Fiesta de pulseritas turquesas // Lucas Paulinovich
El Monumento está vallado. No se ve,
no se puede llegar. Vallas y barreras de gendarmes por todas las esquinas,
escudo con escudo, los palos cruzados cerrando el paso. Segunda visita del
presidente. Antes, había estado en el inicio del ciclo lectivo en un acto
formal en la Facultad de Derecho y otro en la Bolsa de Comercio. También hubo
vallas. Ahora, la escala y el transcurso del año incrementaron la intensidad.
La marcha de la Multisectorial contra el Ajuste llegó por la peatonal hasta el
vallado que cortaba el paso antes de la plaza 25 de mayo.
El centro costero de la ciudad era un enorme terreno de
movimientos de seguridad, palos, escudos, camiones hidrantes, prefectos y
gendarmes “tortugas robóticos”, conteniendo, repartiendo, secos, enfrentados.
En la costa, desde dónde se ve la explanada en la que descendió el helicóptero
que trajo a Mauricio Macri, quedó una zona despejada. Tras las rejas, se lo
podía seguir al presidente. Ahí se amontonaron algunos pocos simpatizantes
macristas gritando a coro con los que saludaban y festejaban desde los balcones
que dan al río, cuando pasó en la camioneta hacia el Monumento. Por el otro
extremo, en Rioja y Buenos Aires, se aglutinaban grupos cercados por los
cinturones de Gendarmería.
El objetivo de ser puntal en la reconversión regional supuso desde
el primer momento un enfrentamiento directo con los sectores organizados. Todos
los actos de gobierno, toda la política, puede ser reducido a ese conflicto
fundamental entre los que se organizan y actúan, obstaculizan, y los que se
liberan al libre flujo de aspiración individual. Con ese minimalismo
actitudinal el gobierno pretende saldar cualquier grieta. En esa parte de calle
Belgrano, algunos celebran el operativo de seguridad que los dejó afuera, del
otro lado de las vallas.
Entrando a la ciudad, el clima cambia.
En algunas cuadras, cuando se cruzan con la movilización atomizada los que van
de un vallado a otro intentando pasar o salir del acto, hay algunos insultos.
La estigmatización de la militancia repercutió en la intensificación de las
violencias horizontales, las agresiones de ciudadanos-vecinos hacia los
manifestantes, como una etapa previa a la intervención de las fuerzas de
seguridad. Una integración entre las bases legales del consenso “manodurista” y
el acuerdo común por el sacrificio que cruza todos los estratos sociales. El
desorden es un problema. Aislar e identificar a los manifestantes genera
códigos y un marco de situación para regular: el aval normalizador a los
despidos, la criminalización y los castigos.
Detrás de los cinturones de gendarmes,
están los que no tienen la pulserita turquesa. Todos precisamente cifrados:
militantes o ciudadanos que van a la fiesta cívica. Cada uno en su lugar, para
cada uno su corral. La ciudad vallada es una expresión visual del manejo de los
recursos en la gestión política-empresarial, un modo de gobierno que se pone a
prueba. El perímetro marca los espacios, divide los ámbitos de acción. No son
políticos, son cuadros empresariales asumiendo el deteriorado rol de la
política. La dicotomía entre estimulación y alegría a la par del ejercicio del
terror y la represión se abre en esa franja intermedia. Ahí, están los bordes
en los que se permiten los excesos y son necesarios para sostener el
montaje de la revolución de la alegría. La tranquilidad civil acordada con los
factores de poder se festeja con la suelta de globos que le da color a esa
nueva ciudadanía. Si la represión se llega a ver, se filtra, se difunde, que la
imagen sea confusa, que no se sepa quién es el que desordena.
Los gendarmes están ahí para frenar.
Más tarde van a pasar marchando por entre la muchedumbre que se formó en la
esquina, como buscando un motivo, y reprimirán. Gendarme panameño, les
gritaban. En esa misma esquina, unos minutos antes, le abrieron la cabeza al
concejal Eduardo Toniolli. Los gendarmes pegan y retroceden. Desde la otra
esquina, avanza otra columna de gendarmes para cerrar el paso desde atrás. La
concentración se va dispersando. Desde el Monumento no se escucha nada.
Macrismo explícito en
Rosario
La actividad que se gestó en la
confluencia prebalotaje y la que se fue plegando con los efectos del primer
semestre tiene nuevos desafíos: la gobernabilidad neoliberal tuvo una dimensión
espacial el Día de la Bandera. Hay variables demográficas de las protestas,
cómo y cuándo despiertan la respuesta represiva. Este 20 de junio, fue la
primera reacción de los operativos de seguridad en movilizaciones, un después
de los parques, las primeras concentraciones pasajeras y disgregadas, las
marchas sectoriales, el 24 de marzo, el #Niunamenos, hasta la multitudinaria
convocatoria del Movimiento Sindical Rosarino. Hasta ahora, la violencia era
descargada desde los diversos mecanismos institucionales, distribuida en
disciplinas cotidianas y vigilancia territorial, no con una lógica de enfrentamiento
a las movilizaciones colectivas.
Por detrás de esa gobernabilidad
neoliberal se sostiene la política como una dramaturgia televisiva. El espacio
privatizado, publicitario, territorio de inversiones. Los individuos encerrados
y lo social calculado según planillas de rating y hojas de cálculo, la
obediencia a un Excel. Los dirigentes no requieren cualidades políticas, el
saber técnico se asienta sobre las retóricas personalizadas, entusiasmo que
reconoce sus falencias, la apuesta a más. Alguien común que invita a
aventurarse, da confianza, estimula. “Sí, se puede” en el acto en conmemoración de Manuel
Belgrano. La depuración de la política hacia la gestión tiene lastres densos
que la fantasía neoliberal no quiere cargar. La cultura, demasiado espesa, lenta,
compuesta, tiene que ser reemplazada por una sociedad civil ultraracional, en
donde funcione una conclusión del orden, un deseo perfectamente racionalizado:
querer vivir mejor. Ir al acto, conmemorar, y volver. Gesto cívico, espiritual,
evolutivo.
El “sí, se puede” desconoce las condiciones históricas
sobre las que se produce. No hubo Belgrano, solo niños sonriendo. Es la
invitación a desgarrarse de la historia. La movilización es una interferencia
en el algoritmo secuencial que fantasea el gobierno como epifanía del orden
social. Obliga a desplegar los operativos, supera los diques de contención que
puedan construirse desde los arreglos institucionales y entre estructuras de
poder. No hay acuerdo común por el sacrificio que tolere demasiado los tarifazos,
los despidos, la liberalidad patronal, la persecución y la desposesión brutal.
Por abajo, el reflujo tensiona. La puja entre las distintas instancias del
capital convergen en un imperativo compartido: el problema es gobernar. No
es solamente desde el poder del Estado que anhelan evitar los estallidos. La
nueva política es un problema de logística.
Una patria sin choripanes
El crescendo de violencia intenta ser
manejado para instalar medidas de mayor control represivo. El contenido
transformador de la política, la espesura de la historia, separada de los
ámbitos para la reproducción institucional. Señalar a los caóticos que comen el
producto cárneo prohibido: las disposiciones de seguridad para el acto, que
informaban sobre las vallas a 300 metros y prohibían la venta de choripanes
dentro del perímetro, definen un parentesco entre la política y la carne. Los
que se alimentan en la tradición barbárica de la calle y el acto público, a
distancia prudencial. Representación escénica de la nueva subjetividad ciudadana.
La fecha patria es una recreación sin carne, puro emblema levantado como
cumpliendo un mandato inofensivo, y proyección optimista en el futuro de esos
niños que gritan alegres bien custodiados. La ciudad vacía, la plaza
inaccesible, la institución rodeada de gendarmes, desgarrada de la población.
La fiesta popular representaba un
momento de subsunción del estado y el pueblo, una continuidad ritualizada que
irrumpe, algo de lo plebeyo, el cuerpo soberano sin desgarradura. Es una
saliencia molesta, cargosa, en el régimen ideal de transparencia y circulación
equilibrada. Un ruido originado en el lugar de los silenciamientos
–oscurecimientos- que se hace audible, visible, identificable.
Ahora ese ruido fue desplazado hacia
los bordes. No alcanza con no mostrar, hay que evitar las desviaciones. El
poder invisibilizador de los grandes medios se debilita con la producción de un
nuevo terreno de visibilización, la erupción de una materialidad no visible, no
contada. Las fotos, los testimonios, los videos que circulan por las redes
sociales, los medios alternativos que cubren y dan a conocer, dificultan la
oscuridad total. Las narrativas visuales, colectivas, se conjugan con las
narrativas individuales, el relato común, lo anecdótico y la calle es un escenario
de disputas. Ahí también hay quiebres y reconstrucciones gramaticales de las
movilizaciones. Esas otras visualizaciones abren nuevas lecturas y nuevas
estrategias, expanden el campo de lo posible en el hecho político y no todo se
tiñe de amarillo.
Fuente: http://agenciasincerco.com.ar/