La llegada de Temer: radicalización conservadora y fin de ciclo // Salvador Schavelzon
Impeachment e
indefinición desde arriba
La situación
política en el Brasil después de la destitución de Dilma Rousseff parece
indicar que ya no será el Partido dos Trabalhadores (PT),
quien administrará el difícil momento económico abierto en el capitalismo
brasileño. Después de ocupar ininterrumpidamente la presidencia desde 2003, el
PT siente el vértigo de su propia debilidad, sin haber podido resistir a la
operación política iniciada por un grupo de políticos de poca monta, antes sus
aliados, que se concreta como Impeachment y cambio de
gobierno. Una época de comando conservador del Estado, deberá encontrar formas
nuevas de resistencia, y un camino donde los grandes problemas del país puedan
ser efectivamente abordados.
Un quiebre en
el sistema político parece haberse cocinado por años, mientras la gobernanza
neoliberal, como forma principal del reaseguro político de las elites, se
volvía inexorable para la derecha y la izquierda estatal. No se trata de
decretar la muerte de un partido, que continuará actuando y muy posiblemente
también formando parte de gobiernos. Se trata de registrar un fin de época que
concluye llevando a la marginalidad la forma de entender la política de quienes
fueron sus protagonistas. La salida del PT es una derrota para los más pobres.
Pero su permanencia no garantizaba un freno para recortes que castigaban
especialmente las áreas sociales, y así se abre un problema más complejo que el
de resistir a las políticas de Temer. Se debe construir un contrapoder
descuidado en tiempos de progresismo.
El momento
actual es el de un nuevo gobierno que combina políticos ideológicos
conservadores alineados con intereses empresariales; políticas autoritarias y
elitistas para cada uno de los ámbitos de actuación; alineados con voces de la
derecha policial, en guerra contra los más pobres y criminalizador de
manifestantes; además de posturas religiosas distintas iglesias contra derechos
de mujeres y minorías. El cuerpo en que esa coalición que confluye en la
defensa de un programa de retrocesos neoliberales, se sostiene es una clase
política crecida a la sombra de un Estado de cargos repartidos, pequeños y
grandes negocios y privilegios, hoy con Temer, ayer con Dilma y mañana con
cualquiera que ocupe la presidencia.
El bloque a
favor de la destitución de Dilma fue articulado con la participación de
partidos que co-gobernaban con el PT y otros que se habían mantenido en la
oposición. Sorprendería la facilidad con que después de 13 años en el poder el
partido en la presidencia no tendría a su alcance recursos políticos ni
institucionales para hacer valer un reciente triunfo electoral. Es factible que
entre los factores que impulsaran a los operadores del Impeachment se
encuentre la búsqueda de impunidad en causas abiertas por corrupción, que
también afectaban al PT[1], pero el cambio de gobierno parece hablar
de una grieta más profunda.
Los
parlamentarios comprometidos y asociados a las agendas reaccionarias como las
identificadas con la bancada “BBB” (en referencia a Bala, Boi [ganado
vacuno] y Bíblia)[2], encontraron en la debilidad política de
Dilma un atajo para asaltar las instituciones. Pero mucho más que de
manipulaciones de reglamento, la destitución consistió en alinear pulsiones de
impunidad y privilegio con el carácter conservador mayoritario en la
composición de la legislatura nacida de las últimas elecciones. Este voto
conservador, unido a una crisis en la izquierda, indica que la situación actual
no es de alternancia entre un bloque de izquierda y otro de derecha.
En el nuevo
gobierno, tendencias de intereses diversos, pero ya sin sindicatos ni
movimientos en la mesa, buscan por estos momentos un punto de ebullición, aún
no definido entre las distintas familias del poder, que no se puede decir que
estén de vuelta porque, en rigor, nunca dejaron de participar de las decisiones
y rumbo estratégico del gobierno. Mientras no está claro quien tomará la
delantera en un momento que se propone achicar el Estado y profundizar reformas
solicitadas por los “agentes del mercado”, se acerca al año electoral de 2018
sin claridad sobre el cuadro político que irá a surgir.
El actual
gabinete sin mujeres, ni negros, ni jóvenes, y ya con tres bajas debido a
causas de corrupción, no aspira a continuar como gobierno después de elecciones
en las que Temer no tendría posibilidades y talvez ni siquiera habilitación por
parte de la justicia electoral. Según sondeos de opinión, la realidad política
es que la mayoría de la población fue favorable al Impeachment de
Dilma, pero no apoya al gobierno nacido de tal destitución[3]. Haciendo virtud de esa imposibilidad, su
gobierno se atribuye a sí mismo la tarea de efectuar medidas impopulares sin
objetivos electorales de corto plazo que podrían desviarlos de esa tarea.
La candidatura
que nazca del actual gobierno, buscaría entonces un nombre que pueda dar al
programa de reformas la legitimidad de la que Temer carece. Por el otro lado,
el PT buscará ser el eje de estructuración de una candidatura contraria al
gobierno que lo sucede. Pero después de que consignas pidiendo nuevas
elecciones o la vuelta de Dilma mostraron ninguna adherencia en la sociedad e
inviabilidad en el sistema político, la debilidad como fantasma que sobrevuela
al PT, y que llevó al Impeachment, muestra su consistencia. Todavía
no hay actores de peso que capitalicen la salida del PT, como parte de una
clase política desprestigiada. Pero el momento nuevo ya está abierto.
En lo
electoral, las pesquisas muestran que Lula haría una buena elección en primera
vuelta, aunque su posibilidad de disputar tampoco está garantizada por la
justicia electoral. Por otra parte, Marina Silva, del partido Rede
Sustentabilidade, se impondría frente a todos los hoy potenciales
candidatos en un eventual segundo turno, según encuestas[4]. Lo cierto es que, aunque es mucho el
trecho a recorrer hasta las nuevas elecciones, tanto en términos del gobierno
resultante de lo que se puede entender como nacido de un parlamentarismo
de facto, como en términos electorales, los dos partidos que comandan el
país desde 1995 están desplazados.
El PSDB y el
PT, que se repartieron casi en partes iguales la totalidad de un electorado de
cerca de 100 millones de votantes poco tiempo atrás, en las elecciones de
octubre de 2014, hoy tienen a los protagonistas de esa disputa, Dilma y Aécio[5], ausentes o sin chances en cualquier
posible futuro escenario electoral. Un Brasil del norte y nordeste que podría
reconocer la importancia de políticas sociales legado del ciclo económico de
crecimiento, y donde el PT o sus aliados mantendrían relevancia, no podrían con
el Brasil del centro y sudeste, dominante demográfica y políticamente, donde la
imagen de un PT corrupto llevó más personas a la calle que la denuncia de golpe
de Estado en curso.
Ahondando en
el posible cambio de ciclo, sin embargo, para analizar una crisis en el plano
de la representación política y de los principales partidos que gestionaron el
país nacido de la Constitución del 88, es necesario superar el plano de la
medición de candidatos. En el caso del PT, es justamente la entrega de un
movimiento político con muchas ramificaciones y millones de simpatizantes a los
especialistas de marketing y al financiamiento empresarial, donde radica su
debilidad y ocaso como instrumento político de los de abajo.
La fuerza del
PT en el nordeste, donde antes se votaba a la derecha de señores territoriales,
habla del impacto socioeconómico positivo asociado al lulismo, con mucha
presencia de políticas de transferencia de renta, que mejorar la situación de
la región. En términos de proyecto político de movimientos sociales o
representación de las mayorías, sin embargo, allí tampoco hay señales de
vitalidad o regeneración política con espacio para la participación y
construcción de una sociedad más justa. Aún donde el apoyo electoral fue
mayoritario, el PT no deja de avanzar por el camino de fortalecimiento de la
máquina electoral y de participación en el Estado en detrimento de la
influencia de la militancia o las bases. La falta de cambios estructurales, y
un vínculo del Estado con los gobernantes que no difiere de la lógica
tradicional, explican que el triunfo con más del 70% en el nordeste que
permitió la reelección de Dilma, se haya esfumado en la evaluación negativa,
que también alcanzaría a Lula cuando la crisis y las políticas de austeridad se
anunciasen.
Marina Silva
no mostró por el momento estar dispuesta a desprenderse de los intereses
políticos que gobiernan hace tiempo independientemente del PT y el PSDB: la
gobernanza financiera y neoliberal, los lobbies empresarios y religiosos que
supieron neutralizar al PT y que dictan los pasos del nuevo gobierno. Su capacidad
para formar un gobierno de perfil propio todavía no se ha probado en el final
de ciclo que ha llegado, aunque su abertura a asumir causas como la ambiental,
indígena, y de crítica al desarrollo más brutal, que el PT no puede ya hacer
suyas, puede que la convierta en un actor de influencia creciente en el juego
político de los próximos años.
Sin nuevos
referentes ni movilización social, con un PT claudicante y sin palabras para
recuperar su lugar conducción fuera del gobierno, dan lugar a un vacío que puede
entenderse como distancia entre la clase política y la población en general. Es
de esa forma fue posible un paso a primer plano del PMDB, partido de las
sombras y cloacas de todos los gobiernos desde la democratización, que ya
tienen sobre la mesa un plan de acción accesible, en la medida en que no
indispone ningún sector del poder y desarma el Estado afectando a los ya
castigados por el modelo que estaba en marcha.
El nuevo
momento político fue evidente ya en junio de 2013, cuando tuvieron lugar
manifestaciones multitudinarias sin precedentes en centenas de ciudades contra
el aumento del precio del transporte decretado por los gobiernos locales de
todo el país, y donde el reclamo por derechos sociales era tan altisonante como
la impotencia para interpretarlos de los gobiernos formados por los partidos
del viejo ciclo. Junio de 2013 pudo haberse constituido como nuevo centro
político que abriera un ciclo de profundización de reformas, pero se recluyó
ante el paso a primer plano de la dinámica política con foco en el impeachment.
Al mismo tiempo, la única reacción desde el gobierno federal consistía en
sobreactuar un aleccionador rechazo a cualquier deseo de reforma, con llamada
para la represión de la protesta y ajuste, como salida presentada como inexorable.
Si las calles
de junio hicieron la lectura más sana del fin de un ciclo, sería el Impeachment quien
lo aprovecharía en primer instancia para traducir institucionalmente el
agotamiento de las fuerzas políticas gobernantes. Entre el pedido de más
derechos en las calles, y una nueva articulación política que busca profundizar
el ajuste que ya había sido iniciado, sólo queda claro que un modelo político
está acabado. La dominancia de los protagonistas de un Brasil que nace de
pactos constituyentes en los 80 sin desplazar totalmente a los grupos de poder
de la dictadura, se muestra artificial y neutralizada.
El país del
‘88 que se va
La promesa de
Lula en 2002, en la “Carta a los Brasileños”, de que mantendría las cuentas
públicas y la inflación controladas, con estabilidad económica y
“responsabilidad”, se traduciría en la no modificación de los lineamientos de
la economía neoliberal establecida en los 90, en un proceso político sin
rupturas, pero que pudo abrir cierta disputa y capacidad de acción en su interior.
Ya en 2003 el PT se mostraría como articulador de un centro político que
definiría una izquierda disidente que quedaría como voz marginal, y una derecha
que buscaría imponerse e influenciar desde adentro del gobierno de coalición, a
sabiendas que el triunfo electoral le sería inalcanzable.
El gobierno
del PT exploraría las posibilidades y límites de lo que se conoció como “pacto
lulista”: un modelo donde se proponía que tanto los trabajadores como los
empresarios serían beneficiados, por el camino de la apertura para inversiones,
el fomento estatal al sector empresario, y un interés por lo social. Si bien
reformas importantes que mejoraran un paupérrimo sistema educativo, de salud y
de desigualdad en el campo, y aunque hoy es difícil sostener que una nueva
clase media fue consolidada, como buscaba instalar la propaganda oficial, por
ese camino se redujo la pobreza y la extrema miseria, se amplió el acceso a la
universidad y se iniciaron políticas de cultura innovadoras, mientras indígenas
y pequeños productores rurales no eran solamente desplazados, sino que también
accedían a derechos.
En el último
tiempo, coincidente con la presidencia de Dilma, pero que mantenía a Lula y al
PT en el armado de articulaciones conservadoras, ese modelo perdería la
capacidad de contentar distintos actores políticos, y sólo avanzaría en una
dirección de clausura de derechos. Perdería su ambigüedad. Un mundo formado en
la oposición entre el PSDB y el PT, y un lenguaje donde privatizaciones y
mercado se oponían a lo social y al desarrollo, dejaba de tener correlato con
la realidad, aunque volvería a instalarse en las elecciones de 2014 y con la
denuncia de la salida de Dilma como golpe de Estado. Más que un impasse o
cambio de correlación de fuerzas, sin embargo, lo que parece en juego es que la
comparación entre esos dos modelos puede no ser más el punto crucial ni la
mejor forma de describir el cuadro político actual.
Hay un hecho
de la realidad política que no puede ser dejado de lado: sólo un camino
conservador parece tener coherencia política para instalarse. Un arreglo de
piezas y discursos políticos que tenía al PT en el centro se termina, cediendo
lugar a un avance conservador que sin embargo no se constituye todavía como
nuevo modelo. El empoderamiento de actores que ya circulaban por el Palacio
Planalto, puede prescindir del marco presentado como conciliación, pero no hace
más que dar viabilidad al programa presentado por Dilma Rousseff a inicios de
2015, en un episodio que quedó cristalizado con claridad como mentira electoral,
cuando poco después de ganar la elección en que el PT logró imponerse como
candidatura contra el ajuste, el gobierno daría media vuelta e iniciaría la
implementación de “políticas de austeridad”. La elección del banquero Joaquim
Levy en el ministerio de hacienda, entregaba el comando de la economía al que
poco antes era responsable del programa de campaña del candidato derrotado.
Es que el fin
de época no tiene que ver con una comparación de legados o, incluso, voluntades
y trayectorias, como sostiene el apoyo al gobierno saliente y cierta oposición
al gobierno de Temer que se empeña en clausurar cualquier discusión o mirada
crítica sobre las bases frágiles en que se apoyaba el progresismo. Esta es una
discusión en la izquierda, incluso entre quienes fueron parte o apoyaron la
agenda que el PT pudo ciertamente representar. Cuando las posibilidades de
conducir un proceso de profundización democrática y de reformas se substituye
por el programa neoliberal de recorta sobre asalariados y pobres, se impone el
fin de un proyecto político con raíces en las huelgas del final de la dictadura
y adaptado al capitalismo en los ’90, hoy golpeado desde la derecha con la que
la cercanía en términos de lógica de funcionamiento ya es innegable.
Parece claro,
así, un movimiento en tres actos iniciado por un desvío, interrumpido por una
llamada de atención desde las calles, y la sustitución de piezas para continuar
por un camino ya anunciado, pero con cualquier posibilidad de reacción mucho
más alejada. A pesar de que bajo ningún concepto se puede decir que Dilma
Rousseff fue insubordinada a los dictados de arriba para recortar derechos por
abajo; la forma en que el PT sale del poder no parece indicar que su vuelta
será posible próximamente, por lo menos por el camino que hasta ahora recorrió.
Junto al PT, la misma crisis se percibe entre los sectores sociales que
acompañaron como aliados que no han podido construir una posición autónoma
cuando sus históricas demandas eran abandonadas.
La incapacidad
de reacción en la actual coyuntura, también se extiende a organizaciones
sociales que acompañaron la transformación del PT en un actor gubernamental. El
Movimiento Sin Tierra (MST) se encuentra con dificultades de encabezar un ciclo
de protesta, después de haberse recluido en los gobiernos del PT, aun cuando la
reforma agraria sólo avanzaría según las necesidades del agro-negocio, o se
interrumpiría totalmente, durante el gobierno Dilma. Lo mismo con un
sindicalismo que había sido novedoso y revitalizador. Voces políticas de la cultura
y el trabajo inmaterial con quienes el PT también construyó una relación desde
el Estado, alzaría su voz contra Temer, pero no haría una lectura del fin de
una época, tal como vemos en su incapacidad para reaccionar cuando el
ministerio de cultura sufrió un recorte del 50% del presupuesto, como parte del
ajuste iniciado en 2015 por Dilma Rousseff.
La debilidad
política que hoy se evidencia ante la dificultad de enfrentar las medidas de
Temer, se relaciona con la pérdida de autonomía y no es ajena a la presencia
del PT en el gobierno. En esa época, permitió que organizaciones políticas y
militancia “gobernista”, mantuviera silencio frente a proyectos como la represa
de Belo Monte[6] y otras obras de gran impacto,
indefendibles desde ningún punto de vista que no sea el de la transferencia de
recursos públicos a manos privadas. Tal cooptación de las fuerzas sociales en
un proyecto ajeno, es lo que muestra el fin de época que requerirá
reagrupamiento y creatividad política para aprender a situarse en una nueva
coyuntura.
De salida, el
progresismo recuerda la influencia de los grandes medios de comunicación. Pero
como en otros ámbitos, quizás sea tarde cuando no se buscó funcionar desde otra
lógica. El lugar privilegiado que tienen para el progresismo el análisis de la
manipulación de la prensa, sin duda un factor en la erosión de su vínculo con
la población, no sólo deberá responder el sentido de financiar ampliamente con
pauta oficial a la prensa conservadora[7], sino también abrir la discusión de
porqué la comunicación progresista hacía oídos sordos a medidas regresivas que
hoy son denunciadas, pero que se dejaban avanzar con indiferencia cuando sus
impulsores eran del gobierno anterior[8].
Radicalización
conservadora e impotencia del PT
Al
atrincherarse en la defensa cínica y pragmática de lo que sería una diferencia
en el grado del ajuste, o en el vínculo con una historia, que ya no podía
ofrecer conquistas sociales ni garantía de mantener en pie lo conseguido, se
fue permitiendo la neutralización de resistencias a un proceso en que era el
gobierno progresista introducía políticas conservadoras sin reacción. Pero a
diferencia de otros países latinoamericanos donde todavía las fuerzas
progresistas protagonistas de la década anterior –se encuentren o no de salida–
representan la posición de la gente contra el ajuste y el ataque a los sectores
más vulnerables; o represente conquistas de la memoria y la organización
popular (y aunque en esos lugares el avance conservador en el seno del
progresismo no sea para nada ajeno), en Brasil el PT no sale derrotado por
haber intentado un camino alternativo al recetado por los intereses del gran
capital. Es ese posicionamiento, comprobado una y otra vez en la historia
reciente, lo que obliga a ubicar al PT en el campo del poder, instaurando en su
lugar instaura un vacío.
Por un camino
que se profundizará en el nuevo gobierno, en lo que debe verse como una
radicalización conservadora antes que un punto de inflexión, vemos demarcarse
una nueva época, en la medida en que la neutralización del PT hace que las
nuevas luchas sociales busquen hoy nuevas referencias. Es el resultado de una
larga lista de auto-golpes, como el reciente impulso a privatización de la
salud pública y de explotación de áreas petroleras (con senadores del PT
votando la entrega de nuevas reservas junto al PSDB); o la desvinculación de
recursos del Estado para cumplir con gastos sociales, según el proyecto
impulsado por el gobierno de Temer, pero que comenzó a circular como propuesta
del PT[9].
El último PT
de gobierno también defendería propuestas de reforma jubilatoria con aumento de
edad de retiro; y concretaría la derogación de legislación que resguardaba
conquistas laboristas de la década del 40. Siguiendo una agenda internacional
conservadora, se avanzaría en la criminalización de protesta con legislación
“anti-terrorista”; y pondría al Brasil en el mapa de los peores conflictos
ambientales del mundo, como parte de una concepción de desarrollo que además
fue incapaz de reaccionar contra los responsables de desastres naturales
prevenibles[10].
Quien
continuará la tarea de implementar el ajuste y una política “de austeridad”
será un gobierno que nunca hubiera conseguido alcanzar la presidencia por el
voto. Pero aunque muy probablemente no será Michel Temer el que transite el
momento que se abre, después de las elecciones de 2018, parece menos posible un
retorno al proyecto hoy desalojado por un agotamiento que viene de su interior,
y que no se puede atribuir al desgaste, sino a la propia concepción política, o
cooptación por parte de visiones empresarias, como queda claro en el proyecto
de país emprendido antes de la crisis, con opción tecnocrática por un
desarrollo capitalista apoyada en grandes grupos empresarios, y empeñada en la
creación de otros.
El cuño
antidemocrático, que es la marca de la nueva época, se constata en lo político
con candidatos dependientes del apoyo empresarial, sabe eludir la decisión
popular con mentiras electorales o despolitización generalizada, y avanza en un
modelo de desarrollo que destruye todo lo que no se adapte a una civilización
de consumo. La clausura a conectarse con expresiones de un Brasil menor, de las
diferencias y territorios existenciales, muestra al PT como parte de una
máquina que puede llamarse democrática, pero impone privilegios e injusticia, y
es menos herramienta de la gente que del gran capital.
El modelo de
desarrollo, cuya participación en su gerenciamiento llevó a Dilma Rousseff a
ser la candidata elegida por Lula para sucederlo[11], es compartido por el gobierno Temer,
beneficiado de la destitución después de haber aprovechado un empoderamiento
resultante de la estrategia de alianzas del propio PT. Estas alianzas
permitieron a Eduardo Cunha llegar presidir el congreso y a Michel Temer ser
segundo en la línea sucesoria, ratificado en ese lugar por el mismo caudal de
votos que llevó a Dilma a la presidencia. Fue la respuesta con que el PT se
adapta a un sistema “presidencialista de coalición”, que en el primer gobierno
de Lula dio lugar al escándalo de Mensalão, por compra de votos a
parlamentarios de partidos chicos, y que da cuerpo a la demanda de una reforma
política, atrás de la cual el PT y parte de la izquierda busca encontrar espacio
para rearmar un proyecto político.
La cercanía
del gobierno saliente y entrante queda evidente si enfocamos en los propios
actores que saltaron de un gobierno a otro. Un alto porcentaje de ministros de
Michel Temer también lo fueron en los gobiernos del PT[12]. Otros participaron de la base de apoyo
en el parlamento, y el ministro de economía de Temer, Henrique Meirelles, que
hoy es adalid de los recortes, fue presidente del Banco Central escogido y
elogiado por Lula, que también lo propondría para ocupar la cartera de economía
en el segundo gobierno de Dilma, y que hoy es quien se encarga de articular las
propuestas de recorte social, profundizando lo promovido por el anterior
gobierno.
Esta
continuidad permite no extrañarse ante la circulación jocosa, en la prensa y
las redes sociales, de desafíos en que era difícil descubrir si ciertas
declaraciones o medidas antipopulares provienen del gobierno de Dilma o del de
Temer[13]. Hay una unidad en la clase política
brasilera, de la que el PT forma parte a pesar de un origen como instrumento
político de los trabajadores y la izquierda, décadas atrás. Así, los líderes
del PT no sólo son protagonistas de escándalos de corrupción relacionados con
obras públicas y dinero para elecciones. El PT comparte con los partidos que
fueron parte de su base o que estaban en la oposición, una misma lógica de
gobierno. El gran partido de la izquierda brasileña, dicho de otro modo, no es
hoy una herramienta de transformación.
El fin de
época es así un proyecto implementado por propia visión política, combinada con
un sentido común al que el comando del Estado -o de este Estado, corrupto por
naturaleza- es lo que marca el fin del PT como fuerza política de cambio.
Cuando hubo realmente una movilización popular, de composición joven, popular y
con demandas progresistas, en cambio, no sólo perdió la oportunidad de
comunicarse con nuevos movimientos horizontales y en red que mostraban que las
calles exigían un cambio, sino que dio incluso la espalda a la vieja concepción
de participación social y cercanía con movimientos de donde nace el PT.
Entre la
corrupción y el golpe: junio de 2013
Señalar la
continuidad de las políticas actuales con las iniciadas por el PT, no busca un
juicio moral a los caminos de cierta izquierda, y tiene el sentido de evitar
dos marcos explicativos que, acomodándose a una disputa mediática que da
continuidad a las estrategias del marketing electoral, deja de lado la
necesidad de pensar a partir de un fin de época. Tanto el foco en la
corrupción, principal script de los grandes medios, como una
grandilocuente denuncia de un golpe que no es acompañada de las acciones que
tal acontecimiento exigiría, dejan de lado la gravedad de la naturalidad con
que tanto el gobierno de Dilma Rousseff como el de su sucesor, asumen la
necesidad de un ajuste sobre los más débiles.
Otro camino,
que toma nota del fin del Brasil del PT, probablemente junto con el de su rival
histórico, el PSDB, exige pensar en las jornadas de movilización iniciadas en
junio de 2013, cuando los problemas de un consenso transversal a toda una clase
política enclaustrada, se mostró unificada en una respuesta de represión y
promesas de reforma que no se llevarían adelante. Más que alternativas
electorales, para situar el centro de la nueva época tenemos las reformas
conservadoras, y la resistencia de un nuevo sentido común que salió a las
calles.
El primer
marco interpretativo que es necesario dejar de lado para entender los
movimientos tectónicos de hoy cuando se analiza el impedimiento constitucional
de la presidenta, es el énfasis exclusivo en los escándalos de corrupción que
involucraban al PT. Este lugar común de los grandes medios y buena parte de la
clase media, pero con efectos en todas las clases, permitió la convocatoria de
movilizaciones con millones de personas pidiendo la salida del Dilma y
dirigidas contra el PT. Se conectan con investigaciones judiciales que reformas
impulsadas por el propio gobierno Dilma posibilitaron, no pueden reducirse a
una conspiración antipopular, con participación imperialista, y consiguieron que
empresarios de corporaciones multimillonarias, convertidas en actores
internacionales con apoyo estatal, vayan a prisión.
Las protestas
contra la corrupción, que en otros países (como India y España) dieron lugar a
la renovación de un sistema político, con aparición de nuevos actores, en
Brasil no puede constituirse como marco principal de la crisis política.
Acompañaron la acción del parlamento en la abertura del Impeachment,
pero el mismo se torna incongruente al observar que la destitución dio lugar a un
gobierno mucho más comprometido con la corrupción endémica a un Estado que
ahora es gobernado directamente por su casta dirigente más conservadora. Si
bien ocupa un papel en la erosión de una base electoral, el agotamiento del PT
debe medirse en relación a lo que fue su propio proyecto, y a la posibilidad
del mismo en el Brasil actual.
La realidad
del ajuste, como síntoma de cierta lógica de gobierno, defendemos acá que
explica más que la teoría de una gran conspiración golpista o la dependencia de
dinero ilegal para una política que de hecho opta por el marketing electoral y
conducciones autonomizadas. Ser un régimen corrupto, se ve en muchos lugares,
no es suficiente para dejar de ser alternativa. Como narrativa que explica un
cambio de gobierno, sin embargo, también es necesario ver más allá de lo que
buena parte de la izquierda explica como modus operandi de las
elites contra un gobierno popular. La falta de movilización de los que votaron
por Dilma, o de los trabajadores que el PT nació para representar, hace
necesario que la búsqueda de un marco interpretativo para la crisis también
descarte esa explicación.
La narrativa
del “golpe de Estado”[14], que abre un largo campo de
disquisiciones jurídicas difíciles de traducir a la mayoría de la población,
también deja de lado algo esencial para situarse en la actual crisis política.
Ella deja de lado la imposibilidad del campo popular brasilero y la izquierda,
de plantear una alternativa al ajuste. Entre la corrupción y el golpe, y sin
negar la medida en que estas narrativas puedan ser verdaderas, se vuelve
necesario encontrar una explicación para la persistencia de una casta política.
Ese lugar político existe, aunque desdibujado, en el recuerdo de las amplias
olas de movilización que sorprendieron Brasil en junio de 2013.
Más allá de la
discusión sobre como caracterizar el modo de aplicación de la herramienta
constitucional de Impeachment, en la que no faltan elementos de
manipulación, que permitirían usar de forma laxa el vocablo “golpe”, pero que
también difieren del sentido comúnmente dado a esta palabra en América Latina,
por lo que nos inclinamos por la idea del recurso de unparlamentarismo de
facto, es importante pensar el momento político sin centrarse en la
destitución de Dilma. La misma, si dejamos de lado elementos de cultura e
identidad política que es antagónica entre el gobierno saliente y entrante, nos
lleva a la necesidad de señalar la continuidad de un modelo, organizado en su
arquitectura económica desde la década del 90, y que el PT supo complementar
socialmente, pero que hoy no encuentra para la crisis otra solución que el
recorte de gastos sociales.
Los rasgos
comunes de un modelo, no se evidencian solamente en la respuesta ante la
crisis, sino también en consensos sobre un desarrollo que se apoya
especialmente en el agronegocio, y que tolera 58 mil muertes violentas por año[15] con impunidad policial garantizada
por leyes de confidencialidad, y sin capacidad de hacer frente al avance
conservador en la sociedad, que participa como espectador de disputas entre
elites políticas lejanas, y donde las posibilidades de una política
emancipatoria pierden para la lógica del Estado padre que se territorializa
como máquina electoral de operadores locales en el marco de una lógica
gubernamental de asistencia neoliberal[16].
Una
sobredimensión de la traición de Michel Temer y otros ex aliados del PT, como
Eduardo Cunha (presidente de la cámara de diputados que habilitó el impeachment)
y Renan Calheiros (presidente del senado y como el primero también partícipe de
varios esquemas de corrupción), no permite entender el tipo de gobernabilidad y
tablero político que desaparece, ni el desplazamiento del PT y el PSDB, sus principales
arquitectos junto al PMDB, que tampoco será capaz por sí sólo de ser quien
paute los caminos políticos de los próximos años.
Al hablar de
“golpe”, sobredimensionando la traición de Michel Temer y otros ex aliados, o
defendiendo una conspiración con participación norteamericana, es necesario
explicar por qué no fue posible que una movilización masiva se oponga a las
maniobras del congreso, ni que un estado de sitio, mecanismos de defensa o
acciones judiciales de emergencia sean accionadas. También se debe explicar la
diferencia con situaciones como las de Honduras y Paraguay, en que presidentes
son desalojados con intervención militar violenta – en el caso de Honduras – o
repentinamente sin derecho a defensa – como en Paraguay – pero especialmente,
se debe explicar por qué no se constata la presencia de un cambio de rumbo, o
de sectores golpistas opuestos al tipo de políticas articuladas desde el
gobierno saliente.
En la
narrativa del golpe, prolongada o no en una estrategia electoral que buscará el
regreso de Lula u otro candidato, la impunidad cotidiana en Brasil, o medidas
que muestran el sesgo autoritario y conservador del nuevo gobierno, son usados
como argumentos que confirman que en lugar de un juicio político se trataría en
una interrupción del Estado de Derecho, antes en pie. Sin negar que el vínculo
deteriorado entre el PT, sus bases y votantes históricos se recompone
moralmente mientras el partido es desalojado de una máquina que lo modificó en
mayor medida de lo que se vio modificada por el mismo.
Como ocurrió
en 1991 con Collor de Melo, en un juicio político acompañado de movilización en
las calles con argumentos que posteriormente serían descartados por la
justicia, la salida de Dilma se daría en un proceso del que participan mayorías
calificadas del senado y la cámara de diputadas (el voto de un tercio del
senado hubiera sido suficiente para bloquearlo), así como del Tribunal Supremo
Federal, en el desenlace del proceso, del cual tanto como 9 miembros, de 11,
accedieron a sus puestos propuestos por el propio PT. Las palabras fuertes
sobre el golpe, que no esconden una cercanía real entre el nuevo gobierno y la
herencia de la dictadura, también se oyeron en declaraciones de países aliados,
pero que tampoco llevaron adelante posiciones consecuentes como el corte de
relaciones diplomáticas con el gobierno golpista, el accionamiento de la
cláusula democrática del Mercosur o el Boicot al nuevo gobierno en los Juegos
Olímpicos disputados mientras el proceso de impeachment se
encontraba sobre la mesa.
La situación
de indiscernibilidad entre las políticas del segundo gobierno de Dilma, en que
el apoyo de la población, poco después de haberla reelecto, se redujo a menos
del 10%, según las investigaciones de opinión, se prolonga aún después de
abierto el escenario del Impeachment. Aún después de que ministros
dejen sus cargos para pensar contra la presidenta, el PT y el PCdoB, aliado
hasta el final, mantendrían alianzas para las elecciones municipales de octubre
con el PMDB y otros partidos que votaron a favor de la destitución, en más de
1600 municipios y algunas grandes ciudades[17]. Varios congresistas del PT también
apoyarían un nuevo candidato a presidente de la cámara también proveniente del
PMDB. Ni durante ni después delImpeachment el PT decide despegarse
de una lógica política de alianzas con lo más corrupto de la política,
alternando, como en tiempo de elecciones, una retórica radicalizada con una
política real pragmática y conformista por debajo de la mesa.
El que fuera
uno de los mayores partidos de izquierda en el mundo, así, muy posiblemente ya
no volverá a ser en el corto plazo el centro de la política brasileña ni
tampoco, como ya muestran nuevas articulaciones, el instrumento con que se
organice la izquierda. Surgen así nuevas fuerzas políticas y alianzas que
buscan cabalgar en el vacío que junio de 2013 pone en evidencia, incluso entre
los que se embarcaron en la denuncia de un golpe, después de haber sido
críticos a los sucesivos gobiernos del PT, que ven posibilidades de sus
candidaturas en algunas ciudades y de articulación con movimientos sociales
antes exclusivamente aliados al partido de gobierno.
En el campo
social de la izquierda no organizada en partidos ni movimientos, protagonista
de protestas en 2013, surgen nuevas luchas como las de las escuelas secundarias
o huelgas por afuera de los sindicatos. También se expande la fuerte corriente
de opinión pública que no está dispuesta a apoyar movimientos que ignoren los
efectos de un modelo de desarrollo y grandes obras, planeado desde una
perspectiva de intereses meramente capitalistas, e inseparable de una política
necesitada de financiamiento ilegal proveniente de las mismas obras.
A la hora de
explicar el declive del PT, uno se pregunta si se trató de una estrategia
equivocada. Apenas un tercio de los senadores hubieran impedido el Impeachment.
El PT no consiguió el voto siquiera de seis senadores que habían actuado como
ministros[18]. ¿Todavía externos en una
institucionalidad ajena? Quizás el problema fue el contrario: el PT se
encontraba demasiado integrado al sistema político que para la población
despierta o bien indignación, o bien indiferencia. Después de más de una década
en que las organizaciones de la sociedad dejaran la calle y se dedicaran a
recorrer ministerios, no sin resultados materiales inmediatos que se deben
valorar, un contrapoder que sirviera contra los recortes desde las calles, se
encuentra ya desarticulado.
Después de las
masivas movilizaciones de junio de 2013, y su desdeñado papel de alerta para
una clase política que no tuvo sensibilidad para escucharlo, en 2013, se
bifurcaría a partir de ellas una serie de movilizaciones anticorrupción sin
horizonte político crítico, por un lado, y de defensa nostálgica de un gobierno
debilitado, con actos espaciados y de baja concurrencia, como testimonio del
fin de ciclo de lo que fue una importante construcción colectiva y hoy deja el
poder como fuerza transformista, además de derrotada.
Notas:
[1] Esta lectura se desprende de las pruebas
publicadas por la prensa, derivadas de la “delación premiada” del empresario
petrolero Machado. Resultaría en la renuncia del hombre fuerte de Temer en su
primer gabinete, pocos días después de asumir. Ver: Talento, A. e M. Falção “Em
delação, Machado diz que Renan e Jucá recebiam mesada do petrolão”, 15 de junio
2016, http://www1.folha.uol.com.br/poder/2016/06/1781918-em-delacao-machado-diz-que-renan-e-juca-recebiam-mesada-do-petrolao.shtml
[2] Martins, R. “A bancada BBB domina o
Congresso” 14/4/2015 http://www.cartacapital.com.br/revista/844/bbb-no-congresso-1092.html
[3] “Após afastamento, reprovação a Temer chega
a 70% e avaliação de Dilma melhora, diz pesquisa” Ingrid Fagundez http://www.bbc.com/portuguese/36636385 “O
que as últimas pesquisas revelam sobre apoio ao impeachment e a Temer?” http://www.bbc.com/portuguese/brasil/2016/05/160511_temer_rejeicao_lab “Nem
Dilma, nem Temer: maioria da população quer eleição antecipada, aponta nova
pesquisa” Mariana Schreiber
[4] “Lula lidera intenção de voto em 2018, mas
perderia 2º turno” http://politica.estadao.com.br/noticias/geral,lula-lidera-intencao-de-voto-em-2018-mas-perderia-2-turno,10000063304“Lula
e Marina lideram corrida para 2018; tucanos despencam” http://www1.folha.uol.com.br/poder/2016/04/1759342-lula-e-marina-lideram-corrida-para-2018-tucanos-despencam.shtml“Datafolha
mostra Marina Silva vencendo as eleições de 2018 em todos os cenários” http://www.infocors.com/2016/07/datafolha-mostra-marina-silva-vencendo.html?m=1
[5] Aécio Neves fue afectado por denuncias de
corrupción y también desplazado políticamente dentro del PSDB por dos líderes:
Serra, canciller de Temer, y Alckmin, gobernador de São Paulo. Ambos se disputa
su bastión, el Estado de São Paulo, pero sin buenas mediciones en el ámbito
nacional.
[6] Avelar, I. “Bibliografia comentada: 50
leituras sobre o ecocídio de Belo Monte, 1ra y 2da parte” http://www.revistaforum.com.br/idelberavelar/2011/11/24/bibliografia-comentada-50-leituras-sobre-o-ecocidio-de-belo-monte-1%C2%AA-parte/ e http://www.revistaforum.com.br/idelberavelar/2012/01/31/bibliografia-comentada-50-leituras-sobre-o-ecocidio-de-belo-monte-2%C2%AA-parte/
[7] Publicidade federal: Globo recebeu R$ 6,2
bilhões dos governos Lula e Dilma http://www.cartacapital.com.br/blogs/midiatico/emissoras-de-tv-receberam-mais-de-r-10-8-bilhoes-publicidade-federal-7609.html
[8] Véase el caso del proyecto PEC 241/2016,
“Temer exuma a PEC de Dilma que reduz despesa pública com o povo” http://cgtb.org.br/2016/06/19/temer-exuma-a-pec-de-dilma-que-reduz-despesa-publica-com-o-povo/ La
misma sensación de falta de seriedad en el debate político sentimos al comparar
el tratamiento de medidas como suba de tasas de interés, aumento de tarifas,
tratados de libre comercio y otros, cuando impulsados por presidentes
“progresistas” o conservadores sudamericanos.
[9] Diferentes proyectos de enmienda
constitucional, presentados en 2015 y 2016, inicialmente defendidos por el
gobierno Dilma, luego como prioridad en la agenda de Temer buscan desvincular
la obligatoriedad constitucional de gastos en salud y educación del presupuesto
de la nación. El proyecto PEC 241/2016, hace eso poniendo un techo de 20 años
al gasto público, no pudiendo este superar el gasto del año anterior, corregido
por la inflación. De esa forma los gastos sociales quedan descomprometidos por
parte del Estado, mientras el pago de la deuda se mantiene intacto como
prioridad.
[10] Milanez, F. “Os 10 conflitos ambientais
mais explosivos do mundo”, 8/8/2016, http://www.cartacapital.com.br/sustentabilidade/dez-conflitos-ambientais-que-explodem-no-mundo
[11] La lógica de gobierno queda clara al
analizar el Programa de Aceleración de Crecimiento (PAC), cuyo gerenciamiento
como ministra llevó a Dilma a ser candidata elegida por Lula para sucederlo.
Con inversiones calculadas en R$ 500 mil millones en su primera versión y R$
1,5 billones en la segunda, y como fue evidente con Mundial de fútbol y los
Juegos Olímpicos, que tuvieron exoneración de impuestos para las empresas
organizadoras, el legado del modelo de desarrollo es desalojo ilegal de pobres,
sobreprecios, desvío de dinero, impacto ambiental irreversible y además errores
de planeamiento que vuelven a muchas de esas obras inservibles o abandonadas.
Albuquerque R, T. e Salvador, E. “As implicações do Programa de Aceleração do Crescimento
nas Políticas Sociais” SER Social, Brasília, v. 13, n. 28, p. 129-156,
jan./jun.2011http://repositorio.unb.br/bitstream/10482/9689/1/ARTIGO_ImplicacoesProgramaCrescimento.pdf
[12] En el primer gabinete de Michel Temer, con
23 ministros, el jefe de gabinete (Padilha); los ministros de planeamiento
(Jucá); de ciencia y tecnología (Kassab); de turismo (Alves); de gobierno
(Vieira Lima) y de Integración Nacional (Barbalho), fueron secretarios de
estado o ministros de Lula o Dilma. Así, proyectos que tramitan con Temer como
la reforma jubilatoria, el límite para gastos públicos y desvinculación de los
mismos a un mandato constitucional, restituciónd e impuestos regresivos, etc,
no extraña que hayan sido agenda presentada por Dilma al congreso como camino
para retomar el crecimiento.
[13] Ver la página de Facebook https://www.facebook.com/Dilma-ou-Temer-1597035603942172/?ref=ts&fref=ts Y,
en la prensa digital:https://www.nexojornal.com.br/interativo/2016/05/24/Isso-foi-dito-por-ministros-de-Temer-ou-de-Dilma
[14] Argumentos contrarios a la interpretación
que caracteriza un golpe de Estado pueden encontrarse en: A RETÓRICA DO “GOLPE
DE ESTADO” NO IMPEACHMENT DE DILMA ROUSSEFF por Marcus Fabiano,
disponible en https://marcusfabiano.wordpress.com/2016/04/17/a-retorica-do-golpe-de-estado-no-impeachment-de-dilma-rousseff/ A
favor de esta interpretación puede citarse el libro “Por que gritamos
Golpe?”, Varios Autores, Sao Paulo, Boitempo, 2016, o la compilación
publicada por la red CLACSO, disponible en:http://www.clacso.org.ar/difusion/Golpe_Brasil_genealogia/genealogia.htm .
[15] “Ramalhoso, W> Brasil registra 58,5 mil
assassinatos em 2014, maior número em 7 anos” 08/10/2015 http://noticias.uol.com.br/cotidiano/ultimas-noticias/2015/10/08/brasil-registra-585-mil-assassinatos-em-2014-maior-numero-em-7-anos.htm Martin,
M. “Brasil tem seis assassinatos por hora, a maioria de homens negros” 11/11/14http://brasil.elpais.com/brasil/2014/11/11/politica/1415732921_778564.html
[16] Toledo Jr, V “Frei Betto critica
assistencialismo e pede reformas por "democracia econômica"”.
15/03/2008 http://noticias.uol.com.br/ultnot/2008/03/15/ult23u1484.jhtm
[17] Castaneda, M. PT se coliga com golpistas
PMDB, PSDB e DEM em 1683 municípios https://lidadiaria.wordpress.com/2016/08/19/pt-se-coliga-com-golpistas-pmdb-psdb-e-dem-em-1683-municipios/
[18] Charleaux, JP, “Dilma ficará frente a
frente com ex-ministros que agora são seus adversários: quem são eles” 8/8/2016 https://www.nexojornal.com.br/expresso/2016/08/19/Dilma-ficar%C3%A1-frente-a-frente-com-ex-ministros-que-agora-s%C3%A3o-seus-advers%C3%A1rios-quem-s%C3%A3o-eles