Fábrica de la potencia // Silvio Lang
El
contrato no funda un grupo
“Individuo” y “social” son términos falsos para el
filósofo Gilbert Simondon (“Lo colectivo como condición de significación”, en La individuación). Encuentra, en cambio,
otros nociones para pensar la existencia colectiva como operación de individuación. Uno de ellas es el de “grupo de
interioridad”, que, en principio, lo define como la coincidencia del pasado y
del porvenir de individuos que se encuentran.
Y explicita: “Un grupo de interioridad no pose una estructura más
compleja que una sola persona; cada personalidad individual es coextensiva a lo
que se puede llamar la personalidad de grupo, es decir, al lugar común de las
personalidades individuales que constituyen el grupo”. Es decir, que la
personalidad grupal está en relación con las individualidades que lo integran.
Es el grupo que se arma para algo, es el grupo con el que andamos. La
personalidad de cada quien no entra hecha al grupo, pero, tampoco, el grupo
tiene algo previo. Lo que hay es una co-constitución. Simondon comprende
al grupo como instancia de
individuación, en el cual cada personalidad es llamada a constituir algo para
ella, en la yuxtaposición con otras personalidades, que no hubiera podido hacer
en soledad. “La personalidad psicosocial es contemporánea a la génesis del
grupo”. El grupo tiene algo de estar naciendo con la estructuración de cada
quien. Hay en el grupo una zona de
participación en torno a la individuación, una zona intermedia de fuerzas en
tensión. El grupo es la resolución de fuerzas dispares en equilibrio
metaestable, funcionando y estructurando. Hay una dimensión de la existencia en
la cual cada quien, inacabado como anda por la vida, entra en relación con otros,
en donde aparece un pre-individual, un potencial y la capacidad de producción
de posibles. Ese grupo dura lo que dura
y es estructurante, no es mero cobijo, ni poder, ni ley. En la operación de individuación grupal el
grupo está en tensión y cada cual hace de medio de la individuación de los
otros individuos así como es, a la vez, individuado por los otros. Se arma grupo a partir de personalidades
diversas, que estructuran una realidad de posibles, cada una trae fuerzas de
futuro, emociones, cosas, etc. Tienen la suerte de estructurar una realidad no
hecha, lo que Guattari llamaría “materia de posibles”. Con esta realidad de lo posible se individua
un carácter individual en cada uno, que sólo mediante la individuación en grupo
puede tallarse. “El grupo de interioridad nace cuando las fuerzas de porvenir
contenidas por varios individuos vivientes desembocan en una estructuración
colectiva”, dice Simondon. El grupo es así, no realidad constituida, sino
fuerza instituyente. Es por eso que el contrato no funda un grupo, no viabiliza
un potencial. El contrato es un acuerdo entre realidades ya estructuradas. El contrato, además, estipula y especula lo
que se supone es el interés del grupo. Y no se puede actualizar lo que aún no
está hecho.
Explotación
de la potencia
No existen “individuos” y “sociedad”, sólo habría
individuaciones grupales. Simondon piensa, entonces, el oxímoron individuo social. Y al juntarlos, hace estallar los dos términos: “individuo”
y “social”. Porque si se pone el acento en uno de ellos se polariza contra el
otro, entonces, no se puede enfatizar ni lo grupal del individuo, ni lo
individual en el grupo por separado. Es por eso que la operación de individuación piensa una realidad de estructuración de
conjunto simultáneamente y en movimiento. No hay, de ese modo, estructura
psíquica, no hay estructura social, por lo tanto no hay facultades mentales, ni
facultades antropológicas. Lo que hay son grupos que en un momento convergen en
cierto tipo de individuación o subjetivación, que ahí mismo, en ese encuentro,
la crean. La crean en una instancia que no es más que crearla, no tienen ningún
plus. Luego esos individuos inacabados siguen viviendo con alguna marca de
haber sido individuados hasta volver a encontrarse con otro grupo. Hay grupos sólo
en tanto que individúan, mientras puede haber masas gregarias que no
estructuran ninguna “materia de lo posible”.
La individuación de grupo es,
por lo tanto, transindividual y se
distingue de todo grupo social que sea inter-individual. Lo “trans” es la
verdad de lo grupal. “La naturaleza es realidad de lo posible”, dice Simondon.
Encontramos con él un tipo de realidad que es la realidad estructurante, la
realidad individuable, la realidad de lo que está por producirse. Pero no se
trata de una fantasía, un manifiesto, o un discurso consuelo, es,
sencillamente, lo que organiza la lógica “trans”. Lo “trans” enfrenta un tipo de realidad de lo
posible a partir de los conflictos y tensiones de lo vital. La potencia spinozista
sería, entonces, “trans” en tanto depende del azar de los encuentros. Lo “trans” de Simondon aparece como una
noción inconsciente de la “Ética” de Spinoza. La potencia transindividual es lo real de lo posible vital. Lo transindividual como fábrica de la potencia puede dar la
clave para pensar nuestro tiempo. Podríamos decir que la potencia, en el tiempo
actual, es un núcleo agredido. La potencia dejó de ser un implícito de lo vivo,
y se la abrió, se la teorizó, se la utilizó y se la metió en el centro de las
tecnologías; de las investigaciones científicas; de la publicidad; de los
dispositivos de control; de los procesos de valorización. La infraestructura de
esa fábrica de lo posible puede ser creada tanto por grupos individuados en la
lógica empresarial como grupos de una lógica no enrolada en la empresa. Lo que
está en juego, entonces, son las condiciones materiales y técnicas de la
producción de la potencia. Una disputa por los devenires de la intensidad de lo
vivo.
(Reseña del Grupo de estudio “Spinoza y nosotros”,
coordinado por Diego Sztulwark, encuentro del 27 de septiembre, 2016)