Micropolíticas en la escuela. Experimentación del quehacer comunitario en el CFP 24 // Pancho Ferrara
El
bombardeo es incesante, permanente y certero. Los medios acosan nuestra
conciencia y establecen las condiciones a partir de las cuales pensamos.
La
distinción misma entre realidad e irrealidad se pauta a través de las
pantallas. Es como el viejo dicho: “Si no está en la televisión no existe”.
Por
ejemplo, si es necesario erosionar la credibilidad y la confianza en un
gobierno, los medios mostrarán hasta el cansancio una “realidad” de
inseguridad, violencia, delitos y deterioro, difundiendo un mismo hecho varias
veces al día si es necesario. Si, por el contrario, es necesario preservar al
gobierno, como ocurre actualmente, esa “realidad” cambiará como por encanto haciendo
desaparecer de un día parta el otro los hechos de violencia y llenando los
espacios con apelaciones a la concordia, el consenso, la tolerancia. Y eso con
un martilleo permanente, agobiante… y eficaz.
Las
discusiones políticas, por ejemplo, suelen ocupar los espacios de noticieros y
programas periodísticos. Que si hay quórum o no, que si se vota así o asá, si
hay denuncias, ataques, defensas. Esa es la política. Por lo menos la que se
ofrece cotidianamente a través de los medios.
Y si esa es la política es preciso que nos definamos, que optemos por lo
que dicen unos u otros, así como debimos optar en el balotaje entre dos
candidatos cuyas diferencias no eran de fondo. Las opciones están ahí: Lilita,
Pinedo, Máximo, Bossio, Bregman. Sólo es necesario que nos identifiquemos, que
seamos capaces de elegir entre las ofertas, entre esos personajes que tratan de
representarnos. De ahí en más discutimos, cambiamos ideas con amigos,
compañeros de trabajo, vecinos, familiares, tomamos posición, jugando el juego
que proponen los medios.
Pero
hay una pregunta que es preciso hacerse con frecuencia: ¿esas “ofertas” agotan
lo que se entiende por política? ¿No hay nada más que lo que nos presentan
Lilita, Macri, Picheto, Moyano? Si somos capaces de formular esta pregunta, es
posible que advirtamos que en toda la góndola de la política hay únicamente más
de lo mismo, que esos que discuten de izquierda a derecha se proponen como
representantes, como aquellos en quienes delegamos el ejercicio precisamente de
la política, forman parte de un acuerdo que defienden a capa y espada: “El
pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes”. Ellos son
los representantes, por lo tanto son los capacitados para hacer política. ¿El
pueblo? Bien, gracias, lo mira por TV.
Y
no es que neguemos la necesidad ocasional de las delegaciones. Muchas veces son
necesarias para asegurar el funcionamiento de los colectivos, pero en todo caso
se tratará de delegaciones que responden a sus mandantes, rinden cuenta de sus
acciones y no avanzan más allá de los mandatos recibidos. Estas que nos
gobiernan no cumplen ninguna de estas funciones y se convierten en dueños de
sus funciones, en verdaderos usufructuarios del, poder.
Pero
si avanzamos un poco más en nuestros interrogantes podríamos preguntarnos si
habría alguna otra manera de entender la política que como esa de la
representación, la del reemplazo de nosotros por ellos.
Y
ahí estaríamos abriendo una brecha en el sentido común ofrecido por los medios,
estaríamos generando una novedad que nos permitiría cambiar nuestra práctica
ciega de consumidores-representados y abrir algunos posibles que,
necesariamente, no caben en la tele.
Uno
de ellos es, precisamente, el de cuestionar nuestras prácticas, lo que hacemos
todos los días y que, en tanto lo hagamos acríticamente, ciegamente, permite la
reproducción permanente del sistema en que vivimos, por más que lo rechacemos
de palabra.
Las
prácticas que realizamos en la escuela, por ejemplo, la relación con los
compañeros, los docentes, los materiales, el trabajo, el estudio y otras más,
permiten salirnos de lo establecido y atrevernos a explorar nuevos modos de ser
y estar. ¿Cada uno se salva como puede, o abrimos entre todos maneras de ser
solidarias, cooperativas, de intercambio? ¿Pago la cooperadora y no me caliento
más por nada de lo que tiene que ver con la escuela o me muestro abierto a las
propuestas, iniciativas, proyectos y actividades? ¿Es únicamente el compartir
una clase lo que me une a mis compañeros o puedo encontrar en cada uno de ellos
a personas con las que comunicarme y, tal vez, encontrar lazos en común que
trasciendan el mero hecho de ser estudiantes del mismo curso? Y podríamos
seguir sumando ejemplos.
Entonces,
esa pregunta acerca de si la única política posible es la de los representantes
podría ser respondida en principio como que no, que estas y otras formas de
vivir configuran un espacio de experimentación que también merece el nombre de
política, si por tal entendemos la acción conjunta para el cambio de las condiciones
de vida. Llamamos a estas formas de acción común micropolíticas, para
diferenciarlas de LA política de la representación.
Ya
no se trata de generar conciencia para orientar el voto ciudadano, ni de la
acumulación de condiciones para la toma del poder, ni la obtención de cargos.
Estamos simplemente en el espacio de la experimentación colectiva cara a cara,
donde cada uno conoce al otro y el nosotros resulta de una construcción común.
Las micropolíticas son esencialmente eso, la generación de prácticas
comunitarias en torno de las cuales desafiamos los haceres establecidos por el
sistema en que vivimos, produciendo conocimientos, creciendo en conjunto. Y
allí, al no estar representados por
nadie, podemos estar presentes, ser cada vez más sujetos autónomos, no
formateados por los discursos mediáticos.
Y
en este plano de las relaciones entre las personas, donde nos encontramos unos
con otros, el poder de los medios pierde parte de su eficacia. Quien habla
conmigo no lo hace desde una pantalla de TV sino frente a mí, a mi lado,
compartiendo mi experiencia y este contacto humano es capaz de ganarle en
eficacia a los medios de comunicación porque pone en juego algo que ningún
medio puede igualar: la experiencia compartida, el encuentro en el hacer juntos,
la comunidad de intereses, en suma, la vida como escenario de comunicación y
valorización mutua.
Ese
quehacer conjunto suele ser de mayor calidad que las respuestas individuales, que
el aislamiento del “¡Sálvese quien pueda!” Las metas que un grupo es capaz de
alcanzar son mayores que las que cada uno pueda lograr. Y este es un
aprendizaje que nos modifica y modifica lo que hacemos. Estamos ahí en un
espacio de micropolítica, de promoción de cambios por fuera de las recetas
mediáticas y sin políticos, comunicadores o periodistas que nos representen.
Haya
una serie de temas que podrían ser motivo de consideración en las experiencias
colectivas. Por ejemplo, la necesidad de revalorizar el trabajo manual, siempre
relegado a un lugar inferior por debajo del quehacer intelectual. Nuestros
oficios representan actividades que realizamos con las manos, con el cuerpo,
pero nunca sin la inteligencia, sin el pensamiento. Y sin embargo, a la hora de
poner en valor lo que hacemos siempre quedamos por debajo de los que piensan.
El revalorizar nuestras prácticas profesionales sería una manera de refutar
esas ideas establecidas para las que el
trabajo manual vale siempre menos. Y son ideas que, muchas veces, están muy
arraigadas a nuestra propia manera de pensar y ver las cosas.
¿Y
qué es la dominación sino eso, el pensar con ideas que no son nuestras sino que
han sido implantadas para domesticarnos?
Otro
aspecto de la vida cotidiana es el del tiempo, el uso del tiempo. A nadie se le
escapa que vivimos en una sociedad cada vez más acelerada. Nuestra vida,
asociada a la tecnología, transcurre cada vez más velozmente. Y en esas
velocidades se nos pierden aspectos esenciales de la vida. No hay tiempo para detenerse
en el crecimiento de los hijos o en disfrutar de un momento, una charla, un
encuentro. Tampoco hay demasiado tiempo para pensar. Vivimos en una suerte de
automatismo, respondiendo a las exigencias de un tiempo que no considera la
dimensión humana. Pues bien, ahí hay otro espacio en el que pelear nuestra
autonomía, en el que ganarle terreno a
las órdenes silenciosas e invisibles del sistema en que vivimos. Si el sistema
nos acelera, nosotros nos desaceleramos, hacemos tiempo para los encuentros, para
la observación, para el pensamiento. Y nos hacemos cada vez menos dependientes,
más autónomos, más creativos. Recuperamos un tiempo humano frente a las
exigencias de la producción y el consumo.
Pero
es posible que, del conjunto de experiencias
posibles en nuestro habitar el
CFP, haya una que ofrezca las mayores posibilidades de replanteo de los modos
establecidos por los dispositivos que formatean nuestras conductas y nuestros
modos de pensar. Es el proyecto de cantina y almacén que se ha empezado a construir
en los últimos meses y que representa una apuesta firme en la dirección del
quehacer colectivo.
¿Qué
tiene de particular esta iniciativa de cantina-almacén? En primer lugar que
será otro espacio de generación colectiva de fondos que alimentarán las
necesidades de nuestros cursos. Es la continuidad de la decisión de fortalecer
la cooperación directa, a través de la cual todos contribuimos para cubrir las
necesidades de todos.
Pero
además, al proveerse de emprendimientos de la economía social, se asegura que
los productos provienen de cooperativas, empresas recuperadas, iniciativas
solidarias y otros que no se basan en la explotación del trabajo, constituyen
experiencias solidarias, cuidan el medio ambiente y no incorporan ingredientes
nocivos para la salud. De ese modo, se apoya al sector económico que presenta
una alternativa viable a la economía capitalista.
Por
último, ofrece la posibilidad de cambiar los hábitos de consumo, favoreciendo
una conducta de consumidor responsable que se detiene en cuestiones que no se
guían únicamente por la publicidad y elige comprar aquello que se produce en
condiciones de cuidado de las personas y el medio.
Esta
y otras constituyen experiencias micropolíticas, que son apuestas para la
conformación de una comunidad solidaria y como alternativas al modo habitual de
comportamiento social. En este plano podríamos incluir a la Feria, a la Milonga
y a otros proyectos de la escuela. A partir de allí, se abre la posibilidad de
encontrarnos en espacios comunes en los que sea posible ejercer la solidaridad,
la cooperación y el aprendizaje conjunto de nuevos modos de ser y estar en el
mundo.