Elecciones en España: los efectos de 15M, nuevas formas de pensar el poder
Entrevista a Amador Fernández-Savater
César Alan Ruiz Galicia
¿Qué está pasando en este momento en España y cuál
es el clima en el instante previo a las elecciones?
Tengo una sensación ambivalente. Por un lado, hay
un rechazo fortísimo y masivo al sistema político muy importante e interesante.
Para entenderlo, tenemos que remontarnos unos años, al acontecimiento que me
parece que permite que entandemos algo de lo que pasa ahora. Por usar una
metáfora con sabor mexicano, en 2011 hubo un terremoto y ahora estamos viendo
distintas réplicas -lo que pasa en Cataluña, en el ayuntamiento de ciudades muy
importantes en España, con Podemos-. Este terremoto es el movimiento 15M, el
movimiento de los indignados, la respuesta social a la gestión neoliberal de la
crisis en términos de precarización, empobrecimiento, recortes, refuerzo del
autoritarismo, etc.
Tres de las consignas más importantes del
movimiento son: “no nos representan”, “lo llaman democracia y no lo es” y
“vuestra crisis no lo pagamos”. Es decir, se cuestiona prácticamente,
colectivamente, en la calle y con los cuerpos, el tabú más firme de la cultura
política española: que vivimos finalmente en una democracia, después de la
guerra civil y la dictadura franquista. De pronto la calle poblada de gente
común dice: “lo llaman democracia y no lo es”, no manda el pueblo, sino el
dinero, la vida está subordinada a la lógica de beneficio, los políticos son
simples gestores de los mandatos de la economía global, etc. Creo que en este
rechazo multitudinario, en esta deslegitimación profunda, en este
desplazamiento del sentido común, en esta profanación alegre de lo que era
sagrado e intocable hasta ahora, hay una potencia destituyente muy fuerte.
Pero, por el otro lado, me temo que estamos
buscando vías de salida estrechamente “políticas” a una crisis que me parece
que es civilizatoria. ¿Qué quiero decir? Que lo que está en juego
en esta crisis son nuestros modos de vida y nuestra relación con el mundo.
¿Cómo queremos vivir? ¿Se trata simplemente de volver atrás, a un capitalismo
“tranquilo y domesticado”? ¿Cómo entendemos la riqueza y el trabajo? Etc. No
hay respuesta satisfactoria limitada simplemente a una reforma del Estado, por
muy importante que ésta pueda ser. Sería lo que Gramsci llamaba “revolución
pasiva”: un cambio por lo alto, sin transformación de los modos de vida por
abajo. Algo que no puede llegar muy lejos.
Y además los “mecanismos” a través de los cuales se
está empujando este cambio del poder político me parece, la verdad sea dicha,
que tienen niveles muy bajos de fidelidad a la política que practicó el 15M en
calles y plazas: horizontal, abierta, inclusiva, igualitaria, participativa, a
la altura de la gente común y cualquiera, etc. En el caso de Podemos, el
partido se ha convertido en poco tiempo en una máquina electoralista que gira
en torno a los “actores más capaces” (líderes, estrategas, expertos) y se
enfoca principalmente a la conquista de la “opinión pública” a través de la
televisión (pasando así la gente de “sujeto de la enunciación
a objeto del enunciado”, como decía el sociólogo español Jesús Ibáñez). Su
referencia constante al 15M me parece demasiado retórica, no incorpora casi
nada de su sensibilidad y de sus prácticas. Y en el caso de Cataluña, el
rechazo del sistema político español (que yo diría que es la fuerza principal
del independentismo hoy) se expresa a través de una vía soberanista
hegemonizada por la derecha neoliberal y que se desarrolla en el terreno minado
de las identidades excluyentes.
Me parece que estamos en esta ambivalencia, en este
impasse…
En la lógica de partidos, hay algo que es curioso.
Después de 15M, arrasa electoralmente el Partido Popular; ahora, según el
Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el Partido Popular lleva la
ventaja y “Podemos” se ha rezagado. Entendiendo que no es una fotografía final,
¿Consideras importante y cercano un cambio desde el “desbordamiento” de
estructuras como el Estado? ¿Qué crees que está pasando?
Claro que importa, pero te confieso que soy un
pésimo analista electoral. No sabría explicarte por qué alguien que votó a
Podemos en las elecciones europeas de 2014, puede votar a Ciudadanos (el nuevo
partido de derecha neoliberal en España). En la batalla electoral entran en
liza distintas estrategias y contra-estrategias de seducción del
votante-consumidor cuyo análisis se me escapa un poco y que además no logro que
me interesen profundamente porque les encuentro escasísima politicidad,
escasísimo potencial de transformación real. Votar son cinco minutos, pero lo
que decide cómo es el mundo en que vivimos es lo que hacemos el resto del día.
En el municipalismo y los gobiernos del
cambio la consigna es empezar por tu ciudad, desde lo que es inmediato
y que te afecta directamente. Eso ha generado en ciudades como Barcelona una
oposición institucional a políticas del Estado español, por ejemplo, con el
tema de refugiados. Sin embargo, esto se logró atravesando un itinerario
electoral. ¿Cómo resuelves esa paradoja? ¿Qué otros ejemplos hay en España
donde se están trastocando las formas de vida?
Asocio más bien esa política desde
lo inmediato y desde lo que te afecta directamente al 15M. Una vez que
abandonamos las plazas, se despliegan por todos los territorios de la
vida mil iniciativas descentralizadas: las asambleas de barrio, las distintas
mareas en defensa de lo público, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, un
sinnúmero de iniciativas informales e invisibles de solidaridad y apoyo mutuo,
etc. Es lo que yo llamo “política expandida”: que no se reduce o restringe a
determinados espacios (mediáticos o institucionales), ni a determinados tiempos
(como la coyuntura electoral), ni a determinados actores (los partidos, los
expertos), sino que está al alcance de cualquiera, discurre en medio de la
multiplicidad y la materialidad de las situaciones de vida y crea valores que
son capaces de rivalizar con los valores neoliberales de la competencia y el
éxito. En definitiva, una política que toca los modos de vida y no se delega.
Pero la batalla electoral tiene una especie de
fuerza centrípeta que encoge esa expansión de la acción
política y la vuelve a canalizar en los tiempos, las figuras y los espacios más
tradicionales (líderes, expertos, televisión, aparato estatal). Claro que no es
lo mismo Manuela Carmena que Esperanza Aguirre, pero siguen siendo dos figuras
de la política de representación, mientras que el 15M proponía otro
paradigma: la gente cualquiera haciéndose cargo en primera persona y
colectivamente de los asuntos comunes. La política representativa pone
en escena, mientras que la política del 15M pone en movimiento.
No veo que haya continuidad entre el 15M y Podemos o los nuevos gobiernos
municipales. Son dos “objetos políticos” distintos, dos racionalidades
diferentes. Y conviene distinguirlas para que una de ella no satura u opaque a
la otra.
Pero, ojo, distinguir no es oponer.
Creo que tampoco se puede descalificar completamente la opción estatal, sino
que se trata más bien de replantearla: sacarla del centro, des-centrarla,
reubicándola en el interior de un proceso de transformación más amplio. “Cambio
multicapas y multicanales” es la imagen que propone mi amiga hacker Margarita
Padilla para pensar e imaginar un cambio social complejo (es decir: no
estadocéntrico, no centrado o subordinado a la toma del poder político).
Protagonizado por una pluralidad de sujetos, transcurre en una multiplicidad de
tiempos y pasa por una diversidad de espacios. Las instituciones estatales son
uno más, ni el único ni el más importante.
Voy a retomar algo que dices: “si uno busca el
poder donde antes se encontraba, ya no está”. Hay una especie de fuga o
vaciamiento. ¿Cómo repensar el poder?
¿Qué lección podríamos aprender del “culebrón
trágico” de Syriza? Yo diría lo siguiente: al interior de los marcos
establecidos de acumulación capitalista y crecimiento económico, el margen de
maniobra y decisión autónoma del poder político es limitado. ¿Se puede salir de
esos marcos? Es lo que plantea por ejemplo la corriente del “decrecimiento”,
pero no se trata de un cambio que se pueda “decretar” desde lo alto, claro,
porque los cambios en las formas de vida, en la posición del deseo, en los
valores que orientan cotidianamente nuestros comportamientos, no pueden serimpuestos desde
los lugares centrales de la representación y el poder ¡A no ser que queramos
reeditar los desastres del comunismo autoritario del siglo XX! De ahí la
importancia de los movimientos autónomos con respecto la cosa estatal: son
ellos los que pueden experimentar, crear y contagiar nuevas formas de vida,
otro gusto por la vida, otra idea y otra práctica de lo que es vivir bien, de
lo que es una buena vida que no pase por la propiedad, el consumo, la
competencia, etc.
El neoliberalismo no es un “régimen político”, como
pensamos tantas veces, sino más bien un sistema social que organiza la vida
entera. No es un “grifo” que derrama sus políticas hacia abajo, sobre sus
pobres víctimas inocentes, sino una dinámica de producción de afectos, deseos y
subjetividades ¡que nosotros mismos reproducimos en mil gestos cotidianos! Se
lo explicó muy claramente Pepe Mújica a nuestro entrevistador estrella, Jordi
Évole, en una entrevista que tuvo mucha repercusión en España. “La gente quiere
Iphones y yo no puedo nada contra eso”, le dijo. Es decir, el neoliberalismo
define nuestros deseos y eso produce realidad. Lo que se puede y lo que no se
puede hacer desde el poder político depende, está entrelazado y condicionado
por lo que pasa en el campo de batalla que es nuestra vida cotidiana: lo que
consumimos, dónde tenemos nuestro dinero ingresado, a qué colegio llevamos a
nuestros hijos, qué pasa en nuestros lugares de trabajo, etc. De ahí la
importancia y el valor de esa “política expandida” (no restringida ni
subordinada a los partidos, el Estado y lo electoral) de que hablábamos antes.
Creo que el poder político no puede cambiar la sociedad y la vida colectiva,
pero puede, eso sí, acompañar, amparar y respaldar a los movimientos que lo
hacen (en lugar de verlos como amenaza o estorbo e intentar destruirlos o
cooptarlos).
¿Cuál es el clima europeo desde los ataques en
París? ¿Qué se está generando, qué se piensa?
Llegué justo a México el día de los atentados y se
me hizo muy difícil estar aquí mientras en “mi casa” se traspasaba una especie
de umbral funesto que tendrá con seguridad consecuencias terribles. A distancia,
se me ha hecho difícil relacionarme con lo que pasaba, me faltaban las
conversaciones con los amigos donde uno da sentido a las cosas que pasan. Es
como si a ustedes les toca vivir fuera Ayotzinapa, supongo.
Lo que más fuerte me ha venido a la cabeza estos
días, pensando en París, es el recuerdo de lo que ocurrió en España (y muy
particularmente en Madrid) tras el atentado del 11 de marzo de 2004. ¿Cómo es
posible que aquella masacre de casi doscientas personas no desembocase en algo
tipo 11 de septiembre. Con refuerzo del miedo, del Estado-guerra, de la lógica
securitaria, de la identificación entre libertad y seguridad, etc. Sin duda, la
respuesta está en la reacción social a los atentados, la gente tomó el espacio
público para expresar su duelo, su dolor y su protesta sin dejar que el miedo
organizara la acción.
Nuestro dolor nos conectó con el mundo, no al
contrario. ¿Qué quiero decir? Hubo unas amigas que aquellos días inventaron
esta hermosa consigna: “sentimos el mundo desde cercanías” -era en varios
trenes de cercanías donde habían explotado las bombas-. Es decir, la
sensibilidad funciona a través de lo concreto, pero desde ahí puede resonar con
algo muy lejano. Una especie deimaginación sensible que funciona a
través y a partir de materiales concretos. Por eso me parecen fatales las
reacciones que censuran que uno pueda sentir algo aquí en
nombre de algo otro más grave que ocurre allá. ¡Es justo desde aquí que
podemos quizá sentir lo de allá! Esos días de 2004 en España se
sacaron pancartas que decían “Madrid=Bagdad”, se conectaron las cosas que el
gobierno quería mantener separadas -el atentado y la guerra de Irak-, se hizo
trizas la distinción Bien/Mal, Occidente/Barbarie, Nosotros/Ellos que se
pretende imponer siempre en estos casos. Y fue gracias a esa imaginación
sensible de la que hablamos, que trasciende fronteras a partir de las cercanías
y conecta lo que no estaba conectado.
El mundo que estamos construyendo, como explica mi
amigo Juan Gutiérrez, es un mundo inseguro porque mi seguridad implica la
inseguridad de otro, mi privilegio implica la humillación de otro, mi bienestar
implica el malestar de otro. Mors tua, vita mea: ese es un mundo
sin futuro. O bien estas convulsiones terribles, como la de París, activan esa
imaginación sensible y nos ponen en movimiento hacia un mundo más común o
compartido, o bien quedará sólo el recurso a la “guerra permanente” como forma
de estabilización desestabilizadora, como modo de “producción de orden a través
de la gestión del caos que el mismo sistema genera”, como dice Santiago López
Petit. Estamos en un punto de bifurcación muy serio, muy importante.
En un texto que escribiste en el Diario Público hablas
de cómo tras los atentados en España se rompe el monopolio de la palabra, de la
memoria y de la significación. Ahí explicas la sofisticación de prácticas
políticas… ¿Hacia dónde te parece que están apuntando estas prácticas?
Creo que España es un laboratorio bien interesante
de prácticas políticas nuevas, desde aquel momento en que quien se movilizaba
más eran los mundos activistas, por ejemplo durante el movimiento
antiglobalización, hasta ahora donde quien se activa es la gente común, la gente
anónima, la gente cualquiera sin experiencia política previa. Es el rasgo más
importante, más interesante, de todo lo que ha pasado desde el 11M de 2004
hasta el 15M de 2011. El desafío que tenemos por delante es que esas nuevas
formas de acción política duren, se sostengan en el tiempo sin
perder sus características. Creo que no tenemos aún ni los instrumentos, ni los
lenguajes, ni los formatos organizativos, ni los imaginarios para responder a
ese desafío. Los que tenemos pertenecen aún demasiado a una política
especializada, de especialistas, de militantes o activistas. Todavía
privilegiamos demasiado el momento épico y heroico, por ejemplo el momento de
la plaza llena de gente, sin entender que la política son mareas altas y bajas,
momentos excepcionales y cotidianos, visibles e invisibles. Todavía
privilegiamos demasiado la asamblea como formato organizativo casi único,
aunque a los pocos meses sólo queden asambleados “los de siempre”.
¿Podemos inventar otra
manera de organizarnos, otro lenguaje para hablar de lo que hacemos, otro
horizonte pero no ideológico? ¿Cómo hacer que esa política del cualquiera dure,
sin separarse de la vida, sin recurrir a la delegación, sin jerarquizarse? Ahí
diría que está ahora el desafío.
(fuente: www.terceravia.mx)