Repatriación de los cuerpos // Lucas Paulinovich


entre las mesas del bar
asomaba una cabeza de espantajos
en el humo espeso y duro
                   y hablaba
                   y exponía
                   y soltaba etílicas sus frases
esa cabeza arrapada decía:
                  “somos por experiencia de vida”
                  “tuvimos idea de la idea por necesidad”
nos encontramos en un cuerpo, nos descubrimos preguntando
qué hacer con él
qué tomar qué meternos o sacarnos o ponernos
                   qué inventamos con nuestro cuerpo, ¿cómo inventarlo?
de qué manera excitarlo, nos preguntamos
                                           dejarlo demandante, activo, absorbente
¿no nos absorbemos, en todo caso, en los cuerpos?
¿qué puede, en efecto? ¿puede reír, robar, mentir, blasmefar?
                                           ¿todo eso, un cuerpo? ¿el nuestro?
inmediatamente antes lo hicieron temblar
transpiraron las manos, cayeron gotas verdes de los ojos
ulceras en la piel
alucinaron o vieron más de lo que hubo y debían mirar
¿qué ve un cuerpo?
                    ¿cómo y cuándo mira? ¿muestra su abismo o crea un devenir?
¿es producto, un cuerpo, o es materia prima?
                   ¿mirando es posible hacer un cuerpo? ¿se lo trabaja?
¿es, también, un acorralamiento?
siempre lo hicieron, ¿acaso no dijeron que somos spinozianos?
                   ¿acaso no es ese nuestro compromiso o nuestra oportunidad?
algo semejante a una liberación
eso supone nuestro destino, así como la fatalidad
                   pero recién ahora lo asume como durable, quizás
como una galería abierta/repleta/a la eternidad, ¿lo eterno?
                                   ¿tiene que importarnos a nosotros, que tenemos cuerpo?
                   ¿tenemos que buscarla por afuera?
somos spinozianos, en fin, por la irritación y las erecciones
                                   por el agua agridulce de las llegadas, también
                                   por la verga y el pezón, las lenguas, el polvo enamorado
                                   por la saliva ácida resbalando el paladar
                                   el fondo de la garganta benéfico por el óxido
por nuestra fe, tal vez, en algo que no creemos
                   ¿qué necesidad, con estos cuerpos?
si todo lo que el sol quema y la lluvia moja y el tacto eriza
si todo somos en el cuerpo, ¿y esas imágenes?
¿esas figuraciones revoltosas que van y vienen
                   desequilibran los parantes de todo lo percibido?
¿qué son esas luces que un cuerpo despide?
¿o despliega y después las enrolla, otra vez, a su propio centro?
                   ¿a esa glándula donde la ubicaron?
¿no son contingentes esos bordes y esas geometrías, nuestro cuerpo?
                   ¿o ese instante desordenado?
¿tiene la fuerza de los lanceros que sueña, de esos arcos y esas flechas?
                   ¿o, mejor, las lanzas, los arcos y las flechas
son los que en verdad están soñando?
¿y nuestro cuerpo, que se pliega, repliega y se extiende?
                   ¿es todo sueño?
¿en el sueño se hace nuestro cuerpo?
                   ¿qué materia lo forma para ser concreto y abstracción
para que lo dividan en partes
                   para que caigan las guillotinas?
¿es sangre lo que cae de los cuerpos, o son también sus imaginerías?
                   ¿perece el cuerpo en su entierro o su abandono?
no hay exilio posible, ¿es cierto?, ninguna ausencia
                   ¿para qué llorar, entonces? ¿por qué lloran todos esos?
                   ¿qué más del cuerpo tienen las armas, los ejércitos
y las otras tropas gobernadas, todos? ¿les queda un cuerpo?
                   ¿lo usan como a un traje?
¿se le resta vida a una carne hecha alimento?
                   ¿hay podredumbre o son cuerpos que se rescatan?
¿mueren, se desintegran los cuerpos?
¿o son, además, la muerte, su primer momento?
para qué íbamos a interrogarnos, a fin de cuentas
                       si toda la duda las gozamos en el cuerpo.