Macri Gato // Diego Valeriano
Nadie enarbola las vidas runflas como
modos de vida, como consigna o simplemente como ejemplo. Son demasiado
promiscuas, demasiado poco pensantes. Sin excentricidades, ni moral, se las
termina victimizando para quitarle la carga política que vomitan.
No son un cambio para mejor, no son
una propuesta virtuosa, casi que no hay palabras bellas. Aunque para ser
honestos, “gato”, “transa”, “corte que”, “te recabió”, “pulsera”, “pin pan
pum”, “zarpado”, “chipá”, “arrancar”, son de una belleza poética pocas veces
reconocidas.
La feroz crisis al bolsillo que
desató la restauración careta sacó a los empoderados de las plazas y puso a
manteros, artesanos y buscas en general. La guita no alcanza, calles y plazas
explotan a pesar del otoño horrendo de colores, aromas y productos. Hay tanto color y olor en las calles que ya
parece fin de año y todos sabemos qué pasa en diciembre.
El militante, el intelectual, el
torpe que escribe en un blog, el treintañero que coordina el centro cultural,
la chica que rajaron de la Biblioteca Nacional están expectantes y
desorientados. Saben y no saben, están inquietos e inmóviles. Postean y postean
y hasta ya se olvidaron de Milagro. Sus sueños fueron desmantelados en poco
tiempo y no saben en qué creer.
A pesar de lo bello que es, nadie
destruye máquinas, solo las satura hasta que exploten. “Macri Gato” es una
consigna que comienza a nacer. La guita no alcanza y comprar la garrafa a veces
es una opción. “Macri Gato” es la consigna que gritan gedientos cuando el
domingo a la mañana no hay plata ni para los chinchulines.
El primer runfla que rompa la
vidriera de un COTO y salga corriendo con un Led en la espalda, desata una nueva revuelta.
En sus nervios hay mucha información del futuro. En definitiva, es una lucha de
ortibas contra los bien piola, no es otra cosa.