Percepción y acción política // Diego Sztulwark
(¿o
qué sería subjetivar no/neoliberalmente?)
Percepción y acción política
(¿o qué sería subjetivar
no/neoliberalmente?)
Intento entrar a lo político a partir de lo político mismo, es
decir de las dinámicas que dividen lo social y las posibilidades de construir
nuevos posibles colectivos. Hoy estamos intentando comprender transformaciones
demasiado recientes, tratando de hacer mapas sobre los comportamientos de las
fuerzas sociales. Y no es posible trazar cartografías si se renuncia a la
percepción.
Deleuze decía que lo político mismo es una cuestión de percepción.
El creía que la “percepción llamada de izquierda” se caracteriza por registrar
el mundo desde el conflicto y las periferias. Mientras que la percepción
llamada “de derecha” lo hace desde la propia estabilidad.
Sostiene que la política es un problema de percepción no de
ideología. No es un problema de doctrina, de interés, sino de percepción. Una
cosa es la percepción desde el conflicto y otra la percepción desde la propia
estabilidad.
Afirma que se puede percibir la realidad a partir de lo que pasa
en el mundo palestino y en el mundo latinoamericano, a pesar de vivir en París
o bien se la puede percibir primero como parisino, después como francés y muy
en la periferia y muy al final el conflicto, llamado Tercer mundo (ubicándonos
en la época en que él escribía esto).
Es decir tenemos un tipo de percepción a partir de la cual el
conflicto y las luchas sociales están en el centro y a partir de ahí
estructuramos nuestra percepción o bien desplazamos el conflicto y tratamos de
registrar el mundo a partir de nuestro deseo de estabilidad, de orden.
Podríamos empezar a pensar la cuestión política asumiendo la de la
percepción e intentar hacer una distinción entre derechas e izquierdas.
Llamaríamos de derecha a los que desplazan, eluden o rechazan el problema de la
transformación o del acontecimiento y de izquierda a aquellos que quieren, que
intentan ponerlo en el centro, sienten como próximo el problema de la
transformación o el acontecimiento, ponen en el centro el conflicto.
Esta idea de percepción permite reacomodar muchas cosas. Deleuze
dice básicamente: “no hay gobiernos de izquierda”. No hay que esperar gobiernos
de izquierda. La derecha y la izquierda no son categorías que sirvan para
pensar el Estado. Sirven para pensar el deseo de transformación o su bloqueo y
en todo caso cuando nos interese hacer distinciones a nivel de los estados o
gobiernos, habría gobiernos más o menos permeables a las transformaciones.
Están aquellos que los impiden activamente o los que pueden favorecerlas,
tolerarlas, establecer un diálogo. Pero la transformación no es asunto del
Estado, es tema de las percepciones, de lo que Deleuze llama los “devenires
minoritarios”. Conjunto de transformaciones que no tienen un sujeto político
estructurado, tradicional, reconocible en el sistema político.
Me parece muy importante hacer esta entrada a la cuestión de lo
político. Propongo pensar lo político en lo político mismo. Es decir, meternos
de lleno en la coyuntura actual. Es abstracto querer pensar lo político por
fuera de la coyuntura que se está viviendo. Eso supone una atención, un
registro de las coyunturas que se están
viviendo, si es que se quiere hablar de política.
El problema es que estamos tratando de entender todavía qué es lo
que se transformó en el país y en la región en los últimos años. Creo que los
análisis políticos despreciaron mucho un conjunto de fenómenos que son los que
explican la transformación en que estamos metidos. No es posible pensar lo
político sin declarar la perplejidad por lo que está pasando en nuestra región,
la necesidad de situarse para entender, comprender, los límites de las
políticas de los últimos años e intentar extraer de la situación categorías y
disposiciones sensibles para poder afrontar de lo que viene.
Propongo entonces pensar la coyuntura actual retomando el problema
de la percepción, es decir, tratando de situar lo político ante todo como un
problema de percepción. Esto abre al pensamiento de Suely Rolnik
–psicoanalista, artista, brasileña, que vive en San Pablo- quién a propósito de
la coyuntura latinoamericana actual, sudamericana, argentino-brasileña del
último año -para ser todavía más precisos- sostiene que no podríamos agotar un
balance de lo que está pasando políticamente en el cono Sur de América, si miramos
solamente lo que se llama la macro-política, los partidos políticos sin Estado.
Cuando hablamos de política hablamos siempre de eso, pero al mismo tiempo es
imposible hacer un balance político de lo que pasó si sólo prestamos atención a
ese nivel. Por eso traje a Deleuze, porque hay un problema de cómo se trabajan
las percepciones.
El problema de las percepciones no se lo constituye simplemente a
nivel de lo macro-político, hay que abrir otra zona, que Suely Rolnik llama:
“micro-política”, en la que actúan un conjunto de dispositivos que operan sobre
la percepción, sobre la sensibilidad, sobre el deseo. La política ha
subestimado el hecho de que la subjetivación –que en los últimos años se puso
en juego, ahora lo vemos más claro- fue neoliberal, aun cuando algunas
políticas de los gobiernos –llamémoslos de izquierda- no lo fueran. Suely
define por izquierda: “un mínimo, mínimo”. Se refiere a poner un mínimo de
filtro, un mínimo de distancia, un mínimo de autonomía, un mínimo de frontera,
respecto al modo en que el Mercado Mundial descarga sobre los países
sudamericanos la crisis, se trata de no obedecer absolutamente. Ese “mínimo
mínimo” es lo que pueden hacer, dice Suely, las izquierdas nacionales a nivel
macro-político: una mínima protección. Desde esa postura Rolnik se va a
preguntar cómo explicar la situación de derrota electoral de estas izquierdas
en varios países y el tipo de conversión social que la acompaña.
No podemos pensar esta situación sin considerar que en paralelo
con este “mínimo mínimo”, o lo que llamamos “voluntad de inclusión” –que puso
en juego el kirchnerismo en Argentina, el PT en Brasil- funcionaron estos años
micro-políticas neoliberales ligadas al consumo, a la comunicación, a las
finanzas, que subjetivaron al modo neoliberal. Así que tenemos una situación en
la cual por más de una década en algunas zonas de Sudamérica, las luchas
sociales dieron lugar a gobiernos progresistas, o llamados de izquierda –desde
ese “mínimo mínimo”- junto con una mecánica social que no dejó de ser neoliberal.
A esta doble dimensión, macro y micro política hay que prestarle mucha
atención, pienso, porque sigue dando mucho que pensar.
Álvaro García Linera, el vicepresidente de Bolivia -la mente más
analítica de los gobiernos progresistas de la región- hace un balance del
referéndum que se hizo en Bolivia en febrero pasado, en el que el gobierno de
Evo Morales perdió muy ajustadamente -se votaba la posibilidad de una
re-re-elección-. Llama a las masas plebeyas que los gobiernos llamados “progresistas”
incluyeron en el consumo, “nuevas clases medias despolitizadas”. Tenemos nuevas
clases medias, una recomposición de la sociedad –a partir del consumo, de
reformas que se hicieron, del papel del Estado, de la nueva estrategia
regional, de la autonomía respecto de EEUU, todo lo que podríamos caracterizar
como discurso progresista- y dentro de ese cuadro encontramos sectores sociales
que se beneficiaron con el aumento del consumo, se situaron de una manera más
ventajosa en la estructura social y sin embargo, votan en contra de esos
gobiernos. En Argentina, en Bolivia, las derrotas electorales de los gobiernos
progresistas fueron por muy poca diferencia, aunque los efectos políticos de
las derrotas son contundentes. Álvaro García Linera sostiene que no se han sabido
politizar a esos sectores que se beneficiaron en el plano del consumo y otros
derechos. Este balance nos interesa, porque en él aparecen los problemas que
queremos también nosotros pensar.
Siguiendo a García Linera nos encontramos entonces con que junto
al sistema político clásicamente pensado -partidos políticos, Estado y todo el
juego de la representación- actúan otros mecanismos de recomposición de la
sociedad (redes sociales, producciones semióticas y comunicacionales). Cuando
se habla de despolitización de los sectores que se incluyen en el consumo
-García Linera nombra de este modo lo que pasa en Bolivia, pero podemos
extender el mismo diagnóstico a otras partes de la región-, está señalando un
punto ciego de las políticas progresistas de estos últimos años. El hecho es
que esa incorporación de colectivos de personas al consumo ha supuesto lo que
él llama una “despolitización”, seguramente porque el consumo subjetiva, y el
modo de organizar el consumo suponía una despolitización. Esto es algo que habría
que pensar más a fondo.
Quizás sea más preciso decir que esta inclusión por consumo fue
hecha casi enteramente sobre un andamiaje de micro-políticas neoliberales. Digo
más preciso en el sentido que puede permitirnos pensar más directamente qué tipo
de subjetivación es la que se pone en juego: la idea de “despolitización” no me
parece del todo útil en la medida en que no queda claro que se entendería por
politización.
Traigo esta cita a Álvaro García Linera porque me resulta útil al
menos en dos aspectos. En primer lugar, porque puede ayudar a construir un tipo
de razonamiento que no se limite al dilema sencillo de si se trata de objetar o
bien de acompañar a los gobiernos llamados progresistas. Plantear el problema
de qué balance hacemos de ese período implica ya situarnos ante un escenario
nuevo. Una vez asumido que el balance nos interesa a todos y que puede sacarnos
del dilema pro/contra podemos insertarnos de un nuevo modo en la coyuntura
política actual.
El balance que hace García Linera merece ser completado a la luz
del razonamiento que hace Foucault en uno de sus cursos en el Colegio de Francia según el cual el neoliberalismo es una
forma de gobernar que consiste en interpelar al lazo social en términos
empresariales y en que los sujetos se constituyen con criterios empresariales,
lo que implica una cierta idea de libertad –la libertad de empresa- y una idea
de riesgo –el riesgo empresarial que conlleva a una competitividad muy fuerte
de construcción de uno mismo como un capital que da renta, como un hacer marca
de uno mismo. A partir de esta cita de Foucault puede organizarse de otro modo
el razonamiento, ya que los gobiernos llamados progresistas no han inventado un
modo diferente de gobierno y los actuales gobiernos neoliberales de Argentina y
Brasil son bien capaces de retomar este tipo diagnóstico en su favor. Es decir,
no precisan crear todo desde cero.
El otro uso que querría dar a la cita de Álvaro García Linera
tiene que ver con lo que –nuevamente- Suely Rolnik denomina “inconsciente
colonial”. Lo neoliberal no sería nada sin este tipo de inconsciente. Si hay un
“inconsciente neoliberal”, él mismo no sería nada sino la maduración de una
larga historia en la que lo colonial es absolutamente central. Llama la
atención que nociones que pertenecen a planos analíticos tan distantes (lo
colonial como avatar de la geopolítica, y como modalidad de un inconsciente)
puedan funcionar juntos. Suely Rolnik dice que este “inconsciente colonial”
actúa en cada uno de nosotros como un impulso a la estabilización frente a las
crisis. Nos aferramos un conjunto de referencias a las que estamos
familiarizados y que nos permiten reaccionar ante cualquier imprevisto,
cualquier fuente de caotización proveniente del mundo, es decir, de la
sociedad. Rolnik encuentra en este inconsciente reactivo a transformaciones
sensibles el origen de mecanismos paranoicos, culpógenos y/o racistas. En otras
palabras: en lugar de vivir las crisis –ella las llama “tormentas”- que azotan
a nuestra subjetividad como ocasión para crear nuevas referencias en base a la
alteración de lo sensible, en lugar de crear los territorios existenciales
necesarios para seguir viviendo, nos sometemos a mecanismos que refuerzan
nuestros modos de vida, compensan nuestros sufrimientos, rechazan los
devenires. Y llama dispositivos
micro-políticos, o micro-políticas neoliberales,
al conjunto de estos mecanismos al servicio de la estabilización: formas de
consumo, de espiritualización, de asimilación de discursos teóricos, de
identificaciones políticas o religiosas. En la medida que estén al servicio de
una estabilización de la subjetividad, al servicio de un fortalecimiento de las
referencias que están siendo desestabilizadas, estamos ante la actualización de
un inconsciente colonial, que tiene su origen en la coyuntura en la que lo
cristiano se vuelve Imperio, y luego en una larga historia, en la que se va
desautorizando y debilitando aquello que en la vida es útil para actuar
creativamente en las crisis.
Suely Rolnik como profesora en San Pablo, detecta que el régimen
universitario y muchos alumnos tienen una relación directa con la teoría. Leen
conceptos, los reproducen, los explican. Y se pregunta si eso no es una
expresión de ese “inconsciente colonial”. Si el hecho de que nuestra relación
con el conocimiento sea simplemente la posibilidad de comprender una lógica
conceptual y después reproducirla, agarrarse, apropiarse y vestirse con ella,
incluso habla de usar las teorías como un desodorante (ella habla de un
“desodorante Deleuze”, debe haber también uno “Lacan”, etc.), para que no se
note el mal olor de que uno no se pone a pensar por sí mismo.
Ella dice todo esto con tristeza, por lo difícil que parece ser
que en la universidad, o entre los estudiantes, se adopte como punto de partida
para el pensamiento de preguntas existenciales, aquellas que revelan una
singularidad a partir de la cual sí es productivo seleccionar aquello que la
teoría autorizada tiene para decirnos. El “inconsciente colonial” actúa en el
pensamiento teórico estabilizando categorías, referencias, subjetividades.
Bloquea la posibilidad de crear una situación nueva en la que la teoría no
actúe ya como conjunto de saberes sistematizados sino, como dice Henri
Meschonnic, como reflexión sobre lo que no sabemos.
Quiero hacer una cita más en el mismo sentido. La antropóloga
argentina Rita Segato, que enseña también en Brasil, ha hecho en una entrevista
reciente que le hicieron en la Universidad Libre de Rosario, una distinción
entre “imaginación teórica” y “destreza intelectual”. Considera que la
intelectualidad latinoamericana es mayoritariamente colonial en la medida que
acepta, tanto en las Universidades como a partir de la enorme influencia de la
industria editorial -que selecciona y propone a un conjunto de pensadores generalmente
blancos, de habla inglesa y siempre perteneciente a una geopolítica del
norte- delegar la “imaginación teórica” y asumir como tarea propia sólo
aquellas tareas que implican una “destreza intelectual”. Por imaginación
teórica Segato entiende la capacidad de crear las categorías y referencia que
vuelven habitable y pensable la experiencia que vamos viviendo. Y por destreza
intelectual, la aptitud de traducir, exponer y relacionar categorías de autores
(Adorno, Durkheim, Freud, no importa cuáles). Es, nuevamente, un problema de
colonialidad del saber. ¿Hasta dónde somos capaces de llegar -las militancias,
los intelectuales- con nuestra “imaginación teórica” en las situaciones
políticas que afrontamos?
Al situar lo político en el nivel de la percepción podemos
despejar un primer malentendido posible. Ya sabemos que hay izquierdas
políticas que tienen percepciones de derecha, así como hay movimientos sociales
que no se autodefinirían políticamente como izquierdistas y actúan con
percepciones lo que Deleuze llamaría percepciones “de izquierda”. Entonces,
tenemos que contar con ese tipo de desacoples sobre los que ya John W Cooke
había advertido en los años sesentas respecto del peronismo.
A nivel macropolítico podemos distinguir posiciones más de
izquierda y otras más de derecha. La derecha prioriza el orden y la inversión;
la izquierda quiere que el Estado se encargue de hacer la mínima diferencia de
la que habla Rolnik. Pero después está el problema de cómo nosotros elaboramos
categorías mentales, cómo damos lugar a sensibilidades que puedan crear mundos.
Esta disputa se da fundamentalmente en un nivel micropolítico. Creo que es en
este nivel que Deleuze piensa al poner en el centro la percepción.
La percepción tendría una relación muy fundamental con la manera
de pensar, cosa que ciertas doctrinas de la ideología muchas veces no
consideran. Me refiero a quienes identifican la ideología con una sistemática
de ideas más que a esa capacidad de partir de la percepción a la hora de dar
lugar a una idea.
La filosofía de Deleuze intenta abrir una zona nueva, en donde el
problema no es tanto ser coherentes con ciertos principios, como ser capaz de
pensar a partir de conflictos que se van presentando, que nos afectan y nos
llevan a plantear nuevas categorías para avanzar.
Álvaro García Linera dice, después de una década de gobiernos
progresistas, que las poblaciones beneficiadas con sus políticas se han
despolitizado. Entonces, tal vez corresponda pensar de otro modo la situación,
en la línea de inventar nuevas categorías –una nueva teoría política- para
avanzar en donde estos procesos se han bloqueado.
¿Cómo entender esto? La teoría política habitual de los últimos
años entre los sectores progresistas, me refiero a la llamada política
“populista” –lo digo presuponiendo que todos están al tanto que este término no
es peyorativo, sino un nombre auto atribuido-, no tiene demasiados recursos
para pensar todo esto. Y no los tiene, es porque considera que, en general, si
el pueblo –sectores plebeyos incluidos en el consumo y en un discurso de
derechos- está siendo protagonista de un proceso, si se beneficia de él,
entonces no hay modo de explicar por qué vota en contra. En otras palabras: se
desarma esa idea de un pueblo que es sujeto, de un sujeto que es pueblo.
¿A qué otras imágenes podemos acudir para pensar todo esto de otro
modo? En general se resuelve esta aporía con una teoría de la pura manipulación
de los medios de comunicación en contra de los intereses de la gente. Me parece
una explicación tan verdadera como insuficiente. Los medios de comunicación
manipulan -¿qué duda cabe?- pero la eficacia de esta manipulación depende de
factores más complejos. Habría que volver a esa zona de las subjetividades que
interesan a Suely Rolnik cuando habla de las micro-políticas neoliberales, a
los inconscientes coloniales, para pensar desde allí cómo operan los medios de
comunicación y en qué suelo logran producir efectos. Creo que volvemos sobre el
“punto ciego”, sobre lo impensado por las teorías populistas que celebraron el
crecimiento y la inclusión sin producir distinciones en torno a los modos de
subjetivar involucrados en determinados modos del consumo, en todas las clases
sociales. No creo que funcione realmente reducir toda esta complejidad a una
denuncia de los medios de comunicación.
Entonces, no me planteo la cuestión de si estoy o no de acuerdo
con el diagnóstico de Álvaro García Lineras (la despolitización de los
incluidos). Sí me planteo la pregunta sobre qué otra a forma de democratización
podemos concebir. Esa pregunta me lleva al problema del protagonismo popular.
No del pueblo-sujeto, sino de los nuevos sujetos. Lo que supone ya un cambio de
teoría. ¿Cómo pensar la división política a partir de la emergencia de nuevos
sujetos que pueden impulsar nuevas formas de subjetivación política si ocupan
de modo más decidido el centro de la escena, o lo que es lo mismo, si se los
coloca en la escena de la decisión política?
Pregunto hacia adelante, no me interesa rascar hacia atrás. Si el
balance de los protagonistas de los llamados “gobiernos” indica que incluso sus
propios éxitos conllevan una despolitización, señalando de ese modo un límite
del propio proceso, cómo no introducir allí la pregunta ineludible: ¿qué otro
modo de pensar lo político hay? Porque todo balance elabora líneas de acción.
Me parece importante que este estado de balance no se cierre.
Con la categoría de despolitización se pierde la idea de
“inconsciente colonial”. Porque la despolitización siempre queda en manos de la
militancia, es un límite de ella no haber participado más, no haber politizado
más. Lo que se pierde es pensar más radicalmente, que las formas de inclusión
que se pusieron en juego subjetivaron neoliberalmente. Eso es una cuestión
fundamental. Generaron percepciones, una cierta relación con el deseo, ciertos
posicionamientos. Si ese es el problema, podríamos preguntarnos si en la
dinámica latinoamericana no existieron experiencias comunitario- populares que
subjetivaban de otra manera. ¿Qué relación tuvo la política estatal con esas
experiencias? Y ¿por dónde podríamos encontrar una fuente de imaginarios
diferentes a ésta que provino de esta manera de pensar la inclusión?
Entonces: ¿cómo interpretar el planteo según el cual los procesos
de inclusión tuvieron un déficit de politización? Evitemos una interpretación
demasiado sencilla, del tipo: faltó más propaganda, más entusiasmo militante,
más pedagogía política. Con todo lo necesario que es en política activar una
voluntad militante, el balance de García Linera nos señala otro problema: el de
cómo subjetivan los propios mecanismos de la inclusión. Ahí hay algo que
entender mejor.
¿Y qué sería subjetivar no/neoliberalmente? Quizás sea ésta hoy la
gran pregunta. Hay una imposibilidad de responder a esto teóricamente. Ya hemos
referido al “inconsciente colonial”. Hemos insinuado que los instrumentos de
inclusión –con todo lo que de valioso podamos advertir allí- sostuvieron una dialéctica
oscura con ese inconsciente colonial.
En el encuentro que tuvimos aquí por mayo, intentaba situar la
crisis del 2001 como un momento donde aparecían subjetividades estratégicas, o
subjetividades de la crisis. Fue, sin dudas, un período de intensa
politización. Sobre todo a nivel micropolítico. Algo bastante inverso al
período posterior, el de inclusión social, en el cual la sociedad parece
haberse polarizado a nivel macro y perdido creatividad de estrategias a nivel
micro, a nivel de creación de territorios existenciales.
Llegamos a un momento en el cual es vital profundizar este tipo de
balances. Si vamos a ir a fondo, vamos a necesitar categorías que no son sólo
las de la teoría política que estos años desarrolló esta perspectiva. Si vamos
a cambiar: ¿hacia dónde lo haremos?, ¿con qué categorías vamos a concebir el
proceso político que viene? ¿Cómo hacemos para que los próximos años en
Ecuador, en Bolivia –donde todavía hay gobiernos progresistas- ocurra otra
cosa? ¿Con qué dinámicas sociales nos vamos a conectar y con qué expectativas?
No creo que se trate de desarrollar una respuesta puramente intelectual a estas
preguntas, pero me parece que nos toca plantear con claridad estos problemas:
¿con qué categorías vamos a radicalizar estos balances?, ¿vamos a entrarle a la
cuestión del “inconsciente colonial” (o neoliberal)?, ¿nos atreveremos a sacar conclusiones
del hecho de que la forma de inclusión que hemos desarrollado conecta al menos
parcialmente con una subjetivación neoliberal?
Son preguntas. Solo eso. Las respuestas no pueden ser sino la
acción política misma. Hay que poder meterse en la acción política y
preguntarse desde dentro qué significa una subjetivación “no neoliberal”.
No me parece demasiado útil enfrentar esta situación, estas
preguntas, a partir de un estado de “desilusión”. Para estar desilusionado hace
falta haber estado “ilusionado”. Y si hubo ilusión tal vez sea un paso adelante
reconocerlo, si no, no se puede avanzar en el pensamiento. Los no ilusionados
al mismo tiempo estamos intentando sacudir un poco el escepticismo, porque la
necesidad del pensamiento político está igualmente presente en todos.
Janine Puget: la idea es ampliar la mente de los psicoanalistas y
que puedan detectar dentro del material de una sesión indicadores que hacen a
categorías o posicionamientos políticos que incluyen prejuicios, ideas de
verdad absoluta y que tenemos que encontrar cómo cuestionar. Pero antes,
aprender a detectar. Poder revisar en lo que nos dicen los pacientes y lo que
decimos nosotros, cuánto hay de ideología colonial, o cuánto hay de prejuicios
o de cerramientos en relación con tomar en cuenta la realidad llamada exterior,
la del sujeto en su contexto. Abrirnos a la creación de nuevas categorías y
poder hacer un análisis de los discursos, para ver cómo intervenir, cómo
cuestionar, como se está haciendo hoy aquí.
DS: Parto de la idea -quiero decir, leo a pensadores que, como
León Roiztchner, por ejemplo, afirman que- no habría una distancia tan abismal
entre psiquismo individual y campo social. Asumo que no es muy productivo
aceptar esa distancia. Cuando digo –con Rolnik- “inconsciente colonial”,
implica una cierta articulación entre un campo histórico social y una
subjetividad.
En la medida en que identificamos el proceso político con
problemas de subjetivación, el psicoanálisis está concernido y seguramente haya
vías productivas para trabajar lo político a partir del psicoanálisis, aunque
sobre eso yo no sé nada. Recuerdo sí que alguien como Félix Guattari insistía
–y Bifo lo sigue haciendo- en reunir saberes analíticos, estéticos, políticos,
clínicos.
Recientemente Cristina Kirchner dijo que habría que estudiar muy
bien qué es lo que los medios de comunicación le meten en la cabeza a la gente.
Me interesó que diga eso, en la medida en que eso implique la política admita
que hay algo que se le escapa. ¿Qué sería eso de que se está trabajando sobre
la cabeza de la gente de una manera nueva? Lo veo ligado con lo que veíamos de
Álvaro García Linera: por más que se distribuya, por más que se difundan
derechos hay un comportamiento de colectivos grandes que actúan “contra sus
intereses”. Lo que me interesa de esa perplejidad es el modo en que abre al
problema de las micropolíticas del que estamos hablando. Se abre un campo que
no es el estrictamente político convencional. No sé si los políticos tienen
mucho que decir sobre cómo se produce esta subjetivación, tal vez haga falta la
presencia de otros protagonismos.
(Pregunta Inaudible)
DS: Para aclarar los términos, cuando pienso en términos de conflicto lo hago en dos niveles. Por un lado,
creo que la conflictividad estructura y explica una coyuntura política: si esto
es así, no es posible hablar realmente de política sin ser conscientes de
cuáles son los conflictos que atraviesan en un momento determinado el campo
social. Por ejemplo, el problema de la protección de los ingresos populares es
un tema fundamental, hablar de qué vive la gente, de la agresión a los
ingresos, a la vida material. Es difícil hoy decir qué es la política en
abstracto, sin situar eso que es una fuente de conflictos. En segundo término, también
en el plano micro-político, me refiero al conflicto, en el sentido de la crisis
-o de la tormenta-, como aquello que altera el “inconsciente colonial”.
La posibilidad de crear territorios existenciales se vincula a los
procesos políticos. Creo que algo de esta relación entre proceso político y
creación de territorios existenciales había comenzado a desplegarse en América
Latina y ha quedado como en un impasse. Cuando pensamos en Bolivia, en
Argentina o en Brasil –previo a estos gobiernos llamados progresistas-
ocurrieron movimientos insurreccionales, un florecer de organizaciones
sociales. Muchos de ellos indígenas, comunitarios, de mujeres, de gente que
tiene una relación con el territorio –pienso también en el movimiento
piquetero. Ahí había una máquina imaginaria produciendo. Como diría Rita
Segato, más “imaginación teórica” que “destreza intelectual”. Había movimientos
haciéndose cargo de la experiencia, intentando darle forma, generar
estrategias. Esa riqueza, que subsiste en la América Latina actual, tiende a
proveer imágenes resistentes, que implican una crítica a aspectos
modernizantes/desarrollistas y tal vez posibiliten que el repliegue actual –de
haberlo- no sea tan abrupto. No dé lugar a una coyuntura tan reaccionaria. Creo
que hay señales en este sentido.
(Pregunta Inaudible)
DS: Ahí hay un problema de porosidad, de relación de la
subjetivación –en el enlace entre lo individual y lo político- que habría que
intentar pensar, sobre todo hay un problema de tiempo político también. No se
piensa cualquier cosa en cualquier momento. ¿Cómo se tramita esto que no sea
como una mera desilusión? Hubo una ilusión, se disipó la ilusión, ¿dónde
quedamos?, como diría Nietzsche, en la nada. Creímos en algo más fuertemente
que en el mundo, eso se disolvió, nos quedamos sin ilusión y sin mundo. Para
evitar ese desenlace podemos preguntarnos en términos de los conflictos, de las
coyunturas, del conjunto de los procesos de subjetivación actuales, dónde
encontrar claves para resistir, intentar, crear. Eso es lo que estoy
proponiendo, no una solución, sino un para dónde mirar. Pienso en cómo se hacen
los mapeos, las relaciones, las investigaciones, cómo se promueven formas
colectivas e individuales diferentes, dónde buscamos, dónde encontramos. Hay un
problema de práctica, no la que se remite a la clínica individual, a la
cuestión profesional. Me pregunto si este juego entre lo que digo y lo que
tienen como imagen puede abrir algún cuestionamiento, alguna posibilidad,
generar algún desplazamiento interesante. Son las reglas de juego para todos,
intentamos pensar cosas y después vemos qué efectos tienen.
(Pregunta Inaudible)
DS: Pienso en cómo restituir esta referencia al campo político
práctico efectivo que hoy vivimos. Más que esperanza, me digo, conviene juntar
coraje para enfrentar el obstáculo. El pensamiento político si se guía por la
esperanza queda muy débil. La idea de que a pesar de todo hay una esperanza, o
que hay ejemplos a encontrar en algún lado, no sé. No me parece que funcione.
El cuestionamiento a la globalización neoliberal por momentos
viene del lado más reaccionario de los poderes, del lado del Brexit, Trump en
los EEUU, de lo que está pasando en Brasil, o Daes. Suponíamos que el
descontento con el neoliberalismo podía ser articulado desde una reivindicación
de lo común, pero en este momento preciso ese descontento está tramitado por
formas de arcaísmo brutalmente fascistas. La década pasada no se presentaba
así. Insisto: el pensamiento político no tiene que ser esperanzado, tiene que
tener coraje para ver obstáculos y preguntarse con qué estrategias los
enfrenta. Ese es el punto efectivo del pensamiento político. Me resulta penoso
cada vez que escucho hablar sobre la esperanza a compañeros o políticos
profesionales o gente que se arroga saberes sobre el espíritu. Ya Spinoza en el
siglo XVII decía que la esperanza es una pasión triste, no es una novedad
teórica decir esto.
Hoy los sectores populares buscan concretar políticas defensivas
de los ingresos, sean o no asalariados, sean o no formalizados. Tienen
capacidad alta de movilización y más o menos buena de organización. Pero hay
poderes que cuentan con que esas fuerzas se organicen por fuera de los
instrumentos tradicionales de integración que asumen lo reivindicativo
desvalorizando la creación autónoma de infraestructura de vida popular. Se han
sucedido movilizaciones gigantescas desde que Macri asumió el gobierno en
Argentina. La más grande fue la de la CGT, pero el viernes pasado (2-9-16) se
hizo la Marcha Federal, el día de San Cayetano fue la de la economía
popular, convocada por CTEP, la Universidad hizo sus manifestaciones, cuando
Cristina Kirchner fue llamada en abril pasado a declarar, hubo una
manifestación enorme. Lo político hoy hay que considerarlo también a partir de
esa capacidad de movilización, que es muy grande. A ocho meses del gobierno de
Macri se organizó una movilización masiva por mes, es algo que no habíamos
visto antes. Esas marchas por sí mismas no terminan de desbloquear la situación
y probablemente no alcance con este tipo de movilización. Como decía al inicio,
no creo que podamos pensar la política fuera de nuestra coyuntura. Sin
enfrentar las dificultades del momento. Y eso implica que cada quien piense
cómo nos ligamos, desde nuestras preocupaciones (incluso las profesionales, en
su caso) con esta situación.
(Pregunta Inaudible)
DS: El otro rasgo que veo en la coyuntura actual es que el llamado
bloque de poder -los que gobiernan la Argentina desde la última elección-
carece de homogeneidad. Sólo la tienen en relación a rechazar al movimiento
social autónomo y a una eventual revitalización del kirchnerismo. Contra estos
adversarios se unifican y tienen un programa claro, que es la destrucción del
ciclo político previo. Pero en la medida en que el ciclo anterior se desgasta
los sectores dominantes no comparten programa político unificado, y por
consiguiente es posible que vayan a una división política, sobre todo en el
plano electoral. En consecuencia es altamente probable que si las
movilizaciones populares no generan un tipo de proyección propia y autónoma de
sus intereses y de sus propios programas terminen metidos al interior de la
división del bloque gobernante. Quiero decir: que Sergio Massa o alguien como
él aparezca como única alternativa a Macri. Eso sería muy lamentable y hay que
intentar impedirlo. Siempre las posibilidades son a crear.
Janine Puget: La cuestión es tener imaginación y ver si se puede
crear algo nuevo.
DS: Es el riesgo de identificar un problema, sólo se puede
intentar a partir de ahí, ¿qué sería plantearlo de otro modo? Podemos intentar
con el pensamiento encontrar los obstáculos, verlos lo más a tiempo posible,
hacer las mejores alianzas, ser lo más claro posibles en las cosas que vemos,
discutir con la mayor sinceridad, no veo mucho más que se pueda hacer en el
marco de este encuentro.
Janine Puget: me parece que estás poniendo el acento sobre las
movilizaciones actuales que no es por esperanza que se hacen, sino porque creen
que una acción sirve. ¿A qué va a servir?: -no sabemos todavía. Pero sí hay una
politización de varias clases sociales agrupadas en esas movilizaciones, que no
son partidarias, que piensan que hay algo para hacer, pero que no dicen qué.
DS: Hay una valor de la movilización popular que permite crear
estrategias defensivas, relativamente eficaces. Se intenta poner límites a
ciertas medidas y que en el corto plazo haya una alianza electoral que ponga
freno a lo más agresivo de la coyuntura actual. Esas estrategias -esas
movilizaciones- son correctísimas interpretaciones de lo que se está viviendo.
Habría que ver si de estas movilizaciones surge también alguna posibilidad
diferente para el futuro.
Janine Puget: esas movilizaciones no son sólo por economía, sino
por derechos humanos. Es un poco diferente que en Grecia y que en Brasil. Es
algo muy propio de este momento, porque ganarse bien la vida es un derecho
humano también. Los movimientos de derechos humanos y todos, incluso los con
diferencias ideológicas, están en las plazas. Eso es una nota especialmente
argentina.
D.S: Cuando hablamos de salarios, de ingresos, prefiero pensar en
disfrute de la vida material y colectiva, más que en la economización de ese
discurso. Y ahí el tema de los derechos humanos tiene mucho que hacer. Si
pensamos el proceso de politización que va del año 1983 en adelante, mi
impresión es que los organismos de derechos humanos -su política-, es lo más
importante que ocurrió. Justamente por su capacidad de mezclarse con las
categorías del trabajo, no por sus demandas específicas y separadas. Recordarán
el 20 de diciembre del año 2001. La movilización final que termina con la
renuncia del gobierno de De la Rúa, se inicia con las imágenes en la televisión
de Hebe de Bonafini, las madres de Plaza de Mayo golpeadas por policías arriba
del caballo. Eso es lo que más mueve, lo que más moviliza, lo que más convoca.
Me parece que esa fusión relativa entre dinámica de derechos humanos y dinámica
del conflicto social-laboral, ha sido muy especial, muy interesante y es lo que
hay que cuidar, porque el programa de las clases dominantes consiste en romper
esa alianza. Conflictos laborales va a haber, pero si no se codifican en
términos de derechos humanos en sentido más amplio, en un tipo de sensibilidad
que tienen esos derechos, la situación en la Argentina cambia radicalmente. La
capacidad de resistencia disminuye muchísimo, al volverse sólo salarial es una
visión súper restringida de la idea de ingresos.
Janine Puget: eso es lo menos colonial que tenemos. Es algo muy
propio de la Argentina, no ha sucedido en otros países del mundo, algunos
intentaron hacer algo, pero muy pequeño. Y nos ha dado un lugar especial en el
mapa de la búsqueda de mejor estado social.
D.S: Si fuésemos capaces de reinvertir los éxitos que tuvieron los
movimientos de derechos humanos con respecto a la política de la dictadura,
tendríamos –tal vez- bastantes claves de qué significaría hacer una política
hoy. El problema de la violencia estructural de lo neoliberal en los barrios es
un tema fundamental, no deja de estar todo el tiempo presente, condicionando la
percepción y dando todo el tiempo lugar a una demanda de seguridad que
neoliberalmente es todo el tiempo interpretada, todo el tiempo puesta en juego.
La campaña electoral Massa-Scioli-Macri, fue homogénea en ese punto. Y los
organismos de derechos humanos quedaron completamente desplazados de esa agenda
de discusión. De vuelta, hay un problema práctico, que es cómo se reinvierte,
cómo se traducen saberes y tecnologías que han puesto en juego los organismos
de derechos humanos en términos de un escenario de conflictividad neoliberal de
un país que cambió, de sujetos nuevos. Pero hay mucho que pensar en términos de
cómo se podría reaprovechar eso. La mera posibilidad de que los conflictos
territoriales vayan separándose cada vez más de esa sensibilidad es gigantesca.
Hay que pensar lo que pasa en las cárceles de la Argentina. Horacio Verbitsky
decía hace poco que las cárceles en argentina son las micro- ESMAs del
presente. Allí se practica un régimen de crueldad, que después se difunde
también en los barrios, una especie de pedagogía de la crueldad. Se
constituye un tipo de subjetivación, un tipo de territorio, un tipo social.
Esos cruces son un poco lo que digo cuando no acuerdo con las políticas
de inclusión. Porque me parece que son ciegas a la necesidad de crear unas
categorías mentales que den cuenta de esto que hablamos. Nuevos territorios,
nuevas subjetividades y necesidad de imaginar políticas de derechos humanos y
de ingresos que se vinculen, que piensen las mutaciones en sus territorios en
esta situación. En el caso de Bolivia por ejemplo, la presencia de lo
popular-comunitario es muy obvia y quienes están más vinculados con ello se han
cansado los últimos diez años de discutir con el gobierno de Evo Morales y de
Álvaro García Linera que no codifique todo en términos de un nuevo
capitalismo andino. Que tome más en cuenta esas realidades. Hay mucho material,
la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui, ha publicado en Argentina, por
ejemplo. Ella es muy conocida en Bolivia y hace rato que viene planteando que
el imaginario desarrollista para la economía boliviana presenta muchos
problemas de exclusión de imaginario político. Deja al proceso boliviano con un
imaginario muy blanco, muy débil con respecto a la propia dinámica de fuerzas
que tiene que enfrentar.
-Janine Puget: Nos llevás a pensar. Van surgiendo nuevos temas,
sin que tengamos las categorías ya pre- hechas. Pienso, por ejemplo, la imagen
de Hebe Bonafini parando a la policía. Dijo: -no acepto, y tuvieron que acatar.
Son imágenes, manifestaciones, que dan cuenta de que se puede hacer algo. Estas
reuniones también, pero se puede sin tener en este momento disponibles las
categorías que no pasen por esperanza sino por concretamente hacer, cada uno en
el ámbito en el que se mueve. En cualquier campo de acción en los que actuamos,
hay posibilidad. En general los regímenes dictatoriales deciden que uno no
tiene acción personal posible.
* Desgrabación de charla “Micro-políticas, percepción y actividad no-neoliberal. Cambios en la imagen de la política”, ApdeBA, Departamento de Familia y Pareja, 8 de septiembre de 2016)
Leer
primera parte: “Micropolíticas neoliberales, subjetividades de la crisis yamistad política. O por qué necesitamos criticar al kirchnerismo para combatiral macrismo", de Diego Sztulwark