Balance de época (VI) // Horacio González
Las Malvinas,
Argentina y el mundo
El gobierno de
Macri encarna una gestión despojada de cualquier nervio cultural,
como no sea un pensamiento gerencial, que se aplica también sobre
Malvinas. Un sentimiento público latinoamericano y emancipador, no los
viejos y nuevos intereses generales referidos al petróleo y la pesca, debe ser
en primer lugar el alimento de la juridicidad político-histórica que enmarque
el caso. ¿Es posible con Macri este encuadre diplomático? No.
Cualquier lectura
de la historia de las Islas Malvinas –la más recomendable es sin duda la de
Paul Groussac, escrita en 1898, que a su ponderada visión histórica le agrega
el condimento sutil de la ironía-, arroja un resultado palmario. Son una pieza
fundamental de la historia marítima, comercial, militar y científica de esta
región del planeta. Antes y ahora. No puede haber dudas sobre los títulos
de la potestad argentina sobre el archipiélago, y ellos surgen de ningún otro
lugar que de la irreversible geología que las ata al continente y del combate
por su pertenencia, que ocupó varios siglos, multitud de informes y
escaramuzas, cambios de mano y escritos diplomáticos de las más diversas
especies. Entre estos se destaca el del Dr. Johnson, uno de los mayores
críticos shakespeareanos, que implícitamente valida en 1771 los derechos de
España. Estos se proyectan sobre la jurisdicción española en América que
corresponderá a la creación o emergencia del orbe nacional argentino.
Un océano de
papeles y hasta de debates filológicos permiten realizar una pregunta casi
impertinente por su obviedad. ¿Por qué las Malvinas se tornaron tan esenciales,
una pieza clave de la historia moderna, que es la historia de las guerras
económicas expansionistas desde el siglo XVII, a pesar de tener ellas una posición
marginal y aparecer tardíamente en los mapamundis? ¿Por qué su nombre permanece
enigmático, y el que adoptamos como inescindible con nuestro idioma, proviene,
más allá de inagotables discusiones, de los navegantes bretones de Saint-Malo?
Hay un elemento
utópico en todo proyecto de ocupación territorial, un sesgo inevitablemente
literario que a los efectos de una historia severa de la poesía, no dejan de
componer una estética colonial. El expansionismo mercantil, el filibusterismo,
los corsarios, las históricas usanzas de las empresas de piratería, que
supieron encumbrar imperios, asimismo buscaron su validación por las grandes
escrituras. Se acompañaron de distintas consideraciones utópicas, que siquiera
precisaron llegar a las cumbres poéticas como las de Kipling – “Llevad la carga
del Hombre Blanco”-, quien pensó el imperialismo como un sufrimiento y una
necesidad. Hasta mediados del siglo XIX la fabulosa Isla de Pepys, que tuvo un
supuesto avistamiento en el siglo anterior, figuró en muchos de los codiciosos
cálculos científicos o políticos de las potencias de la época, y también en la
publicística de Pedro de Ángelis, el gran polígrafo napolitano al servicio de
Rosas, que se interesó por ella. Pepys Island no existía, pero era indudable
que hacía las veces de contrafigura espectral de las Malvinas, dado que su
ubicación imaginaria tenía homólogas coordenadas oceánicas.
No es posible, por
muchas razones, ignorar el papel que jugó Bouganville en el proyecto de
poblamiento de las Islas, que es el más importante antecedente del
reconocimiento de la pertenencia de Malvinas a España –por consecuencia de las
negociaciones posteriores para el abandono de esa colonización francesa en la
segunda mitad del siglo XVIII. Bouganville era también un gran naturalista; no
solo queda en la historia como un antecedente de la atribución argentina en la
posesión de Malvinas, sino como estudioso de una flor que lleva su nombre, la
buganvilla –o santa Rita-, que figura entre las preferidas por el trágico
cónsul inglés Geoffrey Firmin (personaje ficcional de la gran novela Bajo
el Volcán, de Malcom Lowry), que citamos no para dispersar el tema, sino
para introducirle un elemento cultural que sin dejar de ser un detalle, tiene
su importancia antropológica.
Es que Gran Bretaña
es una cuerda interna de las historia de nuestros países, desde las célebres y
lamentables negociaciones del pacto Roca-Runciman, y si se quiere abundar en la
genealogía de las grandes y complejas escenas imperiales, desde el empréstito
de la Baring Brothers, que atraviesa muchas décadas como modelos de préstamos
canónicos de las finanzas coloniales. Manuel Moreno–el hermano de Mariano,
embajador de Rosas en Inglaterra-, es autor de documentos importantes
presentados ante Lord Palmerston, por más que Groussac prefiere señalar que
eran un tanto ingenuos. Como sea, estamos hoy mucho más cerca de esos escritos
de la diplomacia argentina del siglo XIX –en el momento en que se produce la
ocupación británica- que del desempeño moral y militarmente desastroso de la
Junta Militar que actuó en 1982. El detalle de la flor preferida por Firmin, el
cónsul inglés debajo del volcán, significa que hay una “veta inglesa” a
explorar.
No es ningún
secreto: brota de todo aquello que compone el lenguaje y su historia real, que
es la fibra interior, resistente, de la democracia efectiva argentina. Se trata
de la existencia no solo de una opinión interna de un sector no desdeñable de
la tradición inglesa anticolonialista. A veces se halla oculta bajo los pliegues
de un interés por lo extraño, por lo “bárbaro” como equivalente de una
seductora inversión del refinamiento –de ahí el coronel Lawrence “de Arabia”-,
o por una civilización hindú que lejos de mostrar la dudosa eficacia del
Commonwealth, dejaría ver su tozuda incomprensión cultural, tal como aparece en
recordables novelas, como la muy célebre de E. M. Forster, Pasaje para
la India. Antes del advenimiento del Gobierno Macri, la política de la
diplomacia argentina, en especial llevada a cabo por la entonces embajadora en
Londres, basaba su estilo de persuasión no en una seducción superficial y mucho
menos en ofrecimientos de último momento, sino en una comprensión profunda de
las complejas relaciones anglo-argentinas. Diría que éstas siempre fueron así
desde el complejísimo Francisco Miranda hasta las diversas relaciones de los
sindicatos argentinos con las Trade Unions –reservorio de la historia obrera
universal, cualquiera sea hoy la interpretación que hagamos de ellas- y en esa
gran porción hoy activa de la memoria inglesa, con remotos aires de democracia
social decimonónica, se basó la posición argentina de formular el cuadro
significativo del diálogo. Implicaba esto, la condición de pares y un signo de
reconocimiento. Una potestad de la palabra ligada a una soberanía que surge de
locuacidad nacional, con todas sus dimensiones, que son todas las etapas de su
vida independiente.
Durante más de dos
siglos, las cancillerías de España, Francia e Inglaterra se disputaron los
mares, guerrearon entre sí, hicieron y deshicieron tratados, y se hicieron
cargo también de otro convidado, el naciente poder norteamericano, que trazó
también su plan de ocupación en Malvinas en 1831 –el incidente bien conocido de
la fragata Lexington-, donde Estados Unidos esboza pretensiones
sobre las Islas con argumentos que demuestran su falta de sustento cuando
tiempos después los declina a favor de Inglaterra: era el colonialismo nuevo
rindiendo homenaje al colonialismo viejo.
En eso se parecen
al actual primer ministro Cameron. Pero la conciencia colonialista ha dado
ahora un paso tortuoso, sumida en la incapacidad de pensarse a sí misma. Este
calificativo que señala la vasta saga colonial, se les escapa de las manos.
Culpabiliza pero no saben bien a qué emplearlo, ni que inédito espejo se forja
para que la Nación Inglesa no pueda mirarse a sí misma. ¡Qué diferencia con la
oscura pero profunda conciencia que los estudios de Carl Schmitt le atribuyen a
Inglaterra, a partir de una frase shakespeareana de Ricardo II: “esta joya en
un mar de plata engarzada”! Por cierto, estos estudios sobre el poder infinito
del mar y el destino marítimo inglés que se desprende de muchas obras de
Shakespeare –de ahí la importancia que uno de sus mayores estudiosos, el ya
mencionado Dr. Samuel Johnson, a la vez lectura favorita de Borges, tomara una
posición “pre-argentinista” en el siglo XVIII- no pueden ser ahora
interpretadas a través de los fascinantes pero tremendos –en verdad: riesgosos-
estudios de Schmitt. Pero dan cuenta del paso que ha dado este viejo país en
una parte de su clase política, desde la época de la tragedia isabelina hasta
sus actuales dirigentes desprovistos de una visión más profunda sobre el mundo
que heredamos, en gran medida por la acción que durante siglos ellos mismos
desplegaron en torno a invasiones, conquistas y brutalidades sobre la condición
humana.
Debemos tener en
cuenta pues a la “otra” Gran Bretaña, la de Cunninghame Graham, la de
Raymond Williams, de Eric Hobsbawn, de Daniel James, de John Lennon y de John
Ward. Sí, claro, este último es el personaje de la poesía de Borges sobre
Malvinas, que traza un rumbo para el pensamiento crítico, y que hay que hacer
el esfuerzo de entender. Lejos de ser Borges un “escritor inglés” es portador
de un criollismo universal que es necesario considerar e incorporar como pieza
urgente de nuestra materia. Borges es un intersticio argentino en las rotundas
fisuras de la literatura inglesa, que es una dimensión de su ética inquisitiva
universal (Berckley, Coledridge). Las consecuencias políticas de esto, las
veremos luego. Conocía como nadie, como argentino universal que era, la
singularidad histórica inglesa. Su John Ward, lector del Quijote, y su Juan
López, lector de Joseph Conrad (polaco que escribe en inglés), quedan ambos
muertos en la nieve uniendo sus grandes mitos literarios, sin comprender por
qué, como en una lejana escena bíblica. Son juguete de los “cartógrafos” al
servicio de las fronteras creadas por los poderes bélicos y mercantiles. Ahora
indican otro destino para la estrategia y significado de las Malvinas
Argentinas, cuyo remoto nombre holandés –acaso sus verdaderos descubridores-
era Islas Sebaldinas.
La Embajadora
Alicia Castro realizó en Londres una magnífica tarea de convocatoria el
diálogo, que al mismo tiempo que recibía un duro rechazo de
Cameron, había agitado al mundo cultural británico, que tiene como
nota de específico orgullo de haber sido la sede de la escritura de El Capital,
y la actividad de su “ala izquierda cultural”, en la que según las épocas
y las largas discusiones sobre la justicia social, incluye desde el gran
artista William Morris (no la localidad del Gran Buenos Aires, que conmemora a
otra persona de igual nombre, un pastor protestante) hasta incluso a Bertrand
Russel, que tomara tan cambiantes posiciones sobre los conflictos mundiales,
pero al que igual que Keynes, pueden considerarse ambos esenciales para
una vida inglesa abierta a la sensibilidad social no colonialista. Incluso el
liberal Harold Laski (al que Carl Schmitt fulmina a propósito del tema del
“pluralismo”). Incluimos el sutil historiador E. P. Thompson, o a Perry
Anderson y su hermano Benedict (que acaba de fallecer). Son los rastros de la
izquierda inglesa, con los mismos dilemas de rupturas y discusiones que
pudieron haberse verificado entre nosotros, sobre el juicio sobre la Unión
Soviética o el empleo de la violencia. ¿Quién de nosotros no leyó alguna vez un
artículo en la New Left Review?
Recobrar las Islas
presupone reinterpretar la historia moderna a la luz de una crítica al
colonialismo, que debe ser nueva y original, hecha desde la vida cultural
argentina y en el establecimiento del diálogo con lo que aún conserva la
memoria del empirismo progresista inglés o su teoría del valor-trabajo (sus
grandes economistas del siglo XVIII y XIX, incluyendo al alemán Carlos Marx) y
eso implica muchas connotaciones culturales que aún deben ser descubiertas.
Solo que con el enfoque empresarial de Macri ahora no es posible. Porque no es
posible que este gran acto recuperatorio que cambiaría la historia misma de
Latinoamérica se produzca meramente en el marco de la globalización, con
acuerdos que apenas le provea la estructura abstracta de las grandes empresas
tentaculares, con sus nuevas “Ligas Hanseáticas” (hoy petrolíferas, de pesca
masiva y depredadoras). ¡Casualidad! Las que fascinan Macri con el nombre de
British Petroleum o HSBC, y lo llevan a aceptar un probable sistema de
“Leasing” para alquilar las Malvinas. Una rivadaviana enfiteusis al revés.
Un sentimiento
público latinoamericano y emancipador, no los viejos y nuevos intereses
generales referidos al petróleo y la pesca, debe ser en primer lugar el
alimento de la juridicidad político-histórica que enmarque el caso. La
Argentina que recibe a Malvinas debe ser a la vez una Argentina más lúcidamente
internada en su proyecto de democracia colectiva, con inspirada justicia
social, con originales visiones sobre su propia historia, con sus propias políticas
extractivas y agropecuarias de cuño no contaminante, no depredatorias de
nuestras propias montañas ni distante de la creación de una nueva lengua social
para hablar profundamente con los antiguos habitantes de nuestro territorio,
con una nueva empresa petrolífera estatal reconstruida, con instituciones
públicas de financiamiento a través de nuevas doctrinas sobre incorporación de
rentas petrolíferas y financieras, con originales construcciones políticas que
revitalicen socialmente las instituciones de la representación cívica y con
nuevas concepciones históricas y antropológicas no simplemente emanadas de un
desarrollismo lineal. Este programa es permanente. Hoy está entre paréntesis
debido a la insensibilidad supina de la lógica compulsiva de la globalización
que ha introducido Macri, como quien abre de repente las puertas de su casa
para que entre un aire gélido, paralizante.
Sabemos que la
población hoy viviente en las Malvinas –descartando la Base del Otan que
no es novedad respecto a lo que proyectaron los gabinetes europeos desde hace
cuatro siglos-, no puede ser un tercero necesario en la negociación que más
temprano que tarde deberá establecerse por imperio de una opinión mundial cada
vez más consciente del cambio que hay que operar en las condiciones universales
de vida. No obstante, allí hay derechos de ciudadanía y culturales que
son decisivos para constituir el diálogo. El nombre de Malvinas admite que el
pensamiento de un mundo más justo adopte una sensibilidad capaz de un
autonomismo nuevo, es decir, volverlas a sí mismas, darles su verdadero
significado que tampoco le puede ser indiferente al asentamiento humano
angloparlante de las Islas, que hoy es casi multicultural, y que comparte por
igual un destino de factoría y una fuerza vinculada a la “ética protestante”,
en un puñado muy reducido de descendientes originarios, que manejan la prensa
–el Penguin News- los negocios crecientes y hegemonía cultural, con toques
facciosos que los perjudican también a ellos.
Para interpretarlo
adecuadamente Argentina debe extraer de su memoria nacional sus mejores linajes
y su vocación de alteridad, con redescubiertos componentes universalistas,
antropológicos y democráticos. Recibir así, en nombre de un renovada justicia
territorial, a los actuales habitantes de Malvinas será propio de un país que a
su vez cambie al recibirlos, al meditar sobre los ámbitos receptivos de su
propio idioma, sus renovaciones culturales y sus revisitadas tradiciones
culturales. La Argentina, con su no desmentido corazón de país de compromisos
humanísticos –a pesar de los oscuros períodos vividos, que muestran las
antípodas de este linaje que sin embargo hemos mantenido y que hoy se debilitan
por la rústica presencia, diariamente agresiva, del gobierno de Macri - los
debe recibir también en medio de un gran reflexión colectiva, por el simple y
extraordinario hecho de lo que implica recibirlos. Trazar una línea de
reflexión activa, de una diplomacia nacional que beba hasta el último sorbo de
sus propias posibilidades expresivas significa que las Islas pueden ser
recobradas, recobrándose a la vez una nueva energía democrática nacional,
siendo ambas cosas causa y complemento de la mutua posibilidad de la otra y un
ejemplo universal de diálogo que tampoco puede serle indiferente a las
tradiciones británicas que despojadas de un anacrónico sentimiento colonial,
puedan hacer revivir su implícito universalismo. Este universalismo no
desconoció, muchas veces, aunque sea excepcionalmente, que su verdadera raíz se
halla que la democracia interna de los países En la filosofía y la
literatura contemporánea (o quizás, de todas las épocas) hay una idea
persistente, que es la de encontrar en un punto complejo de la realidad, la
condensación de todos los diversificados temas que nos interesan resolver. En
la tradición marxista, este punto es la “síntesis de múltiples
determinaciones”, pero se lo encuentra en todos los pensamientos que nos
interesan del mismo modo aunque con otras palabras. Por ejemplo, en Spinoza, el
Deus sive naturaleza, o en la recurrente idea de “aleph”, como punto de
aglomeración de todas las cosas.
Malvinas tiene esa
especial consistencia en nuestro lenguaje, pues las dimensiones que abarca son
innumerables, complejas y dinámicas. En primer lugar, el concepto Malvinas –sí,
claro que no es solo un concepto, pero ese territorio, la historia de ese
territorio y las acciones políticas asociadas a su actual realidad de no estar
bajo la jurisdicción que corresponde- lo hace un principal talismán de la historia
contemporánea argentina. Una dimensión es entonces la de los vínculos de la
historia argentina con Inglaterra, o dicho más precisamente, con el desarrollo
de los episodios característicos del imperialismo mercantil desde el siglo XVII
en adelante. Ya sugerimos las complejidades de este punto. A esto se le agrega
la difusa y desafiante cuestión de la Antártida, donde las lógicas
territoriales ya no del viejo colonialismo, sino de la nueva globalización,
incidirán de una manera “espectacular” (como dice Durán Barba) en el gobierno
de Macri, no solo receptivo de esas lógicas, sino que existe porque es su
criatura misma.
En el silgo
XVII aún no existía “la Argentina” y su nombre es pronunciado recién un siglo
después (la poesía toma el delicado tema del metal “plata”, argentinorum, y lo
devuelve como gentilicio, ver Angel Rosemblat, El nombre de la
Argentina), pero lo que hoy llamamos Argentina emanada precisamente de esa
trama de fuerzas previas o de lo que podríamos llamar proto-argentina, contiene
problemas dinásticos, de las cancillerías globales de la época, cuestiones
políticos y sociales que se expresan en acciones militares de la época, así
como en el presente. Esas acciones significan una afirmación de soberanía en
plena era de la universalización compulsiva del dominio global, con lo cual el
concepto de soberanía tiene otro dinamismo, cubre expectativas generales que no
son solo territoriales y extienden su interés a los modelos de economía pública
y social que debe asumir la Argentina. En aquel tiempo Malvinas era una pieza
territorial del juego de las de las naciones latinoamericanas. ¿Y ahora?
¿Cuánto más que se espera, para reanudar este ciclo; el macrismo, sin duda, lo
interrumpe con su grosería y tosquedad políticas.
Hace un par de años,
algunos intelectuales que cuestionaban lo que les parecía una hybris
nacionalista en el tratamiento de la cuestión Malvinas, decían algo así como
que Malvinas sería una idea contemporánea que no podría proyectarse más
que irrealmente sorbe el pasado. Un ente sin raíces. No. Hay un derecho
del presente para interpretar sólida y serenamente el pasado. Es cierto que no
se puede extender la idea de la argentina al pleistoceno o al cenozoico
(Lugones mismo se lo dijo a Ameghino), pero sí a los umbrales de la modernidad.
Y allí, a diferencia de las posiciones que pasan por alto la cuestión nacional
–cuestión no tratada con criterios esquemáticos, sino precisamente plenos de
historicidad-, es fundamental, a la luz de un plexo de argumentos jurídicos de
la era de las naciones y de las expansiones imperiales, pensar Malvinas. Y
hacerlo en el seno de este momento histórico de la nación argentina, con sus
conflictos, sus desgarramientos sociales, sus intereses contradictorios. Así se
lo hizo en el período kirchnerista y durante la embajada de Alicia Castro en
Londres, cuyo principal resultado es la declaración de J. Corbin, el
secretario general de Labour Party, en relación al diálogo.
Porque también a
diferencia de los que decían que hablar de “unidad nacional” es una imposición
a los hombres libres (y ahora ellos convocan a un “pluralismo obligatorio”),
también se puede decir lo contrario pero aceptando la pertinencia del debate.
La unidad nacional nunca la postuló nadie como la “comunión de todos los
santos”, slavo el abstraccionismo gerencial que ahora nos gobierna. Salvo en la
imaginación de los “gerentes de producción y ventas” nunca hubo términos de una
nación monolítica, sin poros, cerrada a la novedad y a sus luchas internas.
¡Pero ellos también ven consumidores y no ciudadanos, pero en gradaciones
de “poder adquisitivo”! Un país es un potencial adquisitvo y consumidor.
Malvinas es un territorio visto desde el “clima de negocios”.
Pero Malvinas, para
nosotros, solo pude el lugar conceptual cuya importancia proviene de que
solo puede ser obra de hombres libres y solo se puede pensar desde la autonomía
de las conciencias grupales y particulares. Siempre esa apelación surgida de
movimientos populares significó la realización de frentes políticos y sociales
que corrieron distinta suerte en la historia argentina, como bien lo demuestra
la historia del peronismo (de alguna manera, como Kerensky, inspirado en el
Laborismo inglés… ¿digo alguna herejía?). Por eso, en este crucial momento de
la vida del país, la cuestión Malvinas, dicha su condición de ente histórico y
ético, también encierra la cuestión de la infraestructura de transporte, de la
infraestructura de las industrias extractivas, de la distribución de la renta y
de los distintos modos de tratar los excedentes rentísticos de la actividad
económica. Son diferentes pero complementarias instancias de la
autodeterminación social, frente a la cual estamos en franco retroceso, en
“franco-macrismo”, por así decirlo. Si la minería eran antes extremadamente
descuidada y deformante de la política, hoy adquiere una responsabilidad más
que aciaga con las medidas que quitan el casi mínimo control que había, en una
de las más riesgosas –junto al fracking- acciones de degradación económica del
medio ambiente.
No nos equivoquemos:
estas cuestiones de la auto-determinación ambiental también se proyectan sobre
“Malvinas”, tema sobre el cual el nuevo gobierno nada entiende, pues en su
fondo anímico indeclarado, piensa que “son inglesas”, lo que ni los ingleses,
en su mismo fondo, piensan. No puede haber autodeterminación forzada para los
habitantes malvineros, pues su autodeterminación debe ser otra, vinculada a su
autoindagación: la tradición anglicana de habla inglesa, no economicista,
preguntándose a sí misma ante la costa cercana, donde estamos los
hispanoparlantes, que nos llamamos argentinos y estamos dispuestos a vernos
también en el espejo de una historia compleja. Por eso es fundamental postular
que su estatus actual de Malvinas es fruto de un despojo territorial certificado
por la documentación histórica de la “era de las naciones”. Pero a partir de
allí hay sujetos de derecho, porque todo ser viviente, con su cultura,
devociones y biografías individuales, los posee. En tal sentido, posiciones
abstractas y mitológicas no sirven para pensar el tema de las Islas unidas al
Continente, pues componen un hecho histórico singular que ilumina para todos
–también para los habitantes isleños- un futuro social argentino o
neo-argentino de otra calidad política, apelando a otros núcleos conceptuales
para interpretar una cuestión nacional revisitada con criterio de avanzada
social, humana, tecnológica y jurídica. ¿Es esto posible con el Gobierno Macri?
No. Pero es posible reabrir la discusión al margen de la actual Cancillería
Globalizada.
Sobre todo, porque
en el futuro va a dar lugar también a un latino-americanismo renovado, es
decir, a un fortalecimiento y replanteo de la relación entre los países que son
herederos de una historia común, pero aun atravesados por heterogeneidades políticas
muy fuertes y dilemas cruciales, como el de Venezuela, Cuba o Brasil. ¡Por no
mentar el nuestro! Malvinas es el nombre y el horizonte de un racimo de
problemas que por sí solos permiten inspirar de su buena resolución un hecho
novedoso para nuestro país, en una dimensión política, humana y cultural.
Integrada Malvinas al derrotero común de Latinoamérica, allí comienza el debate
perentorio y sutil sobre las autodeterminaciones sociales, políticas,
económicas y culturales. Me refería antes a una intervención de intelectuales
sobre el tema. Vuelvo a decir lo que en su momento opiné, no me acuerdo en
dónde. Al leer los artículos perseverantes de Vicente Palermo y Luis Alberto
Romero me vinieron a la memoria algunas páginas de los Escritos póstumos de Alberdi.
Observando ácidamente el papel que Sarmiento y Mitre juegan en la guerra del
Paraguay, Alberdi, que como sabemos, la condena, se pregunta porque esos
gobernantes hicieron una cuestión de honor de esa terrible conflagración. Para
provocarla, habían mandado ex profeso dos buques, y los usaron como pretexto
cuando fueron quemados por tropas paraguayas. Declararon que era un atropello
al “honor argentino”. Siempre según Alberdi, los gobernantes de Buenos Aires no
habían sentido el mismo bofetazo al honor cuando Sucre ocupa Tarija en 1825 o
en oportunidad de la anexión de la Banda Oriental por Brasil. Y prosigue otro
ejemplo incómodo: en 1838 la bandera argentina fue extirpada por Francia de la
Isla Martín García y muchos de los que entonces no vieron problema alguno en
ese abuso y que incluso lo aplaudieron, ahora se indignaban por hechos de poca
monta protagonizados por Paraguay. Y el caso mayor: “los americanos del Norte
arrancaron la bandera argentina de las islas Malvinas y entregaron ese
territorio argentino a Inglaterra, que lo tiene hasta hoy, sin que se viese
arruinado el honor argentino y se llevase la guerra a los Estados Unidos”.
Alberdi es
verdaderamente el liberal argentino. Si se busca por otras ambientaciones
culturales, nunca hay nadie como él que cumpla tan exactamente con los
preceptos del humanismo radical y del universalismo económico. Podrán
discutirse hoy todos estos aspectos del pensamiento de Alberdi, pero no es
fácil tratar al núcleo último de un razonamiento que lo acompaña por lo menos
desde que escribe las Bases, y que consiste en atacar los
argumentos de “gloria y loor” que fundan a las naciones. Advirtiendo Alberdi
que habían llegado a su fin los empeños de las espadas libertadoras, la
cuestión simbólica de la nación se desplazaba a otras materias concretas: el
arado, los cables submarinos, la integración con la economía europea, los
“heroísmos industriales” como los que protagonizaban los constructores de
ferrocarriles, no como herederos de los conductores de míticas campañas militares
–como hubiera dicho un Sorel, no mucho tiempo después- sino otra cosa, lo
contrario. Acabada una época, había que replantear para la nación el sistema
complejo de sus honras y ceremonias. Sustituir, en fin, un lenguaje fundado en
la gloria militar por un horizonte de palabras ligadas a otras retóricas.
Alberdi propone una, perdurable, a la que no define (a nuestro juicio)
adecuadamente, pero tiene sonoridades de las buenas. El pueblo-mundo.
Vicente Palermo
dijo alguna vez en Clarín, aludiendo a que harían los isleños
que no son contemplados verdaderamente como sujetos de derecho por las
definiciones de la Cancillería argentina, que: “una cosa es segura: seguir
odiándonos y hasta más, si es posible (y con toda la razón, a mi entender). Me
parece indiscutible que a lo largo del proceso el activismo de los malvinenses
se incrementará, y tendrá a la opinión británica (que muchos llaman, de modo
simplón, "el lobby de las Falklands") de magnífica caja de resonancia”.
Luis Alberto Romero a su vez dice en La Nación sobre el
estatuto mismo de las Islas: “En cuanto a la historia, los derechos sobre
Malvinas se afirman en su pertenencia al imperio español. Pero hasta el siglo
XIX los territorios no tenían nacionalidad; pertenecían a los reyes y las
dinastías y en cada tratado de paz se intercambiaban como figuritas. Antes de
1810, Malvinas cambió varias veces de manos, como Colonia del Sacramento -finalmente
uruguaya- o las Misiones, que en buena parte quedaron en Brasil. Sobre esta
base colonial se puede construir un buen argumento, pero no un derecho absoluto
e inalienable”.
Quiero decir que
considero inadecuados –en verdad, parciales o insuficientes- ambos
razonamientos. En los dos casos, creo que existe en ellos una impropia y
descuidada definición de la cuestión nacional. No me refiero con esto a alguna
trivialidad ya transitada, sino a la omisión de nuevas perspectivas para la
propia cuestión nacional, bajo cuyo punto de vista hay que disponerse. Hoy más
que ayer: gobierna un gobierno despojado de cualquier nervio cultural, como no
sea un pensamiento gerencial, también aplicado sobre Malvinas. Pero
simultáneamente excluyo también las alusiones al gaucho Rivero o a cualquier
otro saber de gesta, que si no es redefinido, empantanaría nuestras
definiciones en una leyenda resecada. Una consideración novedosa de la cuestión
nacional supone ahora un culturalismo universalista e inherente a él, una historia
nacional revisitada en términos de lenguajes emancipatorios alternativos. Deben
ser los lenguajes de una oposición resistente.
En años pasados se
empleó un concepto de “patriotismo constitucional” que se le atribuía a
Habermas (no es así, aunque él lo popularizó), y que curiosamente, Alberdi
también menta en los mismos escritos que mencioné anteriormente: lo llama
patriotismo cívico y constitucional. Como ven, como polemista, parecería que
les sigo favoreciendo las cosas a Palermo y Romero (visitantes del despacho de
Macri, donde entra con un cepillo de dientes en la boca, pues concluye allí la
tarea empezada en el toilette; en la foto de aquella visita, es cierto,
no vi tal adminículo dental). Pero no se las favorezco. Les discuto como
“pluralista”. Como ambos tienen irresolubles problemas con el planteo
nacionalista de la cuestión Malvinas, me parece bien remitirnos a esta cuestión
a través de lo que aquí hemos llamado el “honor”, que Alberdi tiende a
considerar un aglutinante imperfecto de la idea moderna de nación. No lo es
para nosotros, si le cambiamos la perspectiva. Hay un honor intelectual fundado
en una nueva democracia activa que si es válida para una nación renovada, nos
permitirá acceder de nuevos modos a la cuestión Malvinas.
Siendo así, lo
considero un concepto interesante para redefinirlo en otros términos, pues por
un lado, no creo que se pueda decir simplemente que las Islas “cambiaron varias
veces de manos” debido al juego entre dinastías, relativizando inopinadamente
que pertenecen al ciclo complejo de la nación –la nación argentina- y así se lo
considera en la citada frase de Alberdi. De seguirse aquel criterio, tendríamos
apenas “un buen argumento” –se supone que entre tantos otros sujetos a
refutación-, y no un hecho de naturaleza histórico-social pertinente para hacer
de las Malvinas un hecho inmanente de nuestro lenguaje político. No los siempre
mencionados por Romero y Palermo como alarmantes tamboriles del “esencialismo
nacional”, sino los lenguajes del pueblo-mundo. La nación argentina, pues, con
su historia abierta a todas las contemporaneidades. Y además, siempre
entrelazada con alguna de las formas disponibles de la presencia inglesa desde
el siglo XVIII, lo que dio lugar al juego de aceptaciones y rechazos, en los
que, en el segundo caso, se destacaron las plumas de los Irazusta o de
Scalabrini, con sus grandes interpretaciones antibritánicas de nuestra historia.
En el primero, ya sabemos –y nada de desdeñarlo- las sucesivas readecuaciones
del cuerpo literario nacional ante los impulsos que provenían del núcleo de
Bloomsbury (son familiares los nombres de Virginia Woolf, Roger Fry, Keynes, E.
M. Forster, el Mismo B. Russel y quizás hasta Wittgenstein y Katherine
Mansfield)
Pues bien, ahora
estamos en condiciones de crear otro campo de honra democrática, releyendo los
anteriores de manera nueva, campo que incluye el patriotismo constitucional más
una idea democrática de nación, por la cual la futura integración con Malvinas
debe ser portadora de reformulados sujetos históricos: el pueblo argentino
redefinido por sí mismo y en nombre de una nueva conversación con otros. Allí
hay un pluralismo sustantivo, no meramente propagandístico y capturador
de conciencias. Esa nueva conversación abarcará a los pobladores actuales
de Malvinas cuyo destino empobrecedor no debería ser “seguir odiándonos”. Para
ello, es necesario advertir que son poseedores de una historia de mayor interés
para nuestro país, más que para la historia de la expansión mercantil inglesa
durante más de tres siglos. Ellos (la minoría originaria “comprensiblemente
obcecada”) son coetáneos absolutos del ciclo de nación argentina de un siglo y
medio a esta parte –coetáneos, testigos y adversarios- y eso tan
intrincadamente complejo los puede licenciar de los efectos que hasta hoy
asumen de una mera historia colonial y con “mentalidad de colonos
enriquecidos”. Es un hecho no simple ni despojado de cierto utopismo,
considerar que encierran en su propia presencia en el archipiélago –entre bases
militares y cálculos del capitalismo globalizado- una potencialidad de mudanza
para las propias relaciones sociales y políticas internas del país que no
desean integrar.
Este comprensible
no-deseo es la gema trascendente de la conversación ahora inhibida. Ellos no
saben hasta qué punto son portadores de un drama de identidad que no puede
resolverse en Londres y sí en el seno de las conflictivas relaciones entre Inglaterra
y Argentina, tratadas como paradojas crudas –y muy crudas- de la historia,
desde Mariano Moreno en adelante. Pero resolubles por otros senderos de la vida
intelectual y moral de los pueblos. Aunque en los acuerdos que se exigen se
diga que esos pobladores no cuentan, cuentan sí en su tragedia, en lo que creen
saber de ellos mismos y en lo que nosotros creemos saber de ellos.
Pero esos deseos
antagónicos, que como todo deseo puede ser interpelado, ovillan una historia de
amplios conflictos. Del pueblo-mundo que es el pueblo argentino, y de la
pequeña comunidad malvinense, que es una pequeña metáfora de un camino
frustrado de la modernidad. Historia de comunidades en conflicto, pero de un
conflicto de piezas que encajan, históricamente, mucho menos en una historia
colonial que en una nueva territorialidad cultural cualitativamente renovada en
su aspecto federativo, multicultural y transformador. Inevitablemente, un
reencuentro político-territorial deberá ser correlativo a una perspectiva que
considere a la nueva geomorfología cultural así rehecha como novedosísimo
sujeto de derechos: el acto de recibir Malvinas reclama también el acto de
mudanza tanto del recibido como del recipiente. Por lo tanto, este acto sería
capaz de anunciar otras locuciones para la economía territorial: otra minería,
otra relación con la formas vivas de la tierra, otros estilos ambientalistas
auténticos, otra interpretación de la historia bajo el signo de un lenguaje
libertario que supere las pretéritas discursividades “liberales” cuanto
“nacionalistas”, en todas sus variantes. Con este gobierno de Sturzzenegger,
Macri, Carrió y Morales, no es posible.
Es sabido el
problema –el temblor doliente- que provoca mencionar a los soldados argentinos
que yacen en el cementerio de Darwin. Hacia allí se disloca el tema del honor,
ya no considerado como conducta del ceremonial de Estado, sino penuria del
memorial social y rememoración obligada de una tragedia. No es fácil
desvincular a esos soldados de aquel Ejército al que pertenecieron, pero esa
operación del conocimiento –la desvinculación- es simultánea a la de pensar de
otro modo también la democracia en la fuerza armada argentina,
tema de vastísma actualidad y que tiene su raíz en una reinterpretación cabal
de la remembranza nacional. Tampoco lo veo posible en el gobierno de Patricia
Bullrich.
Tampoco es fácil
tratar ese nombre –Malvinas- al margen de la forma nacionalista del honor. Pero
no por tal dificultad, que se vino conjurando en el gobierno anterior a pesar
del escepticismo de Palermo y Romero, hay que desistir del intento de recrear
la honra colectiva con nuevos elementos culturales. Esto es, con una nueva
observación sobre la lengua nacional, los medios de comunicación de masas, las
éticas colectivas en general, a lo que nos obliga la enorme pretensión de
atraer hacia el “odiado continente” a el núcleo insular de una cultura que
puede aspirar a algo mejor que a una conducta de lobbyo a un
economicismo que haría de la era de las petroleras, un símil de aquellas
dinastías que se disputaban islotes en todos los océanos. La anterior
Cancillería, aunque no vimos a Timmerman comprando galletitas en un
supermercado, trató con contundencia temas difíciles y controvertidos. (Sobre
los que también ya hablaremos). En cuanto a Malvinas, acertó al mencionar el
argumento de las comunidades galesas que viven desde hace ciento cincuenta años
en territorio argentino sin perder su ethos cultural, o las
mismas comunidades inglesas repartidas por todo el país –con sus
herencias culturales plenamente activas-, que son la demostración de cómo la
matriz sentimental argentina es porosa y albergadora, excepto cuando la
expropia el mal pluralismo de los actuales gobernantes (en verdad un pluralismo
con aguijones inyectantes de “macridad”, desechable pócima).
Es un modelo de
fusión posible, recibir así, en nombre de un renovada justicia territorial, a
los actuales habitantes de Malvinas (ingleses y chilenos) y será propio de un
país que a su vez cambie al recibirlos, al meditar sobre los ámbitos receptivos
de su propio idioma, sus renovaciones culturales y sus revisitadas tradiciones
culturales. Ya lo dije: ni con Macri ni con el nacionalismo ciego, ni con el
liberalismo insípido, o el impostado pluralismo, esto sería posible. Macri
silenció cuando Cameron, un hombre rústico como él, no tan remotamente
vinculado con la etnografía del hooligan, menospreció como siempre la mera
insinuación tradicional avalada por resoluciones de las Naciones Unidas. El
hombre ni chistó, no dijo nada porque en el fondo “el otro era él”. Macri es
Cameron, pero apáticamente tamizado por el Cardenal Newman, y recién haciendo
sus primeros pininos. (Este Cardenal no dejaba de ser interesante, en su
momento trastornó la vida religiosa inglesa con su conversión al cristianismo).
La Argentina, con
su no desmentido corazón de país de compromisos humanísticos –a pesar de los
oscuros períodos vividos, el guerrerismo galtierista o el economicismo de
quienes ahora ven las islas como una cuestión inmobiliaria, que muestran las
antípodas de este linaje que sin embargo hemos mantenido- debe recibir a la
ciudadanos ingleses de Malvinas también en medio de un gran reflexión
colectiva, por el simple y extraordinario hecho de recibirlos. Trazar una línea
de reflexión activa, de una diplomacia nacional que beba hasta el último sorbo
de sus propias posibilidades expresivas significa que las Islas pueden ser
recobradas recobrándose a la vez una nueva energía democrática nacional,
libertaria y democrático-socialista (la utopía del “vamos a volver”)
siendo ambas cosas causa y complemento de la mutua posibilidad de la otra y un
ejemplo universal de diálogo que tampoco puede serle indiferente a las
tradiciones británicas que despojadas de un anacrónico sentimiento colonial,
pueden hacer revivir su universalismo que no desconoció que su verdadera
raíz se halla que la democracia interna de los países. ¿Ahora? El interregno
macrista lo impide. Pero tenemos que seguir pensándolo.
El esfuerzo
diplomático argentino cuando ocupó la embajada Alicia Castro tuvo mucho de
historiográfico y de culturalista, y no poco de filosófico. Ese antecedente
corre riesgos ahora, pero permanece en nuestra memoria política. La guerra de
Malvinas fue el fin de una etapa dictatorial de la que el estado mismo se debe
hacer cargo. En otro momento, y con otro un presidente civil, se escuchó el
asombroso gesto de “pedir perdón” en nombre del estado actual, por aquel otro
estado infame. Es un único y mismo problema. Desvincular un
momento de otro es una apetencia democrática y filosófica para el país. ¿Ante
quién pidió “perdón” Kirchner? Ante el pueblo-mundo. (Aunque allí hubiera
debido estar también Alfonsín, Kirchner lo llamó al otro día disculpándose).
Concepto de una honra democrática nacional capaz de revisar –si seguimos su hilo
severo- el conjunto del lenguaje que usamos para referirnos a Malvinas. No
referimos a la idea alberdiana de pueblo-mundo. Será válido el lenguaje que
usemos una vez descontado el de la alarma del escéptico liberal, pero también
el de los sones de la epopeya inconclusa. Malvinas está ahora en la honra de la
lengua democrática, y ésta no es ni más ni menos que una cuestión popular y
universal de emancipación. Postergada con Macri. Nos gobiernan Farmacity,
Chevron, Generals Motor, y Barrick. ¿Qué podemos esperar? Para mí, no hay
“cien días de gracia”. Pienso sobre la cuestión Malvinas lo que pensaba antes,
y si antes me parecía que había que hacerle retoques reconstitutivos al planteo
de Museo Malvinas, mucho más me parecen necesarios ahora, que entra en un
ambiguo e irresoluto cono de sombra, convertido en agencia de alquileres, un
rent-a-car de la memoria colectiva.
(Escrito el
domino 14 de febrero. Se anuncia que Cristina retorna a Buenos Aires con
un Instituto o Fundación. Muchos esperamos que lo haga con ideas y
estilos renovados, a la altura de esta nueva gravedad de los hechos, que así
como están, nadie los había previsto. Por otra parte, abundan los
“pluralistas”. Pero no. Ese pluralismo, si es para aceptar este antiguo
concepto de la historia política, no se refiere seguramente al “pluralista
inventado”, a la “ficha ganada”, a la “carta robada”. Otra cosa es y lo
tendremos que decir nosotros).
Buenos Aires, 14 de
febrero de 2016
Fuente: La Tecl@ Eñe