Los ricos no piden permiso // Alejandro Gaggero
El
grupo económico de los Macri la levantó con pala en la década del ochenta,
trastabilló a finales del siglo veinte y luego se borró de las grandes ligas.
Pero el último hito del imperio familiar fue la decisión de Franco de venderle
a su sobrino Ángelo Calcaterra las empresas constructoras más importantes.
Ángelo pisa fuerte en la obra pública y su empresa fue una de las grandes
ganadoras de la década kirchnerista. Un vistazo al presente de la patria
contratista, que a Mauricio no parece quitarle el sueño.
A fines de los años ochenta Argentina ardía en la
hiperinflación y Franco Macri fue elegido por una encuesta entre hombres de
negocios locales como “el empresario de la década”. La elección tenía
fundamentos concretos: Socma (Sociedad Macri) era uno de los grupos
empresariales que más había crecido durante la “década perdida”. Pasó de ser
una empresa constructora mediana en los años setenta a transformarse en un
complejo diversificado que controlaba la principal empresa automotriz del país
(Sevel), una de las mayores constructoras (Sideco), y la recolectora de
residuos Manliba, entre muchas otras. Macri no sólo tenía un presente
brillante, también vislumbraba un futuro promisorio de cara a la reforma del
Estado y la liberalización que se anunciaba de forma casi inexorable. Fue en
esos años cuando Macri padre sufrió un infarto y la salud pasó a ser,
probablemente, su mayor preocupación. Pero tenía un heredero, el niño Mauricio,
al que venía fogueando en el grupo desde hacía años.
Casi tres décadas más tarde, es obvio que la
película se desarrolló de un modo distinto al previsto. Franco logró
sobrellevar sus problemas cardíacos y luce unos saludables 85 años. Su
hijo, luego de un paso poco feliz por el mundo gerencial y después de negarse a
continuar bajo el mando del padre, se transformó en Presidente de la República.
Sin embargo, el desenlace en el campo empresarial es mucho menos alentador: el
grupo perdió sus antiguas joyas y hoy Franco –formalmente– no controla ninguna
empresa de las que se ubican entre las 200 más grandes del país. Ahora
bien: no hay que confundir el innegable declive de Socma con su lisa y llana
desaparición. El grupo redujo su poder pero sigue vivo, en manos de la misma
familia y en plena expansión.
neo-pragmatismo italiano
El perfil de Franco Macri nunca se ajustó a la
imagen del empresario tradicional de Argentina, que tiene varias generaciones
de propietarios y se relaciona con las familias patricias. Nació en un hogar de
clase media de Roma, y llegó al país a los 18 años siguiendo a su padre, que
había emigrado a Buenos Aires unos años antes. Comenzó a trabajar joven en
empresas de la construcción y no terminó la carrera universitaria que le
quitaba el sueño (ingeniería, claro). Su vida empresarial se inició como
subcontratista de otras firmas constructoras más importantes. Poco después,
mientras construía una planta para Loma Negra cerca de Tandil, Macri se casó
con Alicia Blanco Villegas, integrante de una de las tradicionales familias
terratenientes de la zona. Mauricio, el primer hijo de la pareja, nació en
1958.
Aquella empresa de Macri (Demaco) tuvo su primer
gran hito en 1964, cuando se asoció con la multinacional Fiat para formar la
constructora Impresit-Sideco. Desde entonces participó en importantes proyectos
de infraestructura, como la edificación de las centrales nucleares de Atucha y
Embalse, impulsadas por el gobierno de Onganía. Durante la década del
setenta, a medida que la situación macroeconómica empeoraba, el grupo impulsó
una fuerte diversificación, incursionó en negocios inmobiliarios, producción
petrolera y servicios públicos.
Pero el principal punto de inflexión llegaría en
1982, cuando la automotriz Fiat decidió abandonar Argentina y el grupo Macri se
hizo cargo de la producción de sus autos y los de la marca francesa Peugeot.
Franco pudo adquirir el control de Sevel con las facilidades que le dio la
transnacional italiana, preocupada por los costos económicos y políticos que
implicaría un eventual cierre de fábricas y concesionarios (como ya había
pasado con la retirada de General Motors unos años antes). Durante los años
ochenta Sevel –ajuste de plantilla laboral y estatización de la deuda mediante–
pasaría a ser el emblema del grupo y una de las empresas industriales más
importantes del país. El pragmatismo de Macri también operó en el terreno
político. Durante la dictadura incorporó al grupo a varios ex dirigentes de la
Juventud Peronista (Carlos Grosso y Octavio Bordón, entre otros) convencido de
que los militares caerían en algún momento y el peronismo volvería al poder. A
pesar del triunfo de Alfonsín, Macri continuaría apoyando a estos dirigentes
que encabezarían la renovación peronista y, a fines de la década del ´80,
llegarían a puestos claves en el gobierno de Menem.
negocios interruptus
Macri formó parte de los empresarios de peso que
apoyaron con entusiasmo las reformas neoliberales, sin embargo terminó afectado
por la apertura comercial y la llegada de los gigantes multinacionales. Los
primeros años tuvieron un sabor agridulce: gracias a su capacidad de lobby
logró la sanción de un régimen especial para el sector automotriz, que le
permitió sortear exitosamente la apertura y beneficiarse por el repunte en el
consumo. Pero su participación en las privatizaciones fue decepcionante. Si
bien ganó la concesión de algunas rutas y participaciones en empresas menores,
perdió su principal apuesta: la privatización de Obras Sanitarias de la Nación.
La recompensa vendría unos años más tarde en uno de las últimas y más
controversiales privatizaciones de la era menemista, el correo. Esta victoria
derivó en un desastre empresarial.
El golpe más duro vino durante la segunda mitad de
los noventa con la decisión de Fiat y Peugeot de regresar al país y fabricar
sus propios autos. Mauricio había sido nombrado presidente de Sevel en 1994 y
encabezó las negociaciones con la automotriz italiana para renovar la licencia.
El fracaso y las disputas con Franco –que quería retener el control del
imperio– provocaron su renuncia en 1995 y se alejó del grupo para dedicarse a
la política en Boca.
Cuando el modelo de convertibilidad empezó a
crujir, Franco fue uno de los pocos empresarios que alertaron sobre los efectos
y reclamaron compensaciones. “Este es un país anti-industrial y la lucha con
las multinacionales no nos permite mantenernos” (Clarín, 19-10-1999). Para
sortear la crisis intentó hacer pie en el sector agroalimentario y aceleró el
desembarco en Brasil, con pobres resultados. La crisis de la convertibilidad
encontró al grupo sin la mayor parte de sus empresas históricas (Manliba
también había caído en desgracia) y con sus nuevas apuestas en serios
problemas. El único flanco que se sostenía era el de los orígenes: la
construcción.
el viagrazo kirchnerista
La gestión de Macri en el Correo Argentino fue
barranca abajo y terminó relativamente pronto: en el 2000 dejó de pagar el
canon estipulado por la privatización, en 2001 entró en concurso de acreedores,
y en 2003 el gobierno de Néstor Kirchner le rescindió el contrato. A partir de
allí el corazón del grupo pasó a ser Sideco Americana, el holding que nucleaba
a las principales empresas constructoras, como Iecsa (dedicada a la obra
pública) y Creaurban (especializada en desarrollos inmobiliarios de lujo).
Sideco aprovechó bien el auge de la construcción privada de la posconvertibilidad
y edificó buena parte de las torres de Puerto Madero (Madero Plaza, Mulieris
Puerto Madero, Art María). Pero la pata más fuerte era la obra pública,
especialmente en los sectores de infraestructura energética, vial, ferroviaria
y de saneamiento. Iecsa, por ejemplo, integró el único consorcio que se
presentó para la construcción del tren bala entre Buenos Aires y Rosario. El
presidente de Sideco ya no era Franco –que se dedicó a desarrollar negocios con
China– sino su sobrino, Ángelo Calcaterra, que cultivó una muy buena relación
con el gobierno de Néstor Kirchner. Ángelo se transformó muy pronto en un
asiduo asistente a los actos oficiales, y en uno de los principales aportantes
privados a la campaña de la fórmula Cristina-Cobos.
Pero el crecimiento del grupo en la construcción
comenzó a generar chispazos con la carrera política de Mauricio, que buscaba
desesperadamente despegarse de la historia del grupo Macri y de su pasado
empresarial. En la campaña por la Jefatura de Gobierno que perdió con Aníbal Ibarra,
el hijo de Franco no se cansó de repetir: "Mi familia no tiene ni va a
tener negocios en la ciudad". Pero pocos meses después Sideco participó en
la licitación por la recolección de la basura en la Capital Federal y cayó como
una bomba en el equipo de Mauricio, que se preparaba para disputar una banca de
diputado en 2005. Juan Pablo Schiavi, actualmente condenado por la
tragedia de Once pero en ese momento jefe de campaña del líder del PRO,
confesaba: "A Mauricio no le cayó tan mal porque desde el punto
de vista legal no hay nada que lo impida. ¿Si le gustó? Y, la verdad es que no,
especialmente porque la concesión dura cuatro años y lo va a agarrar en plena
campaña electoral para la banca. Lo que usted no sabe es que para los Macri los
negocios de la familia son eso, negocios, y la política es otra cosa" (La
Nación, 11-11-2003).
En 2007 llegó el último gran hito para el grupo
Macri. El mismo día que Mauricio lanzaba su candidatura a Jefe de Gobierno en
un basural de Villa Lugano junto a una nena pobre, Franco difundía la venta de
Iecsa y Creaurban a Ángelo Calcaterra, su sobrino y ex presidente de la firma
vendedora. La operación presentaba varias “peculiaridades”. Por ejemplo, el
comprador podía abonar en cómodas cuotas a lo largo de siete años y, durante
los años anteriores, Sideco venía comprando participaciones en la firma de
Calcaterra, que ahora, de repente, pasaba a ser el dueño del imperio. Todo
hacía suponer que se trataba de una maniobra poco sutil para disimular el
conflicto de intereses de Mauricio con los negocios familiares.
Los años siguientes Franco no perdió oportunidad
para hablar bien del kirchnerismo, desaconsejó públicamente a su hijo continuar
con su carrera política, e incluso, en 2014, opinó que “el próximo
presidente tiene que salir de La Cámpora”. ¿Reacción inmadura de un
padre despechado que compite con su hijo, o intento de mejorar la imagen de
Mauricio alejándolo del estigma familiar?
Entre 2007 y 2011 el grupo no paró de crecer
gracias a las obras concedidas por los principales distritos del país. Se
asoció con la italiana Ghella, que poco antes había ganado la licitación para
construir los túneles aliviadores del arroyo Maldonado, con lo cual Iecsa pudo
hacerse cargo de una de las mayores obras de infraestructura de la ciudad en
muchos años. Pero los negocios vinieron principalmente desde el Gobierno
Nacional: dos centrales eléctricas, participación protagónica en el Plan
Federal de Vivienda, la obra de soterramiento del Sarmiento (que quedó trunca
al poco tiempo), y la concesión de cinco rutas nacionales y una autopista en
2010. A partir de 2011, con el ascenso de Axel Kicillof, la relación con el
Gobierno Nacional se enfrió un poco.
La llegada de Mauricio al poder promete ser el
inicio de una nueva etapa de bonanza para el grupo empresarial que hoy comanda
Angelo Calcaterra, al menos si se tienen en cuenta las “buenas nuevas” que
llegaron durante los primeros meses de gestión. Una de las primeras obras
anunciadas fue la reactivación del soterramiento del Sarmiento. Pocos días más
tarde, Macri otorgó los avales del Gobierno Nacional que le permitieron a
Córdoba adjudicar la mega-obra de los gasoductos troncales, en la cual a Iecsa
–asociada a capitales chinos- le corresponden trabajos por aproximadamente
2.500 millones de pesos. Los vínculos con el grupo que fundó su padre no
parecen quitarle el sueño al Presidente: hace tan sólo unos días anunció la
transferencia de las acciones que tiene en la empresa Yacylec a Sideco, que
sigue bajo el control de Franco.
(fuente: http://revistacrisis.com.ar/)