Felicidad asegurada III // Caro Di Palma
Algunos malentendidos sobre
la privacidad:
“no tengo nada para ocultar”
Antes de empezar a sumergirnos en el
fondo del mar para indagar en las relaciones entre vigilancia y visibilidad en
este momento histórico, vamos a surfear por algunas falacias que tenemos
instaladas en nuestro sentido común sobre la privacidad. En medio de la
operación Lava Jato en Brasil por la que la Red Latinoamérica de Estudios sobre
Vigilancia, Tecnología y Sociedad (LAVITS) puso en circulación esta carta porla democracia en la política y las comunicaciones, y el reciente Decreto de Emergencia
de Seguridad en Argentina, repudiado
también por diferentes organizaciones, por ejemplo en esta declaración del CELS , hacer explícitas las falacias sobre
la privacidad nos ayudan a repensar estos mismos temas no solo relacionados a
problemas del narcotráfico y terrorismo, que son los argumentos esgrimidos para
legitimarlos, sino como problemas que nos involucran a todos los ciudadanos organizando
nuestra vida cotidiana. Seguimos así con a tercera clase sobre “Privacidad y
vigilancia en entornos digitales” realizada por Laura Siri a través de
Fundación via Libre, textos que comenzamos a publicar en Lobo Suelto desde el
mes de marzo.
Por Laura Siri, Fundación Vía libre,
Aula virtual Ártica, derechos CC
El típico
argumento “no tengo nada que ocultar” suele expresarse así: “si no tienes nada
que ocultar, no tienes nada que temer”. Hay que imaginar que quienes dicen eso
en su casa no usan cortinas, o que le dan su número de tarjeta de crédito a
todo el mundo. Pero en general se usa a la hora de justificar intromisiones
para hacer “prevención” en materia de seguridad. También lo dicen muchos cuando
reflexionan “a quién le puede importar lo que diga en las redes sociales un don
nadie como yo, si me quieren espiar, adelante”. Lógicamente, si lo que dice
online un “don nadie” fuera de tan poco valor, ¿por qué habrían de espiarlo?
El jurista
norteamericano Daniel Solove escribió
un maravilloso ensayo en 2011 para refutar el argumento “no tengo nada
que ocultar”. Allí señala que obedece a la confusión de suponer que la
privacidad supone el derecho de alguien a esconder algo desdoroso sobre su
persona. Y, aunque sí es posible que uno tenga tal derecho en muchas
situaciones, como hemos visto la privacidad no es eso, o no es solo eso.
Solove
también señala que otra falacia es suponer que el interés de la seguridad
siempre sobrepasa el interés por la privacidad. Sin embargo, no todas las
medidas de seguridad apuntan a prevenir el mismo tipo de amenazas. El
terrorismo, por ejemplo, no suele prevenirse apropiadamente por el simple
expediente de cercenar la privacidad de la parte mayor posible de la población
mundial. Además, también es una falacia el pensamiento de “todo o nada”. Porque
es posible respetar salvaguardas como que no todo tipo y cantidad de datos sean
almacenados, que no se los almacene por tiempo indeterminado, que se reconozca
el derecho de los sujetos a enmendar o eliminar datos innecesarios, que se
pueda solicitar informes de qué datos sobre uno tiene una entidad en su poder,
o que los datos recolectados para un propósito no sean reutilizados para otro.
Nada de esto tiene por qué comprometer ni disminuir la seguridad. Más aún, para
garantizar la seguridad de los individuos, muchas veces se necesita implementar
mayores medidas de privacidad, no menores. Esto es particularmente cierto en el
mundo online, donde una suplantación de identidad podría conducir, por ejemplo,
a que otra persona utilice la propia cuenta de banco en Internet o adquiera
cosas en eBay.
Ya en 1990,
el profesor Gary Marx enumeró una serie de
falacias (Enlaces a un sitio externo.) que rodean las discusiones sobre privacidad,
vigilancia y tecnología, que conviene recordar, ya que la de “no tengo nada que
ocultar” dista de ser la única. He aquí algunas:
- La falacia de pensar que el significado de una
tecnología se apoya solamente sobre sus aspectos prácticos o materiales y
no sobre su simbolismo social y referentes históricos.
- La falacia «frankesteiniana» de que la
tecnología siempre será la solución y nunca el problema.
- La falacia de la tecnología es neutra.
- La falacia de que el consenso y la
homogeneidad sociales hacen inexistentes los conflictos y divisiones y que
lo bueno para quienes tienen el poder económico y político es bueno para
todo el mundo.
- La falacia del consentimiento implícito y la
libre elección.
- La falacia legalista de que sólo porque uno
tiene derecho legal a hacer algo entonces es correcto hacerlo.
- La falacia de creer que la información
personal de clientes y casos en posesión de una compañía es sólo una clase
más de propiedad para ser comprada y vendida del mismo modo que los
muebles de oficina o los insumos.
- La falacia de no ver los factores sociales y
políticos involucrados en la recolección y construcción de los datos.
- La falacia de suponer que, dado que nuestras
expectativas sobre la privacidad están históricamente determinadas y son
relativas, entonces se harán necesariamente cada vez más débiles a medida
que la tecnología se vuelva más poderosa.
En síntesis, no se trata de defender paranoicamente la privacidad como
una esfera de privilegio individual, sino de destacar que sin ella no hay
posibilidad de ejercer otros derechos humanos ni de vivir en democracia-