Después de la Unión Europea // Franco Berardi
El hilo
enredado del posible
¿Es posible reducir la infinita complejidad de las formas
sociales en caótica evolución a una tendencia central, a un “atractor”
universal del devenir del mundo? Desde un punto de vista filosófico no es legítimo
hacerlo, porque debemos mantener bien firme el principio de un exceso infinito,
y por consiguiente irreducible, del devenir con respecto a lo conocido.
Pero desde el punto de vista de la orientación en el
devenir social, sí, podemos e incluso debemos hacerlo. Un gesto interrumpe el
regreso ad infinitum, e inaugura la acción
de la que Paolo Virno habla en su E così
via all’infinito.
Debemos buscar una pista de la intrincada madeja para
saber dónde obrar, aceptando que estamos a tiempo para hacerlo (y no es dicho),
aceptando que poseemos la potencia para hacerlo (y no es dicho).
La celebradísima undécima tesis sobre Feuerbach, el pilar
central de la metodología revolucionaria del último siglo y medio, tal vez haya
sido simplemente derrocada. “Finalmente los filósofos han interpretado el
mundo, ahora se trata de cambiarlo”, escribía Marx, y los filósofos del último
siglo lo hemos intentado. Los resultados son catastróficos si vemos el panorama
del siglo XXI que ya despliega sus facetes horribles, más horribles de cuanto
fuera lícito esperar.
El deber del filósofo no es cambiar el mundo, que es en
todo caso una frase de locos si me lo permiten, ya que el mundo cambia
continuamente y no necesita ni de mí ni de ti para cambiar. El deber del
filósofo es interpretarlo, o sea tomar la tendencia y sobretodo enunciar las
posibilidades que le están inscriptas. Es el deber principal de los filósofos
porque el ojo de los políticos no ve el posible, atraído como está del
probable. Y el probable no es amigo del posible: el probable es la Geltast que
nos permite ver aquello que ya conocemos, y al mismo tiempo impide ver aquello
que no conocemos y que sin embargo está ahí, delante de nuestros ojos.
Recoger el posible, ver en su interior la maraña del
presente, el hilo que permite desatar los nudos. Si no tomas ahora ese hilo,
los nudos se aprietan, y antes o después te estrangulan.
Habíamos pensado que era más importante cambiar el mundo
que interpretarlo, y así fue que nadie ha interpretado el enredo que se ha
constituido a partir del decenio de la gran revuelta. Alguno ha probado
hacerlo, en minoría y casi solitario. Alguno dijo: el hilo esencial del presente
enredo es aquel que conecte el saber, la tecnología y el trabajo.
El hilo esencial es aquel que libera el tiempo del
trabajo gracias a la evolución del saber aplicado en forma tecnológica.
El único modo de evitar que el hilo se enrede hasta
terminar en un nudo inextricable es seguir el método que Marx sugiriera en otro
texto (menos celebrado pero más actual), el Fragmento
sobre las máquinas. Transformar la tendencia hacia la reducción del tiempo
de trabajo necesario en proceso activo de reducción del tiempo de trabajo a
paridad de riqueza. Liberar el tiempo de vida del vínculo del salario. Desconectar
la sobrevivencia del trabajo, abandonar la superstición central de la época moderna,
aquella que somete la vida al trabajo.
En el Fragmento,
Marx interpreta, no pretende cambiar, quiere simplemente indicar aquello que es
posible leyendo en las vísceras de las relaciones entre saber, tecnología y
tiempo de trabajo. Habíamos pensado que se podría huir de la catástrofe
imponiéndonos cambiar el mundo y olvidando la cuestión central, la única capaz
de resolver el enredo.
Frente a la tendencia hacia la reducción del tiempo de
trabajo necesario, que se manifestó a fines de los años ochenta como tendencia
principal, el movimiento obrero ha pensado que se trataba de resistir. Nunca
una palabra fue más desgraciada, más perniciosa para la inteligencia. Resistir
a la tendencia y cambiar el mundo: bella pareja de disparate.
La
contraofensiva de los impotentes
El movimiento obrero ha defendido la ocupación y la
composición existente del trabajo, de modo que la tecnología aparece como un
enemigo de los trabajadores, y el capital se ha adueñado de ella para
acrecentar la explotación y para sujetar los destinos de la sociedad a un
trabajo inútil.
Todos los gobiernos del mundo han predicado la necesidad
de trabajar más justamente cuando era el momento de organizar la expulsión del
régimen del trabajo asalariado, justamente cuando era el momento de transferir
el tiempo humano de la esfera de las prestaciones a la esfera del cuidado de
sí.
El efecto ha sido una enorme sobrecarga de estrés y un empobrecimiento
de la sociedad. Dado que ya no había más necesidad de tantos trabajadores, el
trabajo se ha depreciado, cuesta siempre menos y es siempre más precario y
desgraciado.
Los trabajadores han intentado cerrar la ofensiva liberal
con la democracia y con la izquierda, pero tan solo han medido la impotencia de
la democracia mientras que la izquierda predicaba la competencia, la
privatización, prometía trabajo y ofrecía precariedad.
Finalmente los trabajadores se han enfurecido, y el
resultado es la insurrección de los impotentes que está derribando el orden
liberal, la insurrección de aquellos que el neoliberalismo ha privado de la
alegría de vivir. Constreñidos a trabajar siempre demás, a ganar siempre menos,
privados del tiempo para gozar de la vida y para conocer la dulzura de los
otros seres humanos en condiciones no de competencia, privados del acceso al
saber, constreñidos a dirigirse a las agencias mediáticas de propagación de la
ignorancia, y finalmente convencidos por ignorancia que sus enemigos son
aquellos que son más impotentes que ellos.
¿Se cerrará esta ola idiota? No se cerrará hasta tanto su
energía, que proviene de la impotencia y de la rabia que nace de la impotencia,
no se haya agotado. La clase social que ha llevado al poder a Trump para
reaccionar frente a la depresión no ganará mucho. Algo sí, al inicio. Por
ejemplo, en vez de emplear a 2.200 trabajadores en un establecimiento mejicano,
la Ford fue obligada a emplear 700 en una fábrica en territorio norteamericano.
Bella ganancia.
Si los trabajadores internacionalistas eran capaces de
solidaridad, los impotentes no conocen esa palabra, al punto tal que la han
rebautizado “buenismo”. En cierto modo, aquellos que han votado por Trump (o
por los muchos Trump que proliferan en Europa) se darán cuenta que sus salarios
no aumentan, y que la explotación es más intensa. Pero entonces no se rebelarán
contra el propio presidente, sino que al contrario le echarán la culpa a los
mejicanos, o bien a los afroamericanos, o bien a los intelectuales del New York Times. La ola está solo en el
inicio y quien se ilusione con poder contenerla no ha entendido bien. Esta ola
está destruyendo todo: la democracia, la paz, la conciencia solidaria y
finalmente la sobrevivencia.
¿Debemos
disparar sobre la izquierda?
Hasta aquellos que han gobernado en los gobiernos de
centroizquierda ahora se están dando cuenta del desastre que han concertado. Se
dan cuenta solo porque la ola los está barriendo.
De golpe, como si despertasen de un sueño, los actores políticos
de los gobiernos que han reformado los países europeos siguiendo las líneas del
neoliberalismo, y que han impuesto la jaula del Fiscal compacto, descubren el
desastre y se lanzan a la carrera tras un tren que se ha ido ya hace rato.
¿Qué podemos esperar de la evolución de la izquierda
europea?
Un bello artículo de Marco Revelli sobre el manifiesto
del 14 de febrero describía la crisis de la situación política italiana en
términos de psicopatía, o más bien de entropía del sentido.
El discurso de Revelli no se debe entender como una
metáfora. La psicopatía no es una metáfora, sino la descripción científica de
la ola Trumper y (de manera derrotista) de la descomposición de la izquierda.
Las zonas sociales en las cuales Trump triunfa en los
Estados Unidos son aquellas donde la miseria psíquica es más devastadora. La
epidemia depresiva y el diluvio de los opiáceos, el consumo de heroína
quintuplicado en un decenio, el pico de suicidios: esta es la condición
material de la así llamada clase media americana, obreros exprimidos como
limones, desocupados devastados por la impotencia. El fascismo trumperista nace
como reacción del inconsciente macho blanco ante la impotencia sensual y
política de la época de Obama.
El presidente negro se presentó en escena diciendo: Yes, we can. Pero sin embargo, la
experiencia ha mostrado que no podemos más nada, ni siquiera cerrar Guantánamo,
ni siquiera impedir a los desequilibrados la compra de armas de guerra de los
drogueros del barrio, ni salir de la guerra infinita de Bush.
La derecha se alimenta de esta impotente reacción a la
impotencia, la izquierda comienza a darse cuenta de lo que ha armado, pero es
demasiado tarde.
O quizás no es demasiado tarde, simplemente no se logra
ver que la solución del problema está exactamente en la dirección contraria a
la que ha impuesto el liberalismo con la ayuda decisiva de la izquierda.
¿Dónde está la solución? La solución está en la relación
entre el saber tecnológico y el trabajo, que deja al trabajo humano superfluo
pero no desata el nudo del salario. El aumento de la productividad lo hizo posible la tecnología desde hace mucho tiempo,
ha encaminado la erosión del tiempo de trabajo, pero ahora la inserción de la
inteligencia artificial en los mecanismos de automatización barrerá con el
trabajo de millones de personas en cada ámbito de la vida productiva, y es
inútil oponerse a esta tendencia imparable en la defensa del puesto de trabajo.
Solamente una ofensiva cultural y política por la reducción del tiempo de
trabajo y por la rescisión de la relación entre rédito y trabajo puede desatar
el nudo.
No es un problema político sino cognitivo, y psíquico: se
trata realmente de un doble legado, o imposición contradictoria, llámala como
quieras. La imposición donde la derecha subyace (y que impone a la sociedad
entera) es la obligación social al trabajo dependiente, la obligación de trocar
tiempo de vida para sobrevivir. Desenredar este vínculo epistémico y práctico
es la premisa para desplegar libremente la energía cognitiva hacia el bien de
todos.
La extinción del trabajo es un proceso que no se logra
elaborar pero se está intentando contrastar con efectos culturalmente y
políticamente desastrosos.
Los pueblos se sienten amenazados y se convierten al
nacionalismo, que se resuelve en una forma pseudo conocida de suprematismo
blanco.
El
precipicio europeo
Sobre este fondo, la crisis europea queda como suspendida
en los bordes de un precipicio.
Las medidas de austeridad que debieran estabilizar el
cuadro financiero han dañado el cuadro social hasta el punto que ahora, para la
mayor parte de la población europea, la Unión Europea se ha convertido en
sinónimo de trampa. La democracia se ha mostrado impotente para contener la intromisión
del sistema financiero, y la frustración se ha transformado en una ola torva en
la cual la competencia económica toma forma nacionalista y racista.
Sobre la cuestión europea ha faltado una estrategia
autónoma de los movimientos.
En 2005, la izquierda crítica europea elige sostener el
“sí” en los referendos sobre la constitución (pero de hecho sobre la liberación
del mercado del trabajo) que tuvieron lugar en Francia y en Holanda, y de este
modo entrega al Frente Nacional lepenista la dirección de la revuelta
antifinanciera.
Desde entonces, los movimientos se han paralizado entre
la alternativa de la globalización liberal y el nacionalismo independiente.
Durante el verano de la humillación griega lo habíamos
visto bien: no hubo ningún movimiento europeo que expresara solidaridad
política con el pueblo griego.
Los dirigentes de la izquierda europea (comenzando por el
italiano Renzi) han mostrado toda su pusilanimidad, pero el silencio de la
sociedad ha sido todavía más escalofriante. La humillación griega (y el
autodesprecio que ha acompañado a toda la izquierda europea desde aquel
momento) ha provocado un cambio definitivo de percepción. Desde entonces, el
proceso europeo da miedo, percibido como un predador del cual hay que
protegerse. La consecuencia del todo previsible (también así predecible de
repetir el guion de los años 20 del siglo pasado) es el retorno del independentismo
nacionalista.
El emergente nacionalismo europeo va inserto, sin embargo,
en un contexto global de tipo nuevo, que Sergey Lvrov ha definido post-west-order.
El orden occidental (basado en la defensa de la
democracia contra el socialismo soviético) parece disiparse, ahora que la
oposición ideológica contra Rusia es sustituida por una especie de pacto
suprematista blanco.
En un artículo publicado en The American Interest, en junio de 2016, Zbignew Brzesinski describe
el panorama de los próximos años siguiendo un esquema alarmante: Daesch (el
Estado islámico) podría ser solo la primera señal de una sublevación de largo alcance
con características de vuelta en vuelta terrorista, nacionalista, fascista: el
inicio de una suerte de guerra civil planetaria.
Los pueblos devastados por la violencia del colonialismo
están iniciando una revuelta contra la supremacía blanca.
En este contexto, la política de Trump hacia Rusia revela
un diseño estratégico de tipo blanco suprematista. Trump procede de modo contradictorio
con Rusia, pero su diseño estratégico va en dirección de la unidad de los
cristianos, de los blancos, de la raza guerrera superior. Si hay un hilo de
razonamiento en la pesadilla distópica que Trump tiene en mente, este hilo es
el suprematismo blanco.
Europa
está podrida pero nosotros vamos a hacer otra
Es probable que esta pesadilla esté por tragarse Europa.
La Unión Europea está en agonía desde hace tiempo, pronto se iniciará su
descomposición.
Los antídotos parecen exhaustos, y la austeridad no
atenúa sus apuros.
El nacionalismo aparece como una venganza que han
desencadenado los pueblos enfurecidos por la impotencia contra las izquierdas
neoliberales. Es difícil pensar que la ola pueda cerrarse antes de haber
agotado sus energías en la dirección que ya se puede entrever.
La salida más probable en el término medio es la guerra
civil europea, en el contexto de la guerra civil global.
¿Hay un camino de salida?
Solo los idiotas pueden indicar la vía del retorno a la
soberanía nacional, la de la moneda nacional. Es la receta que nos llevará a
repetir la guerra civil yugoslava a escala continental.
El camino de salida no está por cierto en las medias
palabras de autocrítica nunca explícita que vienen afuera de las bocas de los
dirigentes de la izquierda alemana, francesa, italiana. Tampoco el camino de
salida está en la promesa de un improbable
empeño por el salario de la ciudadanía en un país, Francia, en la cual
los socialistas casi no tienen posibilidad alguna de conseguir el balotaje. (Y
en el caso de que Hamon lograse el balotaje lo primero que cancelaría de su
programa sería justamente el salario de la ciudadanía).
El camino de salida no está en la campaña contra el
Brexit que ha lanzado Tony Blair, criminal de guerra y ejecutor de la
devastación neoliberal de la sociedad. Muchos han votado el Brexit justamente
por odio y por venganza contra esta izquierda. Yo votaré por el Brexit si la
alternativa es Tony Blair, y muchos otros harán como yo.
Pero, entonces, ¿hay un camino de salida de la guerra
civil europea?
El camino de salida está solo en un movimiento
gigantesco, en una recuperación consciente de la parte pensante de la sociedad
europea. Queda solo la esperanza de que una minoría relevante de la primera
generación conectiva encuentre la vía de la solidaridad y del sabotaje. Solo la
ocupación de cien universidades europeas, solo una insurrección del trabajo
cognitivo podría encauzar una reinvención del proyecto europeo. Es poco
probable, pero el posible no es amigo del probable.
Se necesita un movimiento que tome nota del fracaso que
no es nuestro fracaso, no es el fracaso de la generación Erasmus, no es el
fracaso de los trabajadores precarios y cognitivos, es el fracaso de la
izquierda neoliberal, de la clase política sometida al sistema financiero.
Gracias a estas personas Europa está muerta, pero
nosotros haremos otra. Inmediatamente, sin perder tiempo, una Europa social,
una Europa de la igualdad y de la libertad del trabajo asalariado.
[Intervención
preparada para el Encuentro Nacional Universitario que tuvo lugar el 12 de
marzo de 2017 en Bolonia, Italia. Fuente: Revista Effimera]