La tecnología como tanque de guerra

conversación con Andrés Carrasco [1]



Tenemos diagnósticos hechos sobre el modelo productivo actual, sin embargo es difícil avanzar hacia el planteo de otros modelos posibles ¿Existe la posibilidad de tener un modelo productivo que no sea contaminante, que no expulse a las personas de su territorio, que no nos mate de cáncer? ¿Se puede dar un viraje de esa dimensión en este momento?

Partiendo de la base de que este modelo productivo no es una cosa impuesta, sino una decisión tomada, sí, sin duda que hay posibilidades de armar otros modelos productivos. Sobre todo, si uno entiende no sólo los efectos del modelo productivo, sino también cómo fue construido. Porque es un modelo que fue construido en los grandes centros de diseño tecnológico para permitir determinadas formas de producir. Y nosotros lo compramos. El asunto es cómo se sale y con qué herramientas. Porque implica salir de un modelo productivo que tiene 23 millones de hectáreas de transgénicos. Estoy hablando únicamente de la agricultura, deberíamos aclarar que el modelo productivo incluye energía, minería y otras ramas. Hay que salir de eso, y salir de eso requiere una decisión política. La raíz de este modelo está en producir alimentos para exportar, por eso si se postula a este modelo agrícola-ganadero como un modelo que satisface las necesidades de la población, eso es mentira. Es un modelo de expoliación y saqueo para exportar, para producir renta, para producir entrada de divisas. Y también para generar en la sociedad una fractura que aleja cada vez más a los sistemas más concentrados de la gente que únicamente puede beneficiarse a través de sistemas de distribución “solidaria”, diría yo, de la renta.

Entonces, en realidad, lo que tenemos que preguntarnos es si queremos tener otro modelo productivo. Porque otro modelo productivo es ir hacia la recuperación de la decisión soberana. Acá es claro que, con las decisiones que tomó el gobierno a instancias de las grandes transnacionales semilleras, el modelo productivo está en manos de las semilleras y las productoras de insumos. Cuando uno introduce una tecnología en la forma de producir también está creando una forma política: o crea soberanía o crea dependencia. Y acá se crea dependencia. Para salir hay que desestructurar todo un armado tecnológico que se instaló mediante universidades, sistemas tecnológicos, utilización de nuevas prácticas.

Es como si hubiera una matriz liberal en la política, ligada al modelo agroexportador en la economía, por la cual pareciera que desde lo político se puede interferir sólo en todo eso que no toca el corazón agroexportador de la economía. Como si ese motor que tiene desde hace décadas la economía argentina, fuera incuestionable. ¿Qué se puede hacer hoy desde lo político sobre la economía?

Cuando en el año ´96 el gobierno de Menem acepta la introducción de la tecnología yo no sé si el sector del campo la estaba pidiendo. Acá hay una fuerte intervención del Estado para autorizar la incorporación de nuevas formas de producir. Puede ser que haya habido sectores que la tuvieran clara, Monsanto seguro sabía lo que estaba pasando. Pero los miles y miles de productores en Argentina –no los 2 ó 3 mil grandes, sino todos los demás– no sabían en lo que se estaban metiendo, estoy seguro de que no sabían. Esto lo aprendí de un productor del Chaco, que, después de una audiencia en la cámara de diputados en Resistencia, me dijo: “Señor, usted tiene razón, pero ¿cómo hago yo para salir de una trampa de 20 años usando una tecnología?”. Y esa es la pregunta que ustedes me hacen ¿cómo hago para salir? Y bueno, así como se da la decisión política de introducir esto, uno podría decir que Felipe Solá no sabía cuáles eran las consecuencias, pero había un Estado detrás que tomó la decisión, ya sea porque asumió su grado de prostitución y se entregó a las grandes empresas o porque vió que era un buen negocio.

Yo creo que hay un juego perverso en esto, porque este país tiene cada vez más latifundios, porque la tierra está cada vez más concentrada a través de procesos de arrendamiento o de alquiler a mediano y largo plazo, o de los chinos que la vienen a comprar, como pasa en África: millones y millones de hectáreas vendidas a extranjeros. Entonces, todo eso también es una decisión política y no lo decide solamente un poder económico. En Brasil no está Monsanto, tienen transgénicos pero no entró Monsanto, tienen transgénicos porque se lo mandamos nosotros a través de la bolsa blanca. El problema acá es la tecnología, la tecnología es como un cañón, uno penetra con un instrumento y somete a la población.

Así como el productor chaqueño te decía que entró en la trampa, pareciera que todo el Estado argentino hubiera entrado en la trampa, en el sentido de que parecía un buen negocio plantar soja y tener excedente para distribuir. Y ante la dependencia da la sensación de que la única vía de reflexión es la catástrofe.

Si, exacto. Se crea un país dependiente de esa tecnología y que sólo puede disponer de esa riqueza si negocia con las grandes capitales centrales. En este sentido digo que es un problema de decisión soberana. Hablamos de tecnología con Tecnópolis y Tecnópolis hoy es algo barroco. Cuando uno toma esas decisiones y piensa que un instrumento, como la tecnología y la ciencia, es liberador y genera soberanía, hay que advertir que no es así: es mucho más complejo que eso. 

Y es la catástrofe la que lleva a despertar el debate, eso operó incluso sobre mí mismo: es a partir de las catástrofes que salgo a dar una respuesta en función de las cosas que aparecían en el terreno y dedico el tiempo en mi laboratorio a demostrar algo que ya estaba comprobado en la realidad. Las universidades entraron por completo, con la excepción de las universidades de Río Cuarto y de La Plata. El resto de las universidades nacionales entraron por completo. La UBA está entregada. Los debates son debates de maquillaje.

¿Cómo es el panorama en el resto de la región en relación al vínculo entre los saberes producidos académicamente y las empresas?

La situación es parecida a la de Argentina, pero nosotros somos el país que más claramente se ha entregado. Hace unos días apareció un informe lapidario sobre el modo en que las grandes transncionales operaron en el país a través de algunos agentes y hay dos nombres: Adrián Paenza y Lino Barañao, junto las políticas del Ministerio de Ciencia y Técnica. Y la Universidad de Buenos Aires se encolumna con eso. El que escribe este análisis dice que engañaron a la presidente. Bueno, ya no hay engaño, ya hubo demasiadas oportunidades para desengañarse. Sí hubo una lógica convergente en algunos sectores, sobre todo sectores ligados a esta tecnología, que accedieron. Pero lo interesante es que no es a través del sistema productivo, sino a través del sistema científico-tecnológico. Probablemente muchos productores compraron la idea, pero el sistema entra cuando se convence a los sectores generadores de saber de que estas tecnologías van a servir para salvar del hambre a las poblaciones del mundo. Y entraron por la tecnología y la ciencia.

Dado que la cuestión de la tecnología está vinculada con el conocimiento, ¿cómo ves el mundo de los intelectuales, de los filósofos y ensayistas, es decir, la otra parte de las universidades?

No veo en nuestro país el desarrollo de núcleos de pensamiento crítico. Esto me parece que tiene que ver con el momento histórico. Este gobierno vino a salvar una deuda desde hace mucho años con una generación, a la cual yo pertenezco. Esa generación, que después de haber perdido miles de guerras y batallas, dijo “bueno, esta es la oportunidad”. Entonces hay una especie de autocensura. Y esto lo digo con mucho dolor, y nosotros por esa razón a nuestro programa acá en Radio La Tribu le pusimos “Silencio Cómplice” para intentar des-silenciar esos silencios que no son dignos de las personas que mantienen esa posición. Es como si muchas personas de este sector intelectual se hubieran puesto en una posición de afuera de las luchas, como si se hubieran salido de la lucha, pensando “al fin hemos llegado”. Y esto es decepcionante, porque en realidad no han llegado, sino que cediendo en esa posición están cediendo espacios soberanos, que supieron defender desde decenas de años atrás.

9 de abril de 2013