Palabras previas a Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia.
Diego Sztulwark y Cristian Sucksdorf
Malvinas:
de la guerra sucia a la guerra limpia. El punto ciego de la crítica política fue escrito enteramente durante las primeras semanas de
la guerra con Inglaterra, durante el exilio de León Rozitchner en Caracas. Fue
editado por primera vez en el país por el Centro Editor de América Latina en
1985 y luego reeditado por Losada veinte años después.
El
valor de este libro es múltiple. El más evidente quizás sea su importancia
documental sobre las discusiones del exilio argentino: Malvinas fue escrito como respuesta a un documento de una parte del
exilio mexicano, reunido en el Grupo de Discusión Socialista, y al conjunto de
manifestaciones que desde la izquierda brindaban apoyo –no al gobierno de la
junta militar, pero sí– a la guerra. Un apéndice, presente ya en las anteriores
ediciones, permite reconstruir las posiciones en juego durante la guerra.
Su carácter polémico y coyuntural, sin embargo, puede
haber opacado su relevancia metodológica, aún más duradera: Malvinas ocupa un lugar decisivo al
interior de la propia obra de León Rozitchner, sobre todo por el modo en que se
encuentran concentrados y en pleno funcionamiento los rasgos esenciales de su
modo de trabajo: el carácter polémico de su escritura; la conexión viva con la
coyuntura política argentina y sudamericana, el carácter doblemente impuro
–impuro por lo que su escritura tiene de situada, y por su afición a mixturar
la elaboración de conceptos estratégicos con referencias empíricas– de su
filosofía.
Malvinas
es un ensayo de filosofía práctica sobre el papel de los afectos –materialidad
última de los cuerpos y las ideas– en la constitución del campo histórico
político y en la determinación de la eficacia de las fuerzas actuantes.
Rozitchner concluye allí que las izquierdas resultan derrotadas de antemano
cada vez que excluyen de su resistencia la elaboración de nuevos enlaces entre
su propio deseo subjetivo y las categorías capaces de dar cuenta del sentido
cabal y objetivo de los acontecimientos históricos. Cada vez que eso ocurre,
acaban actuando con los modelos subjetivos y racionales de su enemigo.
La
guerra pone a prueba el funcionamiento de estos ensambles subjetivo-objetivos
desde el punto de vista de su eficacia estratégica concreta. Es lo que nos
muestra León Rozitchner respecto del esfuerzo de la izquierda en el exilio por
alcanzar una posición justa –apoyar la guerra considerada antiimperialista sin
acompañar al gobierno genocida que la conducía–: su creencia en que a lo justo
sólo se llegaría desplegando una objetividad científica y postergando como un
obstáculo su propio deseo –la derrota total de la dictadura– la llevó a
sostener la convicción según la cual una victoria militar argentina abriría una
situación política más favorable, sin considerar lo que en esa posición –que
apostaba a la eficacia de lo bélico puro, despojado de toda otra connotación
material o moral– había de ilusorio.
La
ilusión era tal que no se alcanzaba a ver, en las condiciones mismas en las que
las Fuerzas Armadas argentinas habían hundido al país, las razones ciertas de
una derrota predecible. Esa ilusión era también los militares; también ellos
desconectaron la posibilidad de retomar el control de las islas de las
condiciones efectivas del enfrentamiento bélico, y creyeron en la posibilidad
de que Inglaterra no defendiera sus posiciones dando comienzo real a la guerra.
Apostaban a vencer sin pelear, como lo habían hecho al interior del país,
imponiéndose por medio del crimen generalizado. Esto es lo que esperaban del
gobierno de los Estados Unidos como premio por su papel en la guerra contra la
subversión en Argentina, Bolivia, Nicaragua y El salvador.
Si
la victoria militar argentina no era posible, tampoco era deseable. De haber
triunfado, el bloque de poder criminal que sustentaba a la dictadura se habría
blanqueado, ocultándosenos hasta qué punto el fundamento de la guerra “limpia”
era ya el de la guerra “sucia”; de haber alentado ese triunfo se nos habría
imposibilitado entrever la profunda continuidad entre los torturados, asesinados
y desaparecidos del terrorismo de estado y los adolescentes mandados al muere
por la oficialidad militar argentina. De haber deseado esa victoria se nos
hubiese inhibido la comprensión del papel que el terror de estado desempeñaba
determinando por igual la dinámica política interna del país y la política
económica de entrega y aniquilación nacional.
Sólo las Madres de Plaza de Mayo, con su reclamo de
justicia y de aparición con vida, ofrecían dentro del país la posibilidad de
recobrar una perspectiva diferente sobre la cual volver a imaginar una
soberanía capaz de reposar y a su vez de engendrase desde la corporeidad de la
ciudadanía.
Malvinas
puede ser leído
en estricta continuidad con Perón: entre
la sangre y el tiempo por razones que no son sólo cronológicas (ambos
textos fueron escritos en el exilio en el lapso de dos años). Tanto en uno como
en otro libro se trata de pensar la guerra, la derrota, la naturaleza del poder
militar en la argentina (las FF.AA. como ejército de ocupación) y el papel de
la izquierda, que no acaba de sacudirse los modos de pensar del enemigo. En
ambos se plantea la misma pregunta: ¿de dónde extraer una orientación política
eficaz cuando vemos que no basta con asimilarse al deseo de las masas para
desarmar la trampa burguesa de la dominación económica y política? Si para
escribir el Perón Rozitchner
edificaba un instrumental analítico preciso para pensar las claves de la
subjetividad política (el saber contra el secreto del poder en Maquiavelo; la
comprensión material de la guerra en Clausewitz; el basamento corporal del
contrapoder en Spinoza; las líneas de composición entre lo subjetivo y lo
objetivo, lo individual y el campo histórico social en Freud y Marx...), en Malvinas se trata de hundir el cuchillo
a fondo, de mostrar –operantes– las ilusiones mortíferas que acompañan,
persistentes, los modos difundidos de asumir lo político.
No
sería errado hablar, para el caso de
Malvinas, de una escritura disidente, a condición de darle a este término
una significación radical. No el del mero disentimiento con un poder tiránico,
sino el de la dolorida soledad a la que se queda expuesto cuando se confiesa un
deseo –que las fuerzas armadas argentinas pierdan la guerra– que se opone al
deseo social, incluidos los propios amigos de izquierda. La disidencia de
Rozitchner no es la del coraje heroico sino una aún más profunda, que lo lleva
a tomar en cuenta la “vergüenza” de quedarse solo en ese deseo; que enfrenta
sin embagues el miedo a traicionar. Esta “soledad” del pensar a fondo no le era
del todo nueva. Ya la había experimentado –León y sus compañeros de entonces–
en la distancia respecto del deseo peronista de las masas. Es esa distancia
primera fue la que le hizo pensar luego que no toda fuerza popular era adecuada
a la revolución (antes) o a la guerra (ahora, en el 82).
La
experiencia qué Rozitchner narra en Malvinas
es la de del intelectual de izquierda que debe elaborar una coherencia propia
en la distancia que se abre entre su deseo de revolución y el deseo peronista
de las masas; y que descubre que esa distancia, lejos de haberle hecho pasarse
al campo enemigo, le había permitido, en su persistencia, advertir la
catástrofe a la que se marchaba siguiendo el camino de una política peronista
que no devenía revolucionaria ni resultaba eficaz para resistir la dictadura.
Malvinas
es un texto de transición entre el período de exilio y la derrota y aquel que
se conocería luego como el de la “transición democrática”, en los que la
reformulación del campo político se realizaba encubriendo la permanencia del
terror como fundamento. Es esta perduración –que aún hoy observamos
prácticamente intocada sobre el plano económico– lo que extiende la vigencia de
la reflexión de León Rozitchner sobre el valor insurgente de un pensamiento que
no renuncia a sostener sus operaciones lógicas sobre premisas afectivas; que no
acepta borrar su propia inserción en el sentido histórico de lo que se está
viviendo; que hace del rechazo del terror la clave para una comprensión
resistente de la racionalidad que sigue estructurando el poder político y
económico.
El
desafío de Malvinas consistía en
mostrar que desear la derrota de los militares argentinos no era sino desear un
triunfo popular, pero en términos completamente diferentes a los planteados.
Sólo que para pensar esos términos otros se hacía necesario enfrentar los
términos de la situación presente, desarmar la trampa común que como amenaza de
muerte caía y cae sobre todo aquel que ose desafiar el orden, siquiera en el
pensamiento. De ahí la importancia de esclarecerse mediante la escritura, de
explicarse en la discusión con los otros, de animar desde la labor llamada
intelectual nuevos modos de afrontar lo que en el terreno político continúa
bloqueado.