¿Qué sucedió dentro de la clase obrera después de Marx? // Toni Negri
Traducción: Nicolás González Varela
La publicación en 1966 de Operai e
Capitale (edición en castellano: Obreros y capital, Akal, Madrid, 2001)
por Mario Tronti, cofundador de las revistas Quaderni Rossi y Classe
Operaia en los años 60 del pasado siglo y autor desde entonces de una
larga relación de obras de enorme interés, además de participante activo en la
política italiana, tuvo una creciente repercusión en el “operaismo”, corriente
autónoma y antiautoritaria que tuvo un notable desarrollo en Italia y en el
ámbito europeo. Con ocasión del 50 aniversario de su publicación se desarrolló
un Seminario en la Universidad de París X-Nanterre el 11 de junio pasado,
dentro del cual Toni Negri presentó esta ponencia que ahora publicamos.
En 1966, en su primera edición, Operai e
capitale concluye con la promesa de estudiar “qué es lo que ha
sucedido dentro de la obrera después de Marx”/1. En el “Postscriptum” a
la segunda edición de 1970 de Operai e capitale, Tronti analiza la
clase obrera del “New Deal” y describe la transformación de la composición
técnica (fordismo) y de la composición política (el sindicalismo y el
reformismo del “New Deal” al “Welfare State”, de hecho). Tronti no reconocía
todavía, para la obrera, una diferencia estructural de composición técnica y
política entre el fordismo y los años 1970. No existen para él modificaciones
de los procesos de trabajo, taylorismo y keynesianismo permanecen hegemónicos y
las relaciones políticas de continúan dominadas por el Estado-Plan. Entre la
primera y la segunda edición de Operai e capitale ha ocurrido
el 1968: a Tronti no la ha parecido que hubiera sido un gran suceso. La obrera
en 1968 y en lo que seguirá (en particular en el llamado “otoño caliente”
italiano) se encuentra íntegramente dentro del fordismo y el “New Deal”.
Afirmando esta cuestión, Tronti tenía a la vez razón y estaba errado. En la
superficie la situación permanecía igual, el “proceso de trabajo” no había
mutado.
Sin embargo, si uno mira más en profundidad, sí
que había algo que estaba cambiando y de lo cual 1968 era su síntoma. Cambiaba
la “relación del capital”, la forma del proceso productivo, el “modo de
producción”. En 1968 fue cuando había comenzado esta transformación. Y llevaba
razón Tronti cuando, con mucha circunspección, sospechaba, en el “Postscriptum”
de 1970, que lo que se estaba revelando era una nueva fase, la terminal de la
larga época del fordismo. Mientras en aquella fordista, obreros y capital se
encontraban dentro del capital, ahora se estaba dando una nueva condición:
obrera y capital se encontraban ahora dentro de la obrera. Tronti proponía
estudiar esta transición. Era una intuición correcta. Si se deja de lado la
ilusión, que algunos cultivaban, de que “dentro de la clase obrera” significase
“dentro del Partido”, se hacía necesario reconocer que, en el nuevo nexo
antagonista a continuación del 1968, el capital de alguna forma pagaba la
superación del fordismo y la difícil victoria reportada sobre la clase obrera
fordista, con la obligación de estabilizar el eje del nuevo comando “dentro de
la clase obrera” y reestructurar su propio proyecto de acumulación allí mismo
-sufriendo con esto una radical mutación de estructura. “Dentro de la clase
obrera”, es decir: llegando a reconocer -el capital mismo- que “el principio es
la lucha de la obrera” y que “al nivel del capital socialmente desarrollado, el
desarrollo capitalista está subordinado a la lucha obrera, viene después de él
y a él debe hacerse corresponder el mecanismo político de la misma producción”/2 -es
decir: el capital comprendió que su misma composición técnica (el concepto es
aquel marxista de “composición orgánica” del capital) debía ser modificada para
poder funcionar (id est: producir y dirigir) sobre una nueva composición
política de la clase obrera. Y esto se producía dentro de un bello ajetreo: la
Trilateral, por ejemplo, lo llamaba 1968, pero otros no denominaban al proceso
así. Lo cierto era que una mutación radical le era impuesta al capital. Se
resguardaba el espacio productivo (cambiaba el lugar de la producción) y la
dimensión de la temporalidad (se transformaba radicalmente la “jornada
laboral”).
Se trataba de una “mutación de paradigma” del
modelo de explotación: se había producido por la victoria obrera dentro/contra
el fordismo. Que el paradigma que tal victoria había introducido fuese una
novedad, lo demostraba el hecho que el antagonismo en la “relación del capital”
se presentaba -mejor dicho: en realidad se reabría- en una forma nueva, de
experimentar una nueva forma de lucha por la organización, ya sea por la parte
capitalista, ya sea por la parte obrera.
Lo que deseamos saber ahora es si Obreros
y capital nos ofrece instrumentos para describir este nuevo paradigma
estructural. A nosotros nos parece que sí, nos parece que el ensayo “Marx
-fuerza de trabajo- clase obrera” es, desde este punto de vista,
fundamental. A partir de ahí, se nos permite desplegar un análisis del
desarrollo capitalista después de 1968, fuertemente dinámico debido a su
insistencia sobre los procesos de subjetivación de las y los trabajadores.
Sabemos que el capital es una relación, una
correlación, un antagonismo de fuerza. Tronti ha insistido con gran fuerza
sobre la distinción entre trabajo y fuerza de trabajo: “En el concepto de
‘fuerza de trabajo’ está la figura del obrero; en aquella de ‘trabajo’ no”/3.
Y este concepto político de la fuerza de trabajo como no-capital, lo encuentra
en germen y en desarrollo en todo el pensamiento juvenil de Marx, quien ya en
los Manuscritos… de 1844 concluye esta aproximación, proponiendo
soluciones inmediatamente subversivas. En un período -los años 1960- en el cual
se había puesto de moda, tanto en la izquierda como en la derecha, realzar el
utopismo juvenil marxiano sobre el pensamiento de El Capital, Tronti presiona
al contrario por una unificación estricta. Existe aquí, en esta continuidad del
pensamiento marxiano de juventud y madurez, en la imbricación entre los
escritos filosóficos y los históricos, y a su vez entre todos ellos y El
Capital, un concepto político de la fuerza de trabajo que funciona como palanca
para resolver toda solución teórica.
En segundo lugar, esta tendencia de la
investigación se hace todavía más evidente en el análisis que encontramos en
los Grundrisse…, asumido como texto genético de El Capital. Que el
“doble carácter” de la Fuerza de trabajo, aquel de ser al mismo tiempo
mercancía y sujeto, surge con extrema fuerza. “La única antítesis al trabajo
objetivado es el trabajo no-objetivo, o sea que la única antítesis al trabajo
objetivado es el trabajo subjetivo” -señala Tronti citando a los Grundrisse…/4 y
esta subjetivación se representa como la condición misma de la existencia del
capital. En los Grundrisse… (“monólogo interior que Marx
establece tanto con su propia época como consigo mismo”)/5 el
trabajo como subjetividad deviene central: “en la medida en que debe existir
temporalmente como trabajo vivo, la fuerza de trabajo puede existir por lo
tanto como sujeto vivo, como capacidad, como posibilidad: por lo tanto, como
trabajador”/6. El doble carácter de la mercancía trabajo se subjetiviza,
deviniendo de un lado como “miseria absoluta”, es decir: la “mercancificación”
total de la potencia productiva, y del otro lado “subjetividad”,
subjetivización continua, posibilidad general de la riqueza como sujeto. El
doble carácter de la mercancía fuerza de trabajo es empujada a interiorizarse
al máximo en el capital. Tronti: “éste es el camino nuevo que Marx mismo
propone. Punto de partida: el trabajo como no-capital, o sea: el trabajo como
sujeto vivo del trabajador en contra de la muerta objetividad de todas las
otras condiciones de producción; el trabajo como fermento vital del capital
-otra determinación activa que se agrega a la actividad del trabajo productivo.
Punto de llegada: el capital que deviene en sí mismo fuerza productiva,
relación esencial al desarrollo del trabajo como fuerza productiva social, y
por lo tanto esencialmente enlazada con el desenvolvimiento de la clase obrera…
En el medio de este camino, entre lo uno y lo otro permanecen dos puntos: el
trabajo como no-valor y, precisamente por esto, la fuente viva del mismo valor;
miseria absoluta y, precisamente por esto, posibilidad general de la riqueza;
de nuevo plustrabajo y, precisamente por esto, plusvalor -la figura moderna del
obrero colectivo que ahora trata de producir capital propio en cuanto
antagonista que lo combate./7” “Se trata entonces, sobre esta base, de
partir del descubrimiento de las leyes políticas del movimiento de la clase
obrera, que subordinan materialmente en sí mismas el desarrollo del capital: se
completará así la tarea teórica definitiva desde el punto de vista obrero”/8.
En tercer lugar se da aquí, según Tronti, la
superación marxiana de la ley del valor. O mejor dicho su redefinición: “Marx
refuta la idea del trabajo como fuente de la riqueza y asume el concepto de
trabajo como medida del valor.” Valor-trabajo quiere decir ahora en primer
lugar “la fuerza de trabajo, en este sentido valor medido por el trabajo. El
trabajo es la medida del valor porque la clase obrera es condición del capital”/9.
Inútil agregar que con ello la ley del valor viene reconocida por aquello que
es: “ella no puede ser extrapolada de la relación capitalista de producción y
del nexo de que la fundamente como tal.” El valor, como pura medida del valor,
intentando devenir en ley, transforma su acción en mistificación: la ley del
valor, absolutizándose, clausura la Trennung entre clase y capital, conduce de
manera perversa la relación del capital a su identidad. Aquí -y no es una
subordinada insignificante- la ideología socialista (no solo la estalinista)
queda definitivamente desenmascarada. Y de allí que “del funcionamiento
económico objetivo de la ley del valor-trabajo, ya no se puede (paradojalmente
o escandalosamente -esto lo agrego-) hablar propiamente, por lo tanto, en la
sociedad que declama haber realizado el socialismo”… “debemos tener el coraje
de convencernos que este absurdo es un hecho histórico real: el poder político
del capital puede asumir la forma de un estado obrero”/10.
Hasta ahora habíamos visto en qué medida y con
qué profundidad la fuerza de trabajo se encuentra ya interiorizada en el
capital. Pero el concepto de capital es una relación de fuerza entre el trabajo
muerto, acumulado en capital, y el trabajo vivo, en fuerza de trabajo, en la
subjetivación de ésta -tal relación es un campo abierto-. El doble carácter de
la fuerza de trabajo, que habíamos visto actuar en la sumisión al capital,
puede reemerger contra la subordinación al capital. Es precisamente aquí donde
comienza una suerte de “camino en subida”, reconstructivo, apoyando la
instancia comunista de la lucha de clases.
Pero: ¿cómo puede suceder esta reapertura
revolucionaria de la relación del capital? La primera condición consiste en la
socialización de la fuerza productiva y este pasaje de socialización de la fuerza
de trabajo se produce completamente en el interior del capital: por lo tanto,
“la fuerza productiva desarrollada por el trabajador como obrero social es
fuerza productiva del capital”/11. Cuando “un número considerable de
obreros, o sea obreros socialmente combinados, ingresan en un mismo proceso de
producción, bajo el comando del mismo capitalista, devienen fuerza productiva
del capital”, entonces es cuando se hace posible la ruptura. Pero sólo se hace
posible. Interesa aquí seguir “el pasaje histórico que ve, de la parte obrera,
primero el vendedor de la fuerza de trabajo, entonces la fuerza productiva
singular, entonces la fuerza productiva social”/12. Pero: ¿qué es la
fuerza de trabajo constituida dentro del capital? ¿Qué
significa establecer su posibilidad de llegar a existir contra el
capital? Significa recualificar sin interrupción la específica dinámica
antagonista en la “relación” del capital, y sus diversos equilibrios -si puedo
decirlo en los términos de un autor que me resulta muy querido, la “guerra
civil” que recorre la relación de poder. Esta posibilidad se da obviamente con
la condición de “no fijar el concepto de clase obrera en una forma única y
definitiva, sin desarrollo, sin historia”/13. En el interior del
movimiento marxista está naciendo con mucha dificultad una “historia en el
interior del capital”, y Tronti añade: “pero aún se encuentra lejos de ser
asumida como un programa de trabajo, así como un principio en el método de
investigación, la idea de una historia interna de la clase obrera que
reconstruya los momentos de su formación, las modificaciones de su composición,
el crecimiento de su organización, según las varias y sucesivas determinaciones
que la fuerza de trabajo asume en cuanto fuerza productiva del capital, según
la diversa, recurrente y siempre nueva experiencia de lucha que la masa obrera
elige en cuanto única fuerza antagónica de la sociedad capitalista”/14.
Es por lo tanto dentro de la historia interna de
la clase obrera que el dentro/contra trontiano va a ser
analizado/15. Aquí nos encontramos con un momento fundador del
obrerismo. Para ello, se establecen tres condiciones sobre la base de toda
posibilidad de derrocamiento estratégico de la relación productiva. Las
primeras dos condiciones son aquellas sobre las cuales nos hemos centrado hasta
ahora en gran medida: la subjetivización de la fuerza de trabajo cuando ella ha
madurado hasta el punto de poder permitir “contar con ella verdaderamente dos
veces dentro del sistema del capital: una vez como fuerza que produce capital;
otra vez como fuerza que se resiste a producirlo; una vez dentro del
capital; otra vez contra el capital. Cuando las dos secuencias
subjetivamente se unifican desde la parte obrera, se abre la vía para la
disolución del sistema capitalista, comienza entonces el proceso práctico de la
revolución”/16. He aquí la tercera condición.
Es éste el punto crucial del método obrerista
-que de esa manera deviene una genealogía opositora en la
historia interna de la al capital. El ejemplo marxiano de la lucha por la
reducción de la jornada laboral de parte de los trabajadores ingleses, lucha
victoriosa y que introduce una nueva forma de valorización (del plusvalor absoluto al relativo)
es aquí fundamental. La transformación del capital es impuesta en el mismo
momento en el cual la composición de la clase obrera en lucha se modifica.
Analizando este período de lucha Tronti subraya que aquí se ha realizado “un
auténtico y verdadero salto político”. Y de “causa” y “efecto”
político se puede hablar incluso cuando no exista un movimiento organizado sino
mera resistencia, cuando se dan elementos destituyentes y no todavía
expresamente políticos y constituyentes.
De hecho, el nexo entre fuerza de trabajo y
capital no se presenta de manera simple -como en los orígenes del capitalismo-
en el intercambio del mercado de trabajo, sino que se presenta dentro de
la producción del capital, expone con gran potencia cómo desde la relación de
se determina la figura del capital. Y es a través de este reconocimiento que la
iniciativa obrera deviene política. El ejemplo trontiano es ahora antiguo, se
trata de la insurrección obrera en el 1848 francés y repite la narración
marxiana, insistiendo en el hecho que el pasaje de la acción para la
destrucción de la sociedad burguesa se transforma en lucha por la destrucción
de la forma del Estado. Es en el interior de esta lucha en la cual la transformación
del “proletario” en “obrero”, del vendedor de la fuerza de trabajo en productor
de plusvalía, se organiza y es aquí en el que una en armas contra toda la
sociedad transforma la relación productiva en resistencia, lucha e insurrección
en contra de ella.
Observa Tronti: “no sucede sólo en El
Capital de Marx sino que en la historia misma del desarrollo
capitalista la lucha por la ‘jornada de trabajo’ normal precede, impone, provoca una
transformación en la forma del plusvalor, una revolución en el
modo de producción”/17. Aquí todavía se puede hacer notar como una
victoria en la Lucha de s, en este caso la imposición al capital de un interés
específico de parte de la clase obrera, prefigura y sobredetermina un interés
(y una potencia) del capital: “es un hecho no excepcional en la historia del
desarrollo capitalista”. “Es un modelo no tanto referido a la lucha, sino en
tanto conclusión de la lucha, se repetirá en diversas formas en
varios niveles del desarrollo”/18. Y todo continuará: “cuando los
obreros ganen una batalla parcial después de haberla ganado por cuenta del
capital”. A veces la sufre de derrotas terribles “que doblegan por un momento
al movimiento pero los hacen realzar en su fortaleza rápidamente”/19. Dentro
de esta derrota madura todavía (y se manifiesta), la transformación del modo de
producción y la modificación de la forma del plusvalor. Y así también se
modifica la composición de la clase obrera -como habíamos visto. Incluso el
nombre “clase obrera” puede ser un error: no tanto porque la estructura
antagonista de la clase obrera se haya disuelto sino porque la forma en la cual
ella produce y lucha se han transformado. Proletariado, obrera, multitud: no
representan figuras de la oposición, representan caras variables pero
homogéneas de una composición de resistencia y de lucha en movimiento.
Hoy nosotros asistimos a una transformación
radical del proceso de trabajo y del modo de producción capitalista. Un nuevo
terreno de lucha, en el “nuevo modo de producción”, es propuesto a una fuerza
de trabajo socializada, precarizada, global. El trabajo ha devenido cognitivo,
afectivo, cooperativo. El nuevo modo de producción fue impuesto por las luchas
obreras del siglo pasado -que la ha producido a través del rechazo al trabajo
asalariado y la destrucción de la centralidad de la fábrica. Y, en especial, a
través de dos procesos que acompañaron al desarrollo del capital cognitivo: la
apropiación, de parte de los trabajadores, de una autonomía en la gestión del saber
y por otro lado los procesos de cooperación productiva. Realmente aquí la lucha
de clases comienza a crecer “dentro de la clase obrera” y la subjetivación de
la fuerza de trabajo comienza a transformarse (para decirlo con palabras de
Tronti) en potencia del “obrero” -vale decir que la subjetivación se determina
a través de la incorporación de cuotas de “capital fijo” (saber y organización
del trabajo), muchas veces instrumento de comando del capital sobre la fuerza
de trabajo. Es en respuesta a aquella lucha que el capital ha construido su
organización basada sobre la explotación de la potencia social del trabajo y
sobre la extracción de lo “común”. En esta situación, se impone hoy
una nueva estrategia de los movimientos en lucha por el comunismo y se deben
buscar nuevas tácticas de organización. Pero, en relación con el método y la
axiomática de la investigación, nosotros nos mantenemos sobre el sólido terreno
propuesto por Tronti en Obreros y Capital. Si existe una diferencia
entre el obrerismo y el postobrerismo, si es que existe, consiste en el Saber
de y en la que se encuentra en el reconocimiento de la transformación
histórica de la relación de producción y del sujeto que, allí en su interior,
es explotado. Pero es algo que, al mismo tiempo, constriñe al capital a
someterse a un nuevo impacto de resistencia y de lucha, de odio y de esperanza.
Para concluir, un ejemplo del método, trabajando
en presencia de una nueva composición del trabajo -el trabajo cognitivo- y de
las terribles condiciones de precarización y de desocupación que ello supone.
El capital de buena gana dejaría morir a esta nueva generación de trabajadores
si no fuese porque ello acarrea el riesgo del deterioro de esta preciosa
capacidad productiva y el bloqueo de la nueva forma de acumulación social a
través de la “extracción de lo común”. ¿Qué sucederá como consecuencia? La
primera hipótesis, aquella de “dejarlos morir”, la experimentamos todos los
días en las fronteras de Europa, de EE UU y en el Pacífico Sur -aunque, de
manera aleatoria, en nuestra vida cotidiana. Pero la “racionalidad” capitalista
-siempre funcional a la acumulación- impondrá otra elección. El Capital se verá
obligado por lo tanto a desarrollar formas de salarización social y a reformar
las instituciones del “Welfare State” en funciones de control de la dinámica de
resistencia y del ejercicio de dominio. Medidas salariales (“renta básica
ciudadana”, por ejemplo) y maniobras sobre el “Welfare State” pueden mezclarse
y confundirse en la gestión capitalista de la transformación: lo importante es
que establezcan un equilibrio, al menor costo posible, en la productividad y la
vida de los trabajadores.
Pero las cosas se complican tanto de parte de los
capitalistas como de parte de los trabajadores. A los primeros, les incumbe sobre
todo la necesidad de reorganizar las estructuras internas para absorber y
regular, y así imponer una acumulación ordenada de los nuevos flujos sociales
del valor -ya que la transformación del modo de producir determina una nueva
forma en el plusvalor (“social” más que “absoluto” o “relativo”) e impone al
comando capitalista una nueva jerarquía -en este caso financiera. Pero para los
trabajadores muchas cosas han cambiado: ya sea la “jornada laboral” que ahora
no tiene medida temporal, ya sea el “lugar de trabajo” que ha devenido en algo
móvil y transferible, ya sea la forma del salario que es ahora socializada y
viene establecida en el punto más bajo de la relación entre salario mínimo y
subsidio del “Welfare State” -bien, todo esto destruye definitivamente formas y
tradiciones de lucha, configurando de esta manera un nuevo terreno social de
organización y de propuesta anti-capitalista. Nos preguntamos: ¿será una
victoria para la trabajadora obtener una renta básica ciudadana, articulada a
las necesidades previstas en el “Welfare State”?; ¿o en realidad se está
configurando simplemente una nueva organización de la fuerza de trabajo como
“capital variable”? Una y otra cosa, evidentemente. Pero sobre esta base puede
darse (y esto es lo que realmente interesa) un nuevo terreno de lucha y por lo
tanto la posibilidad de organización para los trabajadores cognitivos, los
cuales, por la misma rica cualidad de su composición de , no pueden limitar su
propia iniciativa sobre el terreno de la pura resistencia. “La figura
schumpeteriana del emprendedor, con su iniciativa innovadora, nos gustaría
verla volcada en la iniciativa permanente de lucha de las grandes masas
obreras”/20: de acuerdo -pero ahora tenemos nueva composición, técnica y
política, mucho más continuamente productiva y una multitud mucho más extensa,
en consecuencia una posibilidad mayor de construir pasajes constituyentes de un
nuevo orden social. Estos es lo que, desde el 2011, seguimos viendo y
estudiando.
¿Hay demasiado optimismo en esta fundación y en
este relanzamiento del método obrerista? ¿Como si la derrota de los años 1970
(de todos aquellos que habían rechazado el retorno ‘irénico’/21 a
los brazos del Partido Comunista italiano) no se hubiera asumido con la
gravedad que ella tiene? ¿No existe todavía aquí la ilusión que la multitud en
el trabajo, como un conjunto plural de singularidad, pueda reagruparse
milagrosamente? Para decirlo en términos filosóficos: ¿no es esta una pobre
hipostasis ontológica, no tanto de la recuperación del método obrerista, sino
en cuanto a la redefinición de un sujeto en lucha? Estas objeciones, que son
frecuentemente opuestas a los obreristas, me temo que no pueden ser cumplidas.
En primer lugar porque la metodología de Obreros y Capital, que
sale al encuentro de la hipótesis política de Tronti, era (y lo es) practicada
de manera independiente a toda reducción a la unidad y a una trascendencia de
Partido, y por lo tanto salvaguardada de toda maquinación insurreccional
vanguardista, tan característica de la escatología socialista.
Tan cierto es esto que en la hipótesis obrerista
se puede encontrar la experiencia teórica, historiográfica y política que ha
hecho de los movimientos autónomos “desde abajo” la clave de toda reciente
práctica revolucionaria, desde aquellos llamados “altermundialistas” en torno
al cambio de siglo a aquellos que a partir de 2011 se han hecho endémicos. En
segundo lugar porque la implantación del diagnóstico de la teoría (que algunos
llaman) “postobrerista” (que es aquella que subjetiviza la singularidad
multitudinaria y considera la fuerza de trabajo cognitiva implantada en lo
común) -y de esa implantación, por lo tanto, es excluida toda hipótesis
finalista y todo telos unitario. La intencionalidad subjetiva
no puede ser confundida con el Determinismo teleológico. Si existe un “capo
progresista” producto de la lucha, es aquel construido por la fuerza de los
movimientos. No existe el destino sino un discontinuo que construimos y nuestra
Libertad tiene siempre el signo de esa necesidad. El obrerismo de Obreros
y Capital nos ha enseñado esto también.
[Fuente: http://vientosur.info/]
Notas
1/ Tronti, Mario: Operai e capitale, Einaudi,
Torino; 1966, p. 263; en español: Obreros y Capital, Akal, Madrid,
2001.
2/ Tronti, Mario: Operai e capitale, Einaudi,
Torino; 1966, p. 89.
3/ Tronti, Mario: Operai e capitale, Einaudi,
Torino; 1966, p. 129.
4/ Tronti, Mario, op. cit., p. 166.
5/ Tronti, Mario, op. cit., p. 210.
6/ Tronti, Mario, op. cit., p. 211.
7/ Tronti, Mario, op. cit., p. 215.
8/ Tronti, Mario, op. cit., p. 219.
9/ Tronti, Mario, op. cit., p.
224-225.
10/ Tronti, Mario, op. cit., p. 226.
11/ Tronti, Mario, op. cit., p. 147.
12/ Tronti, Mario, op. cit., p. 150.
13/ Tronti, Mario, op. cit., p. 149.
14/ Tronti, Mario, op. cit., p. 149.
15/ Tronti, Mario, op. cit., pp.
150-153.
16/ Tronti, Mario, op. cit., p. 180.
17/ Tronti, Mario, op. cit., p. 207.
18/ Tronti, Mario, op. cit., pp.
207-208.
19/ Tronti, Mario, op. cit., p. 208.
20/ Tronti, Mario, op. cit., p. 210.
21/ “Irenismo”: en la Teología cristiana se
refiere a tentativas de unificar los sistemas apologéticos utilizando la razón,
la reflexión y la conciliación como instrumentos. (N. del T.)