Felicidad asegurada IV, “balance” entre privacidad y seguridad // Carolina Di Palma
Decretos de emergencia y estados de
excepción, Ley Antiterrorismo, Ley Argentina Digital, Nuevo Ministerio de Moderninazación,
Ente Nacional de Comunicaciones, Ministerio de Comunicaciones, pequeños grandes
pasos hacia la Sociedad Global de la Información y la Gobernanza en Internet. Seguimos
con las clases de Laura Siri (Fundacion Via Libre, Crative Common) sobre cómo se reorganiza el poder en plena
revolución digital.
La seguridad
involucra, en primer lugar, la protección de las personas contra daños o muerte
por parte de otras personas y, en segundo lugar, la protección de los objetos y
propiedades contra hurto, daño o destrucción ilegales. Como se supone que estas
protecciones actúan a favor de la sociedad como un todo, suele argumentarse que
valen más que el respeto por la privacidad del individuo.
Sin embargo,
proteger la privacidad de los individuos, como hemos ya argumentado, genera
externalidades positivas para toda la sociedad, no solamente para los sujetos
directamente afectados. Así lo explica Daniel Solove en
el artículo que ya hemos citado en publicaciones anteriores (Enlaces a un
sitio externo.):
“El valor
de proteger al individuo es social. La sociedad involucra una gran dosis de
fricción y estamos constantemente chocando unos con otros. Parte de lo que hace
a una sociedad un buen lugar para vivir es cuánto permite a la gente tener
libertad contra la intrusión de otros. Una sociedad sin protección de la
privacidad sería sofocante y podría no ser el lugar donde la mayoría querríamos
vivir”.
Otra
cuestión que debemos resaltar es que, muchas veces, privacidad y seguridad no
solo no son antagónicos, sino que son casi sinónimos. Ya en 1994 el
investigador Roger
Clarke subrayó que (Enlaces a un sitio externo.) “la visibilidad creciente de los hábitos y
movimientos de la gente crea oportunidades para realizar delitos” No hay,
por lo tanto, seguridad personal sin privacidad.
Del mismo
modo, cuando la seguridad personal de jefes de estado, embajadores y otros
funcionarios gubernamentales se ve comprometida por una incursión contra su
privacidad (por ejemplo, por un acceso ilegítimo en sus comunicaciones),
también puede verse afectada la seguridad nacional. Es otro ejemplo de que
menos privacidad puede conducir a menos seguridad, en este caso no solo para el
individuo afectado. De hecho, defender la privacidad puede ayudar mucho en el
mantenimiento de la seguridad.
Por lo
tanto, es falaz oponer genéricamente los valores de la privacidad y de la
seguridad. Más aún, siempre es crucial identificar con precisión el tipo y la
gravedad de la supuesta amenaza a la seguridad en juego e identificar
apropiadamente los riesgos para el ejercicio democrático y los derechos humanos
que la solución propuesta pudiera implicar. También es preciso no confundir
entre tipos de seguridad muy diferentes, como la seguridad nacional, la
seguridad personal y la prevención del crimen. Por ejemplo, una intromisión en
la privacidad que pudiera ser inevitable y necesaria en caso de una emergencia
epidemiológica grave sería mucho más difícil de justificar solo para prevenir
el crimen común. Y también sería muy cuestionable si, una vez solucionada esa
eventual epidemia infecciosa, los datos personales recolectados con el fin de
eliminarla se reutilizaran para usos comerciales o de prevención criminal,
entre otros posibles.
La metáfora
del “balance”
Es
fundamental desarticular la idea, comúnmente enunciada al debatir estos temas,
de que “hay que encontrar un balance entre seguridad y privacidad”. O, como
expresó el presidente de Estados Unidos, Barack Obama (Enlaces a un sitio
externo.) en un
intento de defender el programa de espionaje masivo PRISM de la NSA: “es
importante reconocer que uno no puede tener un 100 por 100 de seguridad y
también un 100 por 100 de privacidad, con cero inconveniencias. Vamos a tener
que hacer algunas elecciones como sociedad”.
Una aguda
refutación de esta manera de pensar se encuentra en el artículo “After Snowden: Rethinking the Impact
of Surveillance (Enlaces a un sitio externo.)”, de Zygmunt
Bauman, Didier Bigo, David Lyon y otros coautores. Allí establecen que:
“No se trata
de una elección entre mercaderías en un mercado. Las invocaciones retóricas a
un balance simplemente oscurecen y amenazan lo que ocurre con lo que puede ser
el lugar más importante e intenso, pero desatendido, de la práctica democrática
moderna. Se abre luego el camino para reinvindicaciones de facto de que las
responsabilidades de la soberanía están en quienes están a cargo de nuestra
seguridad y que el espacio de negociación abierto para aquellos presuntamente
asegurados debe reducirse”.
Por
supuesto, quienes están a cargo de la seguridad pública también tienen muchas maneras de resaltar algunas supuestas amenazas por sobre otras, y así seguir
naturalizando la también supuesta necesidad de un “balance” o negociación entre
derechos. Todo esto en un creciente marco de secreto para quienes ejercen el
poder, mientras se incrementa la transparencia para los ciudadanos comunes,
cuando debería ser exactamente al revés. El lenguaje metafórico del “balance”,
por lo tanto, como es común en el lenguaje metafórico en general, tiende a
naturalizar una asimetría de poder impropia de lo que se supone que es la
democracia, bajo la forma de una asimetría de información. Es una forma de
hablar cuya conclusión evidente es que la privacidad es intrínsecamente
insegura, que es un obstáculo para la plena seguridad. Y a la hora de definir
políticas concretas seguramente la carga de la prueba estará a cargo de quienes
abogan por el respeto a la privacidad. Deberán demostrar que, en una situación
dada, el respeto por la privacidad no afecta la seguridad.
Finalmente, señalan
Bauman, Bigo et al. en el artículo antes citado, están los problemas
prácticos que debe enfrentar cualquiera que intente empíricamente “balancear”
la seguridad y la privacidad de una manera que no sea ni arbitraria ni
subjetiva. Por ejemplo:
- ¿Qué unidad de medida
comparable debería asignarse a cada concepto?
- ¿Dichos valores se
incrementarían o decrecerían a tasas constantes?
- La utilidad que asignemos a
los cambios en cada concepto, ¿permanece constante independientemente del
nivel de seguridad y privacidad que haya en el estado inicial y el final?
- ¿Permanece constante la
naturaleza y el valor de dichos bienes durante y después del acto de
“balanceo”?
- ¿Cuántas unidades de
seguridad equivalen a cuántas unidades de privacidad?
Como queda claro, el concepto de “balance” entre
privacidad y seguridad carece de ninguna regla o fórmula clara, consistente y
no controversial para resolver situaciones prácticas, ni queda claro quién ni
cómo debe llevar a cabo legítimamente dicha negociación.