La cuestión municipal tras el 26J // Mario Espinoza Pino - Fundación de los Comunes
“La crisis consiste precisamente en el hecho de
lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los
fenómenos morbosos más variados”. Salvando las distancias históricas, este
clásico aforismo de Antonio Gramsci en los Quaderni parece retratar a la
perfección el escenario posterior al 26J. De otra manera: el bipartidismo del
78, aunque herido, resiste bien su crisis; Unidos Podemos queda muy por debajo
de las expectativas, lastrado por una estrategia populista que no da más de sí;
el momento actual está abierto a una incertidumbre que admite casi cualquier
desenlace; desde el desencanto colectivo hasta una renovada indignación ante la
falta de alternativas. Aunque los “fenómenos morbosos”-no nos engañemos-
podrían ser mucho peores que los de la desafección política. Solo hace falta
alzar la mirada y contemplar la deriva de la vieja Europa y sus socios
fronterizos.
Han sido
muchos los análisis que han señalado -con mejor o peor fortuna- el porqué del
pinchazo electoral de la nueva política. Sin embargo, poco se ha hablado de sus
consecuencias más allá del ámbito estatal. Si dejamos a un lado los actuales
juegos mediáticos de palacio, tan tediosos como poco productivos, el fracaso de
Unidos Podemos se traduce en un serio golpe para el municipalismo democrático,
que tendrá que enfrentarse a lo que resta de legislatura con unos aliados
débiles y cada vez menos recursos. Por decirlo claramente: una mayoría parlamentaria de “cambio” hubiera permitido derogar la
Ley Montoro, garantizando una mayor autonomía política y económica de la escala
municipal. No tenerla estrecha el margen de acción de los
ayuntamientos, lo que implicará un rápido desgaste en medio de una nueva ola de
austeridad.
El
cambio de coyuntura tras el 26J obliga, por tanto, a replantear las estrategias
políticas del municipalismo. Terminadas las ilusiones de la “toma del Estado”,
los municipios tendrán que hacer valer -por cuestiones de superviviencia- una
imaginación política que trascienda lo que hasta ahora han sido sus prácticas
usuales de gobierno.Las candidaturas que sigan enrocándose en un
perfil gestor, llevando a cabo políticas de parques y jardines o eludiendo el
conflicto, acabarán por dilapidar el capital político que toda una ola de
movilizaciones ha depositado en ellas. El maquillaje de las campañas
y los eslóganes pueden sostener la imagen pública durante un tiempo, pero sin
cambios reales a medio plazo, toda la parafernalia del marketing se agostará
más pronto que tarde. No digamos ya sin socios fuertes y con una legislatura
del PP en ciernes.
De
candidatura a movimiento
Poco o
nada queda hoy de la efervescente atmósfera que impulsó la ola municipalista
durante las pasadas elecciones. Aquel clima de movilización ha ido sucumbiendo
ante la centralidad de la agenda institucional. Encerradas en una espiral
burocrática y con apenas organización -pues la confluencia sigue sin traducirse
en unos mínimos organizativos eficaces-, las candidaturas han ido perdiendo
capacidad de intervención social y, poco a poco, legitimidad. Cabría preguntarse si hoy son algo más que plataformas de
concejales y asambleas que dan vueltas en torno a problemas de gestión -en
el mejor de los casos ratificación de mociones, presupuestos, apoyo en campañas
y miscelánea administrativa-.
Tras el
26J es necesario que el nuevo municipalismo salga de su propia torre de marfil.En lugar de proyectar los límites institucionales hacia el
exterior, entonando un ya monótono “no se puede”, debe hacerse poroso hacia un
afuera poblado por demandas ciudadanas y agentes autoorganizados.
Más que “abrir debates” sobre esta o aquella cuestión, se trata de construir
espacios de encuentro -hacer ciudad- y participar activamente en los
antagonismos que atraviesan el territorio. Nunca será lo mismo un ayuntamiento
que actúa de forma defensiva, cerrado sobre sí mismo y bajo la ilusión del
“gobierno para todos”, que uno que insiste en reconocer espacio político a
quienes pugnan por ensanchar derechos y libertades o combatir la precariedad. Y
no nos llevemos a engaños: quien quiera luchar por la justicia social deberá
gobernar “de parte” (precisamente del lado de aquellos que no la tienen). En
este sentido, las asambleas de las candidaturas ganarían más abandonando el rol
de “asesoría informal” para volver -más allá de identidades o siglas- a trabajar en clave activista.
En otras
palabras, es hora de pensar y actuar como movimiento, de un modo flexible,
distribuido y adaptado a la realidad local. No hacerlo -tal y como están las
cosas- llevará a un desencanto mayor que el que ya empieza a gestarse en las
calles y los bares. Además, hablamos de un desencanto sometido a tal presión
económica -10.000 millones de multa por el déficit y lo que queda- que una
declinación reactiva de la austeridad, fascista y racista, no es descartable. Como ya sucediera con el 15M, sólo un tejido social empoderado
podrá frenar una respuesta de este tipo y convertir la crisis en una nueva
oportunidad de ruptura.
La
la federación como hipótesis: entre la red y la autonomía
Durante
el 15M solía repetirse aquello de “nos quieren en soledad, nos tendrán en
común”, quizá ha llegado el momento de que el municipalismo tome en serio esta
consigna del movimiento. ¿En qué sentido? Sin aliados potentes en escalas
superiores -sometidos, además, a insidiosas guerras fraccionales-, los municipios tendrán que hacer política desde su propia
autonomía democrática. Pero en lugar de hacerlo como hasta ahora,
absorbidos por las inercias gestoras, sería mucho más inteligente hacerse
fuertes hacia fuera. Un afuera doble. Por una parte, y como venimos
sosteniendo, tendrán que pugnar por construir su legitimidad más allá del
espacio institucional interviniendo socialmente y ampliando su radio de acción.
Por otro lado, tendrán que estrechar relaciones con otras candidaturas y entornos
municipalistas en su misma situación. Se trataría, en definitiva, de esbozar
una idea de federación o red. Pero ¿cómo iniciar una empresa de ese calado?
Pese a
que los problemas de los territorios tienen un carácter eminentemente singular,
hay conflictos transversales a toda la escala municipal. Es a partir de estas cuestiones comunes -como la Ley Montoro, la
deuda, los problemas habitacionales o la remunicipalización- desde donde puede
elaborarse una agenda municipalista compartida por diferentes
movimientos y candidaturas. Una campaña concertada por la remunicipalización de
los servicios externalizados o contra la “Ley de racionalización y
sostenibilidad de la administración local”, pueden ser frentes desde los que
empezar a urdir una trama federal entre diferentes municipalidades. Pero ello
exigirá, al mismo tiempo, dotarse de medios de comunicación para compartir
saberes, socializar información, mantener discusiones e intervenir en la esfera
pública como apuesta autónoma.
Trabajar
en red romperá la soledad de las candidaturas y sumará en audacia política.
Incluso la desobediencia, porque habrá que desobedecer, será más fácil. Como
señalaba Spinoza, la construcción de vínculos cooperativos entre seres
singulares -en tanto concierten estrategias, prácticas, un vocabulario y
finalidad similares- obtiene como resultado una apuesta singular más potente. Y en la medida en que ésta sea capaz de fundar un espacio
propio habrá de ser considerada como algo singular y autónomo. Por
decirlo de manera más concreta: un movimiento municipalista en red, aglutinador
de candidaturas y movimientos, descentralizado y con la virtud de articular
diferencias, puede ser la mejor de las armas para resistir y avanzar en medio
de un gobierno del Partido Popular. Máxime cuando la “nueva política” parece
que apostará por la “oposición responsable”, esto es, por traducir el
gobernismo institucional sobre el plano de la política de oposición. Aunque sea
pronto para afirmarlo rotundamente, sus últimos gestos parecen indicarlo.
Si lo
viejo sigue agonizando y lo nuevo no termina de nacer, habrá que seguir trabajando por la irrupción del desborde, por
construir las condiciones materiales del mismo y hacer escalar el conflicto.
Esa será la mejor forma de atravesar ese interregno o zona de incertidumbre de
la que hablaba Gramsci: en común y apostando por una verdadera ruptura
democrática.
[Fuente: https://www.diagonalperiodico.net]