Contra la explotación política de la potencia
(prólogo de Tinta Limón a Capitalismo, deseo y servidumbre. Marx y Spinoza de Frédéric Lordon)
En
ciertas condiciones, el deseo de las masas puede volverse contra sus propios
intereses. ¿Cuáles son esas condiciones? Ésa es toda la cuestión.
Félix Guattari, 1972
1. ¿Cuán voluntaria es la servidumbre voluntaria?
El absurdo que el
libertario encuentra en todo hecho de dominación se sintetiza en el escándalo
del consentimiento: el carácter voluntario sin el cual ninguna relación de
servidumbre sería duradera. Es exactamente esta naturaleza voluntaria de la
sumisión la que problematiza Capitalismo, deseo y servidumbre. Spinoza y Marx. Se trata de una nueva tentativa por comprender y criticar
la compleja articulación entre afectos, relaciones sociales y estructuras
históricas que permite relanzar, una y otra vez, los mecanismos de explotación
en la sociedad contemporánea.
El consentimiento
se ha convertido, cada vez más, en representación aceptable y fundamento
legítimo de las relaciones de poder. Sean éstas políticas (democracia) o
económicas (contrato laboral), lo que las vuelve efectivas es su capacidad de
desacoplar el dominio de la coacción. Desde este punto de vista, que es el del
orden, la sociedad se organiza a partir de proyectos fundados en el encuentro
entre libertades opuestas pero complementarias: una libertad empresarial,
capaz de enrolar a terceros (deseo-amo), y una libertad del trabajo que, por
las condiciones de heteronomía material creciente, se halla dispuesta a
articular su propio deseo al deseo empresarial. Al vínculo libre que surge de esta concertación de deseos se le da el
nombre de salariado.
La fábrica de consentimiento resulta
así inseparable de una distorsión afectiva que inhibe la correlación entre
situación de obediencia y pasiones tristes. Contra este poder de distorsión, se
alza un cierto cruce de las filosofías críticas modernas: la poderosa fórmula
Spinoza-Marx. Spinoza para comprender la clave de la eficacia de la dominación
en los afectos y Marx para entender las relaciones sociales y las estructuras
de la sociedad capitalista.
2. “Patronazgo” es “capturazgo”
Al ensamblar la hipótesis spinoziana
del deseo como potencia humana junto a la cartografía marxiana de las
estructuras del capital, Frédéric Lordon abre una vía para retomar el problema
de la servidumbre voluntaria, planteado en el siglo XVI por Étienne de La
Boétie. Pero con una torsión: despojándolo de todo residuo de una metafísica de
la subjetividad que piensa a partir de la voluntad del individuo libre como
sujeto de consenso de la servidumbre.
No se sale del
punto de vista del orden sin romper con esa creencia en la interioridad
incondicionada de un sujeto contractual. Y es esa puerta de salida la que
Lordon encuentra en la filosofía spinoziana de los afectos según la cual el
deseo es modulado por todo tipo de afecciones, forjando hábitos y haciendo
participar a los individuos de relaciones sociales estructuradas. Es este
desplazamiento del punto de partida del individuo libre hacia el complejo
material del funcionamiento de los afectos lo que permite iluminar críticamente
la capacidad del deseo-amo (patrón) de involucrar, movilizar y –eventualmente–
entusiasmar a terceros (salariado, “nuda vida”): esto es, de activar el sistema
de captura del deseo autónomo. El “patronazgo”, dice Lordon, es un tipo de
“capturazgo” (el que se da en la empresa, distinto –aunque tal vez no tanto–
del que se da por ejemplo en la universidad).
El patronazgo se rige por una
representación del deseo en términos de intereses: una modificación del deseo
asociado al cálculo del objeto de satisfacción y al dinero como única
representación para la generalidad de la riqueza. En efecto, lo específico del
tratamiento del deseo en la sociedad capitalista es su mediación en la forma
salario como vía de reproducción material. Esta mediación monetaria constituye
la clave que explica tanto el poder del proveedor de dinero (banquero o
patrón), como la estructural dependencia del trabajo, fundada en su creciente
falta de autonomía material por haber sido despojada previamente.
La moneda, en tanto que mediación
aceptada por todos, es una relación social sostenida en la confianza a escala
comunitaria y expresa de cierta manera la potencia de una sociedad. No hay, en
este aspecto, “secreto” alguno del capital, sino técnicas de reconducción del
deseo hacia la mediación monetaria, y la dependencia dineraria se vuelve
condición de acceso al goce de la materialidad de las cosas.
El poder de
captura que el capital despliega sobre el trabajo a través de la mediación
dineraria predetermina el deseo social y condiciona su estrategia (término que
no se reduce al frío cálculo neoliberal sino que constituye, según Laurent
Bove, las posibilidades vitales del conatus deseante) a partir de la desposesión estructural que lo
heteronomiza.
Y sin embargo, Lordon no deduce de
esta polaridad un antagonismo simple. Al contrario, se dedica con esmero a
reconstruir la intrincada trama que encadena las sucesivas dependencias,
integrando las diversas mediaciones estratégicas que operan entre el sujeto
deseante y el objeto de su deseo. Este conjunto de espesas intermediaciones
acaba por modelar el deseo del salariado según fluctuaciones anímicas de
esperanza y temor, volviéndolo gobernable.
Estas pasiones
tristes de la dependencia resultan redobladas por la violencia constitutiva del
proceso de trabajo, que se transmite por los requerimientos de la competencia
inter-empresarial. Será el desafío de la empresa (neoliberal) convertir estas
pasiones oscuras en afectos alegres ampliando el abanico de mercancías para el
consumo. El conatus del
capitalismo neoliberal se juega entonces en la capacidad de las tecnologías del
deseo de articular esta transacción de “alegrías” vía consumo como contracara
de la intensificación de los modos de explotación.
3. Salariado
más allá del salario
En la medida en que la relación salarial es tomada por Lordon
en calidad de fundamento de la subsunción real del deseo a la moneda sin
reducirla a uno de sus aspectos (su dimensión estrictamente jurídica), nos es
lícito extender su razonamiento sobre la subsunción neoliberal más allá de la
ficción ideal del contrato capital-trabajo libremente contraido,
situación que no alcanza a explicar –ni estadísticamente, ni en el nivel del
imaginario colectivo– la situación del conjunto de la fuerza de trabajo.
Ya en su
seminario El nacimiento de la biopolítica,
Michel Foucault explicaba hasta qué punto el éxito del neoliberalismo se debía
a su capacidad de alinear el deseo sobre el acceso al dinero sustituyendo, en
la subjetividad del trabajador, la experiencia del salario por la del ingreso o
renta individual.
Al descubrir
los fundamentos de la sumisión en los dispositivos de articulación entre
estructuras y afectos, Lordon insinúa la posibilidad de profundizar en la
investigación sobre las formas concretas de sujeción que surgen al
multiplicarse los modos de vincular a los sujetos del trabajo con los
proveedores de dinero.
Muy
particularmente esto sucede en coyunturas en las que la acción de agentes
financieros juega un papel fundamental en la promoción del consumo mediante el
mecanismo de la deuda. Esta indicación (que para el caso europeo ha sido
trabajada por Maurizio Lazzarato) puede resultar particularmente productiva
para explorar los mecanismos de explotación internos a los procesos de
financiamiento del consumo popular en Sudamérica.
Sea o no bajo su forma convencional-contractual, el salariado,
reforzado por el crédito al consumo, constituye el objeto de las tecnologías de
dirección del deseo (poder de mando y disciplinamiento) cuyo trabajo consiste
en alinear el deseo popular sobre el meta deseo del capital. El capital es, en
este sentido, un sistema de enrolamiento que fija al trabajo cada vez más a su
condición de heteronomía y de conversión del deseo autónomo en deseo
reconstituido por la mediación financiera.
Al tomar la
empresa el comando de estos mecanismos de dirección, el neoliberalismo tiende a
representarse el lazo social como un juego reversible entre finanzas y deseos,
un “delirio de lo ilimitado” en el que el requisito fundamental es una fluidez
de “liquidez” casi perfecta, que permite al capitalista salirse de los activos
rápidamente, sin costos, realizando el ideal del mínimo compromiso con el
trabajo. El meta deseo del capital encuentra en la liquidez irrestricta su
sueño de independencia intolerante y violenta ante cualquier límite o
restricción externa a su estrategia. Y aunque no sea el tema de Lordon, lo
cierto es que esta disimetría de las relaciones de fuerzas exaspera, en el
mundo del trabajo-consumo, la introducción de un régimen de crueldad creciente.
4. Contra el
dominio ideal (inmanencia y libertad)
El neoliberalismo extrema la capacidad de hacer-desear dentro
de la norma del capital. Lordon busca
entender –recurriendo a la sociología crítica europea– la especificidad del
lazo afirmativo e intrínseco que el neoliberalismo entabla entre interés, deseo
y afecto, a diferencia de lo que ocurría con las formas previas del
capitalismo, cuyas motivaciones eran enteramente negativas (la coacción del
hambre), o bien afirmativas (el consumo fordista), pero exteriores.
El neoliberalismo es, en efecto, un esfuerzo por inmanentizar
plenamente la interacción entre producción-consumo-alegría. El énfasis puesto
en la producción-consumo-deseo introduce por vez primera una “alegría” ligada a
la vida, muy diferente a la sensación de “la vida está en otra parte” propia de
las formas sociales capitalistas previas.
La hazaña
neoliberal consiste en hacer que los asalariados se conviertan en
“auto-móviles” al servicio de la empresa. Se trata de un poder de hacer-hacer,
como alguna vez lo propuso Pierre Macherey, ensamblando la teoría foucaultiana
de la gubernamentalidad junto a la teoría spinoziana de la producción de normas
a partir de la vía inmanente de los afectos. En Spinoza se encuentran las
afecciones que llevan –por miedo y amor a la sociedad– a desear la sumisión.
Para profundizar la vía spinoziana, Lordon procura plantear esta
conversión pasional sin acudir al mito del individuo libre, partiendo del
sujeto siempre sometido a determinaciones, sean estas generadoras de afectos
tristes (vía coacción) o alegres (vía consentimiento). Es la adhesión por la
vía de las pasiones alegres la que se ubica como originalidad misma de las
técnicas de dirección de la empresarialidad neoliberal. Este trabajo de
administración de los afectos alegres –a cargo del departamento de recursos
humanos– constituye una dimensión central de la industria de los servicios y de
la comunicación. Sin embargo, tal y como ha sido estudiado desde un punto de
vista crítico para el caso de la “sonrisa telefónica” de los call centers (¿Quién habla? Lucha
contra la esclavitud del alma en los call centers, Tinta Limón, 2006), estas tecnologías de la explotación
del alma resultan inseparables de una minuciosa coacción molecular (pasiones
tristes).
Aguda y profunda, esta preocupación por la inmanentización del control y
del comando sobre el deseo descuida, sin embargo, el carácter productivo e
insurgente del deseo colectivo en Spinoza (como, desde ángulos muy distintos,
lo muestran filósofos como Toni Negri y León Rozitchner). La oscilación
afectiva entre el amor y el temor, sobre la cual ejerce su dominio soberano la
institución neoliberal, queda incompleta si no se toma en cuenta lo que la
potencia, corazón de la producción deseante, instituye como afectividad
autónoma. Toda la preocupación por describir la eficacia de las técnicas de
control no vale si no sabe describir en su centro mismo la experiencia de la
inmanencia como libertad. Lordon roza el asunto cuando se refiere al carácter
ambivalente del miedo en Spinoza. Miedo es lo que siente la multitud, miedo es
también lo que sienten las élites ante la multitud (Balibar). Este componente
dinámico del miedo jugándose tanto en la política como en la micropolítica de
la ciudad y de la producción ha ocupado, y sigue ocupando, un lugar
preponderante en la gestión del deseo, y nos da una clave para evitar las
descripciones en términos de una sumisión perfecta.
5. Spinoza para renovar una teoría de la
explotación
Insistimos:
uno de los logros de este libro es la deconstrucción de la metafísica de la
subjetividad –voluntad del individuo libre– tal y como la promueven las teorías
de la felicidad neoliberal. Esta operación de desmonte se debe a la destreza
con la que combina una cartografía sociológica actualizada sobre la base de la
antropología spinoziana de los afectos, dando lugar a una reflexión
materialista y política de la obediencia. A partir del constructivismo
spinozista del deseo, Lordon logra reunir sobre un mismo plano la afección
individual, la inducción institucional y el hecho de que es la misma
autoafección plural de lo social la que motiva de diversas maneras a los deseos
particulares.
La empresa
capitalista, que aspira y aprende a operar en este nivel de autoafección de lo
social, encuentra un límite en su propia constitución política restringida a
una finalidad adaptativa; y lo hace en el hecho de que su trabajo tiende a
alinear el deseo sobre su propio deseo amo (vía variadas técnicas de coaching).
El consentimiento será fijado a “un dominio restringido de disfrute”
(imposibilidad de cuestionar la división del trabajo), y la movilización
afectiva de los conatus
se realizará en función de objetivos muy definidos y delimitados.
Se trata, al
fin y al cabo, de reconstruir una teoría crítica del valor, modificando a Marx
a partir de la ontología spinoziana de la potencia; de introducir en la teoría
marxiana del valor, que Lordon ve como “objetiva y substancial”, la carga de
subjetividad proveniente del spinozismo. La lucha de clases será entonces
retomada a partir de afirmar la lucha por la justicia monetaria.
Spinoza le permite a Lordon volver al concepto de
explotación en el plano inmediatamente político –tras argumentar que en Marx
este se ve reducido a una categoría económica (la plusvalía)–, y postularlo
como una teoría de la captura de la “potencia de actuar”. La explotación por
captura de la potencia adopta la forma de la desposesión de la autoría
colectiva (la cooperación social) a favor del nombre individual (el patrón).
En su
actualización spinoziana de la explotación de la potencia, Lordon aprehende el
carácter central que la empresa desempeña en el plano de la constitución
política del presente en tanto que actor preeminente del agenciamiento de
potencias/pasiones en vistas a un proyecto determinado. La empresa es la
comunidad capitalista.
¿Contamos con un pensamiento comunista de la comunidad capaz de incluir
en su regla la entera división social del trabajo? Sin esa regla no tendríamos
cómo sustituir, por fin, al salariado. Lordon no se priva de proponer una
reconfiguración de la empresa en la “res comuna”, que sería como una radicalización y localización de la
“res pública”. Lo que la república es a la vida general, sería la res comuna a la socialización de la forma-empresa. Se trata de la
aplicación constitucional de la democracia radical a empresas concretas.
Para darle
inmanencia a este pasaje se hace preciso radicalizar aún más la comprensión de
la noción de explotación, ya no bajo el modelo de la separación/reencuentro de
la potencia (alienación), sino en la forma de una explotación de las pasiones
por la vía de un enrolamiento de las potencias: “la explotación pasional fija en
cambio las potencias de los individuos a un número extraordinariamente
restringido de objetos –los del deseo-amo” (Pascal Sévérac).
La indagación
de Lordon repone la ontología spinoziana de lo común como base para la
comprensión de la materialidad del dominio neoliberal y como base de una
crítica que oriente la cooperación deseante hacia un comunismo político. En
Spinoza el camino del descubrimiento de ese comunismo se da a partir de la
preservación material del deseo individual y del despliegue por la vía de la
utilidad común, de un comunismo de bienes y afectos. Sin embargo, Spinoza se ocupa
de advertir que este movimiento comunista es tan difícil como raro, pues la
dinámica de lo político, bajo la que el comunismo se constituye, está
atravesada por un mar de pasiones que hace discordar a las personas entre sí.
Para sortear esta advertencia realista, Lordon termina por jugar su última
carta: reivindica al Tratado político
como un pensamiento de los agenciamientos comunistas, no en un sentido utópico,
sino en tanto se preocupa por los agenciamientos capaces de alojar y conectar
más deseo-potencia.