Respuesta a Emir Sader // Verónica Gago
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La acusación de Emir
Sader (ver
acá) a quienes firmamos el manifiesto
impulsado contra el despojo de la comunidad Shuar a manos de proyectos de
minería megaextractiva y la persecución de lxs militantes de Acción Ecológica
es útil: explicita muchas de las
razones que contribuyen a lo que él dice querer evitar: la debilidad –envuelta
en soberbia– de lo que fueron o son los llamados “gobiernos progresistas” y de
muchos de los intelectuales que se consideran orgánicos a ellos. Veamos los
puntos:
1)
El lugar en el que ubica a las luchas sociales por el territorio y por
la vida.
Él dice: “Más allá de la justicia o no del reclamo, más allá de la mayor o
menor importancia del tema”. El menosprecio que implica ese “más allá de la
justicia” y el lugar en el que intelectuales como Sader creen ocupar para
marcar ese más allá, que no es más ni menos que el lugar del calendario
electoral ubicado como instancia superior, reitera una vez más cómo los
conflictos y las luchas concretas sólo son nombradas o convocadas cuando
refrendan la legitimidad de un gobierno. Y cuando no contribuyen a tal
propósito, además de poner en duda su “justicia” o de relativizar el peso de
esa “justicia” con relación a una escena supuestamente “mayor”, son reducidas a
un mero “tema”. De nuevo: el desprecio a las luchas concretas no es más que una
pirueta para no discutir la articulación de los gobiernos con la trama de
negocios con las multinacionales y el modo en que eso se traduce en violencias
concretas para comunidades concretas. No se pide un purismo a los gobiernos
llamados progresistas, sino un balance político sobre los efectos concretos que
se esconden una y otra vez en nombre de la “soberanía nacional”.
2)
El tiempo en el que ubica a las luchas sociales por el territorio y
por la vida. Dice Sader que en las inminentes elecciones presidenciales en
Ecuador de lo que “se trata es del futuro del país”. ¿Debemos entender que las
luchas que piden un acompañamiento y un pronunciamiento público complotan
contra el futuro? La culpabilización
a los movimientos y a las organizaciones que no se cuadran es bien jodido:
justifica su criminalización en
nombre de una soberanía abstracta y a futuro, justifica en el presente la
avanzada neoextractiva depredadora. Pero aún de modo más irónico, Sader dice
que la eventual victoria del candidato opositor al oficialismo representará “la
devastación de la Amazonia y de los pueblos que la habitan”. Es llamativo cómo
ese “tema” le interesa sólo a futuro y como argumento a favor del voto del
candidato que apoya Correa (es gracioso incluso que advierta sobre la amenaza
que viene con la palabra “desmonte” de todo lo conquistado).
3)
La acusación a la
construcción de alianzas y redes de apoyo. Sader habla a los intelectuales (en
masculino, por supuesto). Con eso, primero desprecia a las organizaciones y
luchas que son las impulsoras del manifiesto. Luego, explica que lxs firmantes
o estamos engañadxs o tenemos mala fé o somos hipócritas porque la ecuación es
simple: apoyar a las luchas en los territorios es hacerle el juego a la derecha
y debilitar al gobierno (a escala regional). En América latina, ese binarismo
logró congelar durante bastantes años las posibilidades de discusión, imposibilitó
a muchas luchas tener un lugar sin quedar subsumidas en si estaban a favor o en
contra de los gobiernos. La ofensiva conservadora y neoliberal de la región que
estamos presenciando se debe en parte al modo en que esos espacios de debate internos,
de escucha a los movimientos, de crítica no canalla fueron desconocidos,
despreciados y, en muchos casos, perseguidos. Al modo en que se disciplinó
desde arriba toda crítica a las articulaciones problemáticas entre
neodesarrollismo, neoliberalismo y neoextractivismo. Que ahora se insista de
nuevo en culpabilizar a la crítica de las derrotas electorales es, ni más ni
menos, lo que permite una vez más quedar a salvo y dejar intocado un modo de
pensamiento político que ya mostró sus límites.
4)
La “ultraizquierda” como
causa de la derrota progresista. Este argumento, que acusa de complot y de instrumentalismo a las
alianzas entre movimientos e intelectuales críticxs, con el sólo propósito de
una posición “aventurera” que busca conseguir un lugar en el campo político, no
sólo es mezquina (se atribuye la famosa hegemonía del espacio político), sino que
sobre todo pone a la crítica como “causante” de un amplio rechazo –que aun no
se termina de discutir a fondo- de la legitimidad de los gobiernos progresistas,
evitando así problematizar en serio las causas de las sucesivas “derrotas”.
Esto implica no sólo la infantilización
del electorado de distintas clases sociales, sino también el desconocimiento de
cómo operan fuerzas bastante más complejas: las iglesias contra la llamada
“ideología de género”, las finanzas como formas de explotación a las economías
populares, las concesiones a las multinacionales como expropiaciones directas a
las comunidades, etc.
5) Lo que Sader llama “la
disputa mayor del continente” es claramente el modo retórico de defensa
abstracta a algunos gobiernos. Que para hacerlo tenga que despreciar a las
luchas concretas y atribuirse el “ser de izquierda” (en este caso como sinónimo
de defender el oficialismo en Ecuador) revela uno de los mayores problemas del
progresismo: el desprecio a las fuerzas sociales que no se encuadran y que
cuestionan los cimientos neoliberales que el progresismo en el poder no se
animó a confrontar. El texto de Sader revela un modo de argumentar más amplio
que es incapaz de dar lugar a una verdadera discusión sobre los efectos
perversos y violentos de las formas de articulación entre capital y Estado en
el ciclo de los gobiernos llamados progresistas. Este cierre revela bastante de
sus recientes derrotas.