Hay para todos // Verónica Gago - Esneider Polanco - Cesar Giraldo
Los dirigentes del mercado popular
San Andresito de Colombia dicen tener un capital político: multiplicar el
consumo evita la división resentida entre pobres y ricos. “Mantenemos a raya la
brecha de clase”, dice uno de ellos. En este ensayo, colaboradores del IDAES
(UNSAM) analizan su historia, organización y el impacto de la ley
anticontrabando. ¿Legalidad versus democratización del consumo?
Hace algunas
décadas, la isla colombiana de San Andrés era un puerto libre y un buen plan de
compras para las clases medias que querían conseguir electrodomésticos sin
impuestos y, de paso, disfrutar del mar de los siete colores, una singularidad
de aquel lugar paradisíaco. Por entonces, y debido a la política de protección
económica, los electrodomésticos eran aún productos caros. Por eso, algunos
comerciantes vieron la oportunidad: compraban los cupos de los viajeros para
poder adquirir una cantidad significativa de mercancías y luego revenderlas. En
los años sesenta del siglo pasado, parte de ellos se localizó en la hoy llamada
Plaza La Mariposa, en el Sector San Victorino, de la ciudad de Bogotá.
Ahí se cruzaron con
los vendedores ambulantes que ofrecían cachivaches, cortaúñas y ungüentos para
curas milagrosas. Un desalojo los unió en la necesidad de buscar otros
espacios, irse de esa zona céntrica del mapa. “Vamos y experimentamos”,
recuerdan que se dijeron y se arriesgaron a comprar la primera bodega. Al
principio se ubicaron en el sector de la Sabana y Paloquemao de la ciudad.
Luego se expandieron a la Zona Industrial de Puente Aranda, creando el Mercado
San Andresito de la 38, el mercado popular más grande de Colombia. Así, el
nombre del santo de la isla migró y hoy bautiza a los bulliciosos mercados que
se multiplicaron y se dispersaron en otras ciudades del país, existiendo en la
actualidad un total de 57, todos bajo el mismo nombre. Hoy, sin embargo, están
en pie de guerra.
El San Andresito de
la 38 bulle en la mañana del primer sábado de septiembre de 2015. Sobre las
veredas, los negocios en primera línea abren a galerías interiores que ocupan
varias manzanas, divididas por rubros. Lo que empezó siendo una única bodega
con puestos, hoy se despliega en 47 galerías y galpones. O, como prefieren
llamarlo aquí de modo más justo, “centros comerciales”. “Si el gobierno
pretende acabar con nuestra forma de vida al favorecer a las multinacionales con
esta ley de Anti-Contrabando, acá vamos a una guerra civil”, dice Albeiro
Camacho Rodríguez, presidente de FESACOL, la federación que agrupa a todos los
San Andresitos de Colombia. Se refiere a una ley que está en discusión, contra
la que hay movilizaciones y de lo cual no se deja de hablar.
Sus oficinas están
en un primer piso de la feria, tapizado de afiches de campaña. Camacho
Rodríguez se postula como concejal, presentándose como representante del
“comercio y la seguridad”. En la misma lista, como candidato a alcalde, Ricardo
Alcalde exhibe dos de sus atributos más destacados: haber sido ganador del
premio nacional de Alta Gerencia y ser ex presidente del Fondo Nacional del
Ahorro. Los dirigentes están convencidos de que es hora que la fuerza comercial
feriante se traduzca en representación política. Por eso se han lanzado a la
campaña. Dicen que el presidente Juan Manuel Santos fue apoyado por los
comerciantes informales pero que, apenas asumió, su discurso viró hacia la
clave de considerarlos como parte de la “ilegalidad”. “Hace setenta años que
somos comerciantes: es claro que si nos tildan ahora de delincuentes es porque
ven nuestra fuerza creciendo”, especulan en una geometría imbatible.
Hoy los San
Andresitos son el lugar donde todas las clases sociales tienen la posibilidad
de adquirir de forma barata productos nacionales e importados. También allí se
rebuscan la vida un gran número de familias, quienes a fuerza de empeño,
solidaridad y habilidad para el negocio han logrado prosperar. Por eso se
indignan: sienten que el ataque del gobierno y las multinacionales a través de
la ley de Anti-Contrabando apunta directo contra su modo de vida y busca
criminalizarlos.
Hay para todos
En los pasillos
atiborrados, se cuenta que fue Bernardo –un comerciante fundador de los San
Andresitos– quien le dio el nombre en los años setenta. La referencia funcionó
de inmediato: por el nombre, era claro que en esos lugares se encontraban los
productos extranjeros imposibles de conseguir en el país. Además de electrodomésticos,
whisky, perfumes franceses y ropa novedosa. Consumir esos productos había
dejado de ser una exclusividad para quienes podían viajar al extranjero.
Wilson, un comerciante que por tres generaciones ha trabajado en el sector,
explica la función trasnacional y globalizadora de los mercados populares: “los
San Andresitos tienen una misión: crear la función social de darle a todas las
clases sociales la posibilidad de adquirir productos de todo el mundo”. Esto, a
su vez, permitió que se convirtieran en un centro de aglomeración de productos
de alta tecnología, que innovaba de forma continua su portafolio para
mantenerse a la vanguardia del mercado.
En sus calles se
mezcló lo nuevo y la desconfianza por lo nuevo. Porque los sectores populares
empezaron a adquirir productos que estaban reservados para las clases altas y,
al mismo tiempo, era el único sitio donde se podían hacer las reparaciones y
adaptaciones de dichos productos, utilizando la inventiva criolla. Quienes
trabajan en los comercios populares se encargan de ser facilitadores de la vida
de las personas. Bastaba que el cliente tuviera una necesidad para que los
comercios pensaran en una solución. Cuando algunos artículos no se conseguían,
eran muy caros o simplemente las industrias no los fabricaban, algunos de los
comerciantes se especializaban en construir lo inexistente. Los comerciantes
cuentan que, aún para necesidades particulares, siempre hay técnicos o
tecnólogos, quienes pueden reparar electrodomésticos deteriorados cuyos
repuestos no se consiguen, o realizar adaptaciones que la industria estándar
considera imposibles. Por ejemplo, a un precio muy económico “el sonido de tu
auto puede ser potenciado a niveles estratosféricos, tu viejo computador puede
ser convertido en una máquina poderosa con el último software, y tu celular
inservible puede revivir con una pila nueva y duradera”.
La relación con el
consumidor se vuelve personalizada, y se genera confianza por los lazos de
credibilidad que se construyen en una relación permanente y renovada. Es
habitual encontrar que los clientes del comercio popular confían en los
vendedores bien sea por la asesoría y la amabilidad con la que son atendidos o
por los bajos precios que pueden encontrar allí, y porque ponen la cara a la
hora de los reclamos. Estas instituciones son las que hacen prevalecer la
tradición comercial de los trabajadores de los San Andresitos. Esto se expresa
en su eslogan “bueno, bonito y barato”, a lo que habría que agregar, “con la
garantía personal de quien lo atendió”.
El comunismo de las marcas
La ley
Anti-Contrabando apunta a proteger las marcas. Su subversión es una de las
causas por la cual en la feria se puede vender barato y “democratiza” los usos
exclusivos a través del consumo popular. Pero también bueno y bonito: los otros
adjetivos que completan el slogan de la feria. “¿Saben la historia del chino
Chalon?” nos pregunta Albeiro Camacho. “Le confeccionaba todos los pantalones a
Diesel y Diesel desplazó en ventas a Levi´s. Pero al tiempo el chino Chalon
registró Diesel Grooting y ahora está desplazando a Diesel. Y, claro, ¡son
igualitos, pero más baratos!”. Acá hay ropa buena. También la número dos, que
es la genérica. Pero se sabe bien cómo funciona en China: “Tenés mil camisas
Tommy (Hilfigher), seiscientas van a la marca, cuatrocientas al mercado negro.
Así Tommy está en todos lados y no le falta a nadie (risas).
Porque todos queremos a Tommy, ¿o no?”. Los locales caros de Santa Fe Plaza, El
Andino, Unicentro o Plaza Central en Bogotá muchas veces ofrecen prendas número
dos, pero sus compradores no se dan cuenta de que están pagando lo que cuesta
el alquiler de esos lugares.
La explicación del
dinamismo asiático, de este desplazamiento veloz, es política: “los chinos son
populares, son comunistas: eso hace que les interese la venta por volumen, es
decir, que las marcas lleguen a todos. ¿Quiénes mejor organizados que ellos
para lograrlo?”. China aparece en estas ferias populares como una experiencia
del comunismo de las marcas: baratas y para todos. Reproducción que homogeneiza
sin perder el aura del prestigio. Multiplicación de las marcas que a la vez no
hace más que incrementar sus ventas. Proliferación de distinciones sin dejar de
apostar al volumen. Marca-gato (sospechosa) o réplica full:
formas de competencia a la renta monopólica de la marca, erosión por
abajo y por adentro del superlogo. En Colombia, el 70% de la ropa que se vende
se importa de China. Algunas prendas, sin embargo, se traen sin terminar: “eso
es para darle acá el terminado así se bajan los impuestos que se paga a la
importación, ya que no tributa lo mismo un insumo que un producto terminado”.
Dentro del comercio
de los San Andresitos se puede encontrar toda clase de mercancía y variaciones
múltiples. En ropa existe la clasificación de autenticidad 01, 02, y 03. La
número uno, la más cara, es la prenda o producto original, que paga todos los
impuestos y las franquicias correspondientes. La dos tiene los materiales originales
como la anterior, pero no paga las franquicias. La tres, la más barata, tiene
materiales de menor calidad que los originales. Manuel, comerciante del sector,
afirma que el hecho que existan diferentes productos garantiza que se
multipliquen las posibilidades de consumo, poniendo en juego diversas
referencias de autenticidad.
Aquí se puede
vender barato por tres razones: porque se pagan bajos alquileres (lo que no
implica que no haya negocio inmobiliario), porque hay mecanismos de préstamo
que permiten no caer por completo en la explotación de los bancos, y porque no
se dejan engatusar por las marcas de prestigio. O, mejor aún, porque hacen una
práctica de subversión de ese prestigio. La primera razón tiene que ver con las
zonas diferenciales de la ciudad: existe facilidad para montar negocios en
locales comerciales donde los arriendos están muy por debajo de los que cobran
en los centros comerciales acreditados. Eso permite al comerciante reducir
costos a niveles mínimos. Pasa lo contrario con los elegantes locales de las
zonas chic de la ciudad: allí el 80% de lo que se paga es el
costoso arriendo, el derroche del encopetado dueño, y la franquicia de la marca
de la prenda. Eso significa que el cliente está pagando por una serie de
conceptos que no tienen que ver directamente con el producto que compra.
La segunda razón
por la que se logra abaratar la vida es eludir la trampa de la formalización,
lo cual permite otras vías de financiamiento que no son las del sistema
financiero de los créditos de altos costos. Así, además, se evita el riesgo de
que la información caiga en manos del Estado para perseguirlos. Aquí los
feriantes prefieren ahorrar y utilizar sistemas propios de financiación como
son las “cadenas”: un grupo de comerciantes hace un aporte periódico (mensual o
semanal) y lo recaudado se rifa de tal manera que a cada uno le corresponde el
total de forma consecutiva. Un comerciante dice que “la cultura del ahorro aún
prevalece, el sistema financiero es una amenaza, nos auto financiamos y así
garantizamos nuestro diario vivir”.
Otra modalidad
reciente son las cooperativas para hacer de forma conjunta las importaciones.
Por ejemplo, un grupo de comerciantes trae uno o varios containers de
mercancía, y de esta forma se hace una sola gestión administrativa y se reducen
los costos. Esta modalidad la practican los perfumeros y licoreros, y los que
están trabajan con llantas (gomas), gafas (anteojos), electrodomésticos,
computadores, ropa y zapatillas, entre otros.
Confianza, previsión y mercado inmobiliario
La confianza es una
característica difundida en la trama de este comercio popular. Según los
testimonios de los fundadores de la feria, una institución importante es la
palabra como base del pacto comercial, aunque reconocen que se ha ido
desapareciendo en las generaciones contemporáneas. Efrén, un comerciante de
vieja data, relata que hace dos décadas no era necesario traer un gran capital
para poder trabajar en los San Andresitos, bastaba con ser disciplinado y
lograr buena paga, así se iba construyendo el crédito y las relaciones de
confianza. “Los maneros[1] por
ejemplo, comenzaban de cero en el comercio popular, poco a poco, y a medida que
acreditaban su clientela comenzaban a trabajar con el dueño de la mercancía por
una temporada, luego si les iba bien sacaban su propio local y desarrollaban su
actividad comercial con los clientes ya fidelizados”.
Otra modalidad que
muestra la solidaridad práctica entre los comerciantes es el hecho de prestarse
los productos: “así se tiene la posibilidad no sólo de contar con la mercancía
de su local comercial sino también la mercancía de los vecinos, esto amplía las
posibilidades de poder ofrecer más cosas y obtener mayores ganancias en las
ventas”. De esta forma, siempre pueden generar ingresos monetarios, no sólo con
su propia inversión, sino con la de todos.
El concepto de
solidaridad y mutuo apoyo entre los comerciantes puede leerse como una clave
que les permite a estas redes de comercio desarrollar sus propios sistemas de
protección social ante lo que se percibe como ausencia del Estado en tales
funciones. Así, su seguro frente a las contingencias es la familia y su pensión
generalmente es la vivienda. En cuanto a la familia como red de apoyo, es
habitual recorrer el comercio y encontrarse con locales comerciales donde los
familiares colaboran en el negocio. Para los jóvenes se convierte en el primer
espacio para incorporarse en la vida del trabajo. Esta es una oportunidad para
muchos comerciantes de poder vincular la familia al negocio y así lograr un esfuerzo
colectivo para el reparto de los gastos en el hogar. La familia se refuerza
como mecanismo de protección de ingresos monetarios.
La vivienda
auto-construida es otro elemento clave para comprender la proyección futura que
permite la feria. Se ahorra y se construye una vivienda, primero un piso y
luego otro. Los alquileres son la forma de la jubilación de los comerciantes
informales. Cuenta un dirigente antiguo: “tuvimos que inventar una forma de
asegurarnos el futuro. Acá le dicen ‘la política de la plancha’: construís tu
casa y dejás los cimientos para un piso más. Ese alquiler te va a salvar la
vida de viejo”. El mercado inmobiliario informal se vuelve así el reaseguro de
un ingreso futuro y la forma más contundente de ahorro: una modalidad de la autogestión
de las jubilaciones que el Estado ya no garantiza y una evidencia de la
desconfianza hacia los bancos. “Imaginense que no le vamos a dar nuestra plata
a los bancos. Lo más seguro es construir”, explica otro de los dirigentes.
Queda explícita la racionalidad que emparenta el dinamismo de ese mercado
inmobiliario que trepa hacia lo alto con los ingresos que vienen del comercio.
Amenazas, impuestos y politica
Si bien los
comerciantes de San Andresito han desarrollado estrategias para competir en el
mercado, sacar adelante a sus familias y defenderse frente a los riesgos de la
vida, en la actualidad tienen unas amenazas concretas que se acercan como nubes
de tormenta. FESACOL se vuelve un actor clave en este escenario. También provee
servicios jurídicos porque, argumentan, están intentando combatir a los
monopolios incluso en este terreno. La aspiración a la igualdad por el consumo
debe traducirse en que no sean tildados de contrabandistas y que se hable de
ellos con otro lenguaje que no sea el de la corrupción y la estafa. Y la pelea
se da en las urnas, en la calle y en los tribunales. Albeiro Camacho, su
dirigente, explica la relación entre política electoral y política fiscal. La
cuestión de los impuestos es otra de las preocupaciones que amerita meterse en
política: “Aunque nos digan ilegales, aquí se pagan muchos impuestos” subraya
una y otra vez. ¿Por qué entonces no habría representación si hay
tributación?, se podría haber preguntado Hannah Arendt si hubiera pasado
por ahí. Camacho pone más elementos a esta pregunta y subraya el problema de su
contabilidad tributaria: “no tenemos cómo cuantificar todo lo que aportamos,
cifras enormes en relación a lo que se gana, y eso el sistema político lo tiene
muy claro”.
La economía
informal tiene una gran capacidad de comercio gracias al impulso popular y, al
mismo tiempo, desafía y compite con los monopolios. Es un tejido que amortigua
y contiene frente a las crisis económicas, y le pone otras fechas al ciclo
económico: “Cuando se hace la entrega definitiva de la economía a las grandes
multinacionales, se abre este espacio”, asegura Camacho. “El gobierno tiene
maquillado el déficit hoy por los ingresos del petróleo. El aumento del dólar
compensa, pero se avecina una crisis”. En la calle dicen que se huele cuando
vienen malos tiempos y se preparan porque saben también que funcionará de
cobijo para quienes se vean sacudidos por las inclemencias de la inestabilidad
económica. Los San Andresitos ya tienen un entrenamiento al respecto.
En perspectiva
latinoamericana, nos dice Camacho: “Nuestros países se volvieron más
consumistas, por eso los gobiernos empiezan a tolerar lo ilegal, más allá de
que lo admitan o no. Además, ellos saben que nosotros definimos elecciones”. El
anudamiento va al centro del asunto: consumo popular, economías que están en la
frontera móvil de lo legal y lo ilegal, y las elecciones.
Y un tipo de
consumo que no es cualquiera: alimenta una fantasía de desclasamiento o de
superación de la pertenencia de clase. “Acá se consigue lo más moderno de
electrónica –¿viste el local de Apple? – y la última moda. Acá no nos privamos
de nada”, nos dice con gran sonrisa un vendedor jovencísimo, que conoce los
recovecos de la feria desde bien pequeño.
Hoy, agregan varios
comerciantes, “es menos rentable que nunca ser empleado”. Incluso los que
tienen un empleo formal deben completarlo con “rebusque” para mejorar un poco
la calidad de vida. Hay un tránsito entre quienes van y vienen. Por un lado, es
el primer trabajo posible y real para muchos jóvenes. Por otro, “podés salir de
acá, encontrar otro trabajo, pero si te echan, acá siempre podés volver y no te
piden ni libreta militar ni ser mayor de edad”, cuenta un vendedor, tercera
generación de puesteros. Los viejos, discapacitados o excluidos del mercado también
vienen a hacer sus últimos años de vida activa aquí. El mundo laboral y
comercial que se articula en este comercio evidencia así su carácter
discontinuo, pero no transitorio, a la vez que su función de estructura estable
frente a la precariedad laboral del mundo asalariado entendido de modo más
tradicional.
El rebusque
permite subsistir en el comercio popular. Y es que las grandes cadenas, con la
complicidad del gobierno, se están convirtiendo en una amenaza creciente para
el comercio popular. Uno de los ejemplos más citados es el lobby abierto del
consorcio chileno-francés Macro-Jumbo, o el colombo-francés Casino-Éxito, pero
también otras marcas, especialmente de ropa. La trama del comercio popular
intenta ser cada vez más aislado a la hora de competir en laa porción del
consumo de las familias colombianas. Según Camacho, los grandes almacenes de
cadena compiten por la venta de productos idénticos que los sectores populares
también comercializan. La diferencia es que las grandes plataformas de cadena adquieren
descuentos significativos en sus productos por la cantidad y por las pautas
comerciales. Una de las desventajas del comercio popular son los medios de pago
que manejan para sus clientes, pues prevalece el efectivo. Los comerciantes se
resisten a manejar otros medios de pago por su costo administrativo y porque
consideran que es una buena fuente de información para las autoridades fiscales
que los quieren perseguir.
Existe entonces una
competencia desigual de estos monopolios con el comercio popular, pues los
almacenes de cadena importan con unos precios de referencia muy por debajo de
los comercios populares. Si dada la situación, el comerciante minoritario
adquiere mercancía por debajo del precio de referencia de la clasificación de
Aduanas Nacionales, esta entidad no cree en aquel precio y por tanto aplica los
precios de referencia que suelen estar muy por arriba del precio conseguido.
Los dirigentes de
San Andresito dicen tener un capital político que hacer valer en términos de
lazo social: coinciden en que multiplicar el consumo evita la división
resentida entre pobres y ricos. “Mantenemos a raya la brecha de clase”, precisa
uno de ellos. Que los chicos y chicas de Ciudad Bolívar puedan comprarse Adidas
influye en que no se consideren siempre excluidos de las marcas de distinción
y, por tanto, un modo de regulación de violencia en los barrios. Es una
perspectiva que los reafirma en su liderazgo popular, que los blinda de
legitimidad frente a las ofensivas de criminalización. Recuerdan la escena del
último mundial: “a nadie le faltó la camiseta de la selección y no todos
pagaron los 170 mil pesos que vale la original, ¿no? Eso es gracias a
nosotros”.
El murmullo del
mercado sube a las oficinas de FESACOL a medida que avanzan las horas de la
mañana. Tomamos “aromáticas”, las mismas que se venden en la calle y la
perfuman. Después de la entrevista con Albeiro Camacho los autores de este
texto recorren las bodegas. Verónica compra juguetes para llevar a la
Argentina, César la camisa de tierra caliente que le hacía falta, y Esneider
invita a los tres a un almuerzo en el restaurante que queda en corazón de San
Andresito, que se llama León –adonde lo llevaban su papá y su abuelo, dos
generaciones de feriantes-, donde prueban la mejor comida criolla que se puede
conseguir en Bogotá.
***
[1] Palabra utilizada por los comerciantes del
sector para referirse a los intermediarios que ponían a circular la mercancía
entre quienes la tenían para la venta y los clientes, apropiándose de una
porción monetaria del negocio, una utilidad. Los primeros comerciantes de los
San Andresitos se consideraban que eran maneros: vivían de una comisión.
Algunos no aspiran a tener un negocio propio, aspiran a hacer lo del diario. Lo
particular de los maneros es que saben donde esta la mercancía y quien la
necesita.
[Fuente: http://www.revistaanfibia.com/]