La derecha católica
De la contrarevolución a Francisco
Julián Maradeo
La llegada de Grasset
Uno de
los católicos nacionalistas más notorios, Juan Carlos Goyeneche, encabezó, en
1942, - según Uki Goñi, enviado por Juan Perón- una serie de negociaciones para
que los regímenes de Adolf Hitler y Benito Mussolini apoyasen el golpe contra
el presidente conservador Ramón Castillo, el cual se produjo un año después.
Testimonio de esto quedó en la necrológica que compuso Eugenio Vegas Latapie,
enfático defensor de la monarquía española: “Llegó a España al comienzo de la
década de los años cuarenta, lleno de entusiasmo por España, por la Cruzada
contra el comunismo ateo, por la proyección de estos valores en Hispanoamérica.
Pero traía una inquietud: su país necesitaba una urgente transfusión de sangre.
Los “ideales” del conservadurismo liberal no podían seguir rigiendo los
destinos de la Argentina, ni de hecho, ni de derecho. Y el nacionalismo criollo
era joven todavía en doctrina y mucho más en experiencia. Vino con esa
preocupación. Con la esperanza de hallar aquí las enseñanzas maduradas en una
larga lucha contra el “régimen” descreído y falaz y su secuela: el socialismo
marxista; sin excluir las peligrosas desviaciones de la democracia cristiana
todavía no conocida por ese nombre”.
En esa
misma necrológica, publicada en 1982, Latapie aportó un dato trascendental:
Goyeneche, quien fuera secretario de Informaciones del general Eduardo Lonardi
cuando éste fue impuesto como presidente de facto, se convirtió en uno de los
sostenes iniciales de Jorge Grasset, en momentos en que el cura francés
arribaba al país para echar los cimientos de la Ciudad Católica. Tras haber
participado en la guerra de Argelia como capellán del Ejército galo, Grasset
llegó a Argentina en plan de expandir la Cité Catholique, buscando crear
organizaciones hermanas.
Su
primera morada, en 1957, fue la sede rosarina de los Cooperadores Parroquiales
de Cristo Rey, donde se realizaban-y siguen haciéndose actualmente- masivos
Ejercicios Ignacianos, en los que él se destacó rápidamente por su prédica. Al
año siguiente, en noviembre, los CPCR realizaron un congreso en Gualeguaychú,
donde, en su homilía, Tortolo, por entonces obispo auxiliar de Paraná, apuntó
contra el comunismo, como la expresión del Diablo en el siglo XX. No faltaría mucho para que Grasset, durante
los seis meses que permanecía en el país, situase a Paraná como uno de sus
lugares predilectos.
Grasset,
conocido como “el soldado de Cristo” o “el monje soldado”, es quien permite
describir, explicar y hasta echar luz sobre cómo los postulados políticos del
catolicismo nacionalista llegan hasta el presente. Influido por Ousset,
“Grasset llegó a los CPCR hacia fines de la década de 1940-graficó Elena
Scirica- tras sumergirse en una tanda de Ejercicios Ignacianos realizados por
ellos, los cuales tuvieron un efecto conversor e incluso lo llevaron a tomar
los hábitos” .
Quienes
lo conocieron resaltaron su capacidad de adoctrinamiento y su carácter
itinerante. El cura español José María Fernández Cueto, también integrante de
los CPCR, compartió, entre 1953 y 1955, el Seminario Mayor de Madrid con
Grasset, quien “ya traía un bagaje importante de conocimientos filosóficos y
una carga no menos importante de cultura tradicional, gracias a su pertenencia
a la Cité Catholique. Como sacerdote, se destacó entre nosotros por su celo en
la búsqueda de hombres de valor, que pudieran hacer los Ejercicios. Fue él
quien lanzó en España las correrías apostólicas en las parroquias
principalmente rurales. Por esas fechas, tuvo relaciones con altos cargos
militares de la OAS, a algunos de los cuales dio los Ejercicios Ignacianos” .
La Ciudad Católica, al poder
El
primer grupo que conformó la Ciudad Católica estaba compuesto por los abogados
Cosme Beccar Varela y Pedro Vaca, el intelectual Juan Carlos Goyeneche, el
criminal de guerra Robert Pincemin, el coronel Juan Francisco Guevara y el
ingeniero Mateo Roberto Gorostiaga, primer director de Verbo, que salió a la
calle en mayo de 1959. El sitio donde inicialmente se hizo la publicación fue
facilitado por Pincemin. Algunos años después, la revista Confirmado, dirigida
por Rodolfo Pandolfi, señaló que entre sus integrantes también debía contarse a
monseñor Ángel Magliocco, secretario privado del cardenal Caggiano.
El
objetivo de la Ciudad Católica era “provocar un renacimiento de la fe en una
época de intensa secularización de la vida cotidiana. Tuvieron un éxito
importante entre fines de los cincuenta y mediados de los sesenta”.
Justamente,
a principios de la década del ‘60, la Cité Catholique era el centro de una
polémica en España. Mientras desde el periódico conservador ABC se aseguraba
que era la organización de “mayor importancia de todo el sector
contrarrevolucionario francés”, desde distintos sitios los acusaron de esconder
fines políticos. Poco después, cuando la criticaban en Francia, quien salió en
su defensa, por medio de una carta, fue Marcel Lefebvre, entonces arzobispo de
Tulle: “(…) Uno se pregunta qué espíritu anima a los reverendos padres que
atacan encarnizadamente vuestro apostolado. No puede ser el Espíritu de Verdad
y de Caridad. Digo «apostolado», pues es un verdadero apostolado el forzarse
por conocer bien y propagar la doctrina católica concerniente a la Ciudad
Cristiana, sus principios, su estructura, su funcionamiento con vistas a
restaurar la civilización cristiana. Es muy justo que los seglares católicos se
preocupen del porvenir de su familia y vivan con el temor de ver a sus hijos
crecer en un clima de materialismo, de laicismo, de ateísmo. ¡Cómo explicar que
en una época en que se desea que el seglarado tome más responsabilidad en el
campo que le es propio se esfuercen por desanimarle y aniquilar sus legítimas
iniciativas! Mientras que este ambiente arruina el espíritu sobrenatural, el
espíritu de oración, de renunciamiento, de generosidad sobrenatural y, por
tanto, el nacimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas, se quiere
impediros recristianizar la Sociedad” .
En
Argentina, las condiciones propicias para intentar llevar adelante su plan,
emergieron, ni más ni menos, que durante la Revolución Argentina, encabezada
por el cursillista Juan Carlos Onganía. Este será el momento de oro de la
Ciudad Católica, pues el nuevo presidente de facto ubicó a varias de sus
principales figuras en lugares clave. El hito más importante fue, dentro del
novel Ministerio de Bienestar Social, la creación de la Secretaría de Estado de
Promoción y Asistencia de la Comunidad (SEPAC), que, al inicio, tuvo al frente
a Mateo Roberto Gorostiaga, hasta entonces director de Verbo.
En el
corto plazo, en provincias como Córdoba y diferentes distritos bonaerenses, por
caso, buscaron implementar el comunitarismo, publicitado como la tercera
posición entre el “desorden liberal” y el “colectivismo estatista”.
Con el
principio de subsidiariedad del Estado como eje troncal, esta doctrina se
plantea modificar de fondo el contrato social moderno, creando cuerpos
intermedios en pos de una sociedad corporativista.
Con la
Revolución Argentina, el corporativismo parecía haber ganado la batalla que
perdió con la gradual ruptura con Perón, que no había seguido las indicaciones
de Caggiano, por ejemplo en la constitución de sindicatos “libres de la tutela
del Estado” y no uno único.
Sin
dudas, la experiencia más significativa y extendida se dio en Pergamino, la
cual, a partir de 1967, fue desarrollada por el interventor Alberto De
Nápoli. Poco antes, el gobernador Imaz
había dado forma a la Dirección General de Asuntos Municipales de la Provincia
dependiente del Ministerio de Gobierno. Su finalidad era asesorar a los
municipios, controlar su funcionamiento y proponer al Poder Ejecutivo la
designación de intendentes y su remoción.
A poco
de asumir, el nacionalista De Nápoli “creó el Consejo de Promoción de la
Comunidad, con la función de órgano asesor para canalizar las iniciativas,
planteos y aspiraciones de los distintos sectores de la población, tanto de la
ciudad como de la campaña, representados por instituciones fomentistas y de
bien público, consorcios vecinales, asociaciones empresariales, gremiales,
culturales y deportivas, entre otras” .
En sus
discursos, De Nápoli repetía los tópicos del nacionalismo católico,
cuestionando los tiempos que corrían para rogar que se recuperen “los valores
espirituales que nos permitan sentirnos orgullosos de nuestro origen
hispano-criollo”.
A pesar
de que la Revolución Argentina comenzó a flaquear y Onganía fue reemplazado por
Levingston, De Nápoli logró mantenerse hasta 1973. El interventor de Pergamino
no se privó de protagonizar charlas reseñando la experiencia comunitarista en
la ciudad. Así lo hizo, como no podía ser de otra manera, en Paraná, cuyo
contenido fue reproducido, en 1972, en la edición de Verbo. La tapa llevaba el
título “El Municipio. Base de una Restauración Nacional”.
Un
fragmento de la misma encerraba la cosmovisión de esta facción integrista:
“Sabemos que la salida que proponemos es posible. Es más, ha tenido entre
nosotros un venturoso principio de realización. Pero para que esto no quede en
experiencias aisladas, nos hace falta una vigorosa empresa nacional que se
proponga reparar el tejido social dañado por la politiquería y sus
subproductos, contribuyendo a la vigorización de los municipios como
presupuesto indispensable a la organización de nuestra convivencia. De tal
modo, la acción comunal, contribuirá a un proceso de auténtica reconstrucción
nacional” .
De Videla a Ezcurra Uriburu
Adolfo
Servando Tortolo llegó a la capital entrerriana en 1956, cuando fue nominado
obispo auxiliar. Antes, había pasado por Chacabuco y Junín, desembarcando, en
1941, en Mercedes, donde se desempeñó como secretario general del Obispado.
Mientras daba misa en el Regimiento de Infantería, entabló relaciones con María
Olga Redondo Ojea de Videla, madre de Jorge Rafael. También, conoció a sus
amigos Orlando Agosti y Hugo Mario Miatello, con los que se volvería a
encontrar más de tres décadas después.
En
1960, quedó al frente de la diócesis de Catamarca. Dos años después, Juan XXIII lo promovió al Arzobispado de
Paraná, del que tomó posesión, a raíz de la muerte de Lorenzo Zenobio Guilland,
en enero de 1963.
En una
de sus primeras medidas, Tortolo convenció a Alberto Ezcurra Uriburu, para que
retomase la carrera de seminarista. El
hijo del nacionalista Alberto Medrano Ezcurra-quien se definía como carlista -
se había iniciado, en 1954, en el Seminario de la Compañía de Jesús,
abandonándolo cuando se convirtió en conscripto en 1956. En el momento que
quiso retornar, años después, tras alejarse de Tacuara, lo rechazaron.
Oscar
Denovi conoció a Ezcurra Uriburu en la Unión Nacional de Estudiantes
Secundarios (UNES), paso previo a la conformación de Tacuara en 1957. Esta
organización juvenil ultranacionalista, que se inició leyendo a José Antonio
Primo de Rivera, “operaba en cada uno de nosotros sobre la afirmación de la
argentinidad y el vínculo de esa argentinidad con lo católico” .
El
propio Denovi definió el pensamiento de Ezcurra como “antijudío” , lo cual no
era extraño teniendo en cuenta que uno de los principales adoctrinadores era el
cura Julio Meinvielle, a quien conocían
desde la época de UNES. Ezcurra Uriburu, cuyo padre había fundado el Instituto
de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas -actualmente presidido por
Denovi-, fue el máximo dirigente de una de las facciones de Tacuara hasta los
primeros años de la década del ‘60. Cuando abandonó la organización, designó al
santafesino Juan Mario Collins en su reemplazo.
Educación religiosa
Dos
corrientes confluyeron en la última dictadura: la liberal conservadora y la del
catolicismo nacionalista. La primera tuvo como principal representante a José
Martínez de Hoz. La otra, por ejemplo, tuvo por un tiempo muy breve como
ministro de Educación al santafesino Ricardo Pedro Bruera, ejecutor del
Operativo Claridad, por medio del cual se propusieron identificar en las
escuelas a los potenciales subversivos. A mediados de 1977, Bruera fue reemplazado
por Juan José Catalán. Un año después,
éste dejó su lugar a otro defensor de la educación católica: Juan Rafael
Llerena Amadeo. Integrante de la Corporación de Abogados Católicos y profesor
de la UCA, fue quien más duró en esta cartera, pues su gestión finalizó en
1981. Durante su paso por Educación, anunció un viejo anhelo de la jerarquía
eclesiástica: una nueva Ley de Educación, que contendría el eterno retorno de
los católicos, aunque ahora con el suficiente poder para tomar decisiones sobre
este campo. Según Llerena Amadeo, “nosotros siempre hemos hablado que no puede
ignorarse la existencia de Dios en las escuelas, cuando la realidad es que
nuestra misma Constitución nos habla de la existencia de Dios como fuente de
toda razón y justicia” . Durante su gestión, fue el núcleo de una vieja
polémica al introducir la materia Formación Moral y Cívica, considerada como el
puntapié para el ingreso de la religión en las escuelas.
Desde
Mikael, Tortolo hizo su aporte a esta discusión: “Solamente quisiéramos
subrayar la necesidad imprescindible de la educación religiosa, si realmente
queremos crear una nueva conciencia nacional, formar un argentino que responda
a esto que se ha dado en llamar proceso de reconstrucción nacional y que apunta
precisamente a gestar una concepción del hombre argentino que no se debata en
un agnosticismo religioso, en un puro
liberalismo económico y termine en un
inmanentismo materialista-marxista” .
En el país del Nunca Más
Corría
julio de 2009. En Malargüe, la sala Maitén quitó abruptamente de la cartelera
la película “Ángeles y Demonios”, basada en el libro homónimo del
estadounidense Dan Brown, también autor de “El código Da Vinci”. Las miradas apuntaron hacia el sacerdote
Ramiro Sáenz. Ordenado en Paraná durante el período de Tortolo, este cura es
uno de los fundadores del Instituto del Verbo Encarnado.
Ya en
mayo 2004, Sáenz había enviado una misiva al entonces intendente de Malargüe,
Raúl Rodríguez, en la que le sugería no contratar a la Bersuit Vergarabat ni a
Charly García “porque se contraponen a los programas de prevención de
adicciones y educación sexual que por otro lado hace la comuna”. Esa carta,
como consecuencia de las críticas que recibió por interrumpir la presentación
del libro de Víctor Heredia , “Taky Ongoy”, contenía párrafos impensados para
el siglo XXI, pero que demostraban que en determinados sectores de la Iglesia
se mantiene intacta la concepción del integrismo católico: “(…) Es público que
V. Heredia adhiere a una postura ideológica de izquierda (o marxista o como se
la quiera llamar) lo cual implica no sólo un ateísmo militante sino toda una
visión de la religión, la historia, la patria, el hombre, el orden moral, etc.
El conflictivo texto de Taky Ongoy es una falsificación histórica inspirada por
esa ideología que tiene su infaltable cuota de anticristianismo. El libro que
presentaba, que apenas pude “ojear” minutos antes de la conferencia, tiene
páginas agresivas contra los sacerdotes. (…) El mensaje del Evangelio, que
tratamos de cumplir y predicar sin recortes, no responde a una bandería
política (de partidos). Simplemente se opone a todo lo malo y apoya todo lo
bueno de cualquier gestión política. Nuestra misión es complementaria de la que
se ocupa del orden político y social. Ambas son indispensables al hombre y
ambas gestiones deben trabajar unidas por el bien del hombre. La gesta de Mayo
de 1810 y de Julio de 1816 se hicieron con la participación protagónica de la
Iglesia. Malargüe nos necesita unidos para su propio bien” .
Ese
mismo año, en la escuela local General Manuel N. Savio, la alumna Alejandra
Barro presentó un proyecto para que los derechos humanos sean incorporados como
tema en las materias Educación Cívica e Historia, tomando como ejemplo la lucha
y el recorrido de las organizaciones Madres y Abuelas de Plaza de Mayo: “En el
país de nunca más, se llamaba. Fue muy sorpresivo el gran rechazo que recibimos
tanto de las autoridades de la escuela como de particulares. A la hora de
presentar el stand, nos encontramos con que lo habían quemado y nos habían roto
la computadora. Ese mismo día, llegaron monaguillos de la Iglesia católica a la
cual yo también pensé que pertenecía, mandados por el padre Ramiro, con un par
de libros para revertir nuestro trabajo. Tenían títulos como “La lucha contra
la subversión”. Ahí apareció el profesor Carlos (Bennedetto), que leyó los
libros e hizo una crítica de cada uno. Personalmente, llevé los libros con sus
respectivas críticas a la parroquia y el padre Ramiro Sáenz me dijo: “Hasta que
no cambies de pensamiento a mi Iglesia no la pisas más”. Estaba muy enojado. Me fui con las críticas que
todavía las tengo. No volví más” .
Civilidad
La
Fundación Civilidad tomó el nombre de la revista promocionada en Verbo a
principios de los ‘80. La publicación pertenecía al Instituto Alberto De
Nápoli- a posteriori denominado Civilidad-, llamado así en honor al interventor
de Pergamino y, quizá, uno de los que más lejos llegó en la implementación de
la doctrina comunitarista en Argentina. Sin mayores distinciones con lo que
antes se voceaba desde Verbo, la fundación insiste desde 1984 con conceptos que
retoman, por ejemplo, en su propia presentación: “La Fundación Civilidad
desarrolla sus actividades a partir del reconocimiento del municipio como la
comunidad natural primaria del orden social y político, y del federalismo como
la forma histórica y constitucional de la organización sociopolítica argentina.
En el mismo sentido reconoce y promueve los principios de subsidiariedad y
solidaridad y el respeto por los derechos y libertades concretas de las
familias y las entidades intermedias en la vida social” .
Más a
tono con la forma de hacer política en el siglo XXI, Civilidad limpió su
discurso de cualquier rastro de religiosidad y buscó avanzar en la formación de
cuadros técnicos. Para ello, labraron convenios con numerosos municipios, pero
también con provincias bajo el velo del desarrollo municipal, poniendo un
énfasis especial sobre la familia como unidad madre.
Por
caso, rubricaron acuerdos de colaboración con Paraná (Entre Ríos), San Martín
de los Andes y Cutral-Có (Neuquén), Río Grande (Ushuaia), Córdoba Capital,
Marcos Juárez y Río Cuarto (Córdoba), Ciudad de San Juan (San Juan), Trelew y
Comodoro Rivadavia (Chubut), San José de Metán (Salta) y Río Turbio (Santa Cruz).
También, participaron de la preparación de las convenciones constituyentes de
Chaco, Tierra del Fuego, Córdoba y San Juan.
El
corpus bibliográfico de Civilidad está dotado por textos de quienes fracasaron
en la década del ‘60. La adaptación al presente es llevada a cabo,
fundamentalmente, por el abogado, integrante del Directorio del Banco Galicia y
presidente de Civilidad, Pablo María Garat. Una de sus apariciones estelares
fue en octubre de 2012, cuando, en compañía del gobernador de Salta, el peronista
Juan Manuel Urtubey, inauguró en esa provincia del norte argentino el
“Seminario Municipal y Desarrollo Local”, que se realizó en el auditorio de la
Fundación Copaipa.
A
Salta, Garat llegó acompañado por Ignacio Garda Ortiz, profesor de la Universidad
del Museo Social Argentino (UMSA) y la UCA y director del área de Desarrollo
Local en Civilidad. Allí, el médico expuso sobre “el trabajo y el arraigo como
objetivos del desarrollo local”. Algunos años antes, en Paraná, Garda Ortiz,
que ha participado, por caso, en mesas de debate que organizaron Coninagro y la
Sociedad Rural Argentina, había proclamado que “la familia es el único ámbito
adecuado para la gestación de la vida humana. Ella es la primera educadora de
la persona, es la natural depositaria del patrimonio cultural e histórico de la
Nación. En la familia se forma el futuro ciudadano en las virtudes cívicas,
cuyos contenidos siempre vigentes son básicos para el ordenamiento social y
político” .
En
1980, cuando era el director de Verbo, Garda Ortiz compuso una alegoría
titulada “Los seres salvajes”. En ese mismo momento, se debatía al interior de
las Fuerzas Armadas sobre la perdurabilidad del régimen militar o el retorno
gradual a un tipo de democracia restringida. Pero, también, ya había dado a
conocer su informe la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos sobre la
situación de las personas en cautiverio, en el cual concluía que “(…) por
acción u omisión de las autoridades públicas y sus agentes, en la República
Argentina se cometieron durante el período a que se contrae este informe (1975
a 1979) numerosas y graves violaciones
de fundamentales derechos humanos reconocidos en la Declaración
Americana de Derechos y Deberes del Hombre”.
En ese
artículo, luego de divagar sobre cómo amansar a un tigre, Garda Ortiz jugó con
una imagen que entabla un paralelo con lo que se vivía en los centros
clandestinos de detención y el supuesto objetivo que perseguían con ellos los
militares: “Pensar, por ejemplo, que a un hombre se lo puede amansar con sólo
asegurarle la supervivencia, sería tan ridículo como suponer, que al tigre se
lo puede convencer de que no haga daño, mediante una buena fundamentación
filosófica. Lo que se observa es que tanto el tigre hambreado, como el hombre
sin fundamentación filosófica coherente, tienden al estado salvaje” . No quedó
al margen de su reflexión la familia, sujeto colectivo al que apuntan ahora
desde Civilidad y lo hacían varias décadas atrás desde Verbo, puesto que es uno
de los núcleos sobre los que se vertebra su propuesta. En referencia a ella,
hizo dos descripciones. Una, en la que el individuo crece en una familia cuyo
padre y madre “mantienen permanente contacto con los numerosos hijos” y aprende
de los mayores para luego ser él quien enseñe. A la que contrapuso con la
familia en la que los niños están en la guardería, los padres no se ven porque
trabajan, ven televisión y “cuando se hace más grande descubre que la mamá
suele salir con un señor que no es su papá”. Tomando esto como punto de
partida, desde su perspectiva, se dirigió al quid de la cuestión: “Este segundo
llega a la universidad lleno de incertidumbres y de malestar espiritual. Allí
cambia su bochornosa realidad por un nuevo mundo imaginario. Un mundo de gente
joven, culta, inteligente, que arreglará todo los que los “viejos” hicieron
mal, que echará abajo todo lo que existe y lo hará de nuevo como corresponde.
Porque la sociedad es opresora, dirá” . Algo desahuciado, Garda Ortiz
diagnosticó: “La ciudad moderna debe ser replanteada, porque cada vez produce
más hombres salvajes, ya que ofrece un medio ambiente inadecuado para el
florecimiento de la mansedumbre, la fortaleza y demás virtudes cristianas. Así
como se ha dado el prodigioso fenómeno de los tigres mansos, quizás se pueda
inducir la generación de hombres mansos y fuertes, adecuando el medio ambiente”
.