¿Qué es esto? // Diego Tatián


La primera e ineludible tarea -en realidad la segunda; la primera es el registro de todo lo que no se hizo o se hizo mal para que el retroceso sea tan brutal- es la de comprender sin subestimación ni consolaciones morales la naturaleza de lo que tenemos delante. ¿Frente a qué estamos? No, en mi opinión, frente a un gobierno al que le interese desarrollar una alternativa política y la conciba según una temporalidad histórica; no frente a una alternancia que recupera tradiciones ideológicas propias para disputar sentidos sociales. Lo que hay en frente es un grupo de tareas gerencial cuya estricta misión es la de reinsertar a la Argentina en el circuito financiero internacional, cualquiera sea su costo en derechos sociales, y crear así las condiciones de un saqueo económico a gran escala con el que deberán lidiar enteras generaciones por venir. Hacerlo bajo el modo de shock, lo más rápidamente posible para luego, cuando la misión esté cumplida, abandonar el gobierno de ser necesario.

El objetivo prioritario del macrismo no es perseverar en el poder político sino perpetuar las garantías materiales del poder económico en base a un trabajo de represalia y disciplinamiento que una vez consumado afectará a varias generaciones de argentinos reendeudadas y sometidas a la lógica financiera global de la que el kirchnerismo había logrado sustraerse parcialmente. El macrismo no es una expresión política en sentido estricto, va a desaparecer como tal no bien haya concluida la tarea que le fue encomendada hacer –o bien cuando fracase por la resistencia de la sociedad argentina. Si lo primero, tomará recaudos para una sucesión menos violenta y más política que administre la obra de destrucción consumada. Si lo segundo, será necesario un trabajo de las fuerzas populares hacia una reinvención que atesore las marcas de una herencia, pero que sin embargo haría mal en querer repetir.

En tanto, la operatoria en marcha cuenta con dos blindajes imprescindibles: el de la corporación mediática y el de la corporación judicial. Es decir, requiere la destrucción de la libertad de expresión (y con ella del pluralismo político) y de la independencia jurídica. El neoliberalismo económico presupone en los países llamados periféricos la aniquilación del liberalismo político –que en cambio es una conquista de la igualdad y requiere de ella para tener realidad. Cuando ese doble blindaje es eficaz no hace falta ejército, basta un breve protocolo de seguridad que habilite la represión de la protesta. La supresión de la libertad de expresión por monopolio de la comunicación en la Argentina macrista y las operaciones de la prensa canalla son, en efecto, imprescindibles para invisibilizar el desquicio social y postergar las reacciones frente a él, exactamente como fueron imprescindibles durante la dictadura -muchos periodistas son los mismos- que fue cívica y militar. Sin embargo, la eficacia de ese cometido no es tan fácil por los efectos puramente materiales, a la vez imprevisibles y previsibles, que porta consigo como su esencia misma el plan de operaciones actualmente en ejecución.

Tras cuatro meses de pura destrucción (amparada por un léxico eufemístico que llama “ordenamiento económico” al ajuste, “sinceramiento de precios” a la inflación desencadenada o “modernización” a los despidos burocráticos de miles de personas), el campo popular argentino pareciera estar a la intemperie, haber quedado a la deriva y no contar con una dirigencia capaz de dar curso a una resistencia importante pero diseminada, anulados sus representantes políticos y dirigentes sindicales por extorsiones judiciales o económicas según el caso –o directamente linchados simbólicamente y exhibidos como trofeos por el odio mediático, como antaño se hacía en las plazas con la cabeza de los vencidos.

Los sectores populares -como siempre objetos primarios de la inseguridad laboral, el ajuste económico y la caída libre en la indigencia- transitan una experiencia de soledad e indefensión frente a la embestida financiera que hoy arrasa a la Argentina. En ese punto es necesario interrogarse si no es el momento de constituir un gran movimiento de indignados (quizá con otro nombre, que aún no llega), sin despojo de identidades, heterogéneo, complejo, capaz de expresar el daño en sus diferentes registros, máximos y mínimos. Si esta antigua pasión colectiva sobre la que han llamado la atención los realismos políticos de todos los tiempos es capaz de dar lugar a efectos emancipatorios -lo que no va de suyo debido a su radical ambigüedad- será a condición de no reducirse a una pura reacción despolitizada para en cambio dejarse inspirar por una larga memoria de luchas sociales que tanto se nutre de grandes corrientes históricas como de pequeñas vertientes libertarias.

Mientras buscamos la palabra aún no hallada con la que poder nombrar las nuevas tramas de la protesta social en la Argentina, los miles que se sienten otra vez extranjeros en su propio país acaso obtengan su lugar común en una manifestación indignada y pacífica que reconozca y acepte el desamparo del momento, para acompañar y politizar en multitud los conflictos sociales que la brutalidad macrista precipita de manera creciente.

Selección y producción de texto Negra Mala Testa y La bola sin Manija. Para la Agencia Paco Urondo. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)