Peronismo… ¿y lo otro?
Poco
tiempo antes de la revolución de septiembre enviamos a la imprenta los
originales del número de CONTORNO dedicado a la novela argentina. Producida
aquella, sentimos que quizá era necesaria una aclaración: una de esas notas por
medio de las cuales se deslindan posiciones y se le indica al lector que algo
no significa lo que parece –o lo que significa en realidad. Nos sentimos
tentados de establecer que durante todos los años del peronismo no nos habíamos
entregado. Y por no habernos entregado entendíamos no solamente no habernos
entregado al peronismo, sino tampoco al antiperonismo; que habíamos luchado
–con mayor o menor eficacia, con éxito o sin éxito- para distinguir la verdad sobre
lo que estaba ocurriendo en el país.
Unos momentos de reflexión nos convencieron de lo gratuito que sería explicar ninguna circunstancia particular: caímos en la cuenta de que nuestro lenguaje durante el peronismo más crudo debía seguir siendo idéntico a sí mismo y que el margen de nuestra libertad había estado mínimamente fijado por exigencias exteriores. Aquello que a los intelectuales les fue vedado por la dictadura nunca tuvo un carácter fatalmente problemático. Era, por cierto, riesgoso escribir sobre política o actuar en política. Pero jamás faltó la suficiente libertad de autoengañarnos y declarar paladinamente que se nos impedía tocar la realidad más urgente y atractiva. Los intelectuales argentinos en su casi totalidad preferimos disfrazar nuestra inepcia con resignadas y lamentosas imputaciones a un sistema que no nos respetaba ni nos admitía. Seriamente, lo concreto y lo histórico es que, salvo casos aislados muy especiales, el conjunto de la realidad nos pasaba tan inadvertido que casi todos pudimos creer que el diablo, como en un cuento de Payró, andaba por estos lugares. La ineficacia y la falta de carnalidad eran más bien impotencia que el peronismo excusaba cómodamente. El grupo que hace CONTORNO nació a la vida activa cuando las cosas eran aparentemente fáciles: un nacionalista era, generalmente, un biznieto de inmigrantes, partidario de los gobiernos fuertes, y en abierta oposición a todos los movimientos e ideas populares. Desde esa derecha hasta la izquierda comunista se graduaban infinitas tendencias, agrupaciones y núcleos de intereses. Ese cielo clásico se repetía en todos los órdenes, como algo lógico y admitido: en literatura, desde Boedo a Marechal.
Debajo
de ese esquema político se movía una realidad social mucho más compleja. Sobre
ambos irrumpió el peronismo en momentos en que todavía nosotros no habíamos
superado el esquema. Nosotros tomamos partido fácilmente frente a los militares
y los nacionalistas hispanizantes. Pronto advertimos la calidad de algunos de
los aliados que habíamos adoptado y que, si bien las masas estaban unánimemente
de un lado, apellidos iguales o parecidos estaban instalados en ambas márgenes.
Fuimos advirtiendo la invalidez del esquema a medida que el peronismo iba
desarrollándose en respuesta a particulares circunstancias de nuestra realidad.
En frente también ocurrían transformaciones de signos diversos, opuestos o
coincidentes –nuestra realidad se revelaba tal como es: compleja y fluida.
Nosotros
no pretendimos nunca un eclecticismo de cuerda floja, y obvio sería decirlo,
sufrimos personalmente los largos años del proceso peronista sin tener tras de
nosotros ni armas ni experiencia como para ubicarlo sin ese máximo de angustia
que llevamos como saldo en nuestra obra. En cierto sentido, el grupo de CONTORNO,
como la mayor parte de los hombres que tienen ahora entre veinticinco y treinta
y cinco años de edad, se frustró en cuanto padeció, porque no le era dado
actuar, un momento ambiguo tironeado por fuerzas ambiguas y apetencias que sólo
en la acción podían clarificarse y precisarse. La ambigüedad fue mayor para
nosotros que para los que poseían una técnica del vivir, comprensiva del reposo
y exigente del cumplimiento de esquemas claros o cuando menos tradicionales,
porque lo que quisimos escribir tenía, y tiene, una inserción específica y
dolorosa en esa realidad que no termina por adquirir una forma de fácil
captación.
Nuestro
primer paro fue ganar, por lo menos, una conciencia activa de esto último, lo
que nos hizo desechar por mentirosas todas las expresiones que pretendían
esquematizar y reducir nuestras convulsiones a perfiles de un simplismo
interesado e históricamente desvirtuado a cada rato.
Quisimos
entonces ver qué cosa era ese fenómeno complejo y discutible por el que
atravesó el país, y lo fuimos haciendo por el examen de las manifestaciones que
de algún modo lo comprendían o lo ubicaban. Y quisimos igualmente ponernos a
razonar sobre lo que había pasado, pero desde adentro, como individuos que
escriben mojados después de la lluvia, no como aquellos que se pretenden secos,
intactos, y señores de todo el universo.
Nos
sentimos incómodos dentro de nuestra propia piel. Nos escuecen y molestan las
generalidades sobre una realidad que es una de las formas de nuestra tarea, y
por eso somos antipáticos y molestos con quienes se escudan en aquellas. Tal
vez no haya descubrimientos deslumbrantes en nuestra actitud. Pero algo sí
hemos descubierto, seguramente para nosotros, aunque quizá también para otros,
y es que no tenemos derecho a recogernos en la sospechosa penumbra de una
libertad que por ahora es solamente el argumento de los satisfechos y el contra
argumento de los hambrientos.
Por
esta convicción hemos matado en nosotros las grandes fórmulas que ocultaron
desde siempre le transcurso de la realidad ante los ojos del proletariado. Y
eso ocurrió mucho antes de que el peronismo cayera víctima de sus propios
vicios y de su ceguera. Y por eso, sin pretender la posesión de claves que las
reemplacen ni de verdades necesaria e inmediatamente compartibles, nos hemos
propuesto enfrentar el riesgo de decir: esto del peronismo, sí; esto del
peronismo, no.
Tanto
por el hecho de ser escritores como de no haber sido peronistas, no podemos dar
testimonios específicos. Para testimonios están los de otros, algunos de los cuales
nos parecen ejemplificadoras parábolas y otros lúcidas manifestaciones quizá
removedores de nuestra propia conciencia. Los de los antiperonistas llenan los
diarios de todos los días, más o menos sinceros o hipócritas. Los de los
peronistas de ayer llenaron los diarios de estos diez años. Damos entonces el
de un peronista de hoy.
Al
alcance de todos los que quieran verlos hay un museo de testimonios
perfectamente expresivos, aquello de lo que el peronismo se hizo cargo y de que
abominamos también nosotros y la detestable desvirtuación que en el mismo
ámbito se concretó en sus doce años vivos y sus muchos años muertos; lo que
pese al peronismo despertó y significó de surgimiento de una conciencia de los
oprimidos con sus derivaciones de albedrío delincuente y matón; aquello que dio
la pauta del tinte reaccionario que terminó por derribar al peronismo y que
implicó al principio un compromiso moral abominable por parte de nuestras
clases “morales”; lo que hubo de lenguaje nuevo y expresión inaudita en la clase
obrera y lo bajamente policíaco que contenía el peronismo; aquello que en el
plano meramente político significaba una rémora y que fue superada por el
peronismo; la pequeña cínica filosofía conservadora en relación con el
elemental lenguaje político en que se empeñó el peronismo, ignorante del
compromiso que significa hablar y expresarse, un compromiso mayor que juntar
gente en camiones y picanear en las comisarías.
De
lo que quede de nuestro número no podemos dar cuenta todavía. Estamos viviendo
un momento de eufemismos que puede convertirse en una trágica coyuntura. Decir
los nombres de las cosas, aunque sea con violencia y acritud, es una de las
formas, pese a todo, más efectivas del diálogo que no nos resolvemos a cerrar
en aras de una beatería liberaloide ni de un bizantinismo declaratorio, tan del
gusto de los honrados pero deshonestos dirigentes de la “intelligentzia”
argentina.
Julio
de 1956 CONTORNO (Nos. 7-8)
Ismael
Viñas /–/ David Viñas /–/ Noé Jitrik
Adelaida
Gigli /–/ Ramón Alcalde /–/ León
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