Política del deseo // Entrevista a Raquel Gutiérrez Aguilar // Verónica Gago
Ex militante del Ejército Guerrillero Tupac Katari,
activista más tarde en la Guerra del Agua –siempre en Bolivia aunque es de
origen mexicano–, filósofa, docente, matemática, Raquel Gutiérrez Aguilar se ha
formado sobre todo al calor de los movimientos sociales de los que es parte
activa y cuyo devenir le ha servido como prisma para analizar los conflictos
políticos latinoamericanos y sus ciclos ondulantes más allá de los resultados
electorales. En busca de una voz propia que no puede escindirse de lo
colectivo, Gutiérrez Aguilar resalta el valor del “entre mujeres” que se da en
las distintas luchas territoriales y que reinventa y desafía el canon político
previo, desarticulando categorías, poniendo el deseo en primer plano. De ahí,
ella también desea, vendrá el próximo tsunami.
El
asesinato de la dirigente indígena y feminista Berta Cáceres en Honduras a
manos del sicariato como represalia a su combate contra los proyectos
extractivistas en la región dramatiza una escena de aleccionamiento por medio
del terror. Al mismo tiempo, estas ofensivas del poder responden a un
incremento de las luchas que hacen del territorio un campo de batalla en un
sentido profundo: como espacio-tiempo de recursos comunitarios, políticos y
naturales, capaz de mixturar nuevas formas de vida urbanas y rurales,
cosmopolitas y comunitarias, con articulaciones de un regionalismo plebeyo y
capaces de impacto global. Un prisma particular surge de leer América latina
desde estas dinámicas, el cual complejiza los análisis que sólo ponen el acento
en la suerte de los gobiernos y las contiendas electorales. En esta línea
trabaja desde hace años Raquel Gutiérrez Aguilar, ex militante del EGTK
(Ejército Guerrillero Tupac Katari) y activista en la Guerra del Agua (unas de
las luchas emblemáticas contra el neoliberalismo a inicios del nuevo siglo) en
Bolivia, filósofa y matemática, animadora de iniciativas autónomas en México y
docente de la Benemérita Universidad de Puebla. Autora de varios libros sobre
estas experiencias de lucha, que incluyen también una reflexión feminista sobre
sus años como presa, ahora trabaja en un proyecto de largo aliento, que en
tránsito de devenir título de su próximo libro puede sintetizarse así: ¿Qué es
hacer política en femenino?
Tu idea de política en femenino parte de otra
pregunta: ¿qué es tener una voz propia, autónoma, en términos políticos,
vitales, organizativos?
Tener
voz propia significa no aceptar, para nuestro pensar-decir-hacer, relaciones de
tutela o dependencia entabladas desde los múltiples lugares sociales donde se
concentra el poder. Significa, también, no olvidar en ningún momento la red de
interdependencias que continuamente producimos y habitamos. Partir de la red de
interdependencia en la que somos y estamos –que es una noción que viene de la
ecología política– es algo muy distinto a lo que se delimita con el par
antinómico dependencia/independencia. Consiste en tener presente, todo el
tiempo, en primer lugar que no somos personas aisladas sino que siempre estamos
insertas en conjuntos dinámicos de vínculos y relaciones que nos preceden y que,
al mismo tiempo, producimos a través de nuestras acciones cotidianas. En
segundo lugar, consiste en estar al tanto de que los vínculos en los que
somos-estamos y que también producimos y transformamos cotidianamente pueden
dibujar una gama muy amplia de formas variadas.
¿Por ejemplo?
Pueden
adquirir la clásica forma moderna jerárquica y enajenada que desconecta las
relaciones directas y separa a quienes son parte de una red de
interdependencias –los separa entre sí y con sus medios de existencia, como
dice Silvia Federici– para introducir mediaciones susceptibles de concentración
ascendente –y acá hablo del dinero o de la energía social que se concentra como
mando. O pueden adquirir nuevas formas –que en realidad son actualizaciones o
regeneraciones sistemáticas de formas de vínculo y enlace directo, cara a cara,
complejo, plástico, no mediado –o al menos no plenamente mediado– por criterios
exteriores. Esta práctica cotidiana de regeneración auto-reflexiva de
colectividad más o menos autorregulada que internamente acomoda, organiza y
gestiona las diferencias es, a mi modo de ver, el sostén fundamental de la voz
propia. Claramente, no puedo tener voz propia si estoy sola, aislada.
A contrapelo de la ficción moderna de la
independencia, una autonomía interdependiente…
Sí,
sólo podemos tener voz propia en medio de una trama colaborativa, cooperativa
de sostén recíproco. Es por ello que para tener voz propia, autónoma, en
términos políticos, es necesario contar con condiciones mínimas de autonomía
material, individual y colectiva. Y es por ello también que la negación de la
autonomía política pasa por la imposición de condiciones de despojo de las
posibilidades de autonomía material. Esto es lo que alienta y permite las
relaciones de tutela política. Esto es un gran problema en los tiempos que
corren pues justamente el mar de precariedad en el que habitamos como sociedad,
se dirige a negar las condiciones materiales de nuestra autonomía política, y
la pinza se cierra cuando a través de medidas tecnocráticas –estatales y
privadas- se sujeta y condiciona la garantía de ciertas mínimas condiciones
materiales para el sustento y nos obliga a la aceptación individual y colectiva
de tutela. En términos clásicos estoy tratando de escudriñar, como ya te diste
cuenta, el viejo par explotación/opresión para reconocer sus características
actuales.
¿Cuáles serían?
Creo
que podemos entender a través del par “despojo y tutela” una parte central de
lo que hoy niega la autonomía política individual y colectiva. Pensar el
despojo no únicamente como la “desposesión” de bienes o riquezas naturales o
materiales previamente producidas, sino como un abanico heterogéneo de
“despojos múltiples” –como dice Mina Navarro- que abarca la relación de
explotación en el proceso de producción (de capital) mismo, pero que amplía la
lente para incluir en el análisis la expropiación de toda la riqueza concreta
susceptible de ser producida a través de otros vínculos y relaciones humanas.
Esta es una clave muy relevante para subvertir marcos clásicos de análisis.
Nosotras, acá en Puebla, estamos comprometidas con hilar los elementos de una
forma de lo político a la que llamamos política en femenino, que trata de
entender a distintos niveles este conjunto de prácticas de despojo y tutela
justamente como negación de la capacidad humana colectiva de regeneración de la
vida y de lazos sociales fértiles que habilitan autonomía. Y elegimos como
punto de partida el proceso de reproducción material y simbólica de la vida
social.
Los ritmos abiertos de América latina
¿Cómo se traduce esto a la hora de leer América
latina? ¿Pone otros ritmos y calendarios más allá de la idea de fin de ciclo
que se impone a nivel de los gobiernos?
Comenzaré
por discutir lo que entendemos por “ciclo”. A mí me gusta mucho utilizar, más
bien, para aludir a esto, metáforas que tengan que ver con las olas, con la
manera en la que el agua del mar se mueve incansablemente. Lo hace en ciclos,
claramente. Pero no ciclos como los que se exhiben, por ejemplo, con algunas
funciones trigonométricas: ciclos de periodo regular, cognoscible,
determinable, etc. Para pensar en lo que hoy ocurre en América Latina tenemos
que pensar en procesos dinámicos abiertos, que den cuenta de la incertidumbre y
los cuales, efectivamente, exhiben rasgos cíclicos; aunque, insisto, no son
ciclos determinados y medibles. Son más bien, bucles cíclicos siempre inciertos
y siempre abiertos. Así, hoy parecería estar colapsando en toda América Latina
–salvo quizá en Ecuador donde la “revolución ciudadana” ha escalado la represión
a niveles alarmantes– un ciclo de luchas de mediano alcance que se abrió a
comienzos del siglo XXI y que tuvo dos momentos claramente distinguibles: el
momento del protagonismo social desplegado –como lo llama el Colectivo
Situaciones– y el tiempo de la confusión y la ambigüedad que fue el tiempo del
despojo de las capacidades sociales de dar forma recuperadas por la sociedad
para condensarlas en el Estado y en sus instituciones. Entonces, a la
expropiación o despojo de las capacidades sociales y políticas de
transformación del mundo recuperadas y/o reactualizadas a comienzos de siglo
por luchas muy variopintas y polifónicas, siguió un tiempo, que hoy está o bien
colapsado –como en Argentina– o agrietado –como en Bolivia– que encauzó
dificultosamente toda esa energía social hacia nuevos procesos de acumulación
de capital reinstalando relaciones de tutela entre gobernantes y gobernados que
se impusieron a través de nuevos y múltiples despojos.
¿Cómo entender entonces la ofensiva actual de la
derecha?
Si una
toma las luchas desplegadas como punto de partida, entonces se entiende con más
claridad qué es lo que hoy colapsa: la forma deformada y enajenada de nuestros
esfuerzos anteriores, de los anhelos colectivos de transformación social
desplegados por nosotros mismos años atrás. Entonces, la actual ofensiva de la
derecha es, nada más, la revelación grotesca de lo que ya ocurría: la
renovación de la dominación del capital organizada en la vigencia de la
democracia procedimental como forma emblemática –y casi única– de lo político.
Es un fin de lo que alcanzamos a producir en la oleada anterior –y por eso se
nos presenta como fenómeno cíclico- pues el bucle se reabre, en condiciones muy
difíciles en Argentina, y no tan adversas en Bolivia y quizá en Uruguay.
¿Cómo avanzamos?
¡Qué
pregunta difícil! El punto de partida que nosotras cultivamos es que tenemos
que partir de las luchas que de por sí ya se están desplegando ante nuestros
ojos... Y hay muchas cosas ocurriendo más allá de la hoy muy visible ofensiva
de fracciones del capital sumamente reaccionarias y quizá criminales. En
América Latina hay una gama amplia de luchas en defensa de lo común que
confrontan y boicotean las acciones de despojo más radicales y virulentas que
coaliciones transnacionales empujan de la mano de gobiernos locales y
nacionales. Son por lo general luchas locales, difíciles, que enfrentan
situaciones de violencia cada vez más agobiantes, como en México o en Honduras.
Todos estos esfuerzos han señalado cuando menos dos aspectos muy relevantes: la
importancia del territorio como lugar del despliegue de los esfuerzos de
resistencia y regeneración de la vida y la presencia masiva y tumultuosa de las
mujeres en estas luchas.
¿Qué te hacen pensar estos dos aspectos que marcás?
La
lucha “territorial” es, por lo general, una lucha para garantizar condiciones
dignas de existencia –“vida digna”, dicen los zapatistas. De ahí que para
comprender los múltiples esfuerzos que se despliegan en tales luchas vale la
pena colocar la reproducción material y simbólica de la vida social como punto
de partida. Esta clave, creo, nos brinda una mejor plataforma de análisis que
otras perspectivas –como aquellas que clasifican las luchas en “económicas”,
“políticas”, “reivindicativas”, etc. Tomar las diversas luchas para la garantía
del sustento –contra el despojo de bienes materiales, contra la imposición de
rutinas y ritmos de trabajo heterónomos, etc.- entendiéndolas como multiformes
esfuerzos por garantizar y ampliar las posibilidades de reproducción material y
simbólica de la vida social nos vuelve comprensibles un conjunto muy diverso de
esfuerzos colectivos. No se trata de pensar que todas las luchas hacen y buscan
“lo mismo”, pero sí se trata de entender lo que comparten y, por lo mismo, lo
que puede habilitar articulaciones políticas más allá de lo local. En relación
a la muy vasta presencia de mujeres en casi todas las luchas del período
reciente, creo que esto está en el corazón de nuevas posibilidades de
subversión de lo que existe y de regeneración de otras formas de convivencia y
autorregulación.
Entre mujeres: hacia un (des)orden de la madre
¿Ves en este punto algo de novedad, diferente a
momentos anteriores?
Creo
que son tres las vetas que se han abierto. En primer lugar, una revaloración
del “entre mujeres”: en casi todas las experiencias que desde la lucha se
pueden documentar, en los espacios de resistencia territorial y en otras
experiencias de defensa de lo común, la presencia de mujeres no sólo es notable
sino que se recupera una añeja disposición de las mujeres de, además de la
“lucha general”, establecer espacios para reunirse, para hablar, para dar
fuerza a su voz compartida, para apoyarse entre sí a la hora de sostener sus
puntos de vista... No se trata de “ocupación de espacios” o no sólo ni
principalmente. Se trata de que la lucha se va tiñendo de nuevos colores y que
se van mirando y atacando durísimos problemas sociales como la violencia
intrafamiliar, la consolidación de prácticas de cooperación y acuerdo mucho más
fluidas, etc. El “entre mujeres” prolifera en todas las luchas y en múltiples
rincones del paisaje social de América Latina. Esta práctica recuperada del
“entre mujeres” –muchas veces “más allá del feminismo” liberal capturado en las
tecnocráticas “políticas de género”– tiene dos aristas relevantes que son las
otras dos vetas que mencioné arriba: en muchas ocasiones coloca los asuntos
ligados a la reproducción material y simbólica de la vida social en su conjunto
como punto de partida y, además, se despliega como una “política del deseo” en
el sentido que lo trabaja Lía Cigarini, como creaciones que se colocan “por
encima de la ley” y que por lo mismo son tan pero tan subversivas. El “entre
mujeres” –que no necesariamente excluye a los varones, pero que si, digamos los
“filtra”, tratando de contener y expulsar a los varones violentos al tiempo que
conserva un espacio específico de mujeres– de manera inmediata entabla y
visibiliza relaciones de interdependencia que se ocupan del cuidado de la
autonomía política y material. Se ocupa, además, de una amplia gama de asuntos
considerados como no políticos o no plenamente políticos y por lo mismo
politiza el espacio privado y desafía la distinción privado-público (tan cara a
la organización capitalista de la vida) y, finalmente, se abre al ensayo y la
renovación de lo político sin presuponer que hay que ceñirse a ningún canon
político previo. Ojo, no es que no conozca el canon... es que no lo respeta, lo
reinventa, lo deforma, lo desafía. De ahí política del deseo. Por acá es donde
yo veo que se irá generando la renovada energía para la nueva oleada que,
esperemos, esta vez sí alcance calidad de tsunami.
Vos hablás también de un momento de contra-insurgencia
de nuevo tipo que vemos desplegarse en la ofensiva neoliberal y el
recrudecimiento de la violencia patriarcal y que genera una “opacidad” en los
conflictos, una deliberada confusión…
Claro...
“el otro lado también juega” –como dice Adolfo Gilly. La producción sistemática
de inestabilidad e incomprensión es un elemento fundamental para ejercer
dominación. Piensa si no, en lo que hacían los torturadores de las décadas
previas que buscaban quebrar guerrillerxs y organizaciones por la vía de la
tortura: privar de sueño, hacer desconocer donde estaban, romper los elementos
mínimos para la orientación espacio-temporal, inocular la sensación de
indefensión total, etc. A mi juicio hay una especie de uso instrumental de una
violencia brutal a nivel social justamente para quebrarnos: producir opacidad y
administrar la incomprensión de lo que pasa, inocular miedo sistemáticamente...
Así estamos viviendo en este período de guerra mundial no declarada, de
arrasamiento encubierto de los territorios, de devastación social. Es como si
el cuerpo social en su conjunto, el de quienes vivimos por nuestras manos,
estuviera siendo sistemáticamente torturado en algún cuartucho maloliente de un
cuartel militar. Y cuando no es suficiente, entonces se despliega toda esta, ahora
sí, “violencia expresiva” ejemplificadora y aterrorizante de la que habla Rita
Segato.
Todo
esto, que pertenece a un ámbito más general de la contraofensiva contra
nuestras luchas se ve plenamente fortalecido con el refuerzo irreflexivo e
impune o consciente y premeditado de los rasgos más violentos de la calidad
masculino-dominante de la acumulación capitalista y sus formas políticas;
incluso entre algunos “compañeros”. Y aquí hay una pregunta dura: ¿a quién
llamamos compañero? ¿El izquierdista abusivo y violento puede ser compañero?
¿El padre irresponsable de nuestras crías puede ser compañero? Este es un tema
muy urgente de discutir.
¿Ves aquí un síntoma de una crisis, o un llamado al
desorden, para usar tus palabras, de larga duración?
La
impresión que yo tengo es que a raíz de los esfuerzos colectivos de impugnación
al orden dominante desplegados durante comienzos de siglo y a la proliferación
del “entre mujeres” se desafió e impugnó de manera eficaz el carácter
patriarcal del orden de dominación del capital y que ahora vemos los dolorosos
y crueles afanes –no sólo militares– por reinstalar un orden simbólico
masculino dominante ya totalmente descompuesto. Esto está ocurriendo en
múltiples lugares de forma fractal: es decir, reiterada y expansiva. Mujeres
que en sus lugares de trabajo son sistemáticamente agredidas y acosadas –no
sólo sexualmente-, que en sus casas son “castigadas” y reprendidas cuando
impugnan prácticamente los mandatos del régimen patriarcal, etc. Esto está
ocurriendo cotidianamente y se vincula a la violencia generalizada en la que a
veces quedamos atrapadas. A mi juicio, hay claros signos de un agrietamiento
general del “orden del padre”. No hay quien provea, no hay quien establezca una
“ley” medianamente justa, no hay quien dé sentido de pertenencia... por
mencionar rasgos de lo que se anudan tradicionalmente en el orden simbólico del
padre. Sin embargo, ya estaría generándose –re-generándose– y haciéndose
visible un orden simbólico de la madre: en las apuestas y luchas de los pueblos
indígenas, en las críticas de los ecologistas y su énfasis en el carácter
creativo de ciertos vínculos y cuidados, en el “entre mujeres” que se
expande... Yo por acá encuentro posibilidades de esperanza en medio de estas
ruinas que habitamos.