Bernie Sanders: caminar sobre los hombros del gigante dormido // Susana Draper y Vicente Rubio-Pueyo
Una imagen recurrente en la política
estadounidense es la del “gigante dormido”: un grupo social, una masa
demográfica de electores que repentinamente despierta para convertirse en
factor crucial en una elección. A lo largo de décadas de trayectoria política
independiente, no adscrito ni a demócratas ni a republicanos (como alcalde,
después como gobernador, y finalmente como senador en el Congreso por el Estado
de Vermont), Bernie Sanders ha ocupado siempre el lugar de un outsider, una
suerte de profeta solitario en el desierto de la hegemonía neoliberal. Cuando
Sanders lanzó su candidatura a las primarias demócratas el pasado mayo, su
propuesta fue recibida con paternalismo (cuando no directa indiferencia) por
parte de la prensa mainstream. Meses después, Sanders podría ganar en Iowa y
New Hampshire, primeros estados en celebrar sus primarias. ¿Cómo ha logrado
Sanders abrir este reto inédito, hasta ahora impensable, a Hillary Clinton y la
maquinaria del Partido Demócrata? Más allá de los indudables méritos de su
campaña y de una trayectoria honesta y coherente, su figura debe entenderse
como la posibilidad de una articulación de fragmentos y trayectorias históricas,
que han hecho visible una serie de instancias cruciales en la última década,
desde Occupy Wall Street.
Mediante sus referencias explícitas al
New Deal de Roosevelt el “socialismo democrático” de Sanders consiste
básicamente en la reintroducción abierta de términos como “justicia económica”
y “redistribución de la riqueza” ausentes por décadas en el discurso público
estadounidense. En otras palabras, la recuperación de un estado de bienestar,
fundamentalmente en la sanidad, en la educación y en el derecho laboral. Lo
interesante aquí no consiste únicamente en las propuestas concretas de Sanders,
sino en cómo estas se articulan con el paisaje social y político de los últimos
años. Así, la reconstrucción del sistema público de salud recoge el descontento
con el -finalmente muy aguado por las aseguradoras privadas- Obamacare. La
propuesta de una matrícula gratuita en las universidades públicas confronta el
problema de la astronómica burbuja de deuda estudiantil que Occupy puso encima de la mesa. La subida
del salario mínimo a 15 dólares/hora se relaciona con la campaña “Fight for 15”
y la ola de nuevas sindicaciones en sectores poco organizados tradicionalmente
como los trabajadores de cadenas “fast food” o en corporaciones como Walmart.
A diferencia de Obama, la campaña de
Sanders no se centra tanto en un candidato carismático, sino en este programa,
así como en la invocación a una “revolución democrática” consistente, por un
lado, en el rechazo frontal a los “SuperPACs” (los vehículos corporativos de financiación
política) mediante una campaña financiada por más de tres millones de
donaciones individuales (unos $30 de aportación media). Al ubicarse al margen
del proceso en el que Wall Street, sus billonarios y corporaciones invierten
billones en los candidatos para controlar el sistema de decisiones políticas,
Sanders expone de un modo directo la forma en que la política es dirigida desde
el aparato financiero y los intereses económicos del 1%. Con gran sorpresa para
el establishment, su campaña logró financiarse en un 100% por los votantes que
apoyan sus ideas y programa, mostrando que es posible hacer una campaña sin
financiación de “super Pac” o millonarios. “Estamos haciendo historia” -afirmó
Jeff Weaver, director de su campaña. Este gesto tan básico como inusual habla
del corazón de su plataforma: separar la vida política del aparato financiero
que la mantiene co-optada, tomando como eje la distinción trazada por Occupy
Wall Street entre el 99% y la acumulación de la riqueza en el 1%. Con esto ha
emergido una suerte de re-definición de lo político en lo que va de campaña ya
que al contrario del discurso de la mera gestión y administración, Sanders
insiste en una “revolución democrática” capaz de imaginar otro futuro. Es el
único candidato que puso en el habla política el tema de la re-distribución de
la riqueza y la justicia económica, que en Estados Unidos es inseparable de una
justicia racial y un serio desmantelamiento del racismo sistémico. De esta
forma, la invocación a una “revolución democrática” implica a un nivel más
profundo un horizonte de articulación transversal frente a algunos aspectos
centrales de la cultura política estadounidense, como la tecnocracia de la
gestión y la demografía mercadotécnica, componiendo una suerte de reeducación política
frente a la lógica que revelan las críticas desde la campaña de Hillary y toda
la maquinaria mediática. Por un lado, se critica que Sanders no puede cumplir
con sus promesas”. Este tipo de críticas muestran por tanto el carácter
profundamente impolítico de la tecnocracia. En tanto Sanders convoca a una
movilización popular como condición para el cumplimiento de esas metas, éstas
no consisten tanto en promesas como en propuestas que amplían el debate
político, al que la propia Clinton se ha visto obligada a adaptarse, mostrando
su versión más progresista en muchos años.
Es extraordinariamente difícil que
Sanders pueda convertirse finalmente en el candidato demócrata. Sin embargo, y
más allá de sus resultados, el fenómeno Bernie debe entenderse dentro de una
secuencia abierta hace ahora cuatro años por Occupy y el “cambio en la
conversación” que el movimiento produjo, introduciendo cuestiones como la
desigualdad económica y una distancia manifiesta con la política del
establishment. Según indican numerosos estudios, debido a la falta de
expectativas laborales, la deuda y la precariedad, el panorama cultural e
ideologico de los llamados “millenials” apunta a un abandono claro de los
miedos heredados del macartismo, que han dejado su lugar a miradas políticas
mucho más abiertas. Más allá de Iowa y New Hampshire, y más allá de las
elecciones de noviembre, podemos
encontrarnos ante un cambio tectónico mucho más profundo en la sociedad
estadounidense, y que continuará teniendo efectos en los próximos años. Tal vez,
quién sabe, el despertar de un gigante dormido.