Paréntesis coyuntural
Grupo Crítica de lo
Teológico-político [1]
(reseña del 04 de noviembre del 2015)
¿Nos
sirve León Rozitchner como compañero para pensar la coyuntura actual? En estos
pocos párrafos intentaremos ver hasta dónde nos acompaña, hasta dónde nos sirve
su pensamiento para analizar lo que nos está pasando. Para ello vamos a centrarnos
en el par tregua-guerra.
León
problematiza a la democracia como una forma de tregua dentro de esa guerra que
llamamos lucha de clases, pero valorándola y entendiéndola como algo deseable.
La tregua nombra el fin del enfrentamiento abierto que permite el repliegue de
fuerzas y la posibilidad de incrementarlas. La coyuntura actual pareciera estarnos
mostrando el fin de la capacidad peronista de “treguar”, de ser el único
garante del consenso que termina con la guerra abierta. ¿Nos encontramos,
entonces, frente a la posibilidad de una nueva forma de tregua? ¿O nos
encontramos directamente frente a un fin de tregua? León, siguiendo a
Clausewitz, nos dice que la guerra no se inicia cuando la dominación del
capital es mayor, sino cuando se incrementa la capacidad de resistencia de las
clases oprimidas. Si los sectores populares no resisten, no nos encontraremos
frente a la posibilidad de un fin de tregua, sino frente a una intensificación
de la dominación. Las premisas de la tregua parecieran estarse volviendo cada
vez más reaccionarias. No podemos saber, claro está, cuál será nuestra
capacidad de resistencia hasta que los modos de dominación no intensifiquen su
violencia.
Para
la imaginación de buena parte de la población, sin embargo, ha habido guerra
durante estos años. Hay que bajar los
niveles de agresión y de conflicto, se escucha. Tenemos que poder convivir con el disenso, se dice. Debemos prestar
atención a estos mapas imaginarios si queremos entender el escenario electoral
con el que nos encontramos: los votantes desean el fin del tipo de conflicto
que caracterizó a estos años. Menos guita, menos laburo, pero más orden. Ésa atmósfera
afectiva pareciera revelar la búsqueda del votante. Este escenario afectivo es
una forma de continuación del terreno preparado por el kirchnerismo.
Este “kirchnerismo
por otros medios” modificará inevitablemente los términos de la tregua. El
desenlace electoral frente al que nos encontramos nos obliga a repensar los
términos bajo los que la tregua existió durante estos años. Un punto a evaluar
es el del papel del gobierno de las finanzas que ha seguido desplegándose en
silencio, sin siquiera ser nombrado. Podríamos afirmar la siguiente hipótesis:
el neoliberalismo ha sido la gran tregua de estos años. En la medida en que la
mediación pasó a ser sobre todo financiera y los instrumentos financieros son
cada vez más complejos y precisos a la hora de segmentar y compensar económica
y subjetivamente, podemos pensar al neoliberalismo como una nueva forma de
“treguar” a partir de la incomprensión estratégica producida. El mundo de las
finanzas pareciera regir la forma y contenido de la alucinación que nos condujo
a esta encerrona.
Otro
problema a pensar: subjetividad y consumo. Las políticas kirchneristas
produjeron el afecto del consumo de una forma inédita en relación con la
Argentina de los últimos años. La política de consumo del kirchnerismo moldeó
las subjetividades actuales. Nuestras propias subjetividades. Y esto es algo
que nos cuesta pensar. Los pibes de las escuelas rurales van al colegio con una
netbook bajo el brazo. Una imagen que hubiera sido surrealista hace pocos años.
En Argentina hubo un vuelco subjetivo que no puede dejar de ser pensado.
Facebook produjo también una modificación en nuestros propios modos de vida. En
nuestros modos de relacionarnos entre nosotros y con la política. Se pone en
evidencia la incapacidad de nuestra ideología inclusivista de percibir que los
efectos de lo que hacemos no necesariamente responden a nuestras intenciones.
Otro
problema: subjetividad y derechos humanos. El kirchnerismo gastó el capital
sobre derechos humanos con el que se encontró sin producir con ello nada nuevo.
Antes del 2003 cierto sector de la población se encontraba afectivamente
atravesado por la problemática de los derechos humanos. El kirchnerismo entendió
eso y con ellos produjo gobierno. Pero además de producir gobierno durante ese
período se produjo una intensa conversión subjetiva que no fue al margen de la
nueva subjetivación en torno a los derechos humanos. La nueva vida abierta
durante este período construyó otro código. Un código que no podemos terminar
de descifrar por estar tan empapados de la retórica previa al 2003. Una nueva
subjetividad nació bajo la máscara de las banderas pasadas. Eso es lo que no
pudimos ver –al menos como premisa para la acción política– durante estos años.
Meschonnic
nos había hablado de un sujeto del ritmo: aquel capaz de producir poema. Podríamos
decir que durante estos años fuimos perdiendo nuestra capacidad creativa. No
pudimos encarnar un sujeto del ritmo. Haciendo una metáfora –y no tanto– con la
música, habría que decir que a esta época le faltan canciones propias. Bandas
propias. Atrás queda una subjetividad que fuimos, y que ya no somos. Tenemos
que ser capaces de producir poema en estos nuevos tiempos. La subjetividad
cambió y recién ahora nos terminamos de dar cuenta. Ya no podemos mirar para
otro lado. Tenemos que pensarla y hacernos cargo de ella.
[1]
Del grupo, coordinado por Diego Sztulwark, participan de modo regular Pedro
Yague (redactor de esta reseña), Silvio Lang, Rafael Abramovici; Santiago
Azzati; Santiago Sburlatti; silvia duschatzky; Haydee Karszenbaum y Daniel
Casassa