¿Qué imágenes tenemos del cambio social?
Queremos
pensar juntos qué imágenes tenemos del cambio social. Por un lado todo lo que
transitamos en Argentina de 2001 para acá, pero también en España, desde el
15-M con los llamados indignados y la actual discusión en torno a Podemos. Una
pregunta que nos hacemos con Amador es qué pasó con aquello de cambiar el mundo
sin tomar el poder. ¿Qué imágenes pueden continuar esa discusión?
Con los amigos que nos hemos
encontrado en el 15-M nos dimos cuenta que tenemos un registro muy limitado de
imágenes para pensar el cambio social. Esto viene de toda una trayectoria
acerca de cómo se han pensado las revoluciones. Por un lado, se imaginó como
una toma del poder del Estado para desde ahí cambiar la sociedad. El Estado
como la sala de mandos donde puedes decidir cómo será la sociedad futura. Y
luego hubo otra idea importante durante el siglo XX: la creación de una
sociedad paralela. En la contracultura americana, en los movimientos de los
años ´70 estaba la idea de la fuga y la creación de una sociedad paralela. Y yo
creo que en el 15-M nos hemos encontrado con un límite, porque ninguna de estas
dos ideas nos conviene o no acaba de ser adecuada a las prácticas que se están
dando. Por eso comienza esta incipiente investigación a través de autores y
movimientos para preguntarnos qué otras imágenes del cambio social pueden
ayudarnos a enriquecer el repertorio imaginativo.
Todas
nuestras ideas de cambio están basadas en una distinción entre medios y fines,
¿cómo juega esto a la hora de pensar nuevas imágenes?
En lo que se llama la real
politik asoma la primera idea de cambio: creación de un partido político para
conquistar el poder. Ahí siempre hubo una escisión entre ética y política,
porque lo que se impone es el cálculo. Es un corte entre formas de vida y fines.
Nuestra investigación intentaría pensar al revés: cómo podría haber una
política que fuera en sí misma prefigurar a la sociedad que se quiere. En el
15-M cuando discutíamos horizontes y qué era eso de la “democracia real ya” que
se quería, un amigo dijo “la democracia que queremos ya nos la estamos dando”.
Ahí no hay escisión entre ética y política. En todo caso la pregunta es cómo
intensificar esa práctica, como prolongarla, potenciarla, sostenerla,
contaminarla. Pero hablamos de un núcleo que ya está.
Alguna
vez charlando de esto con Amador y Santiago López Petit decíamos que algo ya
cambió en la sensibilidad. Quizás no en el núcleo duro de las estructuras de la
sociedad, pero sí en el modo de sentir.
En esa conversación Santiago decía que no puede haber un movimiento político
sin objetivos. Desde la izquierda muchas veces se piensa que la eficacia es
ocupar lugares, sea “por las buenas” en elecciones o “por las malas” en
insurrecciones. ¿Es lo mismo cumplir objetivos que ocupar lugares? Además de
mutar sensiblemente, ¿no podemos cumplir objetivos? ¿Podemos despegar la imagen
de “cumplir un objetivo” de la de “ocupar un lugar”?
Más que cumplir objetivos, lo que
ha logrado el 15-M es producir efectos. Por ejemplo, la deslegitimación de toda
la arquitectura política española que viene del paso de la dictadura a la
democracia, desde el Rey hasta la Constitución pasando por los partidos
políticos. Ese efecto deslegitimador es muy fuerte. Al mismo tiempo, hacer
visible lo que no lo era: que sientas lo que antes no sentías. Un ejemplo son
los desahucios, que ocurrían sin que nadie lo sepa y hoy están en primer plano.
Todos sentimos como intolerable algo que antes no sentíamos y además está
abierta la posibilidad de hacer algo contra ello. Y muchos efectos más: en toda
Europa hay una suerte de canalización derechista del malestar, que es lo que
siempre pasa en las crisis, y en España no está pasando. Hay efectos, pero en
términos de objetivos no sé si hemos conseguido tanto. ¿Cómo pensar la relación
con los objetivos pero de manera inmanente? Esto es lo que decía Santiago López
Petit: que no sea una demanda al Estado para que haga tal o cual cosa. Hablamos
de objetivos que el propio movimiento se pone y consigue sin demanda al otro.
Es una idea bonita que no sé si hemos llegado a desarrollarla mucho en la
práctica, pero es potente para salir de la pura prefiguración o la demanda al
otro para que se cumplan reivindicaciones. Hay algo de la demanda imposible, de
un objetivo que a la vez desarregla todo el mapa de posiciones, todas las
posibilidades de lo que un Estado en condiciones de capitalismo puede dar. Hoy
en España el derecho a la vivienda o a un trabajo y un salario digno se han
vuelto demandas imposibles. Como que el reformismo se ha vuelto revolucionario
o algo así. Creo que Santi estaba pensando en objetivos que en sí mismos no se
pueden cumplir sin una reconfiguración del paisaje en que están organizadas las
cosas. Objetivos que en sí mismos conllevan un cuestionamiento de la lógica.
También esto que viven en Europa
se puede traducir a América Latina de este modo: si en el pasaje de la fase de
los movimientos de hace una década a la fase actual de los gobiernos
progresistas, no hay necesidad de recuperar desde los movimientos una capacidad
de plantear objetivos propios. Hasta qué punto perdimos esa gimnasia que va más
allá de las reivindicaciones, el apoyo o la distancia con respecto a los
gobiernos. Algo más que la discusión acerca de si a los gobiernos progresistas
hay que defenderlos o son una mentira que debemos denunciar.
Hay veces que nos encerramos en
dicotomías que luego la práctica las hace estallar todo el rato. En España hay
movimientos como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca: una experiencia
que defiende a los desalojados por no poder pagar, que hacen una estrategia
multinivel súper eficaz. Por un lado intentan frenar el hecho concreto del
desalojo. Por otro, producen espacios de apoyo mutuo entre las familias de
desalojados para que se reconozcan entre sí. Al mismo tiempo realizan negociaciones
con los bancos y con los políticos para frenar desalojos a nivel administrativo
o recogen firmas para cambiar leyes. Eso ya crea la sociedad en la que quieres
vivir, genera conflicto en lo que hay e incluso propone medidas de cambio bien
interesantes dentro de lo existente.
Vos
hablás de “la política del cualquiera”, ¿cómo abre esta figura las imágenes de
lo deseable?
Sí, lo que nos estalló delante de
los ojos en el 15-M es que la gente común se reapropió de la posibilidad de
hacer política, incluso más allá de los activistas de movimientos sociales u
organizaciones extra parlamentarias, que son a su modo pequeños expertos. O sea
que desprofesionalizar la política no es solo con respecto a los partidos, sino
también con respecto a los militantes que saben cómo se tienen que hacer las
cosas. Fue una experiencia muy inmediata: todo lo que estaba pasando en la
calle estaba protagonizado, liderado, habitado, impulsado por gente que no
tenía experiencia en política. Es el cualquiera discutiendo cómo quiere que sea
la vida en común.
Es
difícil que asomen imágenes más allá de la mera conservación de la vida, más
allá de la demanda de lo digno para persistir.
Es una cuestión complejísima. Yo
veo que los movimientos que hay en España son post utópicos. No hay imágenes de
otra vida. Hemos ido a manifestaciones con la pregunta sobre cómo es la ciudad
en la que se quiere vivir. Y la respuesta sería algo así como “es más o menos
igual pero sin coches”. No hay como en los ´60 una capacidad de proyección. No
hay Italo Calvino. Se ha perdido la capacidad de pensar otros futuros,
porque se ve que mantener una casa con
una pareja, tener hijos, cosas muy básicas se han vuelto muy difíciles, incluso
tener un vínculo duradero. Dicho esto, creo que en la plaza sí que hubo como
una experiencia del buen vivir. Era un lugar político, pero sobre todo nos
estábamos dando a nosotros mismos un cacho de la vida que queremos. Muchos lo
sentimos en la experiencia del tiempo, que es lo que menos hay en la vida.
Nadie tiene tiempo, tengo mil mails que responder… y de repente en la plaza
estábamos seis horas escuchando en una asamblea. ¿Pero no era que no teníamos
tiempo? Te das cuenta que al tiempo lo fabricas a base de prioridades, puedes
regalarte tiempo. Y la plaza fue un regalo que nos hicimos. En esa experiencia
de hacer algo con otros había otra definición de lo que podía ser una vida
buena. Habría que profundizar esto, pero una vida buena podría pasar por una
abundancia de tiempo disponible. La plaza fue la experiencia de una vida mejor.
¿Cómo
se está discutiendo la dimensión estratégico política a partir de la irrupción
de Podemos y otras fuerzas nacidas del 15-M?
Todos los movimientos nacidos en
la plaza han sido muy intensos pero han chocado contra el muro del gobierno,
del bipartidismo y realmente no hemos conseguido tirarlo abajo ni agrietarlo.
Las medidas de privatización, recorte, desalojo, de empobrecimiento general de
la sociedad, siguen en marcha. Hubo entonces un movimiento de impasse, de
frustración, de sentir que algo más tenemos que hacer. Si hay un parlamento
completamente cerrado a la calle, construyamos una especie de caballo de Troya
para entrar y cambiar algo ahí dentro. Fue una discusión muy fuerte acerca del
tipo de partido que puede hacer algo así. La propuesta más exitosa ha sido
Podemos, en torno al carisma mediático de Pablo Iglesias, un joven profesor de
izquierdas que construyó una personalidad en las tertulias de la televisión.
Llevó a la televisión lo que se estaba diciendo en la calle, lo que charlaba
uno en la familia, con los amigos. Tomó ese sentido común de lo surgido en la
calle con respecto a la crisis, a la estafa, al “no nos representan” y lo llevaba
a confrontar con los políticos. Entonces acumuló apoyo, confianza y un capital
simbólico que generó un imán, una energía tremenda. Entonces la idea de Podemos
es tratar de ser la traducción electoral de toda la indignación, el malestar y
la esperanza de cambio. Traducir en votos todo lo que ha pasado en la calle, si
es que eso se puede dar, y desalojar al bipartidismo.
Por otro lado hay una experiencia
de plataformas más vinculada a ciudadanos, movimientos sociales y partidos
políticos que se ponen al servicio de esa voluntad de cambio. Eso se llama
Ganemos y tiene una escala puramente municipal. Entonces: Ganemos en las
municipales, Podemos en las nacionales y regionales.
¿Y
cómo ves la traducción de la calle al voto?
Hubo un momento donde había muchos
puntos de la sociedad politizados. En las plazas nos apiñamos todos y luego esa
forma de hacer política del 15-M se extiende por toda la sociedad. De repente
se difundió la política por todos lados: hospitales, escuelas, calles y plazas.
Mi idea es que el neoliberalismo no es algo que está en un lugar, ni afuera de
nosotros, ni viene solo de un punto o de arriba hacia abajo como si fuera un
grifo. Más bien entra por todos los poros y rendijas de la sociedad y nosotros
mismos lo reproducimos en las mil decisiones que tomamos en un día, cuando
compramos, cuando depositamos nuestro dinero, a qué escuela llevamos a nuestro
hijos. Hay una amiga que dice que el neoliberalismo es una coproducción donde
todos jugamos parte. Entonces lo bueno que tuvo ese momento de difusión de la
política es que podíamos atacar al neoliberalismo en todas las rendijas. El
riesgo es que de nuevo se concentre la política en un punto considerado como el
principal y fundamental del cambio que vuelve a ser el poder político. Si nos vamos
a tapar el grifo, el neoliberalismo se nos sigue colando por las rendijas y los
poros.
Decir
que nos gobiernan mal es desentendernos del problema que nos incluye. ¿Está el
riesgo de creer que si nos gobierna una fuerza que no es de la élite estamos a
salvo del neoliberalismo?
Hay puntos de diferencia entre lo
que está pasando en Argentina y en España. Igual quizás solo sea una cuestión
de reloj. Pero me parece que ahora mismo nadie en España diría que el
movimiento fundamental del cambio que está habiendo es Podemos. Incluso los
líderes de Podemos te dirían que son hijos del 15-M. En Argentina oigo hablar
que el movimiento de cambio es 2003 y ya no 2001. En el calendario también se
juega algo, ¿no?
Por otro lado, me parece que el
kirchnerismo representa aquí una cultura de verticalidad y de “buena
representación”. En Podemos no hablan de
reponer una buena representación o “que gobiernen los buenos”, sino intentar
pensar la representación desde el “no nos representan”. Sería como pensar en
Argentina quién queda después de que se han ido todos. Es un desafío de
imaginación y de prácticas.
Teniendo
en cuenta estas diferencias interesantes que planteás, ¿cómo opera el prestigio
o la imagen de la realidad latinoamericana en España?
Es interesante pensar que estamos
mirando a otros y buscando imágenes, ya que Europa siempre fue muy ombliguista,
al considerar que ha inventado la filosofía y la revolución. Ahora se produjo
un cambio en las coordenadas de las referencias: se ha mirado al zapatismo, a
lo que pasó en Argentina, a Bolivia, al norte de África (que siempre se la vio
con miedo y de repente surge la primavera árabe) y ahora a lo que pasa arriba
en los gobiernos latinoamericanos. Podemos es un Frankestein con trozos de
políticas distintas, entre la calle y lo maquiavélico. Para el grupo promotor,
que no es la complejidad del movimiento, la referencia con los gobiernos
latinoamericanos es importante en muchos sentidos. Recojo uno, que es que han
sido capaces de cristalizar lo que es una transformación cultural. Apuntaron a
transformar en leyes lo que primero se transformó en las subjetividades al
movilizarse. La transformación cultural redefine la realidad pero no la cambia.
Algo así parece haber ocurrido con los gobiernos progresistas que han hecho ley
las nuevas formas de sentir.
Me interesa el espacio discursivo
común que se abre entre América Latina y el sur de Europa. Algo así como un
Frente Único contra el Neoliberalismo, para utilizar grandilocuentes fórmulas
de la Tercera Internacional. Ese Frente tiene posiciones distintas: no es lo
mismo los discursos populistas que lo momentos autonomistas. Ese Frente tiene
pendiente discutir qué es el neoliberalismo y cómo se lo derrota. En ese
sentido hay una dimensión experimental: en la calle o en instituciones, todos
estamos probando. Me parece importante que todas las experiencias primero se
reconozcan como compañeras de un Frente y no como guerras intestinas que solo
denigran a otras posiciones. Y además evitar ser cooptados tanto por un
izquierdismo abstracto y radical como por sectores de la burguesía que lo que
quieren es un reformismo liviano. Ese Frente hay que volverlo visible.
7 de octubre de 2014
[1]
Filósofo, escritor y activista madrileño. Forma parte del grupo editor de
Acuarela Libros.
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