Clásicos, populistas y postmodernos: breve comentario a Jorge Alemán
Pedro
Yagüe y Diego Sztulwark
Jorge Alemán discute en su reciente artículo (“Neoliberalismo, experiencias populares e izquierdas”) con dos caricaturas que él mismo construye: la izquierda clásica y la izquierda posmoderna. Ambas, afirma el Consejero cultural de la embajada Argentina en España, critican las experiencias populares latinoamericanas sin advertir las transformaciones estructurales que estos procesos llevaron a cabo. El tipo de discusión que Alemán plantea en su artículo nos habla menos de las izquierdas con las que pretende discutir que de su propia necesidad de caricaturizarlas para así refutar fácilmente objeciones simplistas que nadie realizó.
Alemán
señala que la izquierda argentina se regocija en la comodidad de dos críticas
falaces a los procesos latinoamericanos: 1) la incapacidad de salir del modelo
extractivista, 2) la producción indeseada de una “clase media consumista”. La
falacia de estas críticas radica, según el propio autor, en no advertir la
imposibilidad de los gobiernos latinoamericanos de jugar en un terreno
diferente al que la agenda neoliberal les impuso. Esta agenda neoliberal
aparecería entonces como el punto de partida de cualquier política
transformadora. Es desde los pliegues de su poder que las experiencias
populistas logran, según él, intervenir políticamente con eficacia. El problema
es que el neoliberalismo pareciera tener la agenda bastante cargada y hará
falta contar con algo más que con fe y esperanza para desarticular su renovado
ímpetu gerencial-securitista.
Dos
oraciones después de relativizar los efectos subjetivos del consumo Alemán
sostiene que la subjetividad neoliberal “provoca en la propia vida íntima una
relación bloqueada casi en su totalidad con todo intento de transformación, que
no coincida con una mera “gestión”. ¿Puede esperarse que una sociedad en la que
la inclusión fue planteada desde el consumo no desee ahora una buena
gestión? ¿No era ése el atributo principal de Randazzo, quien, según el
ala progresista del FPV, era el representante más adecuado al “modelo”? Consumo
y gestión aparecen hoy como dos caras de una misma moneda.
El
modelo neoextractivista permaneció intacto durante estos años. Las permanentes
luchas que lo enfrentaron no pudieron entrar nunca en la agenda oficial. Más
bien lo contrario. Por lo que suena a mala fe invocar aquí razones de
imposibilidad estructural para modificar este rasgo salvaje del modo de
acumulación mientras que en otros ámbitos se acude con razón a la voluntad
política como fuerza capaz de problematizar todo aquello que el neoliberalismo
naturaliza. Y no nos referimos sólo al problema asociado a la fuga de dinero
por parte de las grandes empresas (fuga que la legislación financiera vigente
posibilita), sino también el impacto ambiental y su fuerte influencia en la
salud y los modos de vida de la población.
Desde
lo que llama la “Izquierda clásica” podría recordársele a Alemán que los
trabajadores de Cresta Roja pelean en este mismo momento para que cinco mil
familias no queden en las calles. Ellos participan, a pesar de Alemán, de eso
que no vemos cómo denominar sino “clase obrera”. Y dado que la “Izquierda
postmoderna” es la que ha identificado el campo político con el de la
producción de subjetividad, no sería ocioso preguntarle desde allí a Alemán
cuál es el aporte especifico de la izquierda “lacaniana” o “populista” a esta
noción productiva de la política más allá de insistir con la ecuación
prototípica de: Estado = Orden Simbólico = Clase Media intelectual. Ecuación
que se ha mostrado insuficiente a la hora de desplazar la batalla cultural del
terreno de las ideas a la de los afectos, como puede leerse en la coyuntura
actual. ¿No se equivoca Alemán en buscar culpas afuera en lugar de ayudar a
pensar los límites de los razonamientos de estos últimos años, sin los cuales
será difícil asumir el desafío político actual representado por el macrismo?
Alemán
tiene razón al sostener que si las experiencias populares fueran inoperantes
entonces no se entendería por qué “tanto empeño en las oligarquías financieras
nacionales e internacionales en pagar cualquier precio por arruinar a esos
proyectos y contratar a todo tipo de mercenarios mediáticos para destruirlos”.
Pero este modo de preguntar se vuelve retórico porque no permite formular el
interrogante del momento: ¿qué es lo que no funcionó durante estos años en el
modo de concebir el protagonismo popular? La izquierda llamada clásica podría
recordarle a nuestro autor que durante este “largo” proceso el sector
financiero nacional e internacional fue uno de los principales beneficiarios
económicos y jurídicos. Y lo que él llama izquierda postmoderna tal vez podría
ayudarlo a señalar los límites de una concepción de la inclusión incapaz de
trastocar jerarquías (las rémoras de colonialismo interno en el propio proceso
de inclusión), de alterar el fondo de la precariedad social, de denunciar el
accionar de las fuerzas represivas en los barrios pobres y de repensar un
modelo de consumo por fuera de la propia subjetividad neoliberal.
Más
que inventar izquierdas caricaturales funcionales al proceso de culpabilización
por la derrota electoral del FpV, mejor haríamos todos en comprender qué es lo
que pasó para que del proceso latinoamericano de los gobiernos llamados
progresistas surgiera una coyuntura tan oscura como la actual (que no podemos
adjudicar sólo a los enemigos del proceso sin pensar a fondo el modo de
concentración de la decisión política de los propios gobiernos). Más que
inventar caricaturas a las que rebatir, mejor haríamos en imaginar juntos cómo
superar los límites teóricos y prácticos que todos quienes participamos de
estos procesos evidenciamos.