intelectuales
franceses y en la estimación de su potencial impacto en el ambiente político en
el que se definen las políticas.
Juicios clave
(Para este informe fue utilizada la
información disponible hasta el 15 de noviembre de 1985)
Hay un clima nuevo en la opinión
intelectual en Francia; un espíritu antimarxista y antisoviético que haría
difícil movilizar una significativa oposición intelectual a las políticas de
los EE.UU. Tampoco los intelectuales franceses cederían gustosamente su apoyo,
como lo hicieron antes, a sus otros colegas de Europa occidental que se han
vuelto hostiles hacia los EE.UU. en cuestiones como el desarme. Aunque en
Francia las políticas norteamericanas nunca son inmunes a la crítica, es
claramente la Unión Soviética la que ahora está a la defensiva respecto de los
nuevos intelectuales de izquierda; y es probable que así permanezca, al menos
en el mediano plazo. La notable serenidad del presidente Mitterrand hacia Moscú
deriva, al menos en parte, desde esta actitud preponderante.
El fracaso de Mitterrand para reunir
los apoyos necesarios entre los históricamente poderosos intelectuales de
izquierda de Francia refleja, más que nada, un giro histórico que puede
presagiar un nuevo rol para la intelligentsia. Su Partido Socialista ya
no podrá descansar en los intelectuales para proveerle una racionalidad a sus
políticas y acciones, y vender esa racionalidad a un público francés habituado
a asignarle una gran importancia a las explicaciones de sus élites intelectuales.
El fracaso de las políticas de
Mitterrand y la efímera alianza con los comunistas pudo haber acelerado el
descontento con su gobierno, pero los intelectuales de izquierda se fueron
distanciando ellos mismos del socialismo –tanto del partido como de la ideología–
al menos desde comienzos de los años setenta. Guiados por un grupo de jóvenes
renegados de las filas del comunismo, considerados a sí mismos como los Nuevos
Filósofos, muchos nuevos intelectuales de izquierda rechazaron el marxismo y
desarrollaron una profunda antipatía hacia la Unión Soviética. El
antisovietismo, de hecho, se ha convertido en una herramienta de legitimidad de
los círculos de izquierda, debilitando el antiamericanismo tradicional de la
intelectualidad de izquierda y permitiendo que la cultura estadounidense –e
incluso la política y la política económica– entrara en auge.
La amplia aceptación de esta
creciente mirada crítica del marxismo y de la Unión Soviética ha sido
acompañada por una declinación general de la vida intelectual en Francia que ha
socavado el compromiso político de los intelectuales de izquierda. Aunque ahora
estén menos dispuestos a involucrarse en asuntos partidarios, nosotros creemos
que los nuevos intelectuales de izquierda pesarían con fuerza en dos frentes:
- Sostendrían a los socialistas moderados que están esforzándose por crear una base para una alianza de centro izquierda.
- Se opondrían a cada esfuerzo de los socialistas duros para rehacer la ahora difunta “unidad de la izquierda” con el Partido Comunista Francés en las próximas elecciones legislativas.
Este nuevo activismo de izquierda
probablemente aumentará la polémica entre los dos partidos de izquierda y en el
interior del Partido Socialista, y también es probable que incremente las
deserciones de los votantes de ambos campamentos socialista y comunista.
Sumario:
Alcance de la nota
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iii
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Juicios clave
|
v
|
Introducción
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1
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Un rol tradicional
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1
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Un giro histórico: El “silencio” de los
intelectuales de izquierda
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3
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Los “Nuevos Filósofos”
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4
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No hay más “Sartres”, no más
“Gides”
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6
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Causas de la deserción de los
intelectuales de izquierda
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6
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La bancarrota de la ideología
|
6
|
Antisovietismo
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7
|
Perspectivas de la influencia de
los intelectuales
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8
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Decadencia de la vida intelectual
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8
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Reincorporación limitada
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10
|
Intelectuales franceses e intereses
americanos
|
11
|
APÉNDICES
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|
A.
Aspectos
culturales del pensamiento de la Nueva Derecha
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13
|
B. Libros importantes de Gluscksmann y
Levy
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15
|
"Hay
un letargo bastante espectacular en la vida intelectual de este país. Nunca
antes había percibido semejante silencio, semejante vacío. Es como una familia
en la que alguien ha muerto."
Alain Touraine
Introducción

Aun antes de que los socialistas
asumieran sus cargos en 1981, sin embargo, estaba claro que esta identificación
intelectual con la izquierda estaba debilitándose. El peor secreto mal guardado
en los círculos del PCF de la pasada década fue que virtualmente cada intelectual
comunista de alguna estatura había muerto o desertado del partido. Aunque los
socialistas dirigieron la cooptación de unos pocos desilusionados, los
recientes críticos del marxismo derivaron fácilmente en la neutralidad e
incluso en la derecha. Con una o dos excepciones, importantes intelectuales
–como el antropólogo Michel Foucault– refutaron posiciones del gobierno de
Mitterrand. Y cuando más tarde los socialistas intentaron atraer a los
intelectuales para defender sus políticas fallidas contra la crítica de la
derecha, los intelectuales nuevamente se rehusaron, esta vez con una cascada de
abusos públicos del gobierno.
Este análisis se enfoca en las
relaciones cambiantes entre los intelectuales franceses y los grupos políticos,
en el contexto de un cambio de la base intelectual en el seno de la sociedad
francesa. Esto asevera la dramática descomposición de la alianza dominante de
la segunda posguerra entre los intelectuales y la izquierda, la declinación
general del posicionamiento de los intelectuales en la sociedad francesa, las
perspectivas de una reasunción del “compromiso” intelectual con la política, y
las implicancias de estas tendencias para las políticas francesas a la vez que
para los intereses de los EE.UU.
Un papel tradicional
La intelectualidad francesa –término
que comprende a periodistas, artistas, escritores y maestros– ha diseñado un
papel especial para sí misma como intérprete de la tradición política, en
especial como intérprete de las consecuencias e implicancias de la Revolución
Francesa. Los franceses han mirado el permanente debate intelectual sobre el
significado de su historia como una base para entender a la sociedad francesa,
y el curso de las políticas francesas ha sido ocasionalmente desplazado por una
fuerte postura de parte de los intelectuales (ver el insert).
Los intelectuales y el Caso Dreyfus
El Caso Dreyfus (fines del siglo XIX) cristalizó en la opinión pública francesa una imagen del tipo de sociedad en la que se habían convertido, y puso de relieve el hecho de que varios grupos –la iglesia, los militares, políticos, periodistas permanecieran ligados a principios y valores de la tradición revolucionaria. Los intelectuales, liderados por el novelista y periodista Emile Zola, cumplieron un rol fundamental en la incitación a un debate público sobre las cuestiones implicadas en el caso. Cuando Zola lanzó sus famosos editoriales en defensa de Dreyfus y contra el gobierno y sus aliados, los acusó no sólo de subvertir la justicia y la moral, sino también –cuestión más importante en el parecer de sus lectores- de traición a la tradición revolucionaria. En 1896, Dreyfus, un oficial judío adjunto al Estado Mayor Francés, fue acusado y condenado por entregar secretos militares a los alemanes. Revelaciones de que había sido condenado sobre la base de pruebas fraguadas, y de que el gobierno había confeccionado más pruebas aún para ocultar la manipulación que hacía de la justicia, polarizaron a la sociedad francesa y avivaron un sentimiento nacional de procura de mayor moralidad pública y valores históricos.
Sin embargo, esta paridad se evaporó
durante la guerra. Por un lado, el conservadurismo francés terminó
desacreditado no solo por su nacionalismo xenófobo, su antiigualitarismo y sus
coqueteos con el fascismo durante los años previos a la guerra, sino también
por la participación de sus exponentes más destacados en el régimen del
colaboracionista Vichy. Por otro lado, la izquierda (con excepción del PCF en
el breve tiempo del pacto nazi-soviético) se plantó de frente contra el fascismo
y la ocupación. Ello formó la columna vertebral y un gran bloque de luchadores
en la Resistencia y, en medio de todo esto, los comunistas desempeñaron un
papel dominante (a menudo a su propio favor). La Unión Soviética, que fue vista
durante años como aislada en su posición contra Alemania, se convirtió en un
brillante ejemplo para la Resistencia; Annie Kriegel, comunista y líder
intelectual francesa, explica: “Es cierto que los estadounidenses nos
liberaron, pero el punto de giro de la guerra fue Stalingrado. El Ejército Rojo
fue quien nos dio esperanza”.
Mientras que la derecha francesa
quedó intelectualmente hecha añicos por la guerra, la izquierda emergió
preparada para reclamar el botín de su éxito en la Resistencia y su lealtad con
todas las banderas de todos aquellos que amaban la libertad y la igualdad.
Durante la posguerra, los socialistas y especialmente los comunistas atrajeron
a un gran número de intelectuales. Los conservadores mantuvieron su resistencia
desde el poder, sin embargo, y la izquierda se asentó en el lugar de la
oposición en los años cincuenta y sesenta. La intelectualidad de izquierda se
convirtió en maestra en la elaboración de fórmulas para los socialistas y
comunistas dirigidas a la remodelación de la sociedad francesa y para la
producción de una descarga constante de críticas contra las políticas de los
sucesivos gobiernos conservadores.
Los partidos Comunista y Socialista
también trataron de establecer y perpetuar, por dos caminos, lo que la crítica
recientemente apodaba como “intelectocracia” de izquierda. Primero, financiaron
numerosos diarios, análisis críticos, periódicos, a través de los cuales los
intelectuales podían canalizar sus torrentes de invectivas contra el régimen y
la sociedad francesa. Segundo, ayudaron a institucionalizar al establishment
intelectual de izquierda y a constituir su autoperpetuación asegurándose la
sindicalización de las universidades y de la escuela secundaria. Ambos
esfuerzos ayudaron a garantizar que todo aquel que circulara dentro de la elite
intelectual francesa fuera ideológicamente adaptado a sus prejuicios y
lealtades partidarias. Este sistema funcionó casi impecablemente por un tiempo;
solo en los últimos años de la década de los años sesenta, algunos renegados
han rechazado las enseñanzas de sus maestros formadores académicos y dirigieron
la carga contra la izquierda.
Un cambio histórico: El “llamativo”
silencio de los intelectuales de izquierda
La situación había cambiado
dramáticamente cuando los socialistas llegaron al poder en 1981. La sorpresa y
preocupación de los funcionarios socialistas ante el magro apoyo de los
intelectuales fue un secreto mal guardado entre los círculos de gobierno. Solo
algunos intelectuales de peso –Max Gallo, Regis Debray y Antoine Blanca– habían
aceptado los numerosos puestos ofrecidos por el gobierno de Mitterrand; algunos
habían criticado abiertamente las acciones y políticas del gobierno, en
especial la decisión de encomendar a los comunistas cuatro ministerios. Con
frecuencia, la intelectualidad mostró signos de caer en un silencio inhabitual
que rápidamente generó preguntas perturbadoras en la prensa sobre las
relaciones entre el gobierno y sus aliados intelectuales. Importantes diarios
de opinión, siempre rápidos para percibir cada cambio sutil en las discusiones
políticas, comenzaron a preguntarse si los intelectuales eran “siempre de
izquierda” y a observar la ausencia irónica del entorno intelectual en el
gobierno de un presidente izquierdista (siendo él mismo un intelectual bien
establecido).
“Renacimiento intelectual” en la derecha
El rejuvenecimiento de la actividad intelectual conservadora de la así llamada Nueva Derecha se diferencia claramente del movimiento de los Nuevos Filósofos o Nueva Izquierda. La espectacular efervescencia del pensamiento conservador en años recientes está asociada sobre todo con la obra de Jean-François Revel y otros renegados de la École Normale Superieure, que comenzaron polemizando contra la ética gimnástica de Jean Paul Sartre en defensa de la URSS, y continuaron con alegatos contra la superficialidad de la vida intelectual comunista. Ahora, dice el prominente historiador Emmanuel Le Roy Ladurie, han asumido la tarea aún mayor de reorientar el discurso intelectual, corriendo el foco del tradicional eje “derecha versus izquierda” hacia el eje “totalitarismo versus libertad”. Estimulada por escritores y editores ligados de una manera u otra al barón de la prensa de derecha Robert Hersant, la Nueva Derecha francesa ha recogido la propuesta de revivir el liberalismo europeo clásico y proponerlo como el elixir que Francia necesita para recobrarse de la “mala gestión” socialista. Más aún, el liberalismo –que, según sus adherentes, ha reducido el rol del gobierno y forzado a la gente a ser más autosuficiente- se ha convertido en la receta de los conservadores contra las aflicciones de la sociedad francesa de posguerra. Los jóvenes políticos conservadores que hacen suya la consigna han argumentado, tanto ante la prensa como en reuniones privadas con diplomáticos estadounidenses, que la derecha debería empujar a los franceses a tener mayor confianza en sí mismos. Según ellos, una tarea fundamental del gobierno conservador consistiría en disminuir su propia función, tanto de recaudador de impuestos como de gestor, director o generador de gastos. Además de apoyar esta idea de gobierno, la mayoría de los nuevos liberales están a favor de que los poderes y recursos extremadamente centralizados del gobierno francés sean devueltos a las administraciones subnacionales. Un lento proceso que ha tomado impulso reciente con los socialistas.
Los “Nuevos Filósofos”. Una de las razones del fracaso de Gallo para movilizar a los
intelectuales de izquierda fue que ignoró a la camarilla de intelectuales
jóvenes incendiarios que por más de una década venían realizando conversiones
bien publicitadas entre militantes izquierdistas, atacando a la izquierda
francesa como peligrosa e implícitamente totalitaria. Promocionándose ellos
mismos como los “nuevos filósofos”, en su mayoría eran antiguos comunistas que
habían dejado el partido antes de los traumáticos hechos de Mayo de 1968.
Muchos de ellos eran graduados de la más prestigiosa escuela de preparación de
profesores y pensadores, la Escuela Normal Superior (ENS), y tenían en común no
solo el banco izquierdo del movimiento estudiantil de los años sesenta sino
también su rechazo a las sofisterías estalinistas enseñadas en la ENS.

Estudios marxistas en ciencias sociales, obsoletos
Entre los historiadores franceses de posguerra, la influyente escuela de pensamiento ligada a Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel ha superado a los historiadores marxistas tradicionales. En los años cincuenta y sesenta, la Escuela de los Anales –como es conocida por su principal periódico- cambió de cuajo los estudios históricos franceses, principalmente al desafiar y luego rechazar las hasta entonces dominantes teorías marxistas del progreso histórico. Pese a que muchos de sus exponentes afirman estar “en la tradición marxista”, lo que quieren decir con eso, simplemente, es que toman el marxismo como punto de partida crítico para tratar de descubrir los auténticos modelos de la historia social. La mayoría de las veces han concluido que las nociones marxistas sobre las estructuras del pasado –relaciones sociales, patrones de eventos e influencia de estos en el largo plazo– son simplistas e inválidas. En el campo de la antropología, la influyente escuela estructuralista ligada a Claude Levi-Strauss, Foucault y otros, cumplió virtualmente la misma misión. A pesar de que tanto el estructuralismo como la metodología de los Anales están atravesando tiempos difíciles, creemos que su demolición crítica de la influencia marxista sobre las ciencias sociales puede perdurar como una sólida contribución a los estudios modernos tanto en Francia como en el resto de Europa Occidental.
“No hay más Sartres, no hay más
Gides”. La
deserción de los jóvenes intelectuales del marxismo y del PCF dejaron en manos
de los viejos mandarines marxistas el sostenimiento de la tradición. Sartre,
Roland Barthes, Jacques Lacan y Louis Althusser –la última camarilla de los
comunistas savants– cayeron bajo el fuego implacable de sus antiguos
protegidos pero ninguno tuvo el estómago para pelear en la retaguardia en
defensa del marxismo. Críticos prominentes –entre ellos, los nuevos filósofos–
habían sido exitosos en persuadir a la presente generación sobre las
“estupideces” de Sartre, los males del marxismo y la barbarie del comunismo
soviético. Como resultado, el joven movimiento comunista se ha atrofiado
incluso en los campus universitarios, las publicaciones comunistas dirigidas a
los jóvenes intelectuales –como es el caso de Revolution, del PCF– están
languideciendo, y no hay ya intelectuales de peso que pertenezcan o incluso
apoyen al PCF.
Causas de la deserción de los
intelectuales de izquierda
La bancarrota de la ideología
marxista. El
distanciamiento con el marxismo como sistema filosófico –parte de la mayor
retirada ideológica entre los intelectuales de todos los colores políticos– fue
la fuente de una fuerza particular y de una extendida desilusión intelectual
con la izquierda tradicional. Raymond Aron trabajó largos años para
desacreditar a Sartre, su viejo compañero de cuarto, y a través de él, a todo
el edificio intelectual del marxismo francés. Sin embargo, los
intelectuales que se erigieron como verdaderos creyentes fueron mucho más
efectivos en la tarea de socavar el marxismo, al aplicar la teoría marxista a
las ciencias sociales pero que terminaron repensando y rechazando la tradición
entera (ver insert).
Los intelectuales de izquierda que no
fueron hostiles al socialismo –Max Gallo quizás sea el mejor ejemplo– fueron
conducidos a la deserción por los evidentes fracasos de la implícita ideología
de izquierda en los primeros intentos de Mitterrand por socializar a Francia.
Hacia 1983, la mayoría de los socialistas estaban listos para admitir
rápidamente que su programa de expansión económica y fortalecimiento de los
presupuestos destinados al bienestar social no funcionarían, y la dosis de
austeridad que esas políticas forzaron hizo sonar el anuncio del fin de la
ideología de izquierda, según muchos observadores bien informados. Alain
Touraine –sociólogo izquierdista y en ocasiones editorialista del periódico
socialista Le Matin– ha escrito quizás el epitafio del socialismo: “El
mérito esencial del ala izquierda gubernamental ha sido librarnos de la
ideología socialista”. Un notable académico remarcó recientemente lo doblemente
irónico que ha sido en la Quinta República que le correspondiera a De Gaulle
librar a Francia del colonialismo, y a Mitterrand librarse del socialismo.
Estados Unidos y la URSS ante la opinión pública francesa
Encuestas de opinión recientes muestran que en Francia la imagen positiva de la Unión Soviética ha disminuido de manera sostenida en los últimos tres años, mientras que la de los Estados Unidos ha crecido sustancialmente. Sondeos realizados justo antes de la reciente cumbre Reagan-Gorbachov por la encuestadora más respetada de Francia muestran, por ejemplo, que el 59 por ciento de los franceses tiene una imagen desfavorable de la URSS, contra un escaso 9 por ciento favorable*. En cambio, la imagen de los Estados Unidos fue positiva en un 43 por ciento y negativa en un 27 por ciento, una mejora notable en comparación con una encuesta similar realizada en 1982, que mostraba un 30 por ciento de imagen positiva contra un 51 por ciento de imagen negativa. Interrogados sobre asuntos específicos, los encuestados consideraron fuertemente positiva la ventaja que lleva Washington sobre Moscú en términos de desarrollo económico, derechos de los trabajadores, libertades individuales, antirracismo, reducción de la desigualdad social, aumento de la calidad de vida, acceso a asistencia sanitaria y ayuda al Tercer Mundo. De acuerdo con la Embajada de los Estados Unidos en París, otras encuestas publicadas muestran un aumento similar de la confianza de la opinión pública francesa en los Estados Unidos en desmedro de la URSS.
* Encuesta realizada entre el 9 y el 14 de noviembre de 1985 por Sofres, y publicada en Le Monde el 19 de noviembre de 1985.
Antisovietismo. Según varios observadores agudos, el odio al
totalitarismo soviético ha echado profundas raíces en la izquierda francesa
(ver insert), motivado en parte por las investigaciones e implacables polémicas
de Glucksmann y Levy. Estudios académicos y notas de prensa sobre la bancarrota
del marxismo en Francia les han atribuido a los nuevos filósofos un papel
central en convencer a una completa generación de intelectuales franceses de
que:
·
El Estado
soviético es una prueba de que “la revolución marxista es un mito”, una broma
cínica que, lejos de marchitarse, impone una monstruosa máquina reaccionaria.
·
La
quintaesencia de la distinción y la libertad intelectuales en el mundo moderno
es tener una aversión decente a la Unión Soviética.
El culto persistente al estalinismo
dentro del PCF y el sostenimiento obsequioso del partido de los intereses
soviéticos, manifiesto en todos los diarios y periódicos del PCF, ayudó a
trasladar el antisovietismo en rechazo al PCF. Las recientes publicaciones de
documentos secretos concernientes a las relaciones del comunismo francés con el
Kremlin durante la invasión a Checoslovaquia han mostrado vívidamente cómo el
partido francés aceptó sumisamente la dirección de Moscú y sus justificaciones.
Rememoraciones de la solidez del culto de la personalidad de Stalin en el
partido francés –especialmente en su apogeo de los años cincuenta, cuando
intelectuales del partido acumulaban ridículas alabanzas (en prosa y en poemas)
para el líder soviético con cualquier excusa– han provocado el rechazo al
sovietismo desde lo más personal y sincero, según los análisis académicos.
Tanto observadores académicos como periodistas han registrado que la
predisposición intelectual en contra del marxismo, combinado con una reciente
moda de desdén por la Unión Soviética, ha pasado por encima de una barricada en
apariencia inexpugnable entre la Inteligencia de la nueva izquierda y el
comunismo francés (ver insert).
Esta aversión incluso representó
hasta cierto punto la fuerte antipatía de los intelectuales de izquierda hacia
el gobierno de Mitterrand. Cuando los socialistas forjaron la “unión de la
izquierda” como una elección táctica a fines de los años setenta, los nuevos
filósofos los criticaron; cuando la misma alianza resurgió en 1980, los nuevos
filósofos prepararon la deserción del Partido Socialista; y cuando Mitterrand
invitó a los comunistas a participar de su gobierno en 1981, ellos se
trasladaron en pleno a la oposición.
La “piedra de toque” del anti-sovietismo
Jorge Semprún, pensador de la Nueva Izquierda y desertor del Partido Comunista Español, refleja el pensamiento de la generación actual en la respuesta que da a una pregunta del periódico intelectual Le Debat.
LD: ¿Qué significa ser [un intelectual] de izquierda en la Francia de hoy?
JS: Hoy, la piedra de toque del pensamiento de izquierda es una actitud crítica frente a la URSS, uno de cuyos corolarios es el rechazo a los partidos que responden a la tradición del Comintern [el PCF]… La cuestión central no es la barbarie de Pinochet, ni la demolición de la fábrica de acero de Lorraine, ni siquiera el redespliegue imperial de Reagan. La cuestión fundamental es tomar una posición frente a la URSS.
Jacques Rouknique, experto en asuntos soviéticos del respetado Institut de Science Politique, sigue de cerca tanto a la Unión Soviética como a la opinión que los franceses se hacen de ella. Poco antes de la reciente visita a París del Secretario General Gorbachov, Rouknique le dijo a un entrevistador: “Aquí, en los últimos diez años, se ha producido un cambio drástico en la percepción de la Unión Soviética. Los intelectuales han abandonado el marxismo y han descubierto el gulag y los horrores del sistema soviético. En términos generales… [el marxismo] ya no inspira a la gente de izquierda, e incluso dentro del Partido Comunista hay fuertes voces críticas”.
Perspectivas para la influencia
intelectual
Si bien los intelectuales de
izquierda jugaron un papel fundamental durante más de una década en fortalecer
la “opinión pública” hacia el marxismo y la Unión Soviética, su influencia
parece estar menguando y es poco probable que en el futuro logren tener una
fuerte incidencia en asuntos políticos. El antimarxismo y el antisovietismo,
que lograron captar la atención a principios de los setenta, han cobrado vida
propia y se convirtieron en parte fundamental de la ortodoxia intelectual
francesa al punto tal que los nuevos filósofos no parecieran tener nada nuevo
para decir. Más aún, ha habido una tendencia a alejarse de la ideología hacia
enfoques más pragmáticos a la hora de resolver problemas políticos, lo que ha
tendido a perjudicar el prestigio de los intelectuales en general.
Declive de la vida intelectual. Pareciera que muchos intelectuales de izquierda
han caído en una especie de languidez siguiendo sus vigorosos rechazos a la
ideología y la afiliación partidaria; otros –como Emmanuel Le Roy Ladurie,
Pierre Chanou y Michel Sarre– han intentado suscitar un debate nacional ante el
evidente declive de la vida intelectual francesa. Algunos han vinculado el
deterioro del prestigio de los intelectuales al ascenso de una sociedad y una
economía de alta tecnología, y no hay contradicción en que la juventud
francesa, que alguna vez siguió cada nueva moda intelectual, ahora piense en
carreras de ciencias y negocios:
- Las encuestas de opinión muestran que las
“profesiones intelectuales” han perdido significativamente terreno con
respecto a carreras técnicas y de negocios en la estima de los jóvenes.
- El año último, las elecciones estudiantiles
para juntas directivas redundaron en un abrumador número de nuevos
funcionarios universitarios conservadores o “aideológicos”, según reportes
de prensa. El historiador y ex comunista Emmanuel Le Roy Ladurie indicó
que estaba sorprendido de la cantidad de estudiantes y jóvenes docentes de
la Universidad de París que se habían alejado de la izquierda.
- Una prueba adicional del cambio en la
actitud es evidente adentro del aula. Las reformas educativas de la última
década, diseñadas para incentivar a los estudiantes a ingresar a carreras
técnicas y de negocios, fueron ferozmente resistidas por estudiantes y
profesores durante los setenta. Ya en la primavera de 1983, cuando
Mitterrand intentó extender estas reformas, hubo protestas estudiantiles
en muchas universidades. Ahora, los hermanos y hermanas más pequeños de
los alborotadores, llenan los abarrotados cursos de economía y ciencias,
incluso en universidades de tradiciones izquierdistas como la Universidad
de París, en Nanterre, donde la moda del intelectual marxista dominó la
escena hasta al menos la mitad de los años setenta.
- Las carreras intelectuales, que solían estar
prácticamente reservadas para quienes concurrían a los colegios de elite,
parecen no estarles más aseguradas. El gobierno de Fabius, por ejemplo,
acabó anunciando un programa para emplear en los gobiernos locales y en el
gobierno nacional y en otras empresas a los graduados de la Escuela Normal
Superior que permanecieran desempleados. Los socialistas han forzado a los
extranjeros residentes a abandonar sus trabajos como docentes de los
niveles bajos, presumiblemente para liberar puestos para los propios
franceses.
Algunas respuestas a una encuesta de opinión sobre marxismo y radicalismo en el campus de Nanterre de la Universidad de París
Guy Lachenaud, catedrático de nivel inicial en 1968 y ahora, a los 46 años, vicepresidente de Nanterre: Ya no hay movimiento estudiantil. Los pocos grupos que sobreviven conjugan un mínimo de retórica militante con montones de horas en la fotocopiadora.
El vendedor del puesto de publicaciones marxistas (Rouge, Revolution, Lutte Ouvrière, etc.) del campus: Encargo cinco copias [de cada una] por semana, y me cuesta trabajo vender dos o tres.
Un estudiante: En el 68 papá estaba en las barricadas. Yo voy a hacer la mía en un banco.
Anónimo: ¿Hoy? Esto es la no-revolución permanente.
Otros intelectuales como Alain Besancon y numerosos intelectuales conservadores acuerdan con Riglet en que la languidez intelectual es parte de un ciclo de declinación cultural. Argumentan de modo persuasivo –en artículos y libros, así como en programas televisivos– que no hay ya Flauberts, Prousts o Baudelaires; más aún, observadores agudos, como los historiadores Besancon y Pierre Goubert, dicen que no hay razones para esperar que pronto surja alguno . Mitterrand y el ministro de Cultura Jack Lang, a pesar de doblar el presupuesto del Ministerio de Cultura, no han podido detener la marea de quejas en torno a que la “creatividad está en baja en Francia”, y que a lo largo del espectro cultural, “la ausencia de innovación es llamativa”.
Una conferencia en París organizada
durante el año último para tratar el tema “la identidad francesa”, viró hacia
al letargo de los intelectuales franceses y la implicancia para su futuro rol
en la política. Los participantes parecieron acordar que la ideología –de
izquierda o de derecha– será incapaz de movilizar a los intelectuales en el
futuro. El “mal trago” que causó la desilusión con respecto al marxismo en
prácticamente todos los intelectuales izquierdistas, se ha traducido
directamente en una especie de neutralismo que ha contribuido a su
inmovilización. Incluso el “liberalismo” –entendido como menos gobierno y más
autosuficiencia– tuvo apenas un débil apoyo tanto en los intelectuales como en
la opinión pública, a juzgar por las encuestas recientes y los artículos en los
diarios.
Reinvolucramiento limitado. Sin embargo, algunas cuestiones probablemente
continuarán atrayendo a los intelectuales hacia la lucha. En una encuesta
reciente, los más prominentes escritores indicaron que están preparados para
reanudar gran parte de la participación política que alguna vez fue
característica de la izquierda intelectual, pero que ya no se movilizarían por
partidos e ideología. Un tema más atractivo para comprometer de nuevo a los
intelectuales sería la identidad cultural francesa, estrechamente vinculada con
las cuestiones sensibles de las influencias extranjeras en Francia, la
inmigración y el racismo. La retórica antiinmigrante y el racismo asociados con
el surgimiento del Frente Nacional, de extrema derecha, galvanizaron a muchos
intelectuales de izquierda hacia la acción, sobre todo en las protestas
callejeras organizadas por un grupo antirracista llamado S.O.S. Racismo.
El antisovietismo, que en la actualidad es una
constante en la mentalidad y en la escritura de los intelectuales, continúa
teniendo un gran potencial de agitación. La visita del secretario general
Gorbachov a Francia, este otoño, generó protestas no solo de la derecha: la
nueva izquierda, y en especial los intelectuales disidentes, usaron la visita
como una oportunidad para ventilar su frustración frente a la brutalidad
soviética en Afganistán, la continua represión en Polonia, y la no observancia
de las disposiciones sobre derechos humanos del acuerdo de Helsinki. Miles de
estudiantes acudieron a las manifestaciones de la Rive Gauche [orilla
izquierda del Sena], gritando “¡Gorbachov Gulag!”. El caso Sajarov también
despierta una persistente fascinación en los círculos intelectuales franceses.
Aunque es probable que el gobierno, al prometer públicamente que tomaría la
iniciativa de tratar el tema de los derechos humanos con Gorbachov y al
prohibir las manifestaciones callejeras durante la visita, haya desalentado
algunas de las protestas planificadas, los intelectuales usaron de todos modos
la ocasión para presionar por la liberación de Sajarov y su esposa y por el
endurecimiento de la línea francesa frente a Moscú.
Este sentimiento antitotalitario y antisoviético
entre los intelectuales franceses va a militar contra cualquier modificación
significativa de la posición –que ya es dura– del gobierno frente a Moscú. Por
el momento, de hecho, la mayoría de los líderes socialistas deben calcular que
una actitud dura, tanto hacia el PCF como hacia Moscú, es el único camino que
tienen si esperan galvanizar el apoyo de los intelectuales en las elecciones
legislativas de 1986. Los intelectuales también dificultarán los planes que
cualquier gobierno de derecha pueda tener de reanudar la “relación especial”
con Moscú que caracterizó a la presidencia de Valéry Giscard d’Estaing.
Según nuestro punto de vista, la fuerte corriente
de antimarxismo, de antisovietismo y la desilusión con la ideología que se
registra entre los intelectuales de izquierda pueden también tener un efecto
poderoso sobre el Partido Socialista. Abundantes evidencias sugieren que los
socialistas enfrentarán una importante hecatombe electoral en las elecciones legislativas
del próximo año. Como el partido se dirige hacia el desierto político y trata
de que su experiencia en el gobierno tenga sentido, es probable que los
intelectuales de la nueva izquierda jueguen un papel importante en esta
búsqueda espiritual y en la remodelación de las actitudes y la autoimagen de
los socialistas.
En particular, el profundo sentimiento anti PCF
entre los intelectuales puede resultar decisivo para subvertir las
maquinaciones del jefe del Partido Socialista, Jospin, y otros de la izquierda
del partido para reavivar el entusiasmo por una “unión de la izquierda”
–el mito de que los socialistas llegaron al poder en 1981 solo gracias a su
alianza con el PCF y de que la izquierda solo podrá alcanzar el poder en el
futuro mediante la unidad. Es probable que los intelectuales jueguen
fuertemente contra esta noción y que apoyen de modo abrumador la estrategia
–promocionada desde hace ya tiempo por el socialista disidente Michel Rocard,
pero que ahora parece haber sido aceptada tanto por Mitterrand como por el
primer ministro Fabius– según la cual el futuro a largo plazo del socialismo
depende del forjado de una alianza de centroizquierda.
En suma, es probable que el activismo
de la nueva izquierda incremente las disputas, tanto entre los comunistas y los
socialistas, como al interior del Partido Socialista. Lo cual también es
probable que conduzca a aumentar la deserción de votantes de ambos campos.
Los intelectuales franceses y los
intereses de los Estados Unidos
En la era de la posguerra, los
intelectuales franceses ayudaron significativamente a generar y dar forma a la
hostilidad internacional hacia las políticas de los Estados Unidos, tanto en
Europa como en el Tercer Mundo. Desde Beirut a Lisboa o Ciudad de México, las
elites intelectuales influyentes escucharon e imitaron el pensamiento y los
prejuicios de los café savants, como Regis Debray. Ahora, del otro lado,
el antimarxismo y el antisovietismo parecen haber permitido a la joven
generación de intelectuales franceses el adoptar una actitud mucho más abierta
frente a los Estados Unidos. A la vez, esto dio origen a una nueva ola de
genuino sentimiento pro estadounidense, enraizado en la cultura popular
estadounidense de moda, con respecto a la vital economía de los EE.UU. de los
años ochenta, y en la admiración por la nueva imagen de acercamiento que estos
proyectan ahora sobre el mundo.
En Francia, el sentimiento anti
EE.UU. que solía ser utilizado en los círculos de cortesía como evidencia
circunstancial de una educación válida, ya no está en boga. La calumnia
instintiva a los EE.UU. –que los intelectuales de la nueva izquierda llamaron
“antiamericanismo primitivo”– está ahora identificada con el diario comunista L’Humanité
y es considerado de mal modo. Formalmente, el antiamericanismo también se
instaló como una marca de nivel intelectual, separando a los pensadores del
vulgo común (quienes estaban en general sospechados de albergar buenas
opiniones de los EE.UU., incluso en los tiempos de Vietnam). Ahora, lo
contrario es precisamente lo cierto: la búsqueda de virtudes en los Estados
Unidos –incluso identificar cosas buenas en las políticas del gobierno
estadounidense– es mirado como un indicador de juicio con discernimiento. Los
intentos de algunos por resucitar las críticas significativas y de gran
envergadura sobre las políticas de los Estados Unidos, son vistos como
esfuerzos transparentes para desviar las críticas de su legítimo objetivo, las
actividades de la Unión Soviética.
Este clima de opinión intelectual
produciría, por cierto, una gran dificultad para movilizar casi cualquier
oposición significativa desde las elites intelectuales a las políticas de los
Estados Unidos en América Central, por ejemplo. Es también probable que
desacredite a otros intelectuales europeos –notablemente en Escandinavia y
Alemania Occidental– que son hostiles a las políticas estadounidenses y a los
intereses de los liderazgos poderosos que anteriormente provenían de los
franceses (en los años de participación de EE.UU. en Vietnam) y el apoyo que
ahora necesitan para conformar un consenso europeo occidental en asuntos
internacionales como el desarme. El acalorado debate en la prensa de Alemania
del Este entre Glucksmann y los líderes de la intelectualidad alemana sobre el
pacifismo e INF evidenció la distancia entre ambos y la habilidad y la
disposición de los intelectuales de la nueva izquierda francesa para argumentar
persuasivamente en contra de actitudes que juegan a favor de los soviéticos.
Aunque las políticas estadounidenses no son por cierto inmunes a la crítica
intelectual en Francia, incluso de la derecha, es la Unión Soviética la que
está ahora claramente a la defensiva y es probable que permanezca ahí, al menos
en el mediano plazo.
Apéndice A
Aspectos culturales del
pensamiento de la nueva derecha
El costado más esotérico de la nueva
derecha intelectual se ha enfocado con sorpresiva energía hacia demandas por
una renovación cultural, argumentando que el problema esencial en Francia es
que la cultura ha sido erosionada por influencias externas y degradada por
negligencia. Los escritores conservadores, muchos de ellos asociados con el
Grupo de Investigación y Estudios de la Civilización Europea (en inglés, GRECE)
y al Club del Reloj (Club de l`Horloge) –ambos grupos compuestos principalmente
por jóvenes graduados del ENA, escuela de la elite francesa de la
administración– han encontrado un cauce para sus discusiones en las
publicaciones de Hersant, notablemente en Figaro Magazine, revista
editada por el pariente cercano de GRECE, Louis Pauwels.
Pauwels y sus dos protegidos,
Jean-Claude Valla y Alain de Benoist, trabajaron duro para proporcionar a la
nueva derecha una ética elitista. Los tres, si bien liderados por Benoist,
proclaman que la decadencia de la cultura en Francia está relacionada directamente
con el igualitarismo –con el rechazo a la superioridad esencial de algunos
hombres, y la imposición de la mediocridad del hombre común en la sociedad
francesa–. Tanto Pouwels como otros, han apoyado a la antropología de derecha
que ve, más allá de la Revolución, al igualitarismo cristiano como la fuente de
debilidad en la civilización europea. Pouwels y Benoist elogiaron el “elitismo
perceptivo” de las sociedades europeas precristianas como una fuente de
virtudes culturales que los europeos modernos deberían reavivar y renovar.
Esta insistencia en la razonabilidad
del elitismo encaja con la predilección de la nueva derecha por el liberalismo
clásico en la visión de una sociedad en la cual el gobierno se rehúsa a imponer
una igualdad artificial entre los ciudadanos y en la que los individuos son
libres de comprender todas las ventajas de sus talentos. Algunos intelectuales
de la nueva derecha también proclaman que, justamente porque el igualitarismo
es artificial, es que se requiere una mano dura y un rol reforzado por parte
del gobierno. Este es, sostienen, el origen del totalitarismo.
El elitismo, en el pensamiento de la
nueva derecha, es ciertamente una de las principales razones para el viraje de
unos pocos intelectuales franceses desde la izquierda hacia el GRECE. Nosotros
creemos que son pocas las posibilidades de que esto se extienda en el futuro, a
pesar de ciertas similitudes y ocasionales alianzas en los puntos de vista.
Recientemente, los intelectuales de la nueva derecha le han restado importancia
al antiigualitarismo e incluso al anticristianismo en el pensamiento de
GRECE/Horloge, pero los intelectuales de izquierda y algunos conservadores como
Revel, que se consideran a sí mismos como “hombres de izquierda”, están aún
comprometidos con el igualitarismo como la esencia de la tradición
democrático-republicana de Francia. Los políticos conservadores esquivan las
oportunidades de cerrar trato en su fidelidad con Horloge, e incluso Pauwles
habla ya poco de las virtudes del paganismo y el elitismo.
Reacciones en la Nueva Izquierda
Las reacciones ante las controvertidas posiciones sociales y éticas de los intelectuales de la Nueva Izquierda han sido variadas. Los intelectuales marxistas fieles a las ideas y tendencias de la izquierda los han rechazado de plano; otros, que no pertenecen ni a la Nueva Izquierda ni a los viejos círculos de izquierda, les han encontrado algunas virtudes. Regis Debray, por ejemplo, que todavía marca la agenda y la ideología de la izquierda y (a veces) aconseja a Mitterrand en cuestiones de política exterior, escribe diatribas contra los nuevos renegados intelectuales, y los condena por renunciar al discurso escrito y convertirse en superficiales figuras mediáticas. Reclama especialmente que los Nuevos Filósofos de Izquierda hayan sido rediseñados intelectualmente por la televisión y convertidos en cabezas parlantes vacías, incapaces de escritura filosófica precisa*. Raymond Aron, venerado decano del actual pensamiento conservador francés, detestaba a los intelectuales de la Nueva Izquierda y a menudo comparaba su anti-igualitarismo elitista con los peores esfuerzos antidemocráticos del conservadurismo francés. Annie Kriegel se sumó al temor de Aron de que en la Nueva Izquierda acecharan sentimientos racistas y fascistas, tanto por la hostilidad que ésta demuestra contra las influencias culturales foráneas, como en las ideas que profesa en cuestiones de genética, herencia y etnología. Pero Aron está muerto, a Debray ya no se lo considera un pensador serio, y Kriegel nunca se ganó un grupo amplio de seguidores. Frente a estos críticos, la Nueva Izquierda puede señalar en su favor el aprecio de Michel Foucault, el pensador más profundo e influyente de Francia. Foucault ha elogiado a los advenedizos porque, entre otras cosas, les ha recordado a los filósofos las “sangrientas” consecuencias de la teoría social racionalista de la Ilustración del siglo XVIII y del período revolucionario.
* El libro de Debray Profesores, escritores, celebridades: los intelectuales de la Francia moderna es una sola y larga diatriba contra los intelectuales de izquierda renegados y sus eventuales aliados en la derecha.
Apéndice B
Libros importantes de Glucksmann y Levy
André Glucksmann
La cuisinière et le mangeur-d'hommes (La cocinera y el devorador de hombres), 1975.
Leído como un comentario sobre El Archipiélago de Gulag, este "ensayo sobre las relaciones entre el Estado, el marxismo y los campos de concentración" es un minucioso y detallado estudio acerca de la desastrosa historia económica y política de la Unión Soviética, en contrapunto con las altas declaraciones de sus líderes.
Les Maîtres Penseurs (Los maestros pensadores), 1977. El aclamado examen de Glucksmann sobre el impacto de la filosofía alemana del siglo XIX en el surgimiento del Estado alemán y en el siglo XX. Lo más relevante: expone el vínculo entre filósofos como Marx y Nietzsche y las tiranías modernas.
Bernard-Henri Levy
Barbarie à visage humain (La barbarie con rostro humano), 1977.
Levy ubica las raíces del totalitarismo moderno en el optimismo y el racionalismo de la Ilustración del siglo XVIII, quien primero definió, según explica, al Estado como un agente del progreso. Desde este rol, sostiene Levy, el Estado ha demandado invariablemente un poder absoluto, degradando en mayor o menor medida la autoridad del individuo.
[1] Raymond Aron, uno de los pocos pensadores significativos que resistían la absorción, deploró la afinidad de sus pares con la izquierda –especialmente su servilismo aceptando tantas atrocidades como las purgas estalinistas y el demoledor levantamiento húngaro, y su hipocresía defendiendo semejante farsa como el culto a la personalidad de Stalin. Aron analizó en su estudio sobre el fenómeno -El opio de los intelectuales (1955)- que la izquierda contemporánea, particularmente los comunistas, había tenido éxito ganando y manteniendo las lealtades de los intelectuales porque había gratificado dos necesidades profundamente sentidas: aseguró a los intelectuales su relevancia en el proceso político, y organizó y dio rienda suelta a su desenfrenado penchant for criticism.
[2] Gallo, arrastrado por la corriente por un tiempo, escribió un libro que, entre otras cosas, critica al PCF. Cuando la titularidad del diario socialista Le Matin cambia de manos en los primeros días del año, Gallo pasa a ser su editor y, algunos lo habían especulado, por instancias de Mitterrand.
[3] En mayo-junio de 1968, meses antes de la intensificación de las protestas, los estudiantes levantaron barricadas en la universidad de París e iniciaron un período de guerra de guerrillas en las calles del Barrio Latino. La protesta se extendió a otras ciudades universitarias; los estudiantes estaban acompañados por 7 millones de trabajadores en huelga (que ocupaban fábricas), el transporte y los servicios públicos parados al tope; y los 10 años del antiguo gobierno del general de Gaulle se tambalearon. Los estudiantes marxistas miraban al Partido Comunista en búsqueda de liderazgo y de una declaración de un gobierno provisional, pero los líderes del PCF ya estaban tratando de refrenar la revuelta obrera y denunciaron a los estudiantes radicales como anarquistas confundidos. Muchos estudiantes concluyeron que el PCF había hecho un trato con de Gaulle, quien finalmente liquidó la revuelta.
[4] Althusser, que fue el mentor de Levy y de Glucksmann en la ENS, estranguló a su mujer en 1980 y terminó sus cinco últimos años de vida en prisión. En su última entrevista televisiva, Sartre admitió que el marxismo había resultado un fracaso.
[5] En sus populares libros (ver apéndice B), Glucksmann y Levy argumentan que la máquina alimenta a una humanidad ingenua en parte a través de sofistiquerías de intelectuales corruptos. De hecho, dice Levy: “La única revolución exitosa de este siglo es el totalitarismo”, al cual el estado soviético ha provisto maestros consumados y durables. De ahí, también, la ecuación de los nuevos filósofos, popularizada por Glucksmann, “Hitler=Stalin. Stalin=Hitler”.
[6] Los socialistas de Mitterrand se beneficiaron mucho más, en 1981, por el 16 por ciento de neogaullistas de Jacques Chirac que se quedaron en casa en vez de ir a votar a Giscard d’Estaing, y por el 5 por ciento de votantes de centro, que previamente se encontraban en el campo de Giscard, y se pasaron, para dar una oportunidad a los socialistas.
[7] Hay dos excepciones: Glucksmann y el editor Jean-Eden Hallier son propensos a declaraciones que frecuentemente son un golpe de inventiva para GRECE. Annie Kriegel escribe para el diario de Hersant, Figaro, pero menos como exponente de las ideas de la nueva derecha y más como crítica de la izquierda.
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