La vida interpelada. Prólogo a Los espantos // Diego Caramés y Gabriel D’Iorio
“Comenzaba
la tarde, pero tanto mal me había dado aquel día que me espantaba continuarlo.
Sin embargo, no se puede renunciar a vivir medio día: o el resto de la
eternidad o nada”
Don
Diego de Zama (Zama, Antonio Di Benedetto)
I.
Resulta difícil presentar un libro como Los espantos. Estética y postdictadura,
un ensayo paradojal, revulsivo y, por muchos motivos, de una radical
singularidad. Un modo de comenzar es, como lo hace el propio texto, por el
establecimiento de una perspectiva. Si Oscar Terán supo escribir en Nuestros años sesenta que a esa década
había que introducirse por la filosofía –porque su objeto era filosófico–, Silvia
Schwarzböck afirma que a la postdictadura
hay que adentrarse por la estética, porque su objeto –propio del género de
terror– así lo exige. ¿Qué significa para la autora llevar a cabo una reflexión
propiamente estética sobre este objeto? Implica, entre otras cosas, pensar
materialmente la ficcionalidad de lo dado. Y pensar lo dado es negarlo, abrirlo,
mirarlo, escucharlo, para leer en la apariencia lo que en su mostrar no enseña
ni ilumina; para volver a ver lo que puede ser visto –y sólo por eso puede ser
visto– por quien no puede pensarlo.
Cabría preguntar entonces: ¿qué es lo dado en este libro? Es la vida sin el
fantasma del comunismo, es la vida de
la derrota después de la derrota. Es la vida de la postderrota. Mientras mantuvo en ascenso su voluntad de poder, la
presencia del comunismo hizo imposible el ejercicio de ciertas formas de gobierno
sin fantasma, sin doblez, sin velo declarado u oculto. El fantasma del
comunismo se las arregló para acechar toda forma de vida injusta que se
pavoneara en la pretendida soberanía de sus razones o en la obscenidad lisa de
los hechos. Es cierto que, al menos durante el siglo XX, a la fuerza
impugnadora del fantasma la acompañaba la realidad política de las revoluciones.
Posibles, anhelados y concretos, los sueños emancipatorios de las vidas revolucionarias
reclamaron siempre la precedencia del fantasma, como este último necesitó, para
darle cuerpo a su amenaza, de la utopía encarnada de la revolución. Y darle
cuerpo al fantasma implicó asumir que su osamenta real no necesariamente
coincidía con su forma imaginada.
El comunismo como el ismo político central de los
últimos dos siglos ha declinado en su voluntad de poder por dos evidencias
conjuntas: fue derrotado fácticamente (en el plano económico y militar) y,
además, nunca logró imponer imágenes de su forma de vida como forma de vida
deseable y vivible. Para Schwarzböck, la vida
de izquierda que proponía e imaginaba el comunismo –y en ocasiones creía
haber realizado– es la forma de vida hoy planetariamente derrotada. Es la forma
de vida que no pudo sobrevivir a sus propias muertes. ¿Quién ganó la batalla
vitalista? La ganó la derecha. Y por ende, la ganó una forma de vida: la vida de derecha. Ahora bien: ¿qué es una
vida de derecha? Vida de derecha –decimos nosotros– es el sueño de una vida sin
problemas. Y la vida sin problemas –dicen
otros– es matar el tiempo a lo bobo. Matar
el tiempo a lo bobo es una (nueva) forma de matar al sí mismo y a los otros, pero ahora sin nervio, sin drama, sin
épica. Matar banalmente, por descuido, para no aburrirse, por omisión, porque
la imagen o su simulacro así lo exigen.
Lo
dado
es, también, la configuración cristalizada de esa forma de vida que ganó. Y lo
que ganó, en Argentina, se impuso a sangre y fuego; lo que ganó se fraguó en el
campo de concentración y desplegó sus corolarios (o, de otro modo, sus espantos) en las primeras décadas de
vida democrático-parlamentaria. Enfrentar lo que queda de la dictadura, lo
queda de la derrota política, económica y social, es, en este sentido, enfrentar
la postdictadura, las consecuencias económicas
y existenciales de la derrota más sonora y profunda del pueblo, o de las formas
de vida populares. La primera y quizás la más importante y decisiva: la derrota
de una vida en términos de verdad, en términos de un proyecto no gobernado por la
lógica (triunfante) de la mercancía.
II.
¿Qué puede
este libro? Señalar la persistencia de los dolores de un cuerpo justo ahí donde
se busca acallarlos con las banalidades tecno-farmacéuticas, recorrer la huella
de lo que resiste opacamente en el lenguaje justo ahí donde se lo reclama índice
transparente de comunicación, interrogar las miradas estéticas del mundo justo ahí
donde se consagra la cultura de lo siempre igual: este libro puede ser un
proyectil. Y como tal, lo consideramos poseedor de una cualidad táctil: piensa contra la pereza del conservadurismo y la
comodidad del progresismo, contra el modo en que ambos comulgan al usar los
clásicos –y ciertos mandatos de la tradición cultural– como escudos de una vida perenne, de premisas
imprescriptibles, a-históricas, en
lugar de sostenerlos como un terreno exploratorio, de litigio, transmisión y
aprendizaje.
Pensar contra el conservadurismo y contra el
progresismo es pensar contra los límites de la imaginación estético-política
dominante. Es poder acordar con el precepto de que no hay que matar y al mismo
tiempo animarse a preguntar: ¿funda ese precepto por sí mismo una vida justa
posible? ¿Es una condición de la vida en común o una maldición del pensamiento
sobre la muerte que se cuenta por millones, de derecha a izquierda? El problema
actual quizás no sea el de sostener la premisa “no matarás”. El problema es que
su enunciado nada dice sobre las muertes que provoca la vida de derecha:
podemos impugnar las muertes provocadas por los proyectos vitales de la izquierda
y afirmar “no matarás”, y, en el mismo momento, caer rendidos ante la evidencia
de que morimos aquí y ahora desatendidos, olvidados, rechazados, ignorados, si
no actuamos concretamente para evitarlo. Esto es, si no hacemos algo para
evitar que mueran siempre los mismos, los que nada saben de las reglas del
mundo: los recienvenidos, y de ellos,
los abandonados. Junto a la premisa “no matarás”, hay otra premisa: la premisa
que manda vivir. Y vivir es cuidar, proteger, responder, crear.
¿Hay entonces una política posible del “vivirás”
en el tiempo de la postdictadura? El
libro no supone eso, ni su contrario, y sin embargo parece arrojarnos sobre esa
pregunta. Sobre esa pregunta y otras tantas, casi tantas como son los conceptos
y los nombres que Silvia Schwarzböck revisa en el ensayo. Así, Estado, representación
y verdad, pueden devenir –por ejemplo– paraestatalidad intraestatal,
representación absoluta o no-verdad relativa. Y también: el nombre de Walsh y
el walshismo –como lógica para leer el Estado– pueden abrir la posibilidad de una
estética postwalshiana, propia de una
situación de clandestinidad no oculta, sobre-expuesta. Y si en los conceptos y en
los nombres encontramos desplazamientos, interrupciones o invenciones, otro
tanto ocurre con los materiales de trabajo escogidos por la autora. Textos
literarios, filosóficos, jurídicos y políticos, imágenes y films, son sometidos
a una revisión que –depende del caso–
descompone, reinventa o sencillamente hace estallar las interpretaciones
cristalizadas.
Con lo señalado anteriormente queremos dar cuenta
del carácter exploratorio del libro y, al mismo tiempo, señalar un límite de lo
que aquí podemos escribir y anticipar sobre él. Tenemos la sospecha de que la
singular revisión de conceptos, imágenes, fechas y nombres que encara Silvia Schwarzböck
desde la estética quiere orientar las
energías filosóficas hacia un nuevo régimen de aproximación de ciertos temas de
la cultura argentina. Este régimen –que, como tal, supone un tratamiento de
ciertas tradiciones y un recorte específico de problemas y autores– quizás produzca
un dislocamiento generacional y una discusión necesaria sobre algunos
enunciados que se asentaron y aceptaron más o menos implícitamente en las
últimas décadas. He ahí la potencia (incómoda) de su interpelación. La potencia
que quiere interpelar, como dice Diego de Zama, a ese medio día que nos queda,
a ese medio día que es el resto de vida que tenemos por vivir.
III.
Los
espantos. Estética y postdictadura es el fruto de un
trabajo escrito en breves meses pero macerado durante varios años por la
filósofa argentina Silvia Schwarzböck. Como profesora de Estética y conocedora
profunda de la obra de Theodor Adorno, muchos de los enunciados que podemos
leer en este libro fueron antes preguntas que animaron sus clases y sentencias
que anticiparon obsesiones, algunas de las cuales pudimos compartirlas en
diversas conversaciones y discusiones, primero como compañeros y amigos, luego
como directores de El río sin orillas.
Revista de filosofía, cultura y política,
y ahora como editores. Muchas de aquellas intuiciones son las que hoy,
transfiguradas en la contundencia que ofrece este libro, tiene el lector entre
manos.
Por otra parte, la publicación de Los espantos es el resultado de un
esfuerzo cooperativo de El río sin
orillas y la Editorial Las cuarenta,
quien bajo la dirección de Néstor González se encargó de pensar con nosotros
una colección posible y se hizo cargo del arte de tapa, la maqueta,
diagramación, impresión y distribución del este libro. Le dimos el nombre de
CUARENTA RÍOS al encuentro que lo hizo posible. El nombre es, más que el sello
que publica Los espantos, la
conjunción de un trabajo de larga duración que espera proponer nuevos títulos en
los años venideros. El hilo conductor que orienta este esfuerzo es la necesidad
de pensar el derrotero de la cultura argentina de las últimas décadas a partir
de una mirada generacional o, al menos, de una mirada afectada por la época de
un modo intelectual y afectivamente intenso. La constelación de las fuerzas
sociales, económicas y políticas argentinas, los vínculos profundos con unas
tradiciones y unos nombres que parecen transformar sus sentidos al comienzo del
siglo XXI, los modos de leer y escribir sobre ellos, son los desafíos que nos
circundan y que, esperamos, puedan ser abordados por el equipo editor de
CUARENTA RÍOS.
Como ha dicho Bataille en El erotismo, no se trata de esperar un mundo en el cual ya no
queden razones para el terror, un mundo en el cual el erotismo y la muerte
puedan encontrarse según los modos del encadenamiento mecánico. Se trata, más
bien, de apostar a que el ser humano pueda superar lo que le espanta, pueda
mirarlo de frente. Quisiéramos contribuir, con esta colección que abre Los espantos. Estética y postdictadura
de Silvia Schwarzböck, al trabajo colectivo que se orienta a superar lo que nos
espanta, mirándolo de frente, pensándolo de frente, a partir de perspectivas
renovadas sobre los asuntos públicos y comunes.
Buenos Aires, diciembre
de 2015