El cristinismo fue revolucionario // Diego Valeriano
Viaje, fiesta y
consumo es un tridente que transformo todo. No existen formas de vidas potentes
y novedosas que escapen a esto. Se es deambulando, se es consumiendo, se es
gediendo.
Puede ser en un
bautismo en el cruce Castelar, en la
fiesta de la murga “Los saltarines de Don Orione”, en una Destroyer fest que
arman los pibes en San Martin, en el 15 de tu sobrina que vive en Boulogne o en
Proyecto XXX, siempre, pero siempre la fiesta termina así. Y nos es que
terminan mal, solo terminan así.
Los años del cristinismo
fueron revolucionarios: una combinación rara y poderosa entre ausencia absoluta
del estado en el control y cuidado de cuerpos y territorios, por un lado, y una
presencia estatal absoluta, invisible y constante que potenció el consumo.
Este vínculo virtuoso y revolucionario en los
territorios se hizo fiesta. “Cristina conducción de la fiesta”. La pesada
herencia son formas de vida distintas, desordenadas, revolucionarias, ásperas,
gedientas y gozosas. Esta es la verdadera pesada herencia.
El viaje libera.
El consumo libera, la fiesta libera. Desata formas de vida inauditas y piolas.
Rebeliones y resistencias permanentes, empodera. Descalifica ideas muy
asentadas.
Para resistir
genuinamente es necesario morir política e intelectualmente y no quedar atado a
apelaciones nostálgicas, explicaciones absurdas y artificios morales. Morir
como gesto: soltar el cuerpo político y geder fuerte.