Micropolíticas neoliberales, subjetividades de la crisis y amistad política // Diego Sztulwark
Me piden que me presente. Me
presento por lo que hice y hago. Nombro algunas cosas: coordino grupos de
lectura y discusión sobre temas políticos y filosóficos, editamos recientemente
con Cristian Sucksdorf la obra completa de León Rozitchner (durante la gestión
de Horacio González en la Biblioteca Nacional), fui parte del Colectivo Situaciones,
participo de la editorial Tinta Limón Ediciones. Con varios compañeros hemos
creado diferentes colectivos los últimos años: el Instituto de Investigación y Experimentación
Política; el blog Lobo Suelto!, la columna semanal Clinämen, en FM La Tribu.
Como parte del Colectivo
Situaciones después del año 2000 hicimos una serie de trabajos con organizaciones
sociales a los que entonces llamamos “investigación militante”. Hay una serie
de publicaciones de aquellos años. Tinta Limón se nutre de esa experiencia,
aunque también ha editado muchos libros de movimientos sociales sobre la
realidad política latinoamericana y muchos de filosofía.
Si recuerdo ahora el Colectivo
Situaciones es porque me parece que vale la pena comenzar hablando de
experiencias que constituyen lo que podríamos llamar las subjetividades de la crisis. Yo llamaría así a todas aquellas
subjetividades que producen crisis, saben vivir en la crisis, tienen una
inteligencia para la crisis y desarrollan estrategias en la crisis. Sería una
primera manera de presentar la idea de que en América Latina y en Argentina hay
mucha experiencia en términos de subjetividades de la crisis. Es lo que hoy
puede verse cuando en momentos de restricción económica, o lo que se llama
ajuste, aparecen unas redes de economías informales de todo tipo, que logran
soportar como pueden la disminución del salario, la disminución del empleo,
etcétera. Hay mucha experiencia de un saber
hacer de la crisis. En torno al año 2000-2001 esto fue muy evidente: se
constituyeron figuras colectivas de largo alcance. Podemos agregar el Club del
trueque, las fábricas recuperadas, toda la experiencia del cartoneo... Hay
mucha experiencia de saber hacer con la crisis y este es un punto que nosotros
como Colectivo siempre nos interesó trabajar.
Me gustaría situar el marco
general de lo que podríamos charlar y después volver sobre las subjetividades
de la crisis.
Pensé tres puntos para
plantear. El primero tendría por título: “Hemos
subestimado lo neoliberal”. El segundo sería: “Necesitamos entender críticamente al kirchnerismo para comprender el
momento actual”, que no es kirchnerista sino macrista, y el tercero sería: “El problema de a qué podemos llamar hoy
amistad política”. En el segundo punto, las subjetividades de la crisis no van a quedar olvidadas.
Respecto al primer punto. En el
verano me escribió la antropóloga Rita Segato, que es una pensadora muy
relevante; actualmente vive en Brasil e investiga femicidios a nivel
latinoamericano. Es además una de las autoras que publicamos en la editorial
que mencioné. Ella dice que evidentemente ha pasado en Argentina algo más
complicado de lo que podemos entender. Se refiere a cómo llegamos a la
coyuntura política actual. Ha habido un vuelco subjetivo estos años que no es
fácil de comprender. Si lo comprendiésemos tendríamos más herramientas para
entender un poco de qué se trata el actual presente político. Hemos pensado lo
neoliberal desde un punto de vista estrictamente macropolítico: normalmente el lenguaje periodístico en estos
últimos 10 o 15 años es el lenguaje con el que se piensa la política. Es un
límite de nuestra época, pensar la política tan dominantemente a través del
lenguaje periodístico de los medios, como si fuera el único género narrativo en
el que nos pasa la política. Se ha considerado que lo neoliberal tenía que ver
con una coyuntura latinoamericana muy específica, vinculada a lo que se llamó
el Consenso de Washington, el ajuste, las privatizaciones, el pago de la deuda
externa, un conjunto de medidas macropolíticas que todos conocemos –lo que el
menemismo tuvo como programa político y ya había sido instaurado previamente
por la dictadura militar.
El problema es que la crisis
del 2001 tiene una potencia bastante fuerte de destituir la legitimidad del
discurso neoliberal. A partir de 2001 asistimos a una década bastante larga,
donde el discurso no puede ser neoliberal, no es neoliberal. O sea, los
políticos no hablan de privatización, ni de ajustes, ni de represión: la agenda
discursiva 1976-2001 queda silenciada y aparece otra agenda que habla de “consumo
interno”, “desarrollo”, “militancias”. La política dice otras cosas que pueden
haber generado la ilusión de que el neoliberalismo era políticamente
derrotable, superable, es decir que la voluntad de inclusión social que la
retórica kirchnerista asumió desde el 2003 con tanta contundencia podía estar
dejando atrás, por lo menos en el escenario argentino y a veces podría pensarse
que también regional, este fenómeno del capitalismo contemporáneo llamado
neoliberalismo.
Visto desde hoy, parece un poco
ingenua esa impresión, no sólo porque en el nivel de la política macro lo
neoliberal vuelve a instalarse, sino porque todos estos años lo neoliberal
subsistió bajo la forma de poderosas micropolíticas. Y este es el punto que me
gustaría señalar. El neoliberalismo no
es solamente una política que el Estado aplica en ciertas coyunturas, referente
a determinada gestión de los recursos, sino que es un conjunto de dispositivos
micropolíticos.
Teóricamente no digo ninguna
novedad, Foucault trabajó esto muy bien en dos cursos que fueron publicados muy
tardíamente, pero que circulan hace unos años ya: El nacimiento de la biopolítica y Seguridad, territorio, población. Hay ya en esos textos una elaboración
bastante desarrollada sobre esto. Mauricio Lazzarato, que ya tiene varios
títulos en castellano, trabaja en un sentido similar. Lo neoliberal o el
capitalismo contemporáneo no como un fenómeno de hegemonía política, no como un
fenómeno discursivo, retórico, de partido político que gana elecciones, sino
como un fenómeno que no necesita ir a
elecciones. Por lo tanto, no hay cómo discutir al neoliberalismo. Va a
elecciones, pierde; y hay neoliberalismo igual. Consensuamos entre todos que es
una forma horrorosa la imagen empresarial para pensar enteramente una sociedad
y sin embargo la forma empresarial de pensar la sociedad vuelve a instalarse.
Hay un problema con lo neoliberal que desde el estricto punto de vista
macropolítico no se ha llegado a pensar y por lo tanto no se lo ha podido
elaborar. Es un problema fundamental.
Para decir algunas cosas básicas
de esa política neoliberal, diría que
las micropolíticas son dispositivos que subjetivan bajo la forma de la empresa.
¿Qué somos nosotros individual y colectivamente desde ese punto de vista?: empresas. Somos un capital a gestionar, tiene
que darnos renta en los distintos aspectos de la existencia, y el
neoliberalismo pone en juego para eso un tipo de ganancia subjetiva que es muy
evidente para todos nosotros, aunque rara vez creo nos detenemos a reflexionar sobre
ello. Esa ganancia se presenta en términos de “libertad”, el neoliberalismo es
la primera forma de dominación política que pone en el centro absoluto de la
experiencia de la libertad. Somos libres de hacer lo que queremos, nadie nos
dice lo que tenemos que hacer. Esa libertad –que puede contrastar con nuestro ideal
genérico de libertad, y está bien que contraste, porque el neoliberalismo es ante
todo una forma de dominación política– es una manera de dominar en la que servidumbre
y libertad se revierten todo el tiempo una a otra al nivel de los dispositivos
micropolíticos. Hay una experiencia de libertad en el hecho de que cada quien
se las tiene que arreglar, que nadie va a estar diciéndonos exactamente lo que
hay que hacer. Cada quien tendrá que vérselas con su capacidad de constituirse
a sí mismo como marca, como empresa, según su autovalorización. El mandato es:
autovalorizate, como puedas.
Me parece que el éxito de las
micropolíticas neoliberales es contundente y ha quedado solapado en la
discusión política de la década previa, y al mismo tiempo, cuando Rita Segato
preguntaba qué nos pasó como pueblo para pegar este tipo de conversión como la
que estamos viendo ahora, planteaba un problema que es imposible de responder
sin observar qué ha pasado con estas micropolíticas neoliberales que durante
esta década se desarrollaron –muy paradojalmente– junto a una voluntad fuerte de
inclusión social. Una voluntad política de inclusión social que se apoyó, que
coincidió, que coexistió con unas micropolíticas neoliberales. El poder
subjetivador de esas micropolíticas parece haber sido más fuerte que la
interpelación en términos de inclusión social, y ahí hay un punto ciego de la
última década política que me parece que hay que intentar elaborar.
Me parece que hay que pensar la
complejidad del último tiempo de la política argentina y latinoamericana, o de estos gobiernos llamados progresistas o populares, Evo
Morales, Lula, Correa, Chávez, Kirchner. La coexistencia, en ellos, de una
voluntad de inclusión política que por momentos funcionó como una retórica de
los derechos, y que no pocas veces efectivizó derechos muy concretos.
No creo, por tanto, que se haya
tratado de procesos exclusivamente discursivos (sabemos que lo discursivo en
política raramente es sólo discursivo, porque lo discursivo produce efectos
extradiscursivos). Creo que a la voluntad de inclusión social habría que
analizarla por lo menos en dos niveles. En el primero plantearíamos el problema
de qué es en sí misma una voluntad de inclusión. Y en el segundo, de nuevo, habría
que ver hasta qué punto esa voluntad de inclusión se articuló con unas
micropolíticas neoliberales. Los límites que le veo a esta voluntad no pasan
por el hecho de haber funcionado a partir de una discursividad fuerte. Porque
hubo medidas políticas, beneficios y enfrentamientos políticos tangibles y
positivos. Me parece que la crítica que podemos formular apunta a la teoría
política de esa la voluntad de inclusión, que supo sostenerse doce años, buena
parte de los cuales se benefició con altos ingresos y con un contexto regional
tan favorable –incluso con una oposición política tan débil. El problema con
esa teoría política de la inclusión se plantea cuando no logra ya refrendarse
electoralmente.
Cuando digo que hay un problema
o que hay que hacer una crítica de esa voluntad no me estoy refiriendo al
procedimiento sencillo de la impugnación, de la denigración, de la negación del
fenómeno. Estamos tratando de pensar qué analítica nos permite entender su
funcionamiento y si es posible entender cómo lograr que ese funcionamiento deje
lugar a otros mas consistentes (mas igualitarios, o mas libertarios, si es
posible).
En primer lugar, esa voluntad
de inclusión social es compleja en sí misma, es ambivalente. Porque combina dos
cosas diferentes. Por un lado, remite a los valores más valiosos que podemos
compartir, como es la sensibilidad con respecto a los otros que han quedado
excluidos del consumo, de derechos básicos, dañados por el proceso de
acumulación, o bien durante el proceso dictatorial. Ese aspecto de la inclusión
activa lo mejor de nosotros. Pero, al mismo tiempo, la idea misma de inclusión
tiene un aspecto colonial. Un aspecto por el cual el otro es bienvenido a una zona previa, que no se va a constituir
con la inclusión del otro. Invitamos al otro excluido a ser parte de lo que
nosotros somos, o del lugar en el que ya estamos.
Esa distinción entre un territorio
firme (los incluidos) y un no territorio (de los excluidos) parece inherente al
espacio de la inclusión. Alguien está fuera y lo invitamos a sumarse, sin que
esa invitación transforme el espacio al que lo invitamos. Esa idea es un límite
mismo del planteo de la inclusión, un límite evidente. Tal vez no sea posible
ofrecer pleno empleo en Argentina –es solo un ejemplo- si consideramos cómo
evoluciona el mercado laboral, la introducción de tecnologías, la evolución de
la productividad, etc. La idea de pleno empleo, que incluye una idea de ciudadanía
pensada clásicamente –la inclusión por la vía del salario– puede ser muy limitada.
Aun si el discurso de la
inclusión viabiliza cosas tan interesantes como la sensibilidad respecto a todo
lo que es dañado, excluido, incluso a los modos mas violentos de explotación, se
trata de una idea que conserva los dos aspectos señalados: uno muy justo y
activo, otro muy jerárquico y anulante.
El activante viene a movilizar al conjunto, no permite que haya una parte del
conjunto que quede negado o cruelmente subordinado sin que se diga nada sobre
eso. No se acepta con indiferencia que los otros que quedan en la peor
situación. Y por el otro lado es un poco ingenua, me parece, la idea de que esa
activación pueda hacerse simplemente por la vía de invitar a los demás a ser
parte de un espacio pre-constituido. Esa pre-constitución es un problema. No
permite pensar la carencia que esa idea de trabajo, de ciudadanía o de Estado
–que la voluntad de inclusión promueve- carece de categorías mentales para
pensar cómo evoluciona el trabajo, cómo evolucionan los territorios, cómo
evolucionan los consumos.
El problema de la inclusión,
así planteado, es que inhibe -en lugar de incentivar- la creación de categorías que den cuenta de la constitución subjetiva de la sociedad compleja en la que vivimos; que incluye economías informales; nuevas formas de soberanías territoriales;
una riqueza de producción subjetiva que, es al menos mi impresión, la idea de
inclusión no llega a pensar del todo. No sólo respecto de los
territorios, sino también respecto del mundo financiero, que es el lugar donde
se organiza el mando del neoliberalismo.
Las finanzas constituyen el
mando, la racionalidad última de lo neoliberal. También lo financiero es de una
complejidad y se liga con los territorios de una manera muy compleja. El
neodesarrollismo que hemos tenido estos años no ha desplegado las categorías
mentales ni siquiera para poder regular la economía financiera. No me paro en
el lugar de impugnarlo, sino en el de tratar de entender qué pasó y hacer un
balance abierto; en el lugar de que pensar la política implica poder entender
qué es lo que no funcionó de este proceso. También para pensar qué cosas habría
que discutir para que sí funcionen en algún momento.
Preguntas
sintetizadas: ¿cómo juega la noción de “goce” en lo que estás contando?; ¿por qué
te cuidas tanto de criticar al kirchnerismo?; ¿el macrismo es la “etapa
superior” del kirchnerismo?; ¿lo mejor del kirchnerismo preparó esto, como la
condición de lo que hoy vivimos?
Diego: A la pregunta sobre el
goce, es una categoría que yo no conozco, pero sí me parece fundamental el
hecho de que las micropolíticas operan en ese nivel, que la compañera llamó del
goce. Una hipótesis que se podría pensar es si esas micropolíticas no son doblemente
desposesivas. Primero hay una desposesión material, pero también está ligado el
neoliberalismo a una desposesión subjetiva. Sería la ilimitación del consumo,
consumo como promesa ilimitada que lo ligaría a una desposesión subjetiva donde
cada vez somos menos capaces de regular cuál sería la razón por la cual no
participaríamos de todo esto. ¿Dónde decimos que no?, ¿dónde dejamos de
participar? Nuestra capacidad de gestionar, de administrar, de preguntarnos
hasta dónde, cuánto. Por ejemplo, un dispositivo micropolítico fundamental de
nuestra época podría ser Facebook. ¿Cuándo dejamos de poner fotos nuestras?, ¿quién
nos pide que nos exhibamos tanto?, ¿por qué tenemos que decir todo lo que
pensamos?, ¿por qué tenemos que decir todo lo que ocurre?, ¿no hay ningún límite
respecto a la exhibición? Hay una desposesión de tipo subjetiva en este caso.
Las micropolíticas neoliberales
tienen un juego con la libertad que consiste en el hecho de que nuestro deseo
trabaja activa y voluntariamente al interior de estas normas, de estos
dispositivos, de estos mecanismos. Poder pensar esa relación en donde la
libertad se vuelve servidumbre y donde este movimiento se revierte. Spinoza
decía en el siglo XVII, en el prólogo del Tratado
teológico político: “¿por qué los hombres luchan por su esclavitud como si
se tratase de su libertad?”. El neoliberalismo ofrece mucha posibilidad para
hacer libremente de nosotros unos siervos, sólo que el tipo de mando que hay en
el neoliberalismo es sobre el medio más que sobre el cuerpo. El medio es el
“entre” en el que se generan afectos y opiniones. Muy difícilmente alguien nos diga
lo que hay que hacer, somos nosotros los que decimos cómo hay que hacer para
estar en Facebook, por qué hay que estar bancarizados, somos nosotros los que
estamos una y otra vez ofreciéndonos a una suerte de inversión panóptica. Somos
nosotros los que tenemos el deseo de estar ahí y de funcionar así.
Con respecto a los “cuidados”
en relación a la otra pregunta diría: cuidado para la crítica y para los devenires.
El filósofo Gilles Deleuze decía que no hay gobiernos de izquierda. El concepto
de izquierda, en términos micropolíticos, solamente sirve para los devenires,
decía. Los devenires precisan cuidados. Acaba de salir un libro del grupo
Comité invisible, de Francia (A nuestros amigos), donde ellos tienen
este enunciado: “el revolucionario es el que cuida los devenires”. Yo diría
cuidado para los devenires y para la crítica, es algo que me parece
fundamental, porque no se trata aquí de la polémica. Henri Meschonnic en varios
de sus textos hace la diferencia entre crítica y polémica, que son términos que
etimológicamente ambos vienen de la guerra. Mientras la polémica es el intento
de vencer por medio de la opinión, la crítica es el esfuerzo por develar funcionamientos.
Me interesa la crítica y no la polémica. Todo lo que se juega en la guerra para
posicionarse frente a los demás, comparto con Meschonnic, con Deleuze y con
varios, no me parece productivo. Todo el esfuerzo que podamos hacer para
entender funcionamientos, para mostrar funcionamientos y dar lugar a otros, me
parece muy importante.
Pienso que en cierta medida el
macrismo es la fase superior del kirchnerismo, lo que no niega que tenemos que
pensar muy seriamente también sus diferencias. Es decir que pensar la
continuidad no anula pensar la diferencia. Ahí entramos en un juego que estamos
elaborando, en donde habría que pensar qué hay de continuidad y qué hay de
diferencia. Si les interesa doy un paso más sobre esto. Lenin decía que el
imperialismo era la fase superior del capitalismo. Quiere decir que el macrismo
sería una parte del mismo proceso del cual el kircherismo fue central.
Visto desde hoy, a grandes
rasgos tendríamos esta secuencia: 2001 –subjetividades de la crisis; se
deslegitima lo neoliberal; todo un proceso signado por la inestabilidad, en el
cual se da el asesinato de Kosteki y Santillán–, luego empieza un proceso que
estaría designado por el kirchnerismo –una Voluntad de Inclusión, inseparable
de ciertos rasgos de acumulación que algunos llaman noextractivista, o
neodesarrollista–, y luego por el macrismo –una Voluntad de Orden, de Normalidad.
La pregunta podría ser: ¿y no será que el macrismo es fruto maduro de todo este
proceso? En ese sentido hablo de fase superior, con respecto al proceso de que
emergió luego del 2001. Es algo que ya estaba presente en la racionalidad del
proceso de normalización pos crisis aunque no siempre lo habíamos advertido así,
y ahora cuando aparece decimos que esto no es una ruptura, es algo así como el
producto de la maduración inadvertida de algo que se venía dando. Intentaría
ahora explicar un poco este último razonamiento.
Pienso que estas políticas
neoliberales sobre las que se fundó la idea de ampliación del consumo no son
otra cosa que la difusión en la sociedad de un código de adecuación. Es decir, ahora sí hago una crítica al
kirchnerismo no cuidada, sería la siguiente: en el momento en que las
subjetividades de la crisis del 2001, en que la vitalidad plebeya que se afirma
en el 2001 argentino, 2003 boliviano –hablo a nivel regional–, esa voluntad
plebeya que tiene capacidad de impugnación o de destitución del orden
neoliberal es incluida en las categorías de la economía política. La inclusión
es la inclusión de una vitalidad plebeya al interior del mercado del consumo,
de las categorías de la economía política. Esa inclusión es completamente
ambivalente, ambigua. Por un lado es disciplinante y llama al orden a las
fuerzas que habían mostrado una vitalidad de destitución, pero por otro lado
mete conflicto dentro de la economía política, dentro de lo que entendemos por
consumo. Esta politización del consumo o esta politización de la economía
política, me parece que es el punto más alto o más interesante del período
kirchnerista, en el sentido de que a través de las categorías del mercado,
fuerzas plebeyas intentan apropiarse parcialmente de la ciudad, del espacio, de
la riqueza; con categorías imposibles de llevar al lugar donde esta vitalidad
podría ir. Y ahí me parece hemos perdido una oportunidad política. Ahí hemos
perdido, kirchneristas y no kirchneristas.
Pregunta: ¿cuál hubiera sido
otra?
D: Uds. saben que ya hablar así
nos deja débiles. Pero igual lo digo. Creo que la posibilidad hubiera sido la
siguiente: entender la inclusión, el aumento del consumo, no como parte de una
teoría populista. Sino como parte de una teoría en la cual la fuerza plebeya en
el mercado permite discutir más la estructura misma del mercado.
La inclusión, la activación de
las fuerzas productivas en el mercado, es la vitalidad plebeya puesta en el
centro del mercado. No da lugar al pleno empleo, no da lugar al Estado de los
años 50, no da lugar a una inclusión tal como la teoría populista en sus
imaginarios tiene que activar. Ni siquiera da lugar a un Estado de bienestar
–por lo menos clásico–, porque fíjense que la inclusión pensada como estado de
bienestar es a través del salario. En Argentina fue a través del consumo, no
fue a través del salario. Y poder pensar que la inclusión es en el consumo y no
en el salario, ya nos revela que la figura a incluir no es la del trabajador.
Es mucho más compleja esa figura. Me detendría a decir: las subjetividades de
la crisis redibujaron los territorios. Las prácticas en los territorios
requieren categorías mentales que no son las de las filosofías populistas, ni
las de los Estados de bienestar social. Por lo tanto hace falta una invención
política a la altura de la composición nueva de los territorios.
Capaz que estaba en juego la
capacidad que tenía el movimiento plebeyo de cuestionar la estructura del
mercado, participando de él, no impugnando el mercado. Participando del consumo
y de la distribución de la riqueza; cuestionar, por ejemplo, quién produce, qué
se produce, cómo se produce, que esa presencia de lo plebeyo en el Estado y en
la economía, esa vitalidad que en cierto momento hubo, pudiera estar orientada
a ir atravesando, redefiniendo, ampliando lo que entendemos por Estado y por
mercado. En ese sentido creo que no se puede tomar el kirchnerismo en paquete,
porque nos perdemos el conflicto y la politización interna. Intento cuidarme
para no quedar inmediatamente puesto como kirchnerista o antikirchnerista, que
son una forma de la estupidez general, que no permite entender que desde el
punto de vista foucaultiano estratégico de las subjetividades, cómo leemos, qué
leemos, dónde vemos la oportunidad de intervención, en relación a cómo y dónde,
cómo articulamos lo subjetivo con lo económico político, etc.
Muy desordenado ya en relación
al planteo inicial, me meto en el tercer punto.
Las teorías políticas de la
última década –me refiero en particular a Ernesto Laclau y Jorge Alemán–
despliegan una teoría sofisticada de la subjetividad y la política, aportaron a
una reflexión sobre este proceso político que viene después de la crisis del
neoliberalismo. Lo que haré ahora es criticarlos a ellos, por lo que podríamos
llamar un discursivismo y un politicismo. Discursivismo es pensar que la
política ocurre en el nivel del discurso y el politicismo pasa por creer que la
política no está hecha con las subjetividades que se dan en la producción.
Sería una crítica doble, al discursivismo, a una cierta idea de que
la materia de la política es el discurso, a un tipo de prejuicio en torno a qué
se llama discurso. A qué se llama discurso y una reducción de los fenómenos de
la política a lo discursivo. En Laclau está muy formalizado: por ejemplo, la
escena principal de la política es un significante vacío. No creo estar
diciendo contra él nada que él no aceptaría. Dice: la política es discurso.
Pienso que hay una discusión ahí, sobre a qué se llama discurso o si se puede sostener
que la política es sólo discurso. Es un primer tema a discutir.
El segundo es el politicismo. Llamaría así a tomar las
subjetividades dentro de una mecánica política, sin considerar que esas
subjetividades al mismo tiempo están en un conjunto de otras mecánicas y que es
la misma subjetividad la que aparece en uno y otro nivel. Cómo cambian los
territorios, cómo cambian las economías, cómo va cambiando la experiencia de la
producción en la sociedad, no son temas ajenos a la política. No es que la
política toma una subjetividad que no está construida ahí. No se puede pensar
la articulación política sin pensar las estrategias en las que se articula la
vida en todas las demás dimensiones.
O para decirlo de otra manera:
no se puede hacer política como si las micropolíticas neoliberales no fueran
dominantes. No estamos en la discusión entre interlocutores, donde cada uno
formula su demanda y alguien las articula. Me parece que es el suelo
contemporáneo. Lo que digo es que la teoría política que no hace investigación militante
tiene un problema, está más para discutir con Platón que para entender lo que
está pasando en la producción subjetiva en los territorios –y en su
entrelazamiento con el mundo de las finanzas-, donde los problemas de las
personas que hay que elaborar llegan vía los focus group y las encuestas. El teórico-político que se informa leyendo
encuestas se aproxima así peligrosamente al político profesional. Acepta
docilmente esta mediación desproblematizante. La encuesta misma, su diseño, suele
pertenecer a criterios de cuantificación semejante al de la consulta y el
estudio de mercado. El apoyo de la racionalidad política sobre esta
micropolítica neoliberal es total, porque hay una ceguera respecto a que estas
micropolíticas siguen actuando, siguen articulando el pensamiento y se ha
olvidado el problema de las militancias. ¿Qué lugar ocupan las militancias
territoriales en la producción de pensamiento? No como cristianos que quieren
incluir solamente, no para pagar culpas, sino en la producción política. Es algo
que cualquier filosofía del antagonismo tiene que saber, si la política es
antagonismo y uno se inscribe en un campo, el modo en que ese campo piensa es
fundamental, no se puede delegar. Si eso se delega está todo dicho.
Algo más con el consumo. ¿Por
qué hay consumo sin salario? ¿De qué lugar sacan la plata para consumir todas
aquellas personas que no cobran un salario? La deuda es uno de ellos, perfecto.
Entonces qué quiere decir la deuda.
La deuda quiere decir que los bancos delegan sobre el territorio un flujo de
dinero no regulado. Porque, ¿cómo le presto plata a alguien que no tiene
salario? Si voy a un banco, me piden cosas, ¿cómo hacen estas personas para
tener un crédito informal para consumir? Los bancos delegan por vía ilegal, no
regulada, a entidades crediticias no reguladas –que en Argentina son muchísimas–
y le dan plata a la gente con una tasa altísima de interés. Doble complejidad,
personas que ingresan al consumo sin estar en el salario. Por lo tanto, los
derechos para esas personas no pueden ser a través del salario. La inclusión no
es a través del salario, primera ruptura con el sentido común.
La segunda: el capital
financiero está por encima de la regulación, no es regulado. Hay un problema específico
en el modo en que las finanzas operan como mando del capital sobre la sociedad,
que creo que tampoco se ha pensado lo suficiente. Cuando puedo, como entidad
crediticia, dar un crédito a una persona pidiéndole como contraprestación que
me dé la tarjeta con la que cobra el plan social, estoy explotando el plan
social. El capital financiero explota las políticas sociales. Directamente el Estado
me da plata porque considera que estoy por debajo de cierto nivel de
empleabilidad, de empresarialidad, soy un damnificado, no puedo pensarme como
empresa, no estoy a la altura de las micropolíticas neoliberales, no puedo ser
el empresario que todos quisiéramos. Entonces el Estado me da una asistencia.
Esa asistencia se la queda la entidad crediticia-financiera. Directamente es
una agencia que explota la política social.
Cuando digo que hay falta de
categorías mentales para pensar esto, o que la falta de investigación militante
ni siquiera permite plantear el problema –porque no se les pregunta a las
personas cómo están haciendo para vivir– también estoy diciendo que no se
organizan experiencias militantes para intentar pensar cómo regular ese mercado
financiero, o cómo hacer para que los planes sociales del Estado no sean presa
fácil de esa forma de explotación financiera. Estoy pensando cómo se da la
lucha política. Y también estoy pensando que el discurso está bien, pero si en
la práctica no podemos crear dispositivos que permitan neutralizar formas de
explotación, que permitan comprender cómo estamos viviendo en el territorio y a
partir de ahí entonces retomar la cuestión discursiva, hegemónica, etc., la
concesión es demasiado grande, el dominio de las micropolíticas configurando
nuestras percepciones, nuestros mapas, es demasiado grande. Y el nivel de
racismo y distancia que hay entre los intelectuales que piensan y la
experiencia de la gente en nombre de lo que se habla es un abismo. Es un abismo
que hace que los intelectuales hablen en nombre de unas fuerzas, y esas fuerzas
ni se enteraron. Entonces hay un problema con la política. A Gramsci, que lo
han citado, jamás se le hubiera ocurrido que pudiera haber intelectuales
tomando la palabra, sin que esa palabra estuviera elaborando la experiencia de
la praxis de esa clase. Hizo falta el post-estructuralismo ahí para
desorganizar lo que Gramsci llamaba clase, que hoy podrá no ser clase
industrial. La idea de que no hay producción social es un poco fuerte.
Creo que el problema de las
categorías mentales para pensar esto viene muy ligado con lo que llamaría
investigación militante, es decir poder tocar los problemas para los cuales la
teoría no sabe qué decir. El militante que sólo se compromete y el intelectual
que sólo problematiza dan lugar a un divorcio tremendo. Lo que estaría tratando
de plantear es la experiencia, también muy generalizada, de articulación entre
la problematización y el compromiso político.
El otro punto que les quería
plantear es el de la “amistad política”. El problema de la amistad viene
planteado en el libro del que les hablaba, del Comité Invisible –es un grupo francés
de activistas que están participando de lo que está ocurriendo en la Plaza
Republique–, A Nuestros Amigos.
Spinoza en el siglo XVII, en su libro
Ética decía que la amistad es la experiencia de la producción de utilidad
común, el amigo es aquel con el que se tiene utilidad común, no es el amigo de
la aventura, de la confesión, de los secretos, el que te banca. No se refiere
al amigo íntimo, no se refiere a ese tipo de cómplice. Se refiere a todo tipo
de experiencia en la cual con los otros lo que hay es producción común.
Por eso Spinoza lo llama
experiencia de la sinceridad, que no
es la de la confesión de la intimidad. Es la experiencia en la que yo estoy con
otro y en ese estar lo que se juega es una utilidad común. Como la utilidad es
común no hay insinceridad posible. Creo que hoy la experiencia de la amistad
como búsqueda de utilidad común, no del amigo personal, tiene que ver con la
capacidad de detectar afectividad no neoliberal. Tiene todo que ver con la
posibilidad de construir estrategias en el marco de una afectividad no
neoliberal.
Como saben en el Siglo XVII
Spinoza escribe la Ética, entre otras
cosas, en discusión con el campo teológico y con Descartes. En los dos casos se
trata un poco de la misma discusión. Él trata de pensar desde la noción de la
potencia, que no admite la distinción entre cuerpo y pensamiento. Por eso
estaba tan enfrentado el racionalismo de Descartes como a los dualismos
monoteístas. ¿Qué hace Spinoza con la potencia? La potencia es poder hacer,
poder pensar, poder hacer. Poder hacer del cuerpo y del pensamiento, que en
Spinoza no se separan, por lo tanto la potencia es poder hacer, poder pensar.
También se puede llamar potencia a lo que él nombra como perfeccionamiento del
deseo. Quiere decir que cada vez más podemos organizar con nuestra potencia los
encuentros con los otros. En ese perfeccionamiento de la potencia vamos hacia
la utilidad común, dice Spinoza. Porque individualmente el nivel de potencia
que se puede alcanzar es bastante bajo. La ocasión de la potencia siempre es el
encuentro con otros. Sin que Spinoza diga que lo colectivo o lo social es
interesante en sí mismo. Es interesante en tanto viabiliza potencias. Cuando
ese encuentro permite aumentar posibilidades de hacer y pensar. Por eso Spinoza
tiene una teoría tan original de la democracia. No es para él sólo una forma de
gobierno, sino el esfuerzo de articulación que hace un colectivo.
La utilidad común es el hecho
de que un conjunto de personas piensan y actúan con cierta conciencia de que en
esa acción se está produciendo una utilidad común, porque lo que se está
poniendo en juego es una potencia común. Tengo la experiencia de esto que
estamos haciendo juntos, yo no lo podría hacer si no es así, si no es con
otros. En la política esto es fundamental. Hay signos de que acá hay otra
política cuando hay esta experiencia de que somos parte de una utilidad común,
que no es simplemente cuánto saco yo. También es cuánto saco yo, pero no es
simplemente eso. Lo que saco yo tiene que ver con lo que se está produciendo.
Hay una cierta conciencia de que esta producción común está haciendo
articulación afectiva, de ideas, está produciendo sociedad. Hay producción
ontológica en Spinoza. Eso lo hace muy difícil a Spinoza. La Sociología, las Ciencias
Sociales, las Ciencias Políticas, tienen muchos problemas con Spinoza, porque
son todas filosofías que lo que hacen es representar términos. Y en Spinoza no
hay representación, hay producción. Se producen afectos, se producen figuras,
se producen ideas, hay una producción.
Retomo el tema de la
afectividad neoliberal. En Spinoza los afectos son aquello con lo que yo
elaboro el modo en que otro me afecta. Y los afectos son transicionales. Todo
afecto implica una transición a más o menos potencia. Por eso Spinoza tiene
todo un capítulo en la Ética, sobre
el tratado de las pasiones, que es la descripción de los conjuntos de los
afectos. Esos afectos se distinguen en tanto aumentan la potencia o la
disminuyen. Cuando aumentan la potencia, va a hablar de pasiones alegres,
cuando la disminuye va a hablar de tristeza, de aquello que nos separa de lo
que podemos. Deleuze hizo una sofisticación del asunto planteando que los
afectos son inseparables de los devenires. No tenemos mucha chance de
experimentar afectos más allá de los habituales, si no es en relación a los
devenires, devenir animal, devenir indio, devenir mujer. Siempre hay un paquete
afectivo otro en relación al cual nosotros podemos deshacernos del modo en que
nos ligamos al modelo mayoritario, a la regla, y damos curso a una anormalidad.
Es decir a una cierta indiferencia respecto de la norma instalada y a una
suerte de producción. A eso lo llama “devenires minoritarios”.
Entonces, los afectos son lo
que experimento cuando un cuerpo me afecta. Nosotros somos una pluralidad de
afectos, diría Spinoza. Esos afectos están siempre ligados a un poder de
afectar y de ser afectados, o sea la estructura de la potencia. Y diríamos con
Deleuze, son el juego por el cual yo voy más allá de mis afectos personales o
de mis sentimientos y éstos pueden hacer recorridos subjetivos que no estaban
preanunciados en mi autocomplacencia, en mi estabilidad.
La cuestión de la crisis creo
que habría que pensarla de la siguiente manera. La crisis es un objeto de la
disputa política, en el sentido de que no hay política que no defina qué es la
crisis para ella. La crisis del 2001, la definí como una tal en la que aparecen
subjetividades de la crisis. No creo que la crisis actual pudiera producir esas
subjetividades. Como toda política defina una idea de crisis, no diría que la
crisis permite pensar. No haría una identificación rápida que diga vamos presto
a la crisis, porque si vamos rápido vamos a poder pensar y vamos a poder. No lo
diría así linealmente. Soy consciente de que hay un conjunto de políticas que
no me interesan, que dicen hay que llevar lo más posible todo al mal y a la
crisis. No estoy queriendo decir eso, porque esa manera de pensar no se
pregunta de qué crisis estamos hablando, formulada por quién. Porque es una
categoría que corresponde a una racionalidad. La crisis del 2001 no es la
crisis en general, es una que tiene una historia, que ha producido unas
subjetividades que nos permiten entender qué es lo otro de una afectividad
neoliberal, algo que no todas las crisis producen.
Diría que la crisis actual está
secuestrada por el pensamiento neoliberal. Es el miedo a no poder adecuarnos, a
no poder decir; sólo fomenta nuestro deseo de orden. Sólo desea nuestra adecuación
a los dispositivos neoliberales, mientras que en 2001 era muy diferente. ¿Qué es
lo que hizo el kirchnerismo? Negativizó la crisis. Dijo que esa crisis es lo
peor que habíamos tenido, que había que irse rapidísimo de ella, la crisis era
el infierno. Y esa negativización de la crisis hace ya una conexión con el
macrismo. Del kirchnerismo al macrismo, la lectura del 2001 es 100% negativa,
es lo peor que puede pasar. Y efectivamente hay con qué decirlo, hubo un
quantum de padecimiento absoluto en el 2001 y lo vuelve a haber cada vez que
hay crisis. El problema es que en esa negativización se pierde algo, que son
estas subjetividades de la crisis. Que podríamos pensarlo así: eso que se
pierde, es eso mismo que después no hay cómo pensar en los territorios, porque
no hay categorías mentales para pensarlas. Hay un conjunto de estrategias de la
crisis que todo el tiempo siguen funcionando. Y lo que no puede hacer la teoría
política es articularse con esa subjetividad.
Mi impresión es que si hoy
hablamos de crisis sin hacer este contexto de discusión, sin pensar con mucha
rigurosidad lo que estamos diciendo, es una crisis negra, oscura. Hubo un
antecedente en el 2011 con la huelga a los policías, primero en Córdoba, luego
en el resto del país. La imagen del narcotráfico, saqueo, brutalidad fascista.
Eso es una escena oscura, es un reverso de la situación política del 2003 para
acá.
Creo que el kirchnerismo tuvo
algo muy interesante, después de por lo menos cuatro décadas, que fue el
ejercicio de denuncia de cómo las corporaciones se apropian de la decisión
pública. Hay una pedagogía kirchnerista, por momentos berreta, pero en esencia
muy interesante, que dice: medios de comunicación, corporaciones, las empresas,
etc., quieren apropiarse del poder público de decir. Ese aspecto del
kirchnerismo no se continúa en el macrismo, por eso decía que hay continuidad y
diferencia.
El macrismo es el triunfo de la
privatización de la posibilidad de decidir y simplemente hay una racionalidad
de las políticas neoliberales y de las empresas a las que todos nos tenemos que
adecuar. No hace falta una inteligencia personal para lograr representar y
hacer repercutir el conjunto de los códigos de las micropolíticas. Argentina lo
estaba esperando. Él llega y va muy bien. El Frente para la Victoria vota sus
leyes, la sociedad más o menos entiende todo, a todo el mundo le parece más o
menos sensato. Hay un tono de nos relajamos, menos conflicto.
Esto que el kirchnerismo hizo
tan bien, para mí, que fue poner en el centro de la discusión que el
neoliberalismo privatiza la decisión política, es un asunto de la política de
la derecha de siempre, es un tema de Carl Schmitt –soberano es el que decide,
el que puede tomar la decisión–. El kirchnerismo tomó muy bien ese punto. Carl
Schmitt por ser de derecha no deja de ser genial, muy interesante y cada día
más necesario. El problema que veo es que el kirchnerismo suele tomar todo
aquello que no se subordina a su dispositivo de decisión política con la misma
lógica con las que toma a las empresas a las que denuncia: como una antipolítica.
El kirchnerismo vive denunciando una antipolítica. Pero se toma como
antipolítica también a todas las subjetividades que no se amoldan al modelo que
presenta. Entonces ahí hay un problema, porque lo que es más interesante se da
vuelta e inadvertidamente se convierte en lo menos interesante. Politiza la
sociedad, teniendo un corazón completamente despolitizante. Porque defiende la
decisión política con respecto a sectores del capital pero no extiende la
decisión política sobre el conjunto de las organizaciones populares, no la
abre, la incluye, pero justamente el problema de la inclusión. Sí lo incluye
pero no la abre, entonces el problema de abrir: el problema del mercado, el
problema de la producción, todo eso queda pospuesto una y otra vez.
El macrismo en política dice “nosotros
no incluimos, integramos”. No veo nada interesante el disconformismo presutamente
republicano (en el fondo profundamente clasista) que reprocha la idea de
“inclusión” al kirchnerismo en términos de corrupción. No creo que ese
disconformismo supusiera una radicalización de los aspectos más igualitarios y
libertarios de la voluntad de inclusion, sino todo lo contrario. De un lado se
diría, ¿qué le podemos criticar al kirchnerismo respecto a la inclusión? Su
precariedad absoluta. Su aspecto colonial, sobre el que ya hemos hablado. Pero no
creo que ese sea el discurso de los disconformes que arman el discurso del Pro.
Es un disconformismo muy diferente al de quienes desean enfatizar los
componentes discursivos de la inclusión más allá del propio kirchnerismo. Creo
que el Pro lo que hace es heredar del kirchnerismo un deseo de orden, que ya
estaba en muchos casos presente en el propio deseo de inclusión, es el aspecto
negativo y reaccionario que está dentro de la voluntad de inclusión. Cuando
quiero incluir a alguien también lo puedo estar llamando al orden. Claro, la
inclusión es una forma completamente diferente de llamar al orden. No tiene
nada que ver con la fascista, o la neoliberal pura –que habla de innovación,
integración, etc. Pero hay un aspecto en la inclusión que creo que con el macrismo
no dejó de aflorar. Creo que este aspecto ordenancista de la inclusión ofrece
al macrismo un cierto hilo con el proceso del kirchnerismo, al mismo tiempo que
el macrismo licencia al kirchnerismo, releva el orden via inclusión por el
orden vía el orden mismo.
Y creo que el lenguaje del
macrismo no hace sino expresar esta innovación en el ideal de ese deseo de
orden. Me parece que el macrismo vino a ordenar de acuerdo a un lenguaje, un
conjunto de códigos que vienen servidos del mercado mundial. La innovación es
muy pobre. Se están incorporando en Argentina tecnologías políticas,
tecnologías comunicativas, que muchas veces incluso ya estaban en el
kirchnerismo, y se le está dando toda la verdad, toda la razón. Lo que dice la
empresa. ¿Qué necesita un vecino?, un policía en la puerta y una adecuación
empresarial. ¿El Pro dice algo más?, quiere discutir algo más que no sea la
posibilidad de darnos un policía en la puerta y un discurso sobre la
empresarialidad. Claro, es un discurso sobre la creatividad, en el sentido
plenamente neoliberal.
Hay dos cosas que están en el
neoliberalismo y que a veces se cree que no están. Primero está el Estado, no
es cierto que en el neoliberalismo niegue el Estado. Foucault lo explica muy
bien: el liberalismo quería liberar zonas para el libre mercado, de modo que el
Estado pueda aprender las regulaciones naturales de los intercambios del
mercado. El neoliberalismo es muy otra cosa, es la presencia del Estado
produciendo mercados, no es un “dejar hacer”. Es una sofisticación de las
instituciones que todo el tiempo activamente producen mercado. Entonces, por un
lado, no es cierto que ser de izquierda es que haya Estado, ser de derecha es
que no haya Estado. Ser neoliberal es que no haya Estado, ser kirchnerista que
haya Estado, no es cierto. El neoliberalismo es Estado, es una forma estatal,
produce Estado y el kirchnerismo no llegó ni siquiera a desarticular aspectos
fundamentales del Estado neoliberal argentino.
Respuesta a una pregunta.
Vuelvo entonces a la “utilidad común”: la amistad política y la afectividad no
neoliberal. Sobre esta última diría dos cosas, la afectividad neoliberal no
necesariamente se adecúa a las expectativas de la política. La situación podría
ser: está bien, hay afectividad neoliberal, pero es una materia tan
inarticulable que al final es antipolítica. Vuelvo a los límites que considero
son de la teoría política del kirchnerismo. No pensar que la premisa es la
afectividad neoliberal, no la articulabilidad política. Hay un primer
desplazamiento perceptivo para poder ver el conjunto de manifestaciones de
afectividad no neoliberal que sí existen todo el tiempo. Territorios, incomodidades,
la sensación de que no cuajamos, malestares, enfermedades, habría sí que
construir todo un discurso sobre qué es esta afectividad no neoliberal, dónde y
cómo se manifiesta, y qué significaría construir ahí amistad. Es un primer
punto para mí fundamental. Les nombro un par de autores: Santiago López Petit,
filósofo catalán, tiene dos libros importantes: Breve tratado para atacar la realidad, otro que se llama Hijos de la noche, los dos son de Tinta
Limón. El otro libro es del Colectivo Juguetes Perdidos, el título es Quién lleva la gorra hoy, es un
Colectivo que trabaja mucho en barrios, con jóvenes. Otro libro de Verónica
Gago, La razón neoliberal. Hay más,
pero les dejo estos tres textos que intentan justamente pensar la afectividad
no neoliberal, suponiendo que donde hay afectividad no neoliberal lo que cambia
es la imagen de la política.
El hecho de que haya un
conjunto de sujetos plebeyos en la economía política como hablamos hace un
rato, ya eso, de un lado extiende las categorías del neoliberalismo porque
entonces todo entra en el mercado, pero al mismo tiempo provoca en el mercado
la presencia de conatus estratégicos
–Spinoza–, pragmáticas estratégicas, deseos estratégicos, que en el mercado
todo el tiempo hacen otra cosa que empresa, hacen otra cosa que sólo empresa. Figuras
mixtas, grises, la percepción de la afectividad no neoliberal no es nada
evidente, diría, ese es el problema, la percepción de la afectividad no
neoliberal no es evidente y hace falta una investigación política. Santiago
López Petit, por ejemplo, trabaja mucho sobre el tema de la salud. La
enfermedad y la afectividad no neoliberal. Los chicos de Juguetes Perdidos
trabajan cómo los pibes en los barrios arman una suerte de fuga de toda propuesta,
de toda consistencia y tratan de ver qué pasa ahí. Verónica Gago, en La razón neoliberal, se pregunta cómo es
que la industria textil prácticamente entera de la Argentina está sostenida
sobre una economía ilegal, con población migrante, y por qué esta población
migrante una y otra vez insiste en venir, insiste en apropiarse de ferias,
arman fiestas, toda la feria de La Salada.
Es decir, me parece que hay
todo un problema con la percepción. Si uno puede ver política en esto, ya ahí
dimos un paso. Si la política sigue siendo la escena politicista, todo esto
queda ciego, negado. No tiene nada que ver. ¿Qué tiene que ver la feria de La
Salada, lo que pasa con los chicos en un barrio y las enfermedades de una
sociedad, con la política?, ¿qué diría Laclau? Pienso que ahí hay un problema
con la afectividad, que está ligado al problema de la percepción. ¿Cómo hacemos
para pensar que la materia de una política no es la clásicamente representable
como política? Si esto tiene que ver con la crisis o no, yo creo que estas
subjetividades producen crisis. Son productoras de crisis, simplemente porque
sus estrategias no son la adecuación al orden. Se reconoce cuando hay
afectividad no neoliberal porque es la única que crea estrategias. Todo lo que
es neoliberal se adecúa a códigos, saco un manual y dice cómo hago, vida prepaga.
En cambio la afectividad no neoliberal crea estrategias.
* Esta conversación tuvo lugar
el sábado 28 de abril de 2016 en la Asociación
Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA) | Departamento de Pareja y Familia.