La luz de Norberto Gómez
Hugo Savino
A Guillermo Korn
Hay un principio de
desacato en la obra Gómez. Gómez no hace personajes congruentes, imágenes
acabadas, ilustraciones para traducir. Hace materia afectiva, vivencia de
poema, hilos de un sistema nervioso.
Y la obra Gómez ya se
separó de las teorías que se suceden cada cinco años. Gómez ni siquiera las
considera un lastre. Nunca se enroscó ahí. Las deja atrás en el uso del tiempo.
Alguien dijo que el
artista es el único que no tiene el arte, tiene todo menos el arte. Lo está
haciendo. Uno quiere gritárselo a la estandarización de la obra de arte. Sorda
de toda sordera.
Norberto Gómez es un
artista en su taller, solo, sin ismos, sin ortodoxias, sin vanguardias, no hace
lo que sabe, hace lo que no sabe, lo que no está hecho. Mientras el griterío de
lo postmoderno hace lo hecho una y otra vez. Norberto Gómez se relee para arrancar,
no para repetirse. Busca lo desconocido que tiene adentro.
Creen tener la noción de
lo moderno y sólo tienen la repetición. La obra de Norberto Gómez es moderna
porque está activa en el presente, y tiene todo el futuro de la obra activa.
Miro esta obra Gómez –saco
la preposición de- y ahí está Gómez, sólo la fuerza Gómez, que se liberó del
escultor como papel social, se liberó de la escultura y del dibujo como
promesas de garantías, y su libertad se transmite al que mira. Gómez, su obra,
nunca está donde lo espera la retórica de lo moderno, de los que tienen ínfulas
de modernos, y que no saben que sólo son contemporáneos que dicen una y otra
vez todos los lugares comunes del facilismo de la estética. Ni siquiera saben
qué es un moderno. Esperaban a Norberto Gómez en la esquina de la retórica que
les da esos pequeños poderes de jueces, y la obra Gómez los desorienta porque
aparece activa en el presente de un futuro que se les escapa. Desacata los
mandatos. No hay que ver esta obra con los ojos de la historia del arte, con lo
ya hecho, la fidelidad a la historia del arte nos llena los ojos de palabras,
nos da toda la argumentación que nos vuelve ciegos, y sordos. No se mira con
esa historia, o al menos, hay que saber que ese pasado es una constante reinvención,
tampoco se mira esta obra con los imperativos de lo contemporáneo, se mira con
el cuerpo, hay que acompañar lo nuevo, aceptar que nos faltan las palabras. La
obra se está haciendo ahí, en nuestra visión y nuestra visión se transforma con
la obra. La obra de Gómez siempre se está haciendo, es inacabable. Hay un
academicismo de lo modernísimo, que se come la cola en el sacerdocio del arte
moderno. La estética vive enamorada del arte. Y sólo le habla a la estética.
Vive mal el desacato. Y Gómez no hace estética, hace obra.