En el lenguaje, es la guerra
conversación con Hugo Savino[1]
El
poeta francés Henri Meschonnic declara la guerra al mundo en que vivimos, en
donde los conceptos y la poetización van por separado. Hablamos de una
resistencia que desea volver a meter el cuerpo en el lenguaje. Para alguien que
nunca escuchó hablar de Meschonnic, ¿qué tipo de cinturón de seguridad hay que
ponerse para entrar en lo que llama el poema?
Mejor alas que cinturón de seguridad. Lo primero cuando se empieza
a leer es no defenderse. Saber que se está leyendo a un poeta que un día, al
ver que la filosofía empezaba a acaparar a los poetas, que los interpretaba,
decidió leer a los filósofos como poeta. Declaró esa guerra y produjo muchos
terremotos entre los pensadores que le fueron contemporáneos, los de la década
del ´60, del ´70 y el ´80. Entró en conflicto con casi todos ellos, pero no por
haber iniciado polémicas, sino simplemente por el modo en que los leyó.
Sencillamente por leer. Podríamos decir que leer, leer a los otros, genera
realmente un conflicto, siempre. Siempre que uno los lea atentamente. Casi todo
el mundo quiere escribir y que uno no los lea. En general, todos quieren
escribir y ser aceptados, sin pasar por la lectura de los otros. Entonces cada
vez que alguien lee, trastabilla todo. Siempre que asumamos que leer es poner
el cuerpo en el lenguaje, no andar en el floreo, en el toma y daca de los
elogios.
¿Cómo entender más a fondo esa
declaración de Meschonnic, que es a su vez una cita: “en el lenguaje es la
guerra”?
Esa frase Meschonnic la toma del poeta Ósip Emílievich
Mandelshtám, que dice: “En la poesía es siempre la guerra”. Claro, es una frase
que en el principio parece un poco enigmática. Es la guerra porque para
Mandelshtám se trata justamente de la conquista. De la aventura hacia lo nuevo:
eso es la guerra. Guerra contra las poéticas que se le oponen al poeta y a la
censura de su época. Cada poeta enfrenta la censura de su época, que puede ser
el peor totalitarismo o puede ser el juez de turno. Ya ningún juez censura a
Madame Bovary: ahora se sometería a un gran ridículo. Pero bueno, la censura va
tomando otras formas. Eso es la guerra del lenguaje.
¿Es guerra contra las
políticas de normalización de la sintaxis?
Por supuesto, contra todas las normalizaciones. Hay una frase de
Borges que me gusta que dice: “Los profesores detestan la poesía, lo que les
gusta a los profesores es enseñarla”. Yo creo que esto encaja bien en esta
cuestión de la guerra del lenguaje. Mandelshtám no quería enseñar poesía,
quería escribir: ahí estaba la guerra.
Lo político en un escritor
está vinculado entonces no tanto a sus definiciones explícitas o públicas sino
a la forma en que escribe. Si el desafío político está más en el decir que en
lo dicho, ¿cómo se sitúa lo político en el decir?
En el decir, sí, pero diría: más que en el decir, en el hacer. Lo
político se sitúa en el hacer con el lenguaje, en la manera en que cada autor
interviene: Mandelshtám es un caso paradigmático porque escribe en 1918 el
artículo que se llama “El Estado y el ritmo” en donde dice que si no se
organiza la colectividad, se cae en el colectivismo, que es como una
colectividad pero sin colectivo, que es lo que pasó después con el advenimiento
del estalinismo. Entonces esa escritura es un hacer, es una forma de
intervención política. Cuando Orwell escribe Homenaje a Cataluña, ese libro es
una forma de intervención política también. Aunque el libro quede boyando y no
tenga mucho impacto, no importa: el libro está ahí y es una marca. Entonces la
intervención política de un escritor ocurre cuando, justamente, pone el cuerpo
en el lenguaje y hace de otra manera, no repite lo que ya está hecho. Y en Meschonnic
es un caso paradigmático, porque toda su reflexión política viene justamente de
estos escritores. Por ejemplo: un tipo clave para Meschonnic es Victor Hugo,
que tuvo una gran participación política en el siglo XIX. O el mismo
Mandelshtám. O Paul Celan. No va a buscar en la filosofía política. Meschonnic
reflexiona desde los poetas.
A veces tenemos la impresión
de que si el lenguaje como conjunto de signos es una trampa, para no entrar en
ella corresponde romper con esa trascendencia. Así venimos leyendo a Spinoza,
por ejemplo. Romper la cadena de los signos a favor de la concatenación de los
cuerpos. ¿Por qué ahora deberíamos aceptar que el lenguaje aparezca nuevamente
como un lugar habitable y vivo y no como una trampa? Esa idea que venimos trabajando
engancha bien con lo que Meschonnic denomina lo teológico-político. Da una
vuelta interesante al problema político de cómo enfrentar esta estructura del
signo autonomizado. No va a decir “fuguemos a lo asignificante”, sino que va a
parar la pelota y a decir “che, pero no nos vayamos del lenguaje, carguemos al
lenguaje de cuerpo” y vamos a ver qué efectos produce en la vida. Meschonnic
convoca constituir un continuo cuerpo-signo, un sujeto del poema. ¿Cómo
entendés vos que Meschonnic afirme que el poema necesita del rechazo y que sólo
el rechazo transforma el mundo?
Para Meschonnic la dimensión de la utopía y de la profecía pasan
por no aceptar el mundo tal cual se nos presenta. El rechazo está ligado a eso:
el poeta, el que hace prácticas. Estos
días venimos conversando de la práctica: ¿qué son las prácticas sino aquello
que se sitúa en esta dimensión de rechazo? Para Meschonnic la utopía no es en
los términos de un paraíso futuro: la utopía justamente es mantener ese
rechazo, esa crítica permanente. Por eso critica mucho la figura del escritor
“comprometido”, porque comprometido va a querer decir comprometido con el
poder: es un arreglo, una mediación. Eso se lo deja a las instituciones,
obviamente. Las instituciones hacen falta para que convivamos, pero el escritor
está en esa otra dimensión de profecía. Como está Victor Hugo.
¿Y ese rechazo es también rechazo a la llamada poetización?
Sí, y es el rechazo a las estéticas que funcionan como censura. Me
acuerdo de un ejemplo: una profesora en la década del ´90 festejaba la
aparición del novelista universitario y entonces a mí me parecía una figura
impresionante, por lo ridícula: ¿qué es un novelista universitario? Ella
festejaba la salida en la universidad de nuevos novelistas y daba nombres (no
voy a dar el nombre de ella porque por ahí nos hace un juicio). Eso es lo que
un poeta tiene que rechazar, esas figuras convencionales. Eso fue también el
“boom latinoamericano”, uno de los momentos más bajos de la lengua española.
¿Por qué?
Porque supuso un retorno; se quiso hacer un regreso a la novela
del siglo XIX, que ya estaba escrita. Si uno ve todas las experiencias: Vargas
Llosa, Carlos Fuentes y Donoso, no hacen más que repetir lo que ya está hecho.
Es una novela lineal y por eso lo llamo un momento bajo en la lengua, porque
son novelas comunicables. Néstor Sánchez tiene una frase que lo define muy
bien, o lo muestra muy bien a él: “son novelas que se pueden contar por
teléfono”.
Hablas de “salir del bosque de
la lengua”. ¿Qué es ese bosque? ¿Hay realmente un afuera del bosque o se trata
más bien de encontrar “un claro” en él? ¿Salir es inventar un claro en el
bosque?
El bosque está siempre: es como el signo. Uno está en el signo, y
“el bosque de la lengua” es una frase que Meschonnic saca de una expresión
francesa que podemos traducir literalmente como “lengua de madera”, que en
Francia se empezó a aplicar a los políticos: esa cosa de los políticos de
prometer y prometer. Referida a ese modo de hablar apareció esta expresión:
“Hablar una lengua de madera”. Meschonnic la transforma en “el bosque de la
lengua”. Salir de esa lengua de madera es salir del cliché. Posiblemente la
figura del claro sea la mejor, porque uno está metido en eso. El cliché te
entra por la ventana, es una tentación.
Siendo Meschonnic un escritor
francés tenemos el derecho a utilizar nuestros prejuicios en su contra y decir:
“De nuevo la aristocracia en el pensamiento”. Sin embargo Meschonnic se encarga
de advertir que el lenguaje del poema es el lenguaje ordinario…
Ante todo cabe aclarar que Meschonnic es un francés de padres de
clase más o menos baja. Su madre era costurera: no es un francés típico a lo
Derrida o a lo Rancière, tipos de la Escuela Normal Superior, aristócratas del
pensamiento. Meschonnic es “un escritor nacido en Francia”, justamente todo lo
contrario de “un escritor francés”. Meschonnic es un tipo nacido en Francia, un
escritor judío-ruso tramado por montones de lenguas y de literaturas. En él es
muy importante la cuestión de las lenguas, por eso era un gran lector de
Humboldt.
Venimos hablando de la
exigencia que el lenguaje vivo impone al escritor de evitar los clichés. ¿Qué
exigencia cae sobre el lector que entra con la guardia baja y desea conectar
con esa vida del lenguaje? ¿Hay que estar dispuesto a salir herido?
El lector que no se defiende va avanzando en la aventura del
lenguaje. No es fácil, siempre nos tienta recular frente a aquello que nos va a
cuestionar, que nos va a cuestionar en nuestra experiencia sensible. Y por
supuesto que se puede salir herido. Es estar dispuesto a eso.
Veníamos charlando sobre la
dificultad que experimentamos en el lenguaje ante la primacía de la “lengua de
madera”, que repite el signo y que no agrega nada ¿cuándo el decir es poema,
cuándo interviene un cuerpo?
El cuerpo interviene cuando vos como lector o como escritor o como
sujeto de una práctica no te dejás llevar al terreno del tentador. El
“tentador” siempre te quiere llevar a su terreno. Vamos a ponerlo como figura
de adversario: siempre quiere que te definas. Esa definición es identitaria:
¿qué sos?, ¿judío?, ¿boliviano? Entonces te tenés que definir como boliviano.
Ahí ya estás en el terreno del tentador que te incita a tener una identidad y
que no te muevas más de ahí. Entonces la lectura empieza cuando resistís al
tentador que te quiere hacer hablar, te quiere hacer decir como si tuvieras
algún poder, el poder que él tiene. Digamos: la resistencia empieza cuando vos
lográs situar en qué lugar estás. Ahí empieza la resistencia, la lectura te
diría.
Decías hace poco: “el poema
pierde la guerra del lenguaje cuando llega, cuando tiene el poder”.
Sí, por supuesto: la condición del poema y del lector es no tomar
el poder. El poder se juega por otro lado, hay mucha gente que se ocupa de
tener el poder, entonces tiene que haber una dimensión, justamente, de
cuestionamiento a ese poder. Una vez que el poema llega al poder se acabó, ya
está.
¿Qué pasa con la técnica y la
escritura? A veces la técnica es contraria a cierta intuición para la escritura
y sin embargo pareciera que hay que adquirir cierta técnica para lograr un
poema poroso, que permita el ingreso del lector.
La técnica, tanto para el escritor como para el pintor o el
músico, remite a un cierto dominio de lo que hacés y el asunto que se presenta es:
¿cómo desarmás eso? porque se trata de un saber. Yo qué sé si Coltrane tenía
todo el saber del saxo, pero justamente llegó donde llegó porque trabajaba
intensamente para sacarse ese lastre del saber técnico todo el tiempo.
Estamos dando vueltas a la idea
de un materialismo sensible que concierne al lenguaje. Meschonnic dice “el
ritmo como significante mayor”. También dice: “no es que la Biblia se haya
escrito en hebreo, sino que la Biblia hizo al hebreo”. Es la obra la que hace
al lenguaje y no a la inversa. ¿No es ésta un poco la cuestión que se plantea
en toda práctica? Se hace sobre lo que no se sabe. En una charla decías: “El
artista que está creando es el único que no tiene el arte”.
Exactamente: todos tenemos el arte, menos el artista. Yo creo que
eso también lo podemos llevar a la práctica, la práctica es lo que no tenés.
Porque uno tiene una historicidad de las prácticas que hubo, pero está camino a
inventar nuevas prácticas, porque estás viviendo en otro tiempo, entonces tenés
que tratar de percibir justamente las nuevas estrategias que te vas a dar para
situarte. No estás frente a la misma problemática de la década del ´20, por
ejemplo. El artista no tiene el arte: es el único que no lo tiene, los demás lo
tenemos, si no miren la estética. La estética le termina siempre hablando a la
estética. No le importa un carajo el artista, porque hablan entre ellos. La
revista Ñ, por ejemplo: todos los sábados habla de un tipo que traen de Nueva
York o de París que viene a contar cómo es el arte… Y al artista eso no le
interesa. Un ejemplo bueno es el pintor Willem De Kooning: hay un famoso esteta
y filósofo de la estética, Clement Greenberg, un crítico que va al taller de
Kooning y le empieza a enseñar cómo pintar un cuadro, y Kooning que era un tipo
muy fornido, lo agarra de un brazo y lo tira a la calle. Creo que ese es el
gesto del artista: agarrar al crítico y acompañarlo hasta la puerta.
Estás traduciendo para
Editorial Cactus y Tinta Limón Ediciones el libro Spinoza poema del
pensamiento, de Meschonnic. Su uso de Spinoza es muy intenso. Encuentra en
Spinoza una posibilidad de hacer del poema una crítica a la filosofía. Hay una
cita de Spinoza en particular que Meschonnic adopta para sus fines, para
definir al poema como capacidad de inventar modo de vida: “Lenguaje que inventa
modo de vida y modo de vida que inventa lenguaje”. A partir de ahí Meschonnic
pone al lenguaje en una interacción abierta con la ética, el lenguaje y la
política ¿Cómo se da esto en la práctica de la traducción, cómo entendés vos
esta interacción entre lenguaje, política, ética, historia?
Yo lo entiendo a partir de cómo me sitúo cuando empiezo a traducir
un libro, sea Meschonnic o de los escritores que me interesan, partamos de ahí.
Entonces me doy una estrategia. En el caso de este libro sobre Spinoza la
estrategia fue preguntarme: “¿Qué leí de Spinoza?” Y lo que leí de Spinoza
fueron algunas cosas desde lo cultural, entonces el primer paso para traducir
Spinoza era salir de ahí. Ese fue el primer paso ético y político: asumir el
lenguaje de lo que estoy leyendo. El siguiente paso fue saber que no estoy
traduciendo una lengua sino que estoy traduciendo un discurso. Eso para mí es
fundamental. Parece obvio pero no es siempre así, porque la tentación de
traducir una lengua es muy grande. Si vos traducís una lengua lo único que
hacés es normalizar el texto. Decís: “este adverbio que está en francés acá, lo
pongo en castellano allá”. Así te enseñan las escuelas de traducción. Traducir
supone tomar decisiones políticas: “Dejo el adverbio tal como está en francés
porque carga de intensidad a la frase”.
Decisiones difíciles en el
laburo más cotidiano…
Y sí, porque lo que hacés es tratar de salir de la tentación de
normalizar la sintaxis. Meschonnic es un tipo cuya sintaxis no es normalizada.
Es “su” sintaxis. Mallarmé decía “sintaxero”’: inventó esa palabra para decir
“usted es un ‘sintaxero’”, alguien que tiene una sintaxis. Porque la sintaxis,
es como la respiración, es tu propia respiración. Ahí está el cuerpo en el
lenguaje. Cuando hablamos –estamos hablando ahora– cada uno de nosotros
puntuamos de una manera, y no puntuamos dialécticamente, puntuamos con el
gesto, con el silencio. Los que nos escuchan nos escuchan un tono, nos
trabamos, nos angustiamos… bueno, esas cosas.
Estás hablando de la
traducción y parece que estás hablando más bien de una forma de vivir: no ceder
a la tentación de normalizar.
Uno pone mucho cuerpo. Cuando traducís ponés todo el cuerpo porque
no es traducir de lengua a lengua; ponés el cuerpo y sólo te das cuenta de la
dificultad cuando empezás a traducir.
¿Qué relación encontramos entre esta charla con Hugo Savino y los
ejes más habituales de Clinamen, referidos a conflictividades sociales y modos
de resistencia e invención política? El problema que se plantea al poema se
presenta en las prácticas. No hay práctica sin poema, porque las prácticas son
un volver a situar el cuerpo y en aquello que necesitamos decir. Las prácticas
singularizan una nueva situación en algún tipo de lenguaje. Por ejemplo, ¿cómo
hablar sobre el trabajo sumergido que abunda en nuestras ciudades? ¿Se trata de
trabajo “esclavo”? Meschonnic habla de un “nominalismo de los vivos”, de la
capacidad de nombrar la singularidad de las vidas singulares. Cuando estamos
pensando en cómo cargar al lenguaje de la experiencia, de los afectos ¿no
estamos hablando de lo mismo, sea en literatura o en diversas prácticas? Una
asamblea o un grupo de personas que se intenta pensar y actuar frente a una
tragedia, por ejemplo. Cuando vemos lo
que los medios de comunicación de masas hacen con el lenguaje en estos casos es
lamentable, informes completamente victimistas y racistas ¿No nos agarra una
especie de enojo del poema contra esa presentación? Esta conversación con Hugo
toma de un modo aparentemente indirecto todos los grandes temas de nuestras
prácticas.
12 de mayo de 2015
[1]
Poeta, escritor y traductor.
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