Fidel, el terco // Mario Santucho
Mi prima todavía vive en Cuba.
Ella nunca volvió del exilio. Viene cada vez más seguido, pero siempre regresa
a la isla. Anoche tomó un vuelo de Avianca que salió de La Habana a las
dieciocho y aterrizó en Buenos Aires a las nueve de la mañana. Ni bien encendió
el teléfono se topó con mi mensaje: “que tristeza, lo que faltaba para coronar
este año de mierda”, acompañado de un link a la noticia de la muerte de “el
Fifo”, como le decíamos en nuestra infancia. María respondió: “Aterrizada, me
desayuno esta horrible noticia. Pero, ¿está confirmado? Mirá que lo han matado
muchas veces antes”.
Sabíamos que el momento estaba cerca y, al mismo tiempo, no nos
hacíamos la idea. Con Fidel algo raro se jugaba. Algo no queríamos que
terminara, aunque era obvio que ya formaba parte del pasado. Confieso que algo
de inmortal, aunque en ensueños, deposité en su figura. Mientras el símbolo más
intenso de la revolución cubana permaneciera en vida, algo de aquel siglo
veinte socialista latía, aunque fuera leve, como un último suspiro. Y bien,
llegó la hora.
***
Fidel Castro se dio el lujo de morir a los noventa años y lejos
del ejercicio diario del poder. En 2008 tuvo que dejar a su hermano la
responsabilidad de conducir el gobierno, debido a una enfermedad que lo obligó
a un largo proceso de convalecencia y lo debilitó mucho. El cuerpo le puso el
límite que su conciencia no admitía. Pero, a diferencia de lo que sucedió con
Hugo Chávez y Néstor Kirchner, dos presidentes que lograron entusiasmarlo en
los umbrales del nuevo siglo, más el primero que el segundo claro, Fidel pudo
entregar el comando, hacerse a un lado, y mirar el tablero desde lejos. Para lo
que queda de la revolución cubana esa forma de partir, prolija y sabia, es una
enorme bendición. Su pueblo lo despedirá hoy como a un padre o un abuelo
entrañable, sin el trauma de verse ante una crisis política inminente. Aunque
en Miami se babeen, ahora más que nunca.
La pregunta que me intriga, sin embargo, es qué vio Fidel esos
últimos años que permaneció a la vera de la historia. Y, más precisamente, en
los últimos meses. ¿Habrá llegado a su conocimiento el triunfo de Trump? Mi
impresión es que el balance no debe haber sido favorable. Intuyo que su fe moderna
en la primacía de la razón y en el progreso de la especie crujió y se hizo
añicos, frente a tantas evidencias adversas. En cierto modo, la muerte de Fidel
no puede haber sido más oportuna. Es preciso volver a empezar. Una temporada de
la larga marcha anticapitalista ha llegado a su fin. La inmortalidad no existe
y los revolucionarios nunca tuvieron Papa. Es hora de imaginar el nuevo
argumento de la emancipación.
***
Fidel es inagotable. Imposible de abarcar o definir. Yo me quedo
con su terquedad.
Me crié en Cuba. Viví allí dieciocho largos y felices años. Me
emocionaban los discursos del barba. Nunca vi una retórica y una pasión
política semejantes. Al escucharlo, no se podía estar de acuerdo o en
desacuerdo. O te envolvía o lo rechazabas de cuajo. Ahora me doy cuenta que él
es el gran responsable de que Chávez o Cristina me parecieran oradores
mediocres, aún si superaban la performance de cualquier político contemporáneo.
Creo que la esencia de esa potencia discursiva era su terquedad.
Alguien terco es alguien tenaz, obstinado, consecuente. Pero el
terco está también al borde de la necedad. Fidel siempre se movió en esa
frontera. Por eso fue el artífice de una de las creaciones políticas más
fascinantes y valientes que hayamos conocido. Por eso también, sus últimos años
de gobierno son recordados por el rechazo a cualquier transición, a todo tipo
de aggiornamiento, o incluso como “un retroceso” hacia el socialismo. A su
lado, el inflexible Raúl terminó siendo un reformista y un mejor intérprete del
sentido común popular. Todavía flota uno de los últimos escritos de Fidel, a
propósito del acuerdo y la visita de Obama, donde hacía gala de una esencial
desconfianza hacia las élites de los Estados Unidos. Un mensaje picante en
medio del descongelamiento.
¿Qué nos dice a nosotros, aquí y ahora, esa terquedad de Fidel?
¿Será que el recelo del viejo y astuto estadista anticipó la flamante
derechización del mundo occidental? ¿Será que su encarnizado cuestionamiento de
las hipocresías que engalanan a las democracias capitalistas recobra toda su
vigencia, aunque él mismo, el más brillante de los comandantes guerrilleros,
haya decretado a propósito de Colombia la absoluta inviabilidad de la lucha
armada?
Fidel se fue en un instante muy difícil para quienes lo admiramos.
Hay momentos en que la terquedad es la única forma de no rendirse.
[fuente: revista crisis]