Palabras previas a Marx y la infancia
Diego
Sztulwark y Cristian Sucksdorf
Mientras a Marx se lo comprenda sólo en el campo de la economía seguirá ocultando la refutación implícita a toda metafísica y a toda teología.
León Rozitchner
León Rozitchner ha escrito un libro sobre Marx. Sólo era
necesario reunir sus partes, una serie de cuatro artículos escritos en
diferentes momentos de su vida, a los que les faltaba adquirir la unidad que el
autor deseaba y no había llegado a darle: más que una compilación, Marx y la infancia es la concreción de
una larga reflexión coherente y sistemática.
Cada
uno de los textos que componen este volumen tiene una historia. Según el orden
cronológico de su publicación: “La negación de la conciencia pura en la
filosofía de Marx” –título de la tesis secundaria de doctorado en La Sorbona–
fue publicado por la revista bimensual de la Universidad de La Habana (en el
número 157 de julio- agosto de 1962) mientras León Rozitchner impartía clases
de Ética como profesor invitado en dicha universidad. El estudio pretende
mostrar la importancia de los contenidos conceptuales del Marx joven para
comprender sus obras maduras, como El
capital, sin ingresar explícitamente en la polémica planteada por
Althusser sobre cuál sería –el maduro en detrimento del joven– el “verdadero
Marx”. Rozitchner realiza una lectura de los
Manuscritos de 1844 a la luz de un cuestionamiento fenomenológico de la
conciencia –Husserl– y de las determinaciones del cuerpo vivido –Merleau Ponty–
extendiendo –con Marx– el problema de la verdad humana al conjunto de las
relaciones sociales históricamente constituidas. El problema marxiano de la
alienación, el de la tentativa de salvación del individuo en tanto que
individuo, al margen del poder colectivo que transforma la naturaleza y al
sujeto mismo, se encuentra íntimamente vinculado al de la vigencia de la propiedad privada
y la división social del trabajo. Resulta contrapuesto a la capacidad de la
conciencia del sujeto para elaborar en el objeto de trabajo su carácter de
naturaleza socialmente transformada, y para asumir su propio lugar activo en
esa transformación histórica y colectiva que lo abarca. Esta extensión, que
parte de la conciencia del individuo y se prolonga hacia la naturaleza (como su
propia naturaleza inorgánica) alcanza a captar el fenómeno humano integral, que
es el de la cooperación productiva, cuyo índice más significativo es localizado
por Marx no en la economía sino en el trato que los hombres dan en cada cultura
a las mujeres.
El
segundo texto, “Marx y Freud: la cooperación y el cuerpo productivo. La expropiación
histórica de los poderes del cuerpo”, ha sido extraído del libro Freud y el problema del poder.[1] Allí Rozitchner desarrolla
una crítica de los mecanismos a partir de los cuales se impone históricamente
el poder patriarcal, que en Freud daba lugar a una explicación de lo patológico
a partir de una proyección al campo social del lugar de culpabilidad ante el
padre, ahora en la figura del patrón, del cristo o del general, permaneciendo
oculta la propia constitución deseante, fuente ella misma colectiva como fuente
de todo poder individual y social. Rozitchner se propone mostrar cómo a partir
de la investigación del desarrollo histórico de los modos de producción Marx ha
captado determinaciones sociales de la formación de la subjetividad –del
aparato psíquico– y la génesis de los
poderes patriarcales. Su argumento se da en tres niveles: el primero analiza el
apartado de Gründrisse sobre las
formaciones precapitalistas, en particular, las páginas referidas a la
emergencia del despotismo patriarcal en el modo de producción asiático, la
primera escisión histórica con respecto a la comunidad humana natural. Frente a
la cooperación de familias o individuos se alza el déspota a quien se atribuye
la representación de todos los poderes de la comunidad y se le otorga la entera
propiedad de la tierra. La figura del déspota patriarcal se constituye en el
fundamento retroactivo y primero –subjetivo y objetivo– del poder individual y
comunitario. El segundo argumento remite al célebre pasaje sobre el fetichismo
de la mercancía con el que se cierra el primer capítulo de El capital. Rozitchner descubre un isomorfismo entre la aparición
de aquel poder despótico en las sociedades arcaicas y el proceso que lleva a
instaurar la forma dinero como la equivalencia general para toda mercancía, y
por tanto, para el valor de todo trabajo y con ello para toda sustancia del
valor, que no es sino el tiempo de vida que hombres y mujeres gastan en el
trabajo dando sentido y valor a los objetos. La fuente colectiva de todo poder,
político y productivo, es expropiada nuevamente a la comunidad –aunque este
poder colectivo deba permanecer, ignorado, como fuente de todo valor– en el
fetichismo de la mercancía que como tal incluye el proceso del fetichismo del
sujeto y del poder social como tal. En su tercer argumento Rozitchner lee el
capítulo IV de El capital, sobre la
cooperación social, mostrando hasta qué punto el fundamento de toda política
revolucionaria consiste en traducir el poder económico y social fundado en
dicha cooperación en poder político. Esta traducción, sin embargo, no es
fácilmente realizable dada la personificación de este poder –patriarcal– en el
capitalista. En efecto, la cooperación subordinada al poder del capital supone
un proceso de expropiación de la corporeidad de los obreros cooperantes por
medio de una “fragmentación de flujos de energía del cuerpo”, de una
disociación de sus fuerzas, de una reorganización “en función de códigos
externos que la desintegran previamente para incluirla en nuevos círculos de
valores, de objetos y de máquinas y de acuerdos fragmentarios con el mundo
exterior, de los cuales la propia individualidad orgánica, posible en su solo
ser deseante, desaparece”.
El
tercer texto, “La cuestión judía”, fue publicado en el libro Volver a La cuestión judía.[2]
A propósito de la polémica de Marx contra Bruno Bauer (el célebre artículo “Sobre la cuestión judía”, de 1843),
Rozitchner reconstruye el proceso de la crítica de Marx a la noción de
“emancipación política” según la cual la libertad humana se realiza por la vía
de la superación de la esencia religiosa en el estado laico. En nombre de una
más radical “emancipación humana” Marx reprocha a Bauer no haber visto que el
estado laico y el proceso de la ilustración que lo acompaña no son sino la
realización secular de la esencia dualista y espiritualizante
del cristianismo. Esa esencia organiza la vida real y los modos de hacer
política de la sociedad burguesa. La emancipación política llega hasta la
realización del estado ateo. Allí se bloquea por incapacidad para criticar la
realización de la esencia religiosa en la forma estado. La cuestión de la
emancipación del judío, como la de la humanidad, debe plantearse en cambio, ya
no en el plano teológico, sino en el práctico histórico, aquel en el cual lo
cristiano, o el “fondo humano” del cristianismo, se ha vuelto esencia del
estado laico o ateo. La emancipación del judío egoísta, reducido a su
particularidad práctica y sensible cuyo dios es el dinero se ha generalizado ya
en la sociedad burguesa. La emancipación de las ataduras de la moderna sociedad
burguesa requiere superar el punto de vista de la crítica ilustrada y abrir una
nueva perspectiva. Es lo que hace Marx al elaborar una nueva ontología del “ser genérico”, cuya esencia se opone
radicalmente a la esencia del cristianismo (la escisión entre Materia y
Espíritu). La esencia del ser genérico no surge de secularizar la universalidad
cristiana (estado laico, sociedad burguesa, ilustración y mundo de la ciencia
moderna) sino de extender lo particular sensible y lo práctico-egoísta
superando toda estrechez –alcanzando su genericidad– sin pasar por la abismal
separación del fetichismo –la encarnación cristiana– de los sujetos que es el
antecedente necesario del fetichismo de los objetos en la mercancía.
Sin
embargo Marx abandona muy pronto el camino que le abría la esencia del ser
genérico, que Rozitchner cree necesario retener y desplegar, y lo sustituye –de
las Tesis sobre Feuerbach a El capital– por una conceptualización
de tipo científica. Esta es la preocupación fundamental de “Marx y la
infancia”, un texto inédito e inconcluso en el cual trabajó largamente durante
los últimos años de su vida y que da título al presente volumen. El problema de
la infancia es fundamental en la lectura que Rozitchner hace de Marx. Surge de
un trabajo mayor sobre el problema subjetivo en Hegel contenido en el libro Hegel psíquico, de próxima aparición en
esta colección. Esta lectura de Marx resume la discusión sobre el sujeto que el
discurso de la ciencia, con su ideal de transparencia racional de las cosas,
anula. Si el materialismo histórico fundado en la idea de la producción del
hombre por el hombre relata el tránsito histórico desde la infancia de la
humanidad (los griegos, sus mitos y su arte conmovedor) a la moderna sociedad
del capital, aún hace falta, sostiene Rozitchner, cruzar esta historia
“horizontal” y objetiva fundada en las relaciones sociales con una “vertical”
–y freudiana– capaz de narrar el modo en que cada individuo es producido como
sujeto de esa historia objetiva de las relaciones sociales. Al hacerlo,
Rozitchner vuelve a encontrarse con los límites “científicos” de un Marx maduro
que es capaz de comprender el papel de los mitos –nivel imaginario de
elaboración de las relaciones fundamentales de la vida práctica de los hombres
y las mujeres– en la elaboración del
arte y la racionalidad de las sociedades del pasado (infancia de la humanidad),
pero incapaz de actualizar esa misma intuición para la moderna sociedad capitalista.
Como si en nuestras sociedades la ciencia y la razón, dice Rozitchner, hubieran
superado toda mitología, incluso la que actualiza la esencia del cristianismo
(el “fondo humano” del que habla Marx en Sobre
la cuestión judía) en la infancia de cada sujeto, incluidos los ateos.
Y
sin embargo encontramos en la elaboración de Marx sobre el fetichismo de la
mercancía una indicación fundamental sobre la imposibilidad de comprender el
funcionamiento de nuestra sociedad contemporánea exclusivamente en términos de
razón laica y científica. La densa fanstasmagoría que recubre a los objetos
producidos por el trabajo humano indiferenciado y espectral (trabajo abstracto)
reproduce de modo ostensible el fetichismo de los sujetos concebidos como
expresiones de una “encarnación” espiritual. La misma yuxtaposición de una
materialidad suprasensible sobre lo físico sensible como soporte que Rozitchner
veía en Agustín como tipo humano en el cristiano, se generaliza en la sociedad
moderna, en las cosas, sin que alcance la comprensión científica para desanudar
el mecanismo. El duradero diálogo –toda una vida– de Rozitchner con Marx que
aquí se presenta por primera vez de modo completo, se orienta hacia una
preocupación fundamental: el desentrañamiento de la dimensión subjetiva
(mitológica, imaginaria) en la producción del hombre y la mujer por el hombre y
la mujer en la que se juega políticamente la emancipación humana de las
ataduras del capital.
[1]. Editado por primera vez por Folios Ediciones en 1982, Freud
y el problema del poder se basa en seis
conferencias dictadas a principios de los años 80 (años de su exilio en
Venezuela), en la Universidad Autónoma Metropolitana (México).
[2]. AA. VV., Volver a La
cuestión judía, ed. Gedisa, Barcelona, 2011.