Agitarla y pudrirla: o acerca de los modos de “des-agilar” la vida adulta
Sobre
el libro ¿Quién lleva la gorra?
Mariano Pacheco
“Se trata quizás de escuchar el murmullo cada
vez más audible del agite de los silvestre”
Colectivo
Juguetes Perdidos
En
un lenguaje más clásico diríamos que ¿Quién
lleva la gorra? Violencia. Nuevos barrios. Pibes silvestres, de Leandro
Barttolota, Ignacio Gago y Gonzalo Sarrais Alier, es un libro necesario.
Nos limitaremos solamente a sostener que, si bien el texto funciona bien como
un “instrumento de combate”, interpela sobre todo porque logra salirse del
lugar común de intentar realizar un aporte desde la típica posición de explicar
y satisfacer nuestras conciencias bien pensantes. En otras palabras, podríamos
afirmar: “Nosotros, los progresistas… ¡Abstenerse!”.
Los
momentos más potentes de este segundo libro del Colectivo Juguetes Perdidos,
publicado por la editorial Tinta limón, son aquellos que instalan una serie de
interrogantes en torno a cuestiones de las que no podemos permanecer ajenos.
Por ejemplo, cuando se preguntan cómo es que puede haber saqueos “junto al
aumento del trabajo y el consumo para todos”, o cómo pueden ser los
“linchamientos” el “epílogo de la década de los derechos humanos”. Una posible
respuesta: es que el consumo “te deja enganchado” y “la propiedad” pasa a ser
el “lazo más sólido” de la “década ganada”, de la larga década kirchnerista.
De
allí que busquen indagar e indagarse, junto a los “pibes silvestres”, aquellos
que integran la franja etaria que va desde los doce a los veinte años, que
habitan las barriadas populares de la ciudad y el conurbano bonaerense, esos
que califican como los “protagonistas más inquietos” de esos territorios, en
esta época que cargó las tintas sobre la “vuelta a la política” de una
generación, pero que tal vez fue incapaz, o se volvió muda, ante la pregunta
por el corte de clase de ese retorno. Los pibes y las pibas que aparecen en las
páginas de este libro son más bien aquellos, aquellas que no fueron percibidos
por la política, sus imágenes y sus repertorios, cómo si lo fueron por las
bandas narcos, la cana y las empresas multinacionales que encontraron allí el
nicho de un mercado.
Eso
sí, los pibes –éstos pibes, los “sociólogos silvestres”– parten de una clara posición
política: la mirada que intentan instituir sobre la época, la realizan –o
intentan realizarla– en “alianza” con esos pibes, los que funcionan como el
reverso de la década ganada. Por eso afirman que parten de una “desorientación
voluntaria” para realizar esa “cartografía” –abierta e inconclusa– de los
nuevos barrios.
Así,
en ¿Quién lleva la gorra?... Barttolota,
Gago y Alier se propusieron salirse de las imágenes ya instituidas de los
barrios para tratar de hacer legible aquello que pasa con los estos pibes
silvestres y con sus vecinos “engorrados”, pero también con ellos mismos
(devenir existencial de una vida adulta “agilada”), y con la moral de los
agentes del Estado, las Universidades y el periodismo que construyen muchas
veces discursos estereotipados la
realidad. Por eso hablan de “extractivismo” (académico, literario o político),
que busca conocer el lenguaje y las experiencias “nativas” para “colonizar”,
para hacer “entrismo” o, simplemente, para “estetizar”. Esa dinámica de
la que extraen la “plusvalía-pibe” (“También esta es la década en que se
consolida la estetización de las realidad barrial”).
Antes
que esto, los “sociólogos silvestres” buscan conectar con el “raje” de los
pibes silvestres, una suerte de devenir minoritario que se resiste a entrar en
los moldes de la “moral del trabajo” (porque trabajar, en la larga década, es
“mulear”: laburar precarizado, pero también, moverse sobre el suelo precario de
los quilombos familiares, la violencia barrial, el viaje hacinado en bondis y
trenes, y subtes y el modelo permanente del consumismo).
En
fin: este libro aporta una innovadora perspectiva de reflexión, escritura e
intervención en los convulsionados tiempos violentos que la época propone. Pero
sobre todo, como el propio libro expone, es la mirada generacional de aquellos
que se sienten (¿nos sentimos?) con ganas “de seguir agitándola”,
de pudrirla, para sustituir la queja sobre la época por una catarata de
preguntas hacia ella. En fin, y luego del ballotage del domingo 22 de
noviembre, que mejor que terminar esta reseña con una pregunta que los lectores
pueden toparse en el interior del libro: “¿Con qué/quienes nos aliamos para
tomar por asalto la época (la que viene)?”.