PUEDEN LOS GOBIERNOS PROGRESISTAS SOBREVIVIR AL PROPIO ÉXITO? Bruno Cava
South of the border[ii],
de Oliver Stone, es la quintaesencia de la narrativa del ciclo progresista en América
del Sur. El documental de 2009 narra la llegada al poder Chávez en Venezuela,
el primero de una nueva cosecha de gobernantes rojos (o rosados), despegándose
del neoliberalismo monocromático del mundo post-URSS. Envueltos por el apoyo de
los pobres y de la izquierda nacionalista, Chávez, Evo Morales (Bolivia),
Rafael Correa (Ecuador), la pareja Kirchner (Argentina) y Lula (Brasil)
enfrentan a las elites, la prensa tendenciosa, el golpismo de la derecha y
rompen con los gobiernos neoliberales que habían intensificado la explotación
de la pobreza en la década de los 90’s. La panorámica del filme es la inversa
de una road movie: en vez de sumergir
en los territorios y procesos multitudinarios, Stone pasea por los palacios y
adhiere al discurso casi épico de los jefes de estado. South of the border llega a citar la caída del Muro de Berlín,
señalando que el nuevo ciclo sudamericano irrumpió a contracorriente del
triunfalismo post-histórico del Consenso de Washington. Esta narrativa made for export del ciclo progresista en
el Sur no podría ser más adecuada para una izquierda global nostálgica de la
Guerra Fría y ansiosa por identificar un “afuera” al capitalismo hegemónico.
2015
fue el annus horribilis para el ciclo
progresista de América del Sur. Fue el año en que los gobiernos fueron
derrotados en sus propios términos, esto es, en tanto apoyo electoral
mayoritario, apoyo de los pobres. El kirchnerismo presentó un candidato a
presidente oriundo del menemismo y fue derrotado[iii]. La oposición
venezolana marco 16% de ventaja en las elecciones a la Asamblea Nacional[iv]. Una
joven opositora a Evo, Soledad Chapetón le arrebató la prefectura de El Alto,
segunda ciudad de Bolivia, ciudad plebeya habitada por amerindios que fue el corazón
de la guerra del gas en 2003[v]. Después
de las sublevaciones multifacéticas de junio de 2015 y de la intensificación de
la crisis política[vi],
Rafael Correa anunció que no será candidato a la reelección, en 2017. Y Dilma
Rousseff, sucesora de Lula en la presidencia desde 2011, enfrentó protestas en
casa de un millón de manifestantes y un rechazo masivo en todos los segmentos
sociales, con un índice de popularidad inferior a la tasa anual de inflación,
de 10,5%[vii]. Dilma
había ganado la elección presidencial de octubre de 2014 por un pequeño margen
(3%), en una campaña en la que aseguró dos cosas, las que semanas después, se mostrarían
falsas: 1) que el país no estaba al
borde una grave crisis, 2) que no adoptaría
las políticas neoliberales de “ajuste fiscal” que, de hecho, adoptó
integralmente en 2015[viii].
Es
en este contexto que comienza a sedimentarse el discurso del agotamiento del ciclo[ix]. Un diagnóstico
por sí mismo insuficiente y repleto de trampas, en la medida en que el fin del
ciclo se entiende como una derrota, como una triste revulsión en relacion a la
era dorada del ascenso progresista. Sus gobiernos habrían sido doblegados por
los mercados financieros, la derecha golpista, las elites mancomunadas con el
imperialismo yankee, – en todo caso, algún “afuera” mistificado, una razón
exógena, un Gran Otro que eventualmente determinó la derrota ante la que ahora
deberíamos gemir. La autocrítica ahora se resume en resentirse del hecho que los
mayores beneficiados de las políticas sociales, alienados por la ideología del
consumo a la que adherirán en el proceso de inclusión, pasaran a votar a la oposición
(en la mejor tradición populista donde el pueblo está siempre en lo correcto
hasta que contra nosotros); ahora a prescribir el atajo autoritario de que no habríamos
sido lo suficientemente socialistas, cogitando en un “golpe de izquierda” en
Venezuela; o en una venezuelización, en Brasil.
Pero
ante el presagio del final del ciclo, cuyo resultado oscila entre un amargo
final (Argentina) y una amargura sin fin (Brasil), es preciso de una vez por
todas alejar la narrativa épica que cuenta nuestra historia reciente oponiendo
imperialismo y anti-imperialismo, progresismo y neoliberalismo, izquierda y
derecha, categorías que tal vez serian validas en este subcontinente en los años
70 o, con demasiada licencia analítica, en los 90. No más mistificar el debate
con grandes narrativas en lugar de afrontarlo, en la problematicidad necesaria
para la apertura a la acción y al pensamiento. Como escribí con Alexandre Mendes[x], los gobiernos
progresistas vencieron. Y vencieron reprimiendo sistemáticamente las
alternativas constituyentes que se presentaban, sofocando toda imaginación
política, todos los movimientos que no se engranaban en los motores ideológicos
de su proyecto de gobierno, desarrollo y ciudad. Que ahora no sean tan llorosos,
al percibir que prepararon la cama a su propia destitución, después de la victoria.
En
los últimos 10-15 años, el proyecto político-económico se inspiró en una
persistente matriz teórica sobre la producción en las condiciones del
subdesarrollo que remite a antiguos teoremas cepalinos[xi] (Raúl
Prebisch, Celso Furtado), aunque aplicados con cierto sincretismo. Tratase, a grosso modo, de una aplicación de Keynes
en el longue durée: por un lado, se
supone que la inversión determina la demanda efectiva (no se produce para
distribuir, sino que al revés); por otro, que en las condiciones periféricas es
preciso también liderar el avance industrial y tecnológico. De esto se
desprende un imperativo básico: acumular capitales para ser invertidos en la industrialización.
Esos capitales invertidos en el sector industrial amplían la capacidad productiva,
alteran la composición de las importaciones y diversifican la economía. Pero
como la relacion entre centro y periferia del capitalismo es estructurante, no
resta a los gobiernos del Sur sino hacer uso de los excedentes acumulados en
función de su posicionamiento inicial. De ahí surge el tan mentado “Consenso de
los Commodities”: sus exportaciones se tornan elemento estratégico de acumulación
de capital, punto de partida para la modernización del parque productivo. En teoría,
este proyecto desarrollista debería fortalecer el mercado nacional en relacion a
las fluctuaciones de la demanda externa, promover una transformación profunda de
la economía patria y, en consecuencia, romper el círculo vicioso de la dependencia
estructural. En otras palabras, la industrialización es la vía de superación de
la pobreza y el estado debe planificarla.
Ante
el fin del ciclo, las críticas a la izquierda de ese proyecto efectivamente
ejecutado se concentran en dos grandes bloques. El primero, señala que los
gobiernos no fueron lo suficientemente desarrollistas, que no fueron capaces de
romper con las trabas neoliberales, que fueron cómplices, además, con el
capital improductivo, no se hicieron acompañar de reformas estructurales y/o un
proyecto efectivo de emancipación. Esto lleva a criticar, por ejemplo, la indulgencia
del gobierno venezolano en no forzar, aunque fuese mediante manu militare, la diversificación de su economía,
rígidamente dependiente de la petro-industria. O, en el caso brasileño, la
crítica que se orienta contra lo que sería una “reprimarización” de la
economía, aunque el agrobusiness, por
ejemplo, sea el mismo una industria de gran escala y mecanizada, totalmente
entretejida a las cadenas terciarias de la bio ingeniería, arquitectura financiera,
brand management y comercialización. El
segundo bloque, a su vez, se limita a criticar los excesos extractivistas, como
si el proyecto desarrollista estuviese, en esencia, bien orientado, faltando
apenas rectificar las profundas violaciones a las poblaciones afectadas y el
medio ambiente en general[xii], segun
una ponderación racional de intereses. Las críticas industrialistas (1º bloque)
y social-liberales (2º bloque) pierden de vista una limitación interna
fundamental al progresismo desarrollista (esto lo desarrollare más adelante).
Los
gobiernos progresistas emergieron de movilizaciones democráticas en todos los
casos. La Revolución Bolivariana de Chávez de las sublevaciones populares a
raíz del Caracazo (1989); la Revolución Ciudadana del Ecuador a partir de las
revueltas urbanas de 1997, 2000 y 2001, hasta la rebelión de los forajidos en
2005; la Revolución Democrática y Cultural de Bolivia, resultado del ciclo
insurgente de 2000-2005, con énfasis en las guerras del agua (2000) y del gas
(2003)[xiii]. En
los casos de Brasil y Argentina, la crisis asiática de 1997 precipito el desmoronamiento
de la relativa estabilidad construida por los gobiernos neoliberales,
culminando en la ingobernabilidad argentina de 2001-02, – cuando exploto el
tumulto de los piqueteros y cacerolazos, a lo que siguió el kirchnerismo, – y
en la ascensión electoral de Lula, que habia sido derrotado en las tres
elecciones anteriores (1989, 94 y 98). Vale apuntar, sin embargo, la convergencia
de esas revueltas con las luchas del ciclo alter globalización de Seattle y Génova,
reunidas en el vector anti neoliberal y bajo la influencia de Chiapas como
referente, lo que llevo a un mestizaje de la generación autonomista de los años
90’s con la izquierda sud-americana más tradicional de extracción setentera.
Por ejemplo, en la realización de los Foros Sociales Mundiales (FSM) con sede
en el estado brasileño de Rio Grande do Sul, con gobierno local del PT.
Las
movilizaciones democráticas transmitirán el impulso multitudinario en la composición
de los gobiernos, con un inmediato
reposicionamiento del estado que, con la lógica desarrollista, paso a invertir
directamente en lo social. El redireccionamiento del presupuesto público
determino un inédito desbloqueo de la productividad del trabajo vivo, en una de
las regiones más socialmente escindidas del mundo, reinventando la economía
“desde abajo” y promoviendo un período consistente de crecimiento económico y
reducción de las desigualdades sociales y regionales. Todos los indicadores socioeconómicos
demostraran el éxito de las políticas sociales que, sin pesadas mediaciones del
Estado y del mercado, transferirán renta, elevaran el salario real y ampliaran el
crédito popular. El efecto de esta transformación se desplegó en múltiples
escalas y dimensiones, determinando un cambio profundo y perdurable en las
sociedades sud-americanas.
Existe
una interpretación generalizada del éxito del ciclo progresista que apunta hacia
las exportaciones relacionadas con la aceleración de la economía china y el boom de los commodities, – que gozaban
de altos precios, con el petróleo a más de 100 dólares el barril, – como el
principal factor del blindaje de la región en la crisis de 2008-09, y de la
capacidad de distribución de renta e inclusión social. Seria, no obstante, una
onda efímera, coyuntural, que pasaría tan apenas el superciclo de los
commodities finalizase. Parece escapar enteramente al campo de análisis la
posibilidad de que el fortalecimiento del mercado interno se debió, sobretodo, al
cambio cualitativo de la composición productiva social, a la formación de
circuitos económicos virtuosos, independientes del éxito de la industrialización,
y en la tendencia de autonomizarían en relacion a las exportaciones.
Las
tesis desarrollistas adoptadas por los gobiernos progresistas fueron formuladas
antes del desplazamiento del fordismo-keynesianismo en los años 70’s, luego,
antes de la globalización financiarizada. Por tanto, vislumbraban en la industrialización el camino para la emancipación,
ya sea por la formación de un proletariado con conciencia de clase, sea por la
vía de las “reformas de base” (Celso Furtado), segun un análisis diacrónico. De
esta manera, también el éxito desarrollista de la dictadura brasileña
(1964-85), con el 2º Plan Nacional de Desarrollo (PND), concluyó el ciclo del
acero en el mismo instante en que el mundo productivo se abría a la revolución
del silicio, iniciado en California. Hoy, tres décadas después, en pleno siglo
21, el sector productivo no coincide con el sector industrial, de modo que los
proyectos desarrollistas siguen indexados en una métrica del valor que no
funciona más del mismo modo, ya que esta sobredeterminada por el "capital
del comunismo " operado por la financiarización[xiv]. El
intento de inducir a una sociedad de pleno empleo por medio de las inversiones
se volvió un espejismo, causando una acumulación paralela de capitales en manos
de los mismos grupos oligopolistas y propietarios que, por lo menos en discurso, deberían ser combatidos en
primer lugar.
De
cualquier modo, es preciso destacar la singularidad de los procesos constituyentes
boliviano y ecuatoriano, que emplacaran tendencias de movilización productiva
por fuera de los tópicos desarrollistas, por ejemplo, la construcción evista de
la sociedad plurinacional basada en el Buen Vivir[xv], o el
tecnopopulismo correísta volcado a la economía del conocimiento, – cuyo modelo
tal vez no sea Cuba, sino que Corea del Sur[xvi]. A pesar
de eso, en uno y otro caso, los episodios del TIPNIS y del Yasuní-ITT marcaran
una resolución de tensiones y contradicciones en el interior de los ricos
procesos andinos, determinando la primacía del proyecto desarrollista del país
y dramatizando, de ahí en adelante, la brecha entre gobiernos y movimientos. Las
complejas prácticas biopolíticas de autonomía y común sufren así una reducción
al horizonte social-progresista, como ha sido subrayado por autores como
Salvador Schavelzon o Alberto Acosta[xvii].
Ninguno expresa con más énfasis la necesidad de esa primacía que el propio
Rafael Correa y el vice-presidente boliviano, Álvaro García Linera, que repiten
incesantemente que ese proyecto es imprescindible para que el Estado luche
contra la pobreza[xviii].
En
el discurso del marxista Linera[xix], el más
elocuente representante intelectual del ciclo como un todo, aparece claramente el
límite interno del proyecto de la izquierda desarrollista (como también en Emir
Sader[xx]). Se
habla mucho de desigualdad, pero no de explotación[xxi]. El
capital no es entendido como una relacion social que, desde su trama molecular,
organiza a la propia sociedad y el estado. El Capital aparece, en vez de eso,
como un principio organizador desde afuera y de lo alto, escrito con mayúscula
y contra el que se levantaría el Estado, en una tension molar por la lucha por
la división de la riqueza social. No en
vano, las recientes movilizaciones de gran escala son inmediatamente
clasificadas como una tentativa de desestabilizar el Estado, al servicio de la restauración
neoliberal y del imperialismo. Esto aconteció, por ejemplo, en el levantamiento
del Brasil de 2013 (un eco lejano del que se vayan todos! de 2001[xxii], y
cercano al ciclo global desencadenado con las revoluciones árabes de 2010-11[xxiii]), en
Venezuela del comienzo de 2014, en las sublevaciones de junio 2015 en Ecuador[xxiv],
entre otras. Todos son casos de una movilización por afuera de los aparejos
progresistas que no solamente fueron descalificadas por las izquierdas, sino
que reprimidas como vandalismo (Brasil), golpismo (Venezuela) o terrorismo (Ecuador).
El discurso del Estado, además, provoco la atrofia de las instituciones
elaboradas apuntando a la democratización radical de Venezuela, en una anémica matriz
“nacional-estatista”[xxv],
comprometiendo su dinamismo y capacidad de renovación, – tendencia también ya prácticamente
realizada con los movimientos sociales ligados a los gobiernismos de cada país.
Tratase
de una izquierda que hace una ensalada rusa de marxismo y hegelianismo, donde el
Estado aparece como momento sintético privilegiado de una dialéctica que tiende
a justificar todo por la “correlación de fuerzas”, apenas otro nombre para la ecuación
hegeliana por excelencia, real = racional. Esto también vale en el plano
internacional, segun una nueva dialéctica de la economía-mundo en que los BRICs
ejercerían el papel de contrapoder a la América imperialista. Una versión
mitigada de esta dicotomía funciona al modo de Montesquieu, apenas a título de checks and balances[xxvi].
La simpatía por el modelo chino no consiste solo en una nostalgia de la Guerra Fría,
como se viviésemos una macro polaridad recauchada entre la doctrina Truman y
Deng Xiaoping, sino que en la elaboración de nuevas matrices económicas para el
desarrollismo. La restauración del Consenso de Washington, tendría una
alternativa, el Consenso de Beijing[xxvii]. La contradicción
aparente esconde la complicidad de flujos y reflujos y un mismo principio
unificador, como el propio Deng cierta vez afirmo en 1976: “planificación y fuerzas
de mercado son dos formas de controlar la actividad económica.”[xxviii] Pero
la dialéctica acepta todo, al punto de que el gobierno brasileño levanta
banderas rojas y obtiene el apoyo de la oposición socialista, aunque gobierne
con las oligarquías y el gran empresariado más conservador. Como dice Idelber
Avelar, you can’t have your cake and eat
it too. No se puede gobernar con Kátia Abreu, la reina del agrobusiness, y defenderte como si
fueses Rosa Luxemburgo – a menos que seas un hegeliano.
La
diferencia entre hablar de desigualdad y hablar de explotación está en que, en
el último caso, se resalta la relacion que constituye la explotación, lo que significa
también resaltar su carácter antagonista, la existencia intrínseca del polo
opuesto[xxix].
Hablar de desigualdad en vez de explotación lleva a pensar, de otra manera, en
términos de castas sociales, – un primarismo sociológico, – y no en el
antagonismo implícito en la relacion del capital, i.e., en clase. Porque la
mudanza de la composición social corresponde a una diseminación de esa
polarización de la composición social, de aquí en adelante molecularizada. No
hay nada que lamentar, por tanto, con la no formación de una quimérica clase obrera
en los moldes europeos del fordismo de la gran industria. La proletarización en las
condiciones del Sur ya implica una proletarización en las condiciones post-fordistas.
Como ha expresado Giuseppe Cocco, una proletarización sui generis en la que los
pobres son incluidos en cuanto pobres[xxx].
Combatir la pobreza, por lo tanto, tiene una dimensión ambigua en el discurso
oficialista, pasando a significar también pacificarla, bloquearle su capacidad
de antagonizar y organizar el antagonismo. Si la inclusión social del ciclo
progresista es la inclusión del pobre en una relacion de explotación (y no solo
en términos cuantitativos como reducción de desigualdad), entonces existe una dimensión
resistente de la pobreza, una dimensión creativa y productiva que no cabe en la
narrativa “Estado x Capital”.
Los
críticos de la proletarización en el Sur concentrados en el parámetro moral del
“modelo de consumo”[xxxi], o
bien en la formación de un subproletariado amorfo y desorganizado[xxxii], acaban
sacando del esquema esa transformación de la composición de clase. Esto se ha
expresado no solo en un nuevo ciclo de luchas que van más allá del progresismo,
sino que también electoralmente contra sus gobiernos, incluso si eso significa
votar más a la derecha. Fue en este sentido, para captar la repolarización
“desde abajo” subyacente a la crisis del Sur y a la explosión de un nuevo ciclo
de protestas, que yo y Giuseppe hablamos de un lulismo salvaje[xxxiii],
un crisol potente de singularidades, como la fase de la movilización productiva
de los pobres[xxxiv],
– como se vio después, tan indeseada (y reprimida) por los gobiernos. Entretanto,
en vez de producto de las movilizaciones, luchas e impulsos constituyentes, las
conquistas del ciclo son sistemáticamente milagrosas, como efectos del Estado
reposicionado y ocupado por la izquierda, que en la crisis se convierte en el paranoico
detentador de un patrimonio simbólico que no puede dejar escapar.
Por
lo tanto, no basta lamentar, ni siquiera constatar el fin del ciclo progresista.
Y tampoco apuntar a la llegada de las “nuevas derechas”, paraguas
ideológicamente sesgado para un momento complejo de reorientaciones,
emergencias y positividades. Son insuficientes las críticas que reclaman que los
gobiernos no fueron lo suficiente socialistas, desarrollistas o voluntaristas,
que no hicieron las reformas de base ni organizaron a las masas, y que, por lo tanto,
entrego el poder a las oposiciones liberales (Macri, Capriles, Rodas, Aécio…). Es
preciso reconocer, antes de cualquier cosa, que los gobiernos progresistas vencieron
y que, alrededor de ese grado significativo de éxito, se desprendieron
consecuencias ambivalentes y antagonistas. Las dinámicas de movilización
cambiaran y los proyectos desarrollistas y sus intelectuales de izquierda no
explican más: ellos son los que ahora tiene que ser explicados. Liberarse de
las narrativas dicotómicas, épicas y dialécticas es el primer paso para reabrir
la imaginación a la nueva composición social, política y económica del
subcontinente, como cierta vez el zapatismo hizo. Que la izquierda mundial haga
su propio luto de la segunda caída del Muro de Berlín – aunque sea una
pandereta. Que se libere de ese “pseudo-heroísmo retórico tramado de impotencia”[xxxv]. Que
caigan todos los muros. Una visión prospectiva, una nueva experiencia de acción
y pensamiento. No existe alternativa. Viva la alternativa!
Traducción:
Santiago de Arcos
[i]
Bruno Cava es bloguero e investigador asociado a la Universidade Nômade
(uninomade.net), autor de La multitud se
fue al desierto (2016 [2013], ed. Quadrata).
[iii]
“El agotamiento kirchnerista”, Salvador Schavelzon, http://www.la-razon.com/suplementos/animal_politico/agotamiento-kirchnerista_0_2389561076.html.
[iv]
“Venezuela: el ocaso de los ídolos”, Pablo Stefanoni, http://lalineadefuego.info/2015/12/08/venezuela-el-ocaso-de-los-idolos-por-pablo-stefanoni/
[v]
“La nueva derecha andina”, Pablo Stefanoni, http://www.revistaanfibia.com/cronica/la-nueva-derecha-andina/
[vi]
“Junho no Equador e o correísmo”, Bruno N. Dias, http://uninomade.net/tenda/junho-no-equador-e-o-correismo/
[vii] Sobre
la mayor manifestación en Brasil, en 2015, entrevista de Giuseppe Cocco en IHU:
http://www.ihu.unisinos.br/entrevistas/541110-as-manifestacoes-de-marco-de-2015-sao-o-avesso-de-junho-de-2013-entrevista-especial-com-giuseppe-cocco
[viii]
“The coup in Brazil has already happened”, Bruno Cava, https://www.opendemocracy.net/democraciaabierta/bruno-cava/coup-in-brazil-has-already-happened
[ix] Por
ejemplo, “Nada volverá a ser igual en América Latina “, Raúl Zibechi: http://www.aporrea.org/actualidad/a220180.html; “Notas
sobre el agotamiento del ciclo progresista latinoamericano “, Gerardo Muñoz: https://infrapolitica.wordpress.com/2015/10/29/notas-sobre-el-agotamiento-del-ciclo-progresista-latinoamericano-gerardo-munoz/; “El
fin del relato progresista en America Latina”, Salvador Schavelzon: https://www.diagonalperiodico.net/global/27148-fin-del-relato-progresista-america-latina.html
[x] “A
esquerda venceu”, Bruno Cava e Alexandre F. Mendes, Revista Lugar Comum n.º 45,
http://uninomade.net/lugarcomum/45/
[xi] Antonio
Negri e Giuseppe Cocco, “Globa(AL), biopoder y luchas en una América Latina
globalizada”, Paidós: 2006. http://www.academia.edu/3335377/Global_Biopoder_y_luchas_en_una_America_Latina_globalizada._Antonio_Negri_y_Giuseppe_Cocco
[xii]
La crítica liberal basada en el modelo jurídico, sobre los límites de lo que se
puede o no, a ser ponderados, es apenas la primera crítica “débil” al
desarrollismo. Una segunda crítica “débil” seria substituir el limite jurídico
por un límite cuantitativo extensivo, una especie de rescate del principio
antrópico de la catástrofe malthusiana y sus modelos matemáticos de progresión
geométrica y curvas exponenciales. Algunos teóricos del proceso capitalista
(ej.: D. Harvey, “El enigma del capital”) suelen decir que el capital no tiene
límites, se expande virtualmente hasta el infinito. Para Marx, sin embargo, el
límite del capital es la clase, el poder de clase. La sección "Fragmento
sobre las máquinas" incluido en el "Grundrisse", el texto más catastrofista de Marx, tiene el
mérito de trasladar el concepto del límite de lo extensivo a lo intensivo,
mediante el viraje maquínica de lo social. Esta sería una tercera crítica,
"fuerte", vinculada a la producción de subjetividad. La catástrofe
así se puede disputar como catástrofe del propio capitalismo en el momento de
máximo antagonismo cualitativo. Diseñado desde el Sur, esta vertiente del
análisis inmanente del desarrollismo se entrelaza con materiales de matriz
alter desarrollista, como las que vienen siendo sistematizadas, por ejemplo,
por Alberto Acosta o Salvador Schavelzon (ver notas 15 y 17 infra). Por lo
tanto, en lugar de impuesto por el afuera, por una generalmente mistificada
voluntad trascendente al proceso capitalista, en una especie de concepción
negativa del Poder, la resistencia es transformación de la subjetividad,
devenir. En este sentido, para darle la voltereta al desarrollismo, un
desarrollismo devenir-indio del desarrollismo (conforme a mi “Devir-índio,
devir-pobre”, http://www.quadradodosloucos.com.br/3138/devir-pobre-devir-indio/).
A su manera, Deleuze y Guattari, en el “Anti-Édipo”, utilizaran el concepto de
Cuerpo sin Órganos (CsO) como figura de la catástrofe.
[xiii] “O
Podemos e os enigmas que vêm do sul”, Alexandre Mendes e Bruno Cava, http://www.diplomatique.org.br/artigo.php?id=1870
[xiv] Andrea Fumagalli e Sandro Mezzadra, “La gran
crisis de la economia global” (org.), Traficantes de Sueños: 2011. Ver também
“KorpoBraz”, Giuseppe Cocco (2014) y su entrevista seminal con IHU online: “O
capital que neutraliza e a necessidade de outra esquerda”, http://www.ihuonline.unisinos.br/index.php?option=com_content&view=article&id=6019&secao=468
[xv] Una
aprehensión comprensiva del Buen Vivir en Bolivia y Ecuador, trazando su
problemática, por Salvador Schavelzon, “Plurinacionalidad y Vivir Bien/Buen
Vivir; dos conceptos leídos desde Bolivia y Ecuador post-constituyentes”,
CLACSO, 2015.
[xvi] “La
utopía coreana en los Andes”, Pablo Stefanoni, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=171279 y “El
tecnopopulismo de Rafael Correa: ¿Es compatible el carisma con la
tecnocracia?”. Carlos de la Torre, https://muse.jhu.edu/login?auth=0&type=summary&url=/journals/latin_american_research_review/v048/48.1.de-la-torre.html
[xvii] “O Buen
Vivir, uma oportunidade de imaginar outro Mundo”, Alberto Acosta,
br.boell.org/sites/default/files/downloads/alberto_acosta.pdf
[xviii] “Empate
catastrófico y punto de bifurcación”, Álvaro García Linera, http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/secret/CyE/cye2S1a.pdf
[xix]
“O socialismo é a radicalização da democracia”, entrevista com Álvaro García
Linera, http://www.cartamaior.com.br/?/Editoria/Politica/alvaro-Garcia-Linera-O-socialismo-e-a-radicalizacao-da-democracia-/4/34666
(2015)
[xx] “A
desigualdade no Brasil e no mundo”, Emir Sader, http://www.cartamaior.com.br/?/Blog/Blog-do-Emir/A-desigualdade-no-Brasil-e-no-mundo/2/27098
[xxi] Sigo
aquí el insight de Giuseppe Cocco en
la entrevista supra citada, en el IHU.
[xxii]
“Imagens e anacronismos; a questão do demos entre o 2001 argentino e o 2013
brasileiro”, Ariel Pennisi, Revista Lugar Comum n.º 45, http://uninomade.net/lugarcomum/45/.
[xxiii] Buena
síntesis en “Ocupações estudantis: novas assembleias constituintes diante da
crise?”, Alexandre Mendes, http://uninomade.net/tenda/ocupacoes-estudantis-novas-assembleias-constituintes-diante-da-crise-2/
[xxiv] “¿Por
qué protestan en Ecuador? “, Pablo Ospinta Peralta, http://nuso.org/articulo/por-que-protestan-en-ecuador/
[xxv]
“Chavismo, Guerra Fría y visiones ‘campistas’”, Pablo Stefanoni, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=165376
[xxvi]
Podríamos citar como ejemplo en que las contradicciones son funcionales a la
expansión del régimen de acumulación de capitales y la sobrevivencia del
capitalismo, el estudio del caso de la concatenación entre la
territorialización de la República de
Venecia y la desterritorialización de la burguesía genovesa, durante el
renacimiento, conforme a Giovanni Arrighi, “Il lungo XX secolo; denaro, potere
e le origini del nostro tempo”, 1996.
[xxvii]
También sigo aquí la observación sobre China y los BRICs de Giuseppe Cocco, en
la entrevista supra. La “nueva matriz económica” esbozada por el nuevo ministro
brasileño de economia, Nelson Barbosa, es tributaria del modelo chino post-76.
Un caso anecdótico, ma non troppo, de
la simpatía fue el comentario en Facebook del editor gobiernista de Carta Maior
(Brasil), Breno Altman, que los manifestantes anticorrupción que llenaron las
calles de Brasil en 2015 deberían ser tratados como los opositores de la Plaza
de la Paz Celestial, en 1989.
[xxviii]
Deng Xiaoping apud “The Changing Face of China”, Oxford: 2005.
[xxix] Véase tambíen Antonio Negri, “Marx más allá de Marx - nueve
lecciones sobre los Grundrisse” [1979].
[xxx] Este es
el núcleo de la aplicación de las herramientas operaistas de las composición de
clase en el análisis que Cocco hace de la movilización productiva de los pobres
en los últimos 15 años en Brasil, en sus libros “MundoBraz” (2009) y
“KorpoBraz” (2014).
[xxxi] Por
ejemplo, Emir Sader, para quien lo principal es la “batalla de las ideas”
contra la ideología neoliberal: “Vencer a batalha das ideias”, http://cartamaior.com.br/?/Blog/Blog-do-Emir/Vencer-a-batalha-das-ideias/2/33405
[xxxii]
Vocalizando a parte de la izquierda del PT, André Singer, la principal tesis sobre el llamado
“subproletariado”, formado durante los años Lula, en “Os sentidos do lulismo:
reforma gradual e pacto conservador” (2012).
[xxxiii]
“Vogliamo tutto! Le giornate di giugno in Brasile: la costituzione selvaggia
della moltitudine del lavoro metropolitano”, Giuseppe Cocco e Bruno Cava, http://www.euronomade.info/?p=173
[xxxiv]
Amarildo fue el rostro en el levantamiento de Brasil de 2013, la expresión de
la posibilidad de los pobres a organizarse y luchar, a pesar del biopoder
racista que modula la violencia de clase, lo que afecta principalmente a los
negros y los indios, y el servicio de megaproyectos de "pacificación"
de la ciudad y el desarrollo nacional. De acuerdo con “A luta pela paz”,
Giuseppe Cocco, Eduardo Baker e Bruno Cava, http://www.diplomatique.org.br/artigo.php?id=1569
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“El país banal”, Lobo Suelto! (editorial), http://anarquiacoronada.blogspot.com.br/2015/11/o-pais-banal.html