Salvarse y condenarse: Estrategias políticas y timbeo // Andrés Fuentes
1- Salvarse
como trabajo
Leo la noticia: un tipo de Senegal que llegó a España en una balsa y
labura en unas plantaciones en Tenerife, se ganó el gordo de navidad. Cuatrocientos
mil euros a la bolsa. Si: un refugiado ganó la lotería. "No
puedo creerlo, si les dijera que no tenía ni cinco euros", vocifera emocionado el negro ante los micrófonos. “Esto cambió mi vida y la de mi familia.
Adiós a las plantaciones”.
Un paria da un salto abismal y es millonario. Se salvó el negro. ¿Cómo
lo hizo? Jugando. Y si: una de las éticas que sustenta hoy la timba es la de
salvarse.
Salvarse para estar
bien es huir de obligaciones-garrón y permitir un gasto de bacán:
autos, pilcha, casas, tecnología, viajes zarpados y giras suculentas… o si no
se alcanza una vida de bacan, por lo menos estar tranqui. No
se salvó pero está conforme. Se dio un gusto imposible por sus finanzas naturales.
Importante: ¿de cuánto son los premios en una sala? Mencionemos algunos casos
de tragamonedas: hace unos días en Rosario una máquina dio un premio de 680.000
pesos. A fines del año pasado, una sala de Merlo dio 49.305, y otra de Caseros 137.527. Uno de los records del país lo
tiene también Rosario, cuando a fines del 2013 hizo ganadora a una mujer con
2.700.000 pesos. Dependerá del paladar de cada jugador y sus condiciones de
existencia si estas cifras implican salvarse o estar tranqui.
Decíamos: salvarse
permite correr el cuerpo del desgaste urbano y todas sus demandas infernales.
Un desplazamiento que blinda del cansancio. Históricamente el juego por plata en sus diversas expresiones fue una
oportunidad de salvarse del trabajo (se jugaba poco en casinos, más que nada
por lotería). En el contexto de una sociedad donde trabajar ya de por si era un
sentido fuerte, se buscaba pasar de vivir para trabajar, a vivir para
disfrutar. Zafar de un laburo por qué no gustaba, de los jefes ortibas, o para
aumentar el nivel de consumo (una movilidad social meteórica no conquistada por
el esfuerzo o las credenciales educativas).
Hoy es
distinto. Para explicarnos se hace necesario diferenciar entre el mulo y el
soldado. Mulo es el que el carga con el peso del displacer de un deber sentido
como obligado (otra no queda, relincha por lo bajo). El soldado le pone huevo a
una causa que le infla el pecho de sentido. Sea por la buena remuneración, el
tipo de laburo que hace, el vértigo de la autogestión… Sea bajo el modo que sea, se mezcla en su mochila de ingresos planes
sociales, transas, laburo asalariado, ayudas familiares…
Para el soldado y el mulo –fundamentalmente esta figura- salvarse por la
timba es potenciar o reemplazar directamente el trabajo de buscar guita en la
ciudad para zafar de todas sus rispideces –sea como sea ese laburo-. Lo importante es conseguir dinero. Siempre
el dinero. El trabajo asalariado como dignidad, acción primordial, ahora es impugnado
por muchas generaciones. Lo que más vale es la capacidad de generar una buena
moneda. Capitalizarse para gozar.
2- Algunos rasgos del salvarse
Decíamos que salvarse
es un trabajo específico que busca ahorrar en el trabajo general de buscar
guita en la ciudad para disfrutar de la moneda conseguida. El que se salva la
hace bien. Hacerla bien es aprovechar la pura suerte; estar en el lugar
adecuado en el momento propicio. Pero también sabemos que para salvarse hay
planificación. Sí, hay una carrera para salvarse. Ya vimos la pedagogía de
muchos jugadores en todos sus matices.
Estas estrategias
cargan con una vocación más o menos fervorosa. Para muchos jugar es una pasión.
Un momento mágico y encantador. Cuando se organiza en el sentido de salvarse,
se actualiza una vez más el espíritu de la burguesía heroica, aquel ethos aventurero que fundó
el capitalismo; el atravesar territorios inciertos y arriesgarse a perderlo todo.
Más allá de
esto, hay que decir que el trabajo que implica aprovechar el evento que nos
permite salvarnos muchas veces es medio garrón. Por algo metodológico: para
salvarse hay que implementar estrategias que no nos gustan. Jugar es una
vocación, pero a veces hay que taparse la nariz si se quiere ganar –no son
pocas las estrategias sacrificiales de muchos timberos-. Se banca todo por un
sueño: salvarse. El cálculo es muy simple: es ahora o nunca. Hay que meterle. ¿Quien
dijo que no hay más cultura del esfuerzo?
Pero también
por su misma finalidad: a veces ni siquiera jugar es un gusto. Se prueba para
salvarse. Gente que nunca jugó o lo hizo alguna vez y mucho no le interesó,
ahora lo hace. Una deuda que pisa los talones, un gasto fuerte que se viene y que
no se puede bancar… irrumpe la chance loca de jugar y ver qué pasa. Un salvarse
que ya no sueña con franquear los límites de gasto instituidos sino de buscar
la heroica, el tiro al pichón para no dejarse chupar por un bache pronunciado o
directamente el abismo de las deudas.
Hablemos de la
ética del salvarse y su componente inmoral; ser indiferente a transgredir la
ley. No importa pasar de largo la barrera de la ley con tal de salvarse –el rol de la
trampa que ya vimos.
Lo cual no implica que esté por fuera de toda regla: salvarse, hacerla bien,
estar bien: conceptos de una nueva teología contemporánea. Salvarse como una
redención terrenal: aquí y ahora damos con el premio. Por que salvarse es eso:
dar un golpe. Algo que cae del cielo y hace saltar los carriles de la vida ya
dada. Una experiencia que viene de una fuera, un imposible buscado que es
alcanzado. Los
bingos se transforman en un punto que en la cartografía urbana promete
salvación. Por ahí ocurren los milagros.
3- Condenarse
Hay otra ética que sustenta el juego. Un timbear más cínico; apostar
se transforma en un “como si”. Acá no es un tema de la magnitud del dinero de
los premios, si es mucho o poco, si es para salvarse o estar tranqui un tiempo
nomás. Hay un cambio cualitativo: ganar no es lo más importante. No deja de ser
un sentido, seguro, pero ocupa un lugar secundario. Muy secundario.
¿Los motivos? Hay un cálculo muy simple en estas
reflexiones: que ganar es difícil. Y si se gana, siempre es mucho más lo que se
pierde. La proporción apuesta-triunfo es muy despareja. Pero hay otro relieve
en esta figura tan heterogénea del condenarse: la convicción de que las salas
hacen trampa; varios jugadores comentan que el bingo a
los ganadores estafa y no paga, o que las máquinas están programadas para no
dar premio nunca. Un fatalismo envenena al jugador: sabemos que cualquier juego
que no respeta en su devenir sus reglas básicas o torne muy difícil ganar,
pierde encanto. Por eso son condenados: les gusta jugar, los entretiene, aunque
trinan por su dinámica. Una impotencia los oprime: la creencia que es imposible
-o al menos muy difícil- modificar su situación por encontrarse frente a un
poder que conciben como lejano e invencible. No pueden dejar de hacer lo que
hacen, aunque eso que hacen no es como debería ser.
4-
El
condenado como llorón
Uno de los
matices de la figura ética del condenarse es el de llorar.
Definimos
llorar como un tipo de crítica que se entiende a partir de padecer un
malestar negativo, sea tristeza, bronca; ser tomado de sorpresa por la
situación, o que sea parte del libreto diario; proyectar las causas del hecho
en cualquier factor ajeno sin percibir el rol que cumple la propia existencia
en la consistencia de lo que critica.
Los que buscan ganar y se quejan de la sala por sus trampas, escasa cantidad
de premios, lloran. Las gerencias de las salas se perciben como algo lejano,
desconocido, pero de un manejo infalible e imposible de torcer. Lloran para dar lástima y esperar
que todo cambie solo, o a lo sumo, que con su lamento estas autoridades absolutas
y caprichosas los escuchen y en una de esas se compadezcan.
Lo potente de llorar: es un tipo de crítica. No banca agilado ni tampoco
reniega pero en silencio, chupando amargura. Tiene algo de agite. ¿Lo reactivo?
Que llorar nace de una percepción embotada, de una impotencia para
elaborar malestares, y una negación de las fuerzas propias. Esto último es lo
que más nos interesa: criticar la exterioridad que impone el llorón entre su
ser y el escenario que lo afecta. No hay una activación que interrumpa lo que
jode de la coyuntura planteada. No hay conquista.
En cambio, es necesario que pensemos que todo lo que ocurre es un
emergente. La combustión de la mezcla de una multiplicidad de fuerzas que según
como se combinen, así irrumpen. Y que nosotros somos parte de esa mezcla. A
veces más condicionados, es cierto, otras quizá más activos. Pero siempre
presentes.
5-
Depósito
y presupuesto
En el condenado hay una especie
de culto a la responsabilidad. Se enfría el vitalismo épico del salvarse y toma
forma un espíritu más medido, cauteloso. Aparecen en este sentido ligadas al
jugar la idea de presupuesto y depósito. El presupuesto es conocer de antemano
cuanto del paquete de ingresos en relación con ciertas frecuencias temporales se
destinan a jugar. Cuanto del sueldo se gasta según las veces que se vaya al
bingo. El plan: no moverse de esas cuentas. Resulta inconcebible que por jugar
no se pague el alquiler, la luz, no tener para el colectivo… Y depósito, porque
ya no se busca multiplicar el gasto realizado; no se compite con el bingo y los
demás jugadores para ganar. Por eso es un depósito, una plata que no da más
plata sino que se intercambia por un servicio cualquiera como si fuera ir a
comer a una parrilla o dejar la ropa en un lavadero. Un gasto fijo más. La timba queda reducida a
su lógica terapéutica: permite zafar de la vida, alivianar los impactos del
hacer diario. Lo afirmativo es no quedarse amargado, secuestrado por las
afecciones diarias, sino salir a buscar alegrías.
Desde este cristal ético del
presupuesto y el depósito, aquellos que buscan salvarse o por lo menos redimirse
-recuperar lo que le sacó el bingo-, resultan bastante inocentes.
Y algo peor: si juegan con voracidad además de no ganar y perder fortunas esta
el riesgo de quemarse la cabeza. Otra vez, irrumpe el terror al vicio.
6- Política y desplazamientos
Más allá de las coyunturas políticas del estilo
K- anti K y Pro- anti Pro, en los últimos años otros proyectos políticos
emergieron de nuestra sociedad. Salvarse, condenarse, son algunos de ellos. Éticas
existenciales que organizan nuestra existencia en relación con el dinero, los
estados de ánimo, la ciudad, el poder, el futuro…
Los proyectos
políticos que encarnar el gobierno estatal inciden de lleno en estos proyectos
y sus posibilidades regulando la moneda, las tarifas, el transporte, la
seguridad, y tantos etc. Pero rastrear estas estrategias que van más allá de
las gramáticas estatales y dan sustento a nuestras vidas y son poco
visibilizadas por diferentes discursos políticos, se presenta como un desafío político
muy necesario. Sin entender cuáles son los afectos que calcifican nuestra
existencia bajo determinados sentidos, difícil que podamos problematizarla.
Por eso nos interesa recuperar algunas cosas de estas figuras del
salvarse y el condenarse. Como toda figura expresan una tendencia, una cierta regularidad
en su funcionamiento y con diferentes matices, hasta algunos contradictorios. Pero
muchos de estos matices conectados con otras circunstancias pueden abrir nuevas
derivas. Por eso nos interesa investigar políticamente la ambivalencia que
palpita en las formas que vivimos, pensar estratégicamente como actuar hoy.
7- Hacer banda y bancar
¿Qué pasa si el salvarse no es potenciar al infinito el presupuesto
económico, sino un correrse de la vida presupuestada como sensibilidad
valorativa? ¿Cómo un fuerte ingreso de billete permite ahorrar tiempo,
energías, para crear otros valores de vida? El salvarse que busca estirar al
límite sus recursos, gana en poder pero legitima todo un estilo de vida ya dado.
La pregunta es como activar una potencia que trace y organice nuevos valores en
su propio andar (transvaloración que, insistimos, sea un desplazamiento y no
una negación del salvarse).
Un salvarse ya no como alcanzar una meta de consumo sino hacerse lugar
en una dinámica reactiva dotándonos de recursos. A ese movimiento lo llamamos
hacer banda y bancar; aliarnos con a otros ganar en espacios y sostenerlos.
Nuestra existencia se despliega en un ambiente precario que en muchos casos
expone su virulencia en tanto amenaza de desintegración, sea de laburos,
problemas de salud, de vivienda, familiares, accidentes climáticos, los que
sea. Hacer banda y bancar, es la reunión de fuerzas a las cuales apelamos para
afirmarnos armando un espacio propio, el cual a su vez hay que sostenerlo,
bancarlo. Hacer banda es una acción
imprescindible para cortar con un ritmo que nos desarma dando lugar a uno que
nos sostiene y que hay que mantener.
Como el salvarse, hacer banda y bancar busca correrse de todo un vértigo
abrumador. Pero la diferencia es que en ese correrse se niega un punto a donde
llegar sustentado en los sentidos imperantes. Bancar es configurar un
territorio propio y que no se sabe para donde puede salir.
8-
Poner huevo
El condenarse en una de sus dimensiones cuestiona el estado de las
cosas –la gestión tramposa de la burocracia binguera-. Lo hace como vimos desde
la crítica llorona, es cierto. Pero al menos late una inquietud y no le da todo
lo mismo; no hay una anemia afectiva con respecto a cómo nos repercute el
mundo. La pregunta es cómo recuperar una crítica que se interese por armar
nuevos mapas vitales. Esa fuerza crítica la llamamos poner huevo.
Poner huevo como la fuerza que le ponemos a la búsqueda de interrumpir
una situación y armar otra. Algo de golpe nos impacta y de ese sacudón nos
activamos. Es una elaboración de los malestares que busca armar algo a partir
de lo que tiene a mano –en esto se diferencia del llorar-).
Poner huevo escapa de cualquier voluntarismo. Por dos motivos. Va el
primero: es llevar
al extremo lo que podemos ser, un acelerar que no muta y no deviene otra cosa.
Es potencia cuantitativa. Nos empujamos al fondo, algo valioso, pero seguimos
siendo lo mismo que éramos. Estiramos nuestra voluntad pero de lo que se trata
es de abrir paso a otras fuerzas que palpitan en nosotros y que desean componer
con otros para disparar otra coyuntura que la actual. Vamos con el segundo
motivo: la única virtud de una fuerza política no puede ser
poner huevo; la actitud sin forma ni contenido es un sinsentido. Sin ideas, sin
coordenadas claras, recursos de donde echar mano, somos puro choque. Poner huevo es ponernos en movimiento, es una
búsqueda: pero sin armar otros mapas es un gesto en sí mismo bancable pero
estéril a largo plazo. La frustración tarde o temprano irrumpe en nosotros.
Sin poner huevo como malestar que se organiza en
inquietud, no surgen nuevos conceptos, formas de organización, cambios rotundos
en nuestra forma de ser; pero sin que se plasme nuestras inquietudes en
instancias concretas donde se calcifique antagonizando y haciendo cambiar
nuestras condiciones concretas, el poner huevo se vuelve impotente y se disipa.
9- Riqueza, economía y política
Hacer banda y bancar como el Poner huevo son ambivalencias que
rescatamos de las figuras del salvarse y el condenarse como premisas de época -para
lo que sea, partimos de ese lugar-. Y a propósito de estos desplazamientos, nos
interesa plantear la idea de riqueza, como posibilidad o no de su
fortalecimiento vital.
Decimos riqueza porque somos la resultante de lo que hacemos y como nos
apropiamos del mundo. En los intercambios con los demás nos definimos. No
partimos de una definición exacta que más o menos se adapta a lo que nos pasa;
por el devenir de experiencias que vivimos nos vamos cocinando. Si vamos
fortaleciendo unas coordenadas, nos enriquecemos; si se debilitan, nos
empobrecemos.
Eso que somos lo somos, pero podemos ser otra cosa. Mutación que
depende también de los intercambios que tenemos con el mundo. Que cambiemos
radicalmente y engordemos esa nueva valoración también se define como un
proceso de enriquecimiento; y su bloqueo es empobrecimiento.
¿Cuándo decimos entonces que nos enriquecemos o empobrecemos? Cuando
perforamos y fortalecemos valores que permiten dejar correr afectos que
desactivan los parámetros de normalización vigentes. Cuando incorporamos y
fortalecemos el valor absoluto es un enriquecimiento triste; cuando
fortalecemos un valor nuevo, es un enriquecimiento potente.
Algo importante: la noción de riqueza se diferencia de la felicidad.
Cuando hablamos de felicidad somos tentados a referirnos a un devenir lineal y la
búsqueda de una meta absoluta, o como un estado fijo y limitada a momentos
exclusivos. Seguimos dentro de una estrategia normalizadora.
Enriquecerse es un proceso. Un proceso entendido como acción y
sensibilidad. Riqueza como acción: la magia del hacer mismo y lo que se hace.
No solo el resultado de lo que hacemos sino el proceso mismo del hacer. Riqueza
como sensibilidad: arrancar la vida de cualquier fatalismo y reconocer que
siempre estamos presentes en el mundo con posibilidades de modificarlo, como
que si o si dependemos de los demás –tanto por soportar un fatalismo a partir
de autoridades absolutas que nos verdeguean, como para armar alianzas que
ayuden a destrabarlo-.
Al concebir la riqueza de esta manera nos alejamos de ciertos discursos
de estos últimos años que hablan sobre la distribución de la riqueza. La
riqueza no se limita a los niveles de ingresos sociales y su respectivas chances
de compra. No. Los gráficos de torta, el Índice de Gini, las tasas de
inflación, son escalas que miden un cierto tipo de riqueza. Que quede claro:
nadie niega la importancia de cuestionar la cartelización de los súper y el
empuje de precios que provocan, de que cobremos un buen sueldo, tener una casa
propia, ni mucho menos. Lo que pasa es que se supone toda una serie de valores
vitales de antemano, a los cuales se supone también que debemos acoplarnos. ¿Qué
significa tener mucho o tener poco? ¿Desde qué cristal definimos esto? Una
distribución de la riqueza es la generación de las condiciones que permitan la
lucha por conquistar espacios de libertad para que germinen múltiples
valoraciones que gravitan en nuestros cuerpos. La construcción de una
democracia real.
Con esta noción de riqueza se suprime la escisión entre economía y
política. La economía es erótica y la política es la intervención
sobre los vericuetos de esa economía con sus ganancias, pérdidas, inversiones,
ahorros, deudas, balances, siempre bajo el sentido de enriquecerse. Figuras
como la de salvarse y condenarse habrá que ver como se enriquecen o empobrecen
ante un nuevo escenario político desde el manejo de las palancas del estado por
parte de Mauricio y su banda del Pro. Ante esta parada bastante fulera nosotros
apostamos por poner huevo y bancar.
(Fuente: http://losutil.blogspot.com.ar/)