La política de los despolitizados // Amador Fernández-Savater
(A
cinco años del 15M)
Desde
el comienzo de la crisis económica, en España vivimos una situación realmente
excepcional, una aceleración histórica y una apertura de lo posible sin
precedentes en el pasado inmediato. Desde 2008, este país es un “laboratorio de
pruebas” intensísimo, donde se ensayan nuevas formas de sometimiento y también
de emancipación. Hablemos ahora de las primeras.
En
su célebre libro La doctrina del shock, Naomi Klein elaboró esta
inquietante hipótesis: el neoliberalismo no “sufre” las crisis, sino que se
aprovecha más bien de ellas para catalizar un “gran salto hacia adelante” en la
transformación de las sociedades. Funciona por y a través de sus
“disfuncionalidades”. El libro está basado en el estudio exhaustivo de varios
ejemplos históricos: el Chile de Pinochet, la Polonia post-soviética, el Nueva
Orleans devastado por el huracán Katrina, etc. En todos los casos, una serie de
“shocks” noquearon a las poblaciones, quebraron la solidaridad social,
contagiaron la parálisis, la resignación y el miedo, fomentando la dependencia
del Estado como padre protector y allanando el camino a todo tipo de reformas. Las
atmósferas de pánico y depresión social (ya sean provocadas por una catástrofe
de original natural o humano) son ocasiones ideales para profundizar y
generalizar la lógica de la maximización de la ganancia. Naomi Klein lo llama
“capitalismo del desastre”.
¿Sería
posible pensar desde esta óptica el carácter de la gestión de la crisis
económica en Europa desde 2008? Creo que sí, al menos en dos sentidos:
En
primer lugar, la crisis está siendo efectivamente el momento propicio para una
“destrucción creativa” de todo aquello que, en las instituciones, el vínculo
social y las subjetividades, hace freno, resiste, sortea o directamente desafía
la extensión de la racionalidad neoliberal a toda la vida social: por ejemplo,
los restos más o menos consistentes del Estado del bienestar, los mecanismos de
solidaridad formales e informales, los valores no competitivos, etc.
En
segundo lugar, la crisis se constituye como “técnica de gobernabilidad”: la
necesidad de “salir” de ella como sea justifica cualquier medida, silencia el
disenso y refuerza el autoritarismo de los poderes, que se saltan incluso las
garantías liberales-democráticas básicas sin demasiado escándalo (pensemos por
ejemplo en el caso de los “gobiernos técnicos” impuestos durante algún tiempo en
Grecia e Italia). Ya en los años 50, Maurice Blanchot habló en un sentido
parecido de un “poder de salvación” que promete darnos seguridad y rescatarnos
de la catástrofe, pero siempre a cambio de nuestra “muerte política”: todas
nuestras capacidades de expresión, pensamiento o acción.
En
la situación española reciente, encontramos muchísimo material para confirmar
el análisis de Naomi Klein, un par de ejemplos tan sólo (entre otros mil
posibles).
Destrucción creativa. El
Real Decreto-Ley 16/2012, aprobado por el Partido Popular, supone la exclusión
de cientos de miles de personas del derecho a recibir atención sanitaria y el
repago de medicamentos y de ciertas prestaciones sanitarias. No se trata
simplemente de un cambio cuantitativo, es decir no es que vaya a haber menos
radiografías o cirujanos, sino de un cambio cualitativo: la atención sanitaria ya no será más un
derecho, sino que dependerá de si se está asegurado. Se quiebra el derecho
universal a la salud y se emprende el camino hacia un modelo público-privado
que abre nuevos nichos de negocio, fragmenta a la población y agrava la
desigualdad social.
Gobernabilidad. El discurso del Partido Popular, desde
que se hizo con el gobierno en 2011, repite incansablemente un mantra: “hemos
vivido por encima de nuestras posibilidades”. Es decir, todos somos igualmente
culpables de la crisis (por un consumo a crédito desmesurado) y ahora toca
pagar, expiar las culpas mediante los recortes a las prestaciones sociales.
Todos los sacrificios (políticas de austeridad, etc.) son necesarios. El
sentimiento de culpa (muy distinto al de responsabilidad) pasiviza y fortalece
la figura del padre salvador que debe impartir las penalizaciones y los justos
castigos por los excesos cometidos. “Gobernar, a veces, es repartir dolor”,
dijo a propósito nuestro ministro de Justicia.
Lo llamamos crisis pero la palabra no
alcanza. Es más bien un cambio radical en la totalidad de las reglas de juego.
Política
de cualquiera
Pero
quizá lo más interesante y específico de la situación española es la respuesta
a la “estrategia del shock”: una activación social sin precedentes en la
historia reciente del país que arranca con el 15M, un movimiento que se sitúa
deliberadamente fuera del espectro político conocido. ¿En qué sentido?
Desde
2008 que “estalla” la crisis hasta mayo de 2011 que “estalla” la calle, la
respuesta social a la gestión neoliberal de la crisis -ya desastrosa para la
gente de abajo- brilla por su ausencia. ¿Por qué, de qué nos habla ese silencio?
Yo lo interpreto así: se intuye masivamente que la política clásica -incluyendo
a la izquierda oficial y a la extrema izquierda, incluso a los “movimientos
sociales”- no es capaz de hacer frente a la situación, ni mucho menos de
revertirla. La percepción extendida es que todo aquello que existe en el campo
político es, o bien incapaz de alterar la situación, o bien colabora
directamente con ella.
El
desafío vendrá del lugar menos pensado, cogiendo a contrapié a todos los
“profesionales” de la política. Una convocatoria de manifestación a nivel
estatal, lanzada por una estructura creada para la ocasión llamada “Democracia
real ya!”, prende con éxito en las redes y el imaginario social. ¿El secreto de
su éxito? Su carácter radical, abierto e incluyente: con eslóganes ampliamente
compartidos y muy poco ideológicos (“no somos mercancías en manos de políticos
y banqueros, democracia real ya”), la iniciativa imanta una porción
significativa del malestar social.
Esa
manifestación, que transcurre en un ambiente alegre y nada bronco en 60
ciudades españolas, libera tanta energía que hay quien no puede volver luego a
casa sin más y un grupo de 40 personas decide espontáneamente plantarse aquella
misma noche en la Puerta del Sol de Madrid. Lo interesante aquí es que la
decisión no surge (ni seguramente podría haber surgido nunca) del cálculo
político de un grupo preconstituido, sino de una asamblea de desconocidos que
improvisa. Después del desalojo sufrido por este grupo durante la segunda
noche, miles de personas indignadas por el abuso policial se autoncovocan por
redes sociales para retomar la plaza y esa misma tarde-noche arranca la
acampada. En medio de una alegría colectiva como no se recordaba en Madrid en
años, nace el movimiento 15M.
El
15M es a la vez un movimiento político y antipolítico. Antipolítico en el
sentido de que expresa un rechazo general de la política de los políticos, a la que que se considera con mucha
razón completamente subordinada a las necesidades de la economía global. Las
consignas más conocidas del movimiento son “no nos representan”, “lo llaman
democracia y no lo es” y “vuestra crisis no la pagamos” . Pero el movimiento no
se agota en la protesta o la indignación, tampoco en la demanda o la
reivindicación, sino que construye y practica una redefinición positiva de
la política como posibilidad al alcance de cualquiera, como pregunta sobre la vida en común al alcance de cualquiera.
Los
rasgos sobresaliente del 15M los podemos encontrar encarnados en la misma
materialidad de las plazas. Tres apuntes sobre ello, a partir de mi experiencia
en la Puerta del Sol de Madrid:
-en
las mil asambleas y grupos de trabajo, se experimentan modos de pensar y
decidir en común. Sin líderes ni representantes en los que delegar, se
despliega un gran esfuerzo de todos y cada uno por hablar en nombre propio,
escuchar al otro, elaborar pensamiento colectivo, poniendo atención a lo que se
está construyendo en común, confiando generosamente en la inteligencia y la
capacidad de los desconocidos, rechazando los bloques mayoría/minoría, buscando
con infinita paciencia verdades incluyentes, privilegiando muchas veces el
debate y el proceso sobre la eficacia de los resultados.
-en
muy pocos días, crece una pequeña ciudad dentro de la ciudad, con guardería
para niños, placas solares, una biblioteca, una enfermería, equipos de
limpieza, comida en abundancia, etc. Se despliega un gran esfuerzo colectivo
por cuidar y crear un espacio habitable donde quepa todo el mundo.
Cuestiones básicas, pero que suelen quedar a las puertas de la política tradicional
(el cuidado, la reproducción, los cuerpos, etc.), son aquí objeto de la máxima
atención. Lo que para algunas pensadoras como Silvia Federici supone en cierto
modo una “feminización de la política”.
-la
“auto-simbolización” del movimiento busca constantemente producir un “nosotros”
abierto, inclusivo, no-identitario. Todo lo que separa y divide (siglas,
banderas, violencia) queda fuera de la plaza. Para autorrepresentarse, se usan
etiquetas abiertas y marcas colectivas: “nombres de cualquiera” que no reenvían
a ninguna identidad previa -sociológica, ideológica o política-, sino que
dependen de una decisión subjetiva, potencialmente accesible a cualquiera. Esa
es la potencia de la etiqueta “indignados”, por ejemplo. Se evita
cuidadosamente posicionarse en el tablero de ajedrez político
(izquierda/derecha), rompiendo así la falsa polarización que organiza desde
hace décadas el mapa de lo posible en España (PP/PSOE).
En
definitiva, si tuviéramos que resumir el 15M es una sola frase, podríamos decir
que consiste en el deseo y la práctica de una política de cualquiera, que se no se deja trocear o
instrumentalizar por partidos políticos o ideologías, y busca hacerse cargo en
común de los asuntos comunes.
El
filósofo Jacques Ranciére ha escrito que “la política no opone un grupo a otro,
sino un mundo a otro”. Es decir, la política no son luchas entre grupos por el
poder (intrigas palaciegas, estrategias maquiavélicas, etc.), sino la
afirmación de otra experiencia del mundo. En el caso del 15M, se trataba
de una experiencia hecha con estos materiales: la capacitación de la gente
cualquiera, la construcción de espacios abiertos y habitables, la autonomía, en
el sentido de autodeterminar tiempos,
coyunturas y problemas más allá de las “agendas” mediáticas y políticas,
etc. Esa experiencia es el contenido sustantivo de la “democracia real” que se
reivindicaba en las plazas. Es decir, no podemos separar los fines y los medios
del 15M: lo que se quiere y se reivindica (“democracia real ya”) se parece ya
al mundo que se construye en las plazas (activo, igualitario, acogedor, a la
altura de las personas). Los qués y los cómos van unidos.
El
clima 15M
En
las plazas hicimos esa experiencia de forma “concentrada”, en el mismo
espacio-tiempo. Pero pronto la energía desborda las plazas y se desparrama por
la superficie social entera, transformándola. Surgen las asambleas de barrio,
que descentralizan el impulso del 15M aterrizándolo en los lugares de vida.
Surgen las “mareas”, movimientos en defensa de los sectores públicos amenazados
por los recortes (marea verde de la educación, marea blanca de la sanidad,
marea azul del agua, marea naranja de los funcionarios, etc.). La Plataforma de
Afectados por la Hipoteca, un grupo pequeño hasta entonces que trabaja problemas
relativos a los desahucios y la vivienda, crece y se multiplica por todas
partes. Proliferan cooperativas, bancos de tiempos, huertos urbanos, redes de
economía solidaria, mercados sociales, nuevos centros sociales, librerías
asociativas, etc. No son movimientos sociales, sino la sociedad en
movimiento.
Se
trata de un efecto impresionante de extensión de un espíritu de
politización a toda la sociedad: funcionarios, bomberos, personal sanitario,
jueces profesores, ¡incluso los cuerpos de policía! Cada iniciativa, cada
marea, replica y recrea a su modo el espíritu del 15M: la autoorganización
desde la base, a distancia o directamente prescindiendo de los partidos y los
sindicatos; la voluntad de inclusividad, gracias a la cual se agrupa gente muy
distinta (ideológica o políticamente) en torno a objetivos comunes; la toma de
la calle, siempre en un clima de alegría y noviolencia, sin pedir permiso a las
autoridades (como es de obligación en España), etc.
Un
“nuevo clima social”, como lo llamamos para distinguirlo de un movimiento o una
organización, libera por todas partes posibilidades de acción, atravesando la
sociedad entera como una corriente discontinua en el tiempo y el espacio. A
veces más visible, expresándose en enjambres y mareas que toman masivamente la
calle. A veces subterránea, encarnada en mil iniciativas formales y informales
(familias, redes de amistad, relaciones de vecindario) arraigadas en la vida
cotidiana.
Este
“clima 15M” contrarresta o atenúa los efectos la “estrategia del shock” analizada
por Naomi Klein. En lugar de la guerra de todos contra todos y el “sálvese
quien pueda”, se intensifica la dimensión común de la existencia: la
solidaridad, el apoyo mutuo, el vínculo social, la empatía. En lugar de la
docilidad, la resignación y las narrativas culpabilizadoras, se
activan las ganas de hacer, protestar, organizarse.
Podemos
observar esto último mejor a partir de tres “logros concretos” del 15M:
En
primer lugar, se pone en crisis la legitimidad de la arquitectura política y
cultural que ha regido en España desde la transición post-franquista (monarquía,
Constitución, Parlamento, sistema de partidos, prensa, banca...). Es decir, se
percibe que el sistema político no funciona como protección frente a los
peligros contemporáneos, sino que más bien los encubre o está incluso en su
fuente.
En
segundo lugar, se transforma la
percepción y la sensibilidad a nivel social. El caso que más resalta es el
drama de los desahucios: decenas de miles de personas que no pueden asumir el
pago de las hipotecas que contrataron en su día y son expulsadas de sus casas.
Antes de 2011, los desahucios ni se ven, ni se sienten, ni se rechazan, pero
después del 15M se hacen visibles, se perciben como intolerables y se actúa
contra ellos (y no sólo activistas y militantes, sino también jueces,
periodistas y también bomberos, cerrajeros o policías que se niegan a
participar en ellos).
Por
último, el clima 15M neutraliza la emergencia
de fascismos y microfascismos. No sólo el auge electoral de los populismos
derechistas tipo Amanecer Dorado o Frente Nacional que crecen por toda Europa
(no existe en España una opción electoral de ese tipo), sino también los
micro-fascismos callejeros que acompañan siempre a las crisis (delincuencia,
estallido social, búsqueda de chivos expiatorios, etc.). La narrativa del 99%
contra el el 1% hace que el enemigo se
busque, no en los inmigrantes o en los más pobres (“improductivos”, “vagos”,
etc.), sino en las oligarquías políticas y económicas.
¿Cómo
pudo conseguirse todo esto? El 15M no tiene ningún poder (físico,
cuantitativo, institucional o económico), pero sí fuerza. Una fuerza
sensible, capaz de alterar las corrientes subterráneas del deseo social y
redefinir la realidad: lo posible y lo imposible, lo digno y lo indigno, lo
importante y lo superfluo.
Impasse
Hacia
finales de 2013, se empieza a percibir muy claramente un “enfriamiento” del
clima 15M. La energía se empantana. Los espacios organizados se hacen
inhabitables excepto para los activistas full time. Las acciones pierden
eco, las palabras resonancia. Se repiten lenguajes y gestos, convirtiéndose en
identidades. Lo imprevisible se vuelve previsible. El movimiento se frena,
deviene reivindicativo y nostálgico.
¿Qué
pasa? Se trata de un momento complejo y aún por pensar, aunque lo cortante de
las preguntas que nos plantea nos deja sin aliento: ¿qué obstáculos
encontramos, dentro y fuera de nosotros mismos, qué no hemos sabido elaborar?
Una
pluralidad de factores explican el impasse, pero vamos a señalar ahora
solamente dos:
Desde
fuera, el “techo de cristal”: las mareas chocan contra un muro (el cierre del
sistema de partidos a cualquier cambio), pero ese muro no cede. No hay cambio
tangible de la orientación general de las políticas macro: siguen los desahucios,
los recortes, las privatizaciones, los ajustes...
Desde
dentro, en los movimientos de las plazas hay elementos de una nueva
politización, pero carecen prácticamente de lenguajes, mapas o brújulas propias
y adecuadas, y están lastrados por el peso de herencias ideológicas del pasado
(formas de organización, esquemas mentales de referencia, etc.).
Ganamos
pero perdimos
En
la crisis de imaginación de los movimientos post-15M, la vía electoral parece
plantearse como el único camino posible para salir del impasse y romper el
“techo de cristal”. Aprovechando el desplazamiento general del sentido común
generado por el clima 15M, se trata de conquistar los votos del descontento y
alcanzar el poder político. Podemos primero, las candidaturas municipalistas
después, catalizan en esta dirección (con modos y estilos distintos) la
insatisfacción y el deseo de cambio. (En Cataluña es el proceso independentista
el que ha desviado y encarrilado al malestar, pero el análisis de esa situación
excede las posibilidades de este artículo)
El
éxito fulgurante de los nuevos dispositivos electorales ha sido muy impactante:
mientras que Podemos amenaza con romper definitivamente el bipartidismo
instalado en España durante tres décadas, las candidaturas municipalistas han
alcanzado ya el poder político en importantes ciudades españolas como Madrid,
Barcelona, Santiago, Coruña o Zaragoza. Esto demuestra que la grieta abierta
por el 15M es mucho más profunda de lo que se pensaba a primera vista.
¿Cómo
leer este proceso, este pasaje? Mi lectura y percepción es ambivalente: ganamos
pero perdimos.
Ganamos,
porque se ha desordenado un mapa electoral que parecía inmutable, ampliando así
lo posible. Sin apenas recursos o estructuras, las nuevas formaciones han
competido con éxito con las grandes maquinarias de los partidos clásicos. A
pesar de las campañas del miedo desatadas contra ellas, la población no ha
tenido miedo de votar opciones ajenas al consenso ideológico reinante en España
durante décadas. Ahora hay esperanzas razonables de que los nuevos gobiernos
cristalicen reivindicaciones básicas de los movimientos (con respecto a los
desahucios, los recortes, la corrupción, la represión, la segregación
sanitaria, etc.) y de que alteren algunos de los marcos normativos que reproducen
la lógica neoliberal de la competencia en distintos órdenes de la vida.
Perdimos,
en el sentido de que se han reinstalado en el imaginario social las lógicas de
centralización, delegación y representación que fueron cuestionadas por el
impulso 15M.
El
acontecimiento 15M extendió en la sociedad, como explicábamos antes, una
especie de “segunda piel”: una superficie muy sensible, afirmativa, siempre en
movimiento y metamorfosis; un espacio altamente conductor, donde las
iniciativas proliferaban y resonaban sin remitir a ningún centro unificador; un
nuevo clima social, por donde circulaban corrientes imprevisibles de afecto y
energía.
Pues
bien, la fuerza centrípeta de lo electoral ha plegado esa “segunda piel” en un
“volumen teatral”, organizado en torno a las divisiones dentro/fuera,
platea/escena, actores y espectadores.
Dicho
muy esquemáticamente: un tipo de política muy retórica, centrada en líderes,
intelectuales y expertos, polarizada en torno a espacios y tiempos
privilegiados (los partidos, las elecciones) y muy enfocada a la conquista de
la opinión pública en el plano mediático, ha sustituido un tipo de política
mucho más basado en la acción, al alcance de cualquiera, desarrollada en
espacios y tiempos muy heterogéneos (autodeterminados y pegados a la
materialidad de la vida) y que se dirige al otro, no como a un
votante-espectador, sino como a un cómplice, un igual.
En
nombre de la “eficacia”, de la “ventana de oportunidad”, de la “urgencia
histórica”, de la “toma del poder”, etc., hemos pasado
de ser actores de la política cotidiana (en las plazas o las mareas) a ser de
nuevo espectadores del teatro de la representación. Un teatro con nuevas obras
y actores, nuevos decorados y guiones, sin duda mucho mejor que el viejo, pero
teatro al fin y al cabo.
Lo
que queda fuera del teatro resulta invisibilizado o devaluado: los movimientos
se interpretan en el mejor de los casos como simples “portadores de demandas” a
escuchar, articular o sintetizar desde alguna instancia superior (partido o
Estado), perdiéndose así de vista su capacidad de creación de mundo aquí y
ahora. Si se prolongan, los efectos de esta reposición del verticalismo
político serán seguramente desoladores:
pasivización y delegación general, desertificación y vaciamiento de la
multiplicidad, desvitalización de la política, etc. Pero que el 15M esté ahora
eclipsado, no significa que esté desaparecido.
En
conclusión, no hay a mi juicio “continuidad” o “traducción” entre el 15M y los
nuevas máquinas electorales. El 15M no es un objeto electoral. Se trata más
bien de dos racionalidades distintas que resulta vital distinguir para
despejar en lo posible el riesgo de saturación de una por la otra (de
captura, de opacamiento, de expropiación).
Política expandida y
restringida
Algunos autores nos han enseñado a ver y
pensar el neoliberalismo, no sólo como un corpus de doctrina o una política
económica impuesta desde arriba, sino más bien como una concepción material del
mundo:
el yo como empresa, la búsqueda de beneficio como motor de todos los
comportamientos, la competencia como principio de relación con el otro, la
propiedad y el consumo como medidas de la riqueza, la vida como un conjunto de
oportunidades a rentabilizar. Esa definición de la realidad no se derrama ni
emana desde un centro maligno, sino que se instala más bien de un modo muy
dinámico y multiforme, tanto “por arriba” como “por abajo”.
Radicalizar la hegemonía de esta concepción
del mundo ha sido y es el objetivo de la gestión de la crisis y la “doctrina
del shock”: la destrucción o privatización de los
sistemas públicos de protección social incentivan el endeudamiento y la
competencia generalizada, el resultado es un tipo de individuo para el que la
existencia se convierte en un proceso continuo de autovalorización. “La
economía es el método. La finalidad es cambiar el corazón y el alma”, dijo con
absoluta franqueza Margaret Thatcher.
¿Qué
tipo de acción puede afectar, revertir, desviar este tipo de procesos que
afectan a la configuración misma de lo humano?
No
hay que hacerse demasiadas ilusiones sobre la capacidad que tiene para ello la
política clásica, ni siquiera en sus versiones progresistas. Los cambios en las
formas de vida, en la posición del deseo, en los valores que polarizan
cotidianamente nuestros comportamientos, no pueden ser “decretados” desde los
lugares centrales de la representación y el poder. El poder no es la fuerza.
Por esa razón, constituir el poder destituyendo la fuerza (el efecto del
“volumen teatral”) es desastroso: son siempre “nuevos climas sociales” (nuevos
procesos de subjetivación) los que abren y amplían el marco de lo posible, incluso para los gobiernos.
Una
política a la altura del desafío neoliberal sería entonces quizá más bien una
“política expandida”: no reducida o restringida a determinados espacios (lo
público-estatal), a determinados tiempos (la coyuntura electoral) y a
determinados actores (partidos, expertos), sino al alcance de cualquiera,
pegada a la multiplicidad de las situaciones de vida, creadora de valores
capaces de rivalizar con los valores neoliberales de la competencia y el éxito.
La misma palabra “política” quizá ya no nos alcance para nombrar algo así,
parece traicionarnos siempre...
En
los recientes movimientos de las plazas (primavera árabe, 15M, Syntagma,
Occupy, Gezi...) hay semillas y gérmenes de esa “política expandida”. Debemos
cuidarlas y velar por su crecimiento. Es la tarea principal. Pero son
precisamente semillas y gérmenes, no una respuesta o una solución global. No se
puede descalificar completamente entonces la opción estatal. Se trataría más
bien de replantearla: sacarla del centro, des-centrarla, reubicándola en
el interior de un proceso más amplio.
“Cambio
multicapas y multicanales” es la imagen que propone mi amiga hacker Margarita
Padilla para pensar e imaginar un cambio social complejo (es decir: no
estadocéntrico). Protagonizado por una pluralidad de sujetos, transcurre en una
multiplicidad de tiempos y pasa por una diversidad de espacios. Las
instituciones son uno más, ni el único ni el más importante.
Otro
amigo siempre dice: el poder político no es el poder que cambia la sociedad,
pero puede acompañar y respaldar al poder que sí lo hace. Es decir, la fuerza
que cambia la sociedad viene de los movimientos (autónomos con respecto a los
tiempos, los lugares y la agenda estatal) que desafían lo establecido, crean
nueva realidad, redistribuyen lo
deseable e indeseable, hacen posible (y razonable) lo que parecía imposible.
Las nuevas formas de gestión y representación pueden en todo caso hacerse porosas
a ese afuera, necesariamente autónomo y conflictivo, sin tratar de
hegemonizarlo, cooptarlo o destruirlo. He ahí una hipótesis provisional para
los tiempos que vienen.
(c)
Amador Fernández-Savater. Este texto puede copiarse y distribuirse libremente,
con o sin finalidades comerciales, con o sin obras derivadas, siempre que se
mantenga esta nota.
Referencias:
La
doctrina del shock, Naomi Klein
A
nuestros amigos, Comité Invisible
Escritos
políticos, Maurice Blanchot
El
desacuerdo, Jacques Rancière
Economía
libidinal, Jean-François Lyotard
La
razón neoliberal, Verónica Gago
La nueva razón del mundo,
Christian Laval y Pierre Dardot
Política
y situación, Miguel Benasayag y Diego Sztulwark