Crónicas antiheróicas griegas: tras el desalojo de Idomeni // Irene Rodríguez y Marta Pérez
Cuando nuestras amigas Marta e Irene
nos contaron que querían irse un mes a Grecia para acompañar a las personas
refugiadas y contar las distintas iniciativas que iban surgiendo allí,
rápidamente les propusimos un espacio en nuestra revista. Ambas están muy
implicadas en movimientos por los derechos sociales universales en Madrid y les
gusta relatar lo que ven y escuchan, narrando escenas, captando la vida en sus
detalles, expresando dudas y preguntas, sin utilizar fórmulas manidas como la
del héroe y la víctima indefensa. Esta es la primera de las crónicas griegas
que iremos publicando a lo largo del mes de junio.
“¿Por qué
queréis ir ahí?”, nos pregunta el hombre que hace el check-in en el hostal
cuando le contamos que al día siguiente vamos a ir a visitar el hotel City
Plaza, uno de los edificios okupados en Atenas donde conviven 300 personas
refugiadas y locales. Es una muy buena pregunta: “¿por qué estamos aquí?”.
Hemos venido un tiempo desde Madrid a Grecia a apoyar a los refugiados pero no
tenemos predefinido cómo. Hemos venido solas, sin organizaciones detrás, sin
tener una tarea concreta que realizar. Hemos venido con contactos de gentes
griegas y españolas que están ya haciendo cosas aquí y con algún dinero de
amigas y familiares para gastar en lo que se necesite en los proyectos que
encontremos, pues nos dijeron que era mejor eso que llevar cosas desde España,
por lo cambiante de la situación y las necesidades. Nos preguntamos cómo es
relacionarse con las gentes desde otro sitio, que no es el que ocupan los
militares ni las personas que llevan chalecos de ONGs. ¿Es posible acompañar a
las personas, construir con ellas las formas de apoyarlas?, ¿se pueden
encontrar formas y lugares que rompan con la dicotomía asistencialismo vs
acción política?, ¿de qué están hechos esos lugares?, ¿qué límites y qué
potencias tienen?
Nos
proponemos aprender y construir ese lugar haciendo, sin una respuesta a priori
que nos defina los qués y los cómos.
“Hemos
venido a pasar aquí todo el mes de junio. Tenemos todo nuestro tiempo para
dedicarnos a trabajar con las personas refugiadas” le explicamos a Nano, una
griega que se nos acerca en una asamblea en la que se están organizando
acciones de denuncia de los campos de refugiados. Nos cuenta que desde su
colectivo de mujeres se estaban planteando hacer ese acompañamiento a las
mujeres, tejiendo redes de solidaridad y apoyo, pero que su gran problema es el
tiempo, porque tienen trabajos y exámenes que dificultan el estar de forma
continuada. Sonríe, cuando le decimos que nosotras hemos venido aquí para
dedicar todos los días que estemos a esto; y nosotras también sonreímos, porque
podemos poner a funcionar con ella nuestro tiempo, ese privilegio que tenemos
aquí y que nos falta en Madrid. Estaremos en contacto.
CAMPOS MILITARES, CAMPOS INFORMALES
Llevamos
tres días en Tesalónica, visitando 4 campos de refugiados de los 15 que por el
momento se han abierto a las afueras de la ciudad: Sindos – Frakapor, Softex,
Oreokastro y Diavatá. Hay 55 campos contabilizados por ahora en
todo el país. Los militares que los custodian nos han pedido identificación en
algunos, en otros hemos entrado sin más, pero sabemos que en cualquier momento
y por cualquier motivo nos pueden empezar a poner problemas por no estar con
ninguna organización, por sospechar que somos periodistas, o simplemente porque
el comandante de turno decida cerrar el paso.
El control
de entrada es una de las diferencias con los campos informales, aunque según
nos han contado compañeras se comenzó a instaurar en las últimas semanas de
Idomeni, como una de las medidas que iban preparando el momento del desalojo.
Un compañero de la Solidarity Clinic de Thessaloniki, Yannis, contaba dos cosas
que nos sirven para intuir la ruptura y la continuidad entre Idomeni y los
campos militares. La primera era que Idomeni era un lugar de lucha, con todos
los problemas que se pueden dar en una acampada que llegó a tener 20.000
personas: Idomeni eran personas asentadas al lado de la frontera justamente
para cruzarla. La segunda cosa que nos contaba Yannis la decimos con sus
propias palabras: “Idomeni telos?” (¿El final de Idomeni?). Yannis
barruntaba que las gentes iban a acabar divididas en grupos en campos
militares, como ha ocurrido, campos que contienen muchos de los problemas de
Idomeni pero que se diferencian en varios aspectos clave.
Están lejos
de la frontera, en lugares recónditos. Ha sido todo un trabajo para las gentes
que apoyan a las personas trasladadas ir localizando, visitando y conociendo
estos campos militares y sus condiciones. Estas son deplorables, tal y como
repiten las personas obligadas a vivir en ellos: litro y medio de agua al día
por persona y no más; los alimentos son sobre todo arroz y pasta; hay muchos
mosquitos, y niños y mayores están llenos de picaduras (pero es más grave en
los pequeños porque se rascan más y les producen infecciones); escasea la ropa
limpia y el jabón, tanto para lavar la ropa como el cuerpo, así como el agua
para lavarse (dos bombas que se rellenan dos veces al día con un camión
cisterna). No hay árboles ni vegetación, no hay sombras y no hay nada que hacer
en todo el día. El contacto con el exterior está mediado por gentes con
uniforme (los militares y/o la policía) y gente con chaleco (las ONGs,
sanitarias y también de otros tipos).
Nuestra
capacidad para hacernos cargo de las necesidades materiales es muy reducida.
Este es uno de los hechos que nos devuelven una y otra vez a la pregunta
inicial “¿por qué queremos estar aquí?”, aunque sobre el terreno el por qué
muta más hacia un para qué. Es una pregunta que nos hacen continuamente
personas que están en los campos, personas que están fuera (griegas, españolas
y de otros países que están aquí por libre) y también personas de ONGs. Una
pregunta que, de hecho, todas se están haciendo a sí mismas pues este momento,
los primeros días tras el desalojo de Idomeni, se caracteriza por la
incertidumbre y el caos.
ENTRE EL DENTRO Y EL AFUERA
Hay
organizaciones no gubernamentales que están teniendo debates acerca de si
entrar a trabajar o no en los campos militares: estar ahí puede implicar una
legitimación de esos lugares pero no estar implica que las condiciones serán
peores. De todos los campos militares que hemos visitado tan sólo
Sindos-Frakapor carecía de presencia de ONGs, aunque la misma tarde de nuestra
visita una organización estadounidense montó un puesto médico. Por su parte,
todas las personas griegas y de otros países que están por libre con las que
hemos podido hablar han decidido no trabajar dentro de los campos militares
aunque sí hacen visitas, algunas de forma similar a como hacemos nosotras,
dedicando varias horas a pasar el tiempo con la gente.
El nuestro
es un lugar extraño, pero extrañamente normal: las relaciones y los vínculos
con la gente muchas veces surgen muy normales y, al tiempo, sabemos que están
atrevesados por la extrañeza que caracteriza el lugar de alguien que aparece
por allí a no se sabe muy bien qué, estando además los roles tan definidos y
delimitados en los contextos “humanitarios”. Por ejemplo, en Síndos-Frakapor
conocemos a Serigne, una mujer kurda del norte de Siria a la que acompañamos a
gestionar la atención médica que necesita su hijo. Nos pide que no la dejemos
sola en la consulta y nos agarra la mano en varios momentos de la misma, como
si de una amiga de siempre se tratara; y así es como vivimos los sucesivos
encuentros con ella, a pesar de la barrera del idioma.
Estos
momentos compartidos, además de contar con un valor inconmensurable por sí
mismos, pueden ser el punto de entrada para construir una confianza en un
contexto muy diferente al de Idomeni: si allí la acampada podía acoger a gentes
de todo tipo, aquí es muy difícil que dejen dormir a gente no registrada como
refugiada en los campos militares; también es más complejo montar alguna
actividad que requiera algo de infraestructura, aunque sea efímera. Entras y
sales, con más o menos control, pero hay muchas barreras para formar parte,
incluida la barrera ético-política que plantea si la gente de fuera, más que
formar parte, legitima. Y aún hay tiempo para imaginar cómo, además de escuchar
y atender las demandas sobre las necesidades materiales, hacemos (todos) para
escuchar y actuar con la misma intensidad las demandas repetidas, claras y
concisas que piden acabar con los campos: la gente, además de decir que no
tiene agua suficiente o que los niños necesitan zapatos, no para de decir
también que no quieren estar ahí, que se quieren mover, qué cuándo van a venir
de ACNUR o del gobierno a contarles sobre el proceso de pre registro para el
asilo, el realojamiento o la reagrupación familiar, tal y como les prometieron
durante el desalojo de Idomeni.
La cercanía
de estos campos a una ciudad, Tesalónica, donde ya hay movimientos de apoyo a
las personas que se mueven por las fronteras, es una potencia cuyo despliegue
tiene que ver con esa confianza que se pueda construir entre el dentro y el
afuera. En estos primeros días, esta es de una de las tareas que nos hemos ido
dando, que nos han ido dando las personas con las que nos hemos encontrado. En
los próximos textos iremos contando más concreto los diversos intentos en torno
a ese trabajo, así como otros que tienen que ver con proyectos de
autoorganización fuera de los campos militares. Tomamos este espacio que nos ha
regalado Alexia como un cuaderno de bitácora de textos
abiertos y mutables según se vayan sumando otros; como una manera de compartir
con la gente que lea los caminos que vayamos transitando, esperando que cada
paso contribuya a dinamitar las fronteras.
Fuente: http://revistaalexia.es/