¿Quién ganó?
Horacio González
El que haya escuchado con atención los discursos del futuro
presidente, Mauricio Macri, puede percibir un recurso habitual y bastante
notable. Es el de la desintegración de la noción de pueblo, que no era el
sujeto de sus interpelaciones. Se dirige a vecinos, familias, personas que
“quieren progresar un poco más cada día” y a todos los países en general, “con
los que queremos tener una colaboración permanente”. Demasiadas abstracciones,
ausencia de entidades sociales específicas, una atmósfera permanentemente
angélica de deshistorización y deliberada falta de reconocimiento a los
ostensibles nombres que definen el estado complejísimo del mundo contemporáneo.
Su vaga idea de la inmigración que trajo a su padre italiano al país también
peca de un sentido generalizador y etéreo, y no puede definir de ninguna manera
a la población nacional y su cuerpo complejamente estratificado. Su acto en
Humahuaca y su repentino “indigenismo” se ve que no caló hondo en él y que fue
flor de un día de campaña. Entonces, ¿por qué produjo un sacudón de tamaña
envergadura en la sociedad nacional? Las clases populares, a las que él mismo
consideraba atomizadas e históricamente inertes, lo votaron en generosa
proporción, acompañando a los tradicionales sectores pudientes y a los representantes
–digamos el concepto– del “capitalismo financiero”. ¿Un frente de clase de
troquel derechista? ¿La coalición de los que estaban “hartos”? No nos
apresuremos.
La amalgama que por poco más de dos puntos llevó a Macri al
gobierno es de gran heterogeneidad, y se vio encarnada en esos conocidos
rostros que ocuparon el escenario macrista, la noche de la victoria electoral.
Podríamos llamarla como propia de un populismo de nuevos contornos. El
verdadero populismo, que siempre fue más amorfo –salvo el gran populismo del
campesinado ruso–, pudo ser dirigido muchas veces por figuras empresariales
–del lumpen empresariado, digamos, si nos ponemos excesivamente ortodoxos en el
empleo de antiguas terminologías–, y contó con la fuerte movilización de
pensamientos –seguimos muy clásicos– que llamaríamos prepolíticos.
El país que protagonizó la vibrante campaña política que nos
envolvió a todos tuvo un fuerte componente prepolítico bajo cuyo manto turbador
apareció casi exclusivamente la política. El mundo prepolítico, que en general
puede ser considerado como el “mundo de vida”, contiene una dimensión no
declarada de pensamientos virulentos, formas ancestrales de la reflexión
punitiva, amenazas potenciales que al pasar a su estado público hacen asomar
apenas su costado larvado. Es cierto que el “mundo de vida” tiene prestigio
filosófico, pero cuando se encuentra con los instrumentos comunicacionales que
caracterizan una supuesta dispersión de la razón comunicativa y obtiene
movimientos propios, como el que hoy se denomina “viralización”, se pierde en
una marea ponzoñosa cuyo análisis sereno nos llevaría mucho tiempo, pero que
aquí podemos considerar bajo varias modalidades. Modos implícitos de propagar
contenidos muy machucados por la ausencia de conceptualización pública, frente
a los cuales lo que antes llamábamos “periodismo sensacionalista” queda hecho
un poroto. Las “sensaciones” son ahora capas de signos que, con efectos
múltiples, recelosos, arbitrarios y desde luego, a veces muy imaginativos,
impregnan toda una ciudad y la definen.
El argumentador clásico aquí pierde la partida y queda
convertido en “una pequeña secta de ilustrados”, a la que curiosamente se
refirió Macri en su discurso de Humahuaca y en su Noche Triunfal. ¿Cómo?
¿Entonces no era el populismo rampante (que nosotros supuestamente
representábamos) el que se burlaba de la “ilustración”? Pues no, una pieza
populista central, que es el ataque a la “minoría” cultivada y “de espaldas al
pueblo”, ha sido incorporada por los laboratorios de Macri, pero ya con el
específico sentido de vulnerar a la vida política clásica y sus legados
correspondientes. En este caso, el pueblo, y lo popular como procuración
incesante de sentido, sería apenas un evento producido por la viralización de
numerosas dimensiones tácitas en la expresividad común: primero, el modo civil
de estilo pastoral del futuro presidente, luego, el modo reticular en que se
diseminan “contenidos” en general basados en mensajes truculentos o anónimos, y
después, en algunos casos (que ojalá el candidato desmienta como ajenos a su
pensamiento actual), bajo el modo nocturnal. Este modo es el más oscuro y se
reveló hace unos días en las pintadas amenazantes en los institutos de derechos
humanos del país. El editorial de La Nación, a la mañana siguiente de la
elección rechaza la venganza pero deja toda la impresión de que la quiere.
¿No debería el presidente, que lo será de aquí a pocos días,
aclarar lo que ocurre en sus alrededores y acaso en su propia conciencia? ¿Eso
mismo que sucede por las noches mientras él charla tranquilamente –según ha
contado– con sus amigos y su familia? ¿No debería decir que su campaña diurna,
vistiendo alegres ponchos regionales, nada tiene que ver con la campaña
nocturna, que acepta el indumento de la intimidación clandestina sin
condenarla? Parco de conceptos, sin embargo, ya ha dicho mucho, además del
mimetismo por el cual durante meses tomó temas del “progreso personal”
susceptibles de transmutarse en “definiciones progresistas”. Como un reverso de
las teorías de Laclau, “articuló” más “cadenas de equivalentes” que el
candidato al que nosotros votamos. Pero virtió hacia la derecha, irónicamente,
unas tesis preparadas para los movimientos populares del mundo. Algunas
definiciones macristas pertenecían al acervo de los progresismos genéricos,
otras directamente eran tomadas del arsenal social del kirchnerismo, y la
mayoría –las de derecha– apenas insinuadas en su media lengua. Es por lo tanto
una derecha nueva y con una gran votación. Pero ya se vio: una cosa es la Noche
y otra la Mañana. Y otra la Mañana siguiente.
Cambio de época: el giro del país hacia la Alianza del
Pacífico es la semántica maestra de un conjunto de mutaciones que tendrán
incómodos correlatos económicos, sociales y culturales. Efectivamente, no se
equivoca al decir “cambio de época”, pues ello siempre es más que la
“alternancia” por la que siempre bregaron los radicales y que tanto entusiasmó
a Gerardo Morales en su gran noche. Eminente tema: hay cambios de época sin
alternancia, alternancia con cambios de época, y cambios de época que se
imponen sobre los efectos, más débiles, de la alternancia que ellos mismos
proponen. Al punto que la alternancia, en su sentido literal, es Scioli quien
iba a encarnarla. Esto es otra cosa: una conversión ideológica, geopolítica y
cultural de amplísimas características. Si no escuché mal, el candidato ganador
dijo “fundacional”. Perdón si me equivoco, pero esa palabra, que tanto se le
reprochó al kirchnerismo (que fue y es un populismo democrático-republicano) al
aparecer ahora en el macrismo, revela el tamaño del viraje que, desde ya, se
deberá discutir con los mejores argumentos y lejos de la “episteme chicanera”
que rige como norma política en el país, tal si fuera ley nacional del
Parlamento. Los populismos se consideran fundacionales: Macri no sería la
excepción. Con ese espíritu que nada tiene que ver con la alternancia, sino con
una antropología política completa de las derechas mundiales, se lanza a la
exclusión de Venezuela del Mercosur, aún como chispazo postrero de campaña.
Sustituir el pensamiento por la viralización lleva a estas decisiones, en vez
de discutir seriamente el estatuto histórico del latinoamericanismo, que es una
complejísima forma de la unidad en la diversidad, y no una aplanadora de
mercado de la globalización sobre nuestro subcontinente (hay que buscar aquí
también un mejor nombre).
Una característica que atraviesa las últimas cuatro décadas
de historia nacional es la creación de una zona franca de ideas donde el
peronismo en sus rebordes y el neoliberalismo en los suyos se entrelazaban
mutuamente. Esa es la estructura de época de la que solo sale beneficiado el
neoliberalismo, convertido en un nuevo sentido común que lo único que aprendió
en serio durante este largo período es que precisaba una interpretación cribada
de algunas versiones del populismo. Lo que ocurre ahora no es novedad, salvo el
lenguaje abstracto con que Macri expone esta nueva coalición; cuando le tocó
hacerlo a Menem se utilizó solo la picaresca trasnochada, porque esa amalgama
todavía no estaba enteramente preparada. Será interesante ahora para el estudio
de los politólogos. Ignoro, o más bien creo lo contrario, que sea provechosa
para millones de sus propios votantes.
¿Quiénes son ellos? No podemos decir que fueron manipulados
por un espurio recurso a una democracia que, en vez de tener conjuntos sociales
autodeliberativos, se deja desmenuzar por un ideal de individuo apremiado por
las “corporaciones mediáticas”. No, eso hubo siempre. Aunque ahora el modelo
dialógico que funda el nuevo orden comunicacional trabaja para esta noción de
individuo posesivo que se halla despojado de la idea de mediaciones colectivas.
Aun así, no se trata de conjeturar que la votación de Macri no surgió de un
acto de la democracia, sino que el concepto clásico de democracia ha cambiado
dramáticamente porque el votante ya es portador de otra conciencia, no la de la
“ley Saénz Peña”, ni siquiera la de la época de “Braden o Perón”. Eran ésas
conciencias cívicas con autonomía relativa. Hoy el juego de las creencias
subjetivas convive con toda clase de tramas, valoraciones y éticas
sobrentendidas de origen mediático, vulgarizadas hasta chocar enteramente con
lo que antes denominamos el mundo prepolítico.
Pues ahora se compone de lógicas persuasivas que encubren de
libertad los actos de servidumbre y de actuación interactiva los dominios
técnicos más condicionados por poderes que no declaran su nombre. Así, un ideal
de transparencia ad usum populorum crea un nuevo individuo asociado tan solo
espalda contra espalda y no con literalidad grupal. Este nuevo individualismo,
que consume el fácil pasto del ultraje, acepta ser movilizado por una fuerte
sospecha en torno a las instituciones públicas y los organismos de Estado.
Estas conciencias salen de unas neodemocracias viralizadas que habrá que
definir mejor.
Macri tomará el Estado pero se cuida (por lo anteriormente
dicho) de decirse un político de Estado. En su nítida biografía, él preguntó,
tocó timbres, se informó de lo que quería el vecino, y está allí para
“ayudarlo”. Para él, “no quiere nada”. ¡Este es el cambio de época! Pensemos si
cualquier político clásico aceptaría, sin desmedro de su ética personal,
definirse de esta manera. ¡Vine solo a “ayudar”! No estoy denunciando
encubrimientos. Son nuevas culturas políticas, nuevos “manuales de estilo”,
nuevas formas no del sujeto que consume sino de sujetos consumidos.
Macri actúa así frente a las conciencias pulverizadas que,
por la fuerza del nuevo relato triunfante, condenan lo mismo que muchas veces
las sostiene, los sistemas de subsidios, jubilaciones sin aportes previos, etc.
Esa paradoja derrotó a Scioli, aunque apenas por un mendrugo porcentual. Lo
lograron: el Estado social molestó a sus beneficiaros, además de la larga
cadena de “hastíos” que hay que tomarse en serio. Aquella tal maravilla han
conseguido. De proveer meramente un “relato” se acusaba sistemáticamente al
gobierno saliente de Cristina. En verdad, aquello fue en casi todos los casos
una ingenuidad de la publicidad oficial, poniendo un Estado realizador como
personaje omnipotente, con señorío y voz propia. Esa contundencia podría haber
explorado zonas más sutiles, de no tanta literalidad y de tan cargadas
liturgias. Lo que consiguieron quienes prepararon al individuo Macri (pues,
¿qué es el neoliberalismo, estrictamente hablando, si no la invención de
sujetos abstractos?) es otro “relato” superior, basado en la fuerza de esas
abstracciones, que supieron convertirse en microrrelatos concretos, vecinales
(“no me importan los ‘fondos buitre’ sino el ‘dealer’ de la esquina de casa”).
No es que los temas en los que basaron su preponderancia no
existieran, inflación, narcotráfico, etc. Pero en vez de conceptualizarlos
frente al cuadro de los dominios financiero-comunicacionales a escala mundial,
los vieron como una narración folletinesca. Todo ello será materia de nuestras
discusiones y aprendizaje: poder enunciar con el poder de lo realmente
conceptual (que es lo concreto pensado pero con las necesarias
generalizaciones) a estos problemas que se nos escaparon de las manos. Debemos
además ganar espesura en nuestras consideraciones sobre los modelos económicos
extractivistas, sobre los que tan poco dijimos, y las propuestas de un mero
desarrollismo lineal. Que así dichas, no deben ser lo nuestro. Creo que en
nombre, si no de éstas, de parecidas reflexiones, deberemos seguir actuando.