La cultura pública y el criterio empresarial // Horacio González


Causa bastante miedo escuchar a los nuevos funcionarios de cultura hablar de cuestiones que no conocen bien o que conocen aplicando puntos de vista del productivismo empresarial. Sería recomendable que el nuevo ministro se informara mejor antes de hablar de temas que tienen una larga historia y el concurso de muchas opiniones y debates. El Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional se fundó durante nuestra gestión y es claro que es un centro cultural, cuya particularidad fue la de contener un conjunto de exposiciones de profunda originalidad sobre la historia del libro en todos sus aspectos: el libro como objeto vivo, su dramaturgia específica que lo vincula a lectores y autores, y por otro lado, su edificio diseñado especialmente por Clorindo Testa. Esta cuestión no tiene nada que ver con la “reconstrucción de la bibliotecas de los grandes escritores”, pues eso entraña conocidas dificultades, que cuando no hay sucesiones familiares de por medio –como ocurre con Bioy y otros notables escritores argentinos– puede hacerse con los medios disponibles.

La reconstrucción de una parte de la biblioteca de Borges que estaba dispersa en la nueva Biblioteca Nacional la hicieron empleados de la propia biblioteca en nuestra gestión y de allí salió una reconocida publicación. Coleccionistas privados son poseedores del patrimonio de muchos otros importantes escritores argentinos, y en muchos casos, cuando no hubo obstáculos financieros o de otra índole, nosotros mismos los hemos adquirido, como los papeles de Lugones aún en poder de su familia, y los que todavía enstaban en manos de anticuarios de Macedonio Fernández. No me voy a extender en una polémica que puede ser interminable y fatigosa, y provocada de un modo lunático, pero me asombra la idea de que el patrimonio “deba ganarse la vida”, o sea, que tenga “productividad”, o que se constituya en “meritocrático”. Con esta equivocada noción propia de mentalidades ajenas al mundo cultural, se comprende que se digan barbaridades tan grandes como que la gente va a las salas de lecturas de la Biblioteca solo por el wi-fi (por supuesto que eso ocurre y debe ocurrir), sin comprender a fondo lo que significa ir a una biblioteca.

Y en este caso, donde la concurrencia aumentó notablemente en los últimos tiempos. Pero lo más preocupante son las palabras del ministro sobre el destino de la calle México (Anexo Borges–Groussac de la Biblioteca Nacional). Habla como si ser un “Reciénvenido”, como diría Macedonio Fernández, le diera más derechos además de los reconocibles para hacer algunos lindos chistes metafísicos. Ese edificio, el de Borges y Groussac, debe y puede ser recuperado, sin una inversión que sea inalcanzable. El Ministro Reciénvenido piensa en un reciclamiento con “racionalidad”, y prefiere “estudios de arquitectura”, que supone una verdadera irresponsabilidad tratándose de un edificio histórico del patrimonio cultural, para el cual ya había previsiones, proyectos y tareas, para las cuales arquitectos y trabajadores del Estado ya estaban designados.

Esta historia es larga y puede consultarse en los mismos periódicos que lo entrevistan ahora al nuevo ministro. Justo cuando era el tiempo de comenzar a darle vida, se le ocurre venir con propuestas de tecnócrata advenedizo, además de que piensa que editar facsimilares del acervo publicístico nacional es un disparate. Así como no sabe que la placa que se puso en la calle México es la original –hay una conocida foto de Borges con ella-, ignora que toda biblioteca nacional, o por lo menos las más importantes del mundo, conservan sus viejas sedes y editan diversos tipos de publicaciones, entre otras, los fascsimilares, que tienen una apreciación cada vez mayor entre investigadores y lectores, y complementan el creciente proceso de digitalización.


Pero, claro, estos tristes pensamientos sólo pueden ocurrírsele a quienes, con el pretexto de no ser melancólicos, se convierten apenas en desnutridos emisarios de un criterio empresarial en el dominio de la cultura pública. Lamentable. Los sectores culturales, los investigadores y lectores deben reaccionar frente a esta desmesura.