Christian Ferrer y la “matriz técnica” en la que vivimos inmersos
por Ana Wajszczuk
Foto Vanina Escales
“En nuestros días, las
redes informáticas se han ajustado a las ciudades como el nailon a la piel.”
Internet apenas empezaba a convivir con la cotidianeidad, y Christian Ferrer ya
hacía tiempo que escribía, como en esta cita de su ensayo Mal de ojo (1997),
sobre las avanzadas desplegadas por la “matriz técnica” del mundo contemporáneo
donde vivimos, con una mirada que tiene el rigor del abordaje histórico pero
también la capacidad de la poética de iluminar zonas oscuras. Quince años y
varios libros después –entre ellos otros ensayos indispensables sobre filosofía
de la técnica como Cabezas de tormenta (2004) o La suerte de los animales
(2009) pero también compilaciones sobre pensamiento libertario y biografías
como la del escritor Raúl Barón Biza–, con la reciente aparición de El
entramado. El apuntalamiento técnico del mundo, una nueva colección de sus
ensayos publicado por Ediciones Godot, Ferrer vuelve a hacer del pensamiento
sobre la técnica un viaje revelador hacia el corazón de nuestra época.
Ensayista y sociólogo, definido muchas veces como anarquista –un tema sobre el
cual sabe como pocos–, rara avis entre los profesores de la Universidad de
Buenos Aires (donde sus alumnos de la cátedra de Informática y Sociedad son
legión), es también parte del grupo editor de la revista Artefacto.
Pensamientos sobre la técnica. Entrar en sus ensayos –por donde se pasea la
voluntad de “decir verdades implacables” de Schopenhauer y la crítica técnica
de Lewis Mumford, tanto Heidegger como los ecos de Guy Debord– es entrar en la
zona áurea de nuestra modernidad técnica, donde “toda última tecnología se
propaga junto a una buena nueva”, y poder vislumbrar mas allá de la ilusión
inevitable que sus juguetes nos provocan.
¿Cómo
surgieron estos ensayos y la posibilidad de compilarlos?
Christian Ferrer: Son
diferentes artículos, algunos inéditos, con aproximaciones a cuestiones sobre la
técnica, un tema sobre el cual me debo un libro más general. Conciernen a un
momento de la historia humana en el cual las personas viven en un mundo
maquillado técnicamente, en una burbuja inmunizadora. Fuera de esa burbuja
puede haber un mundo o no, eso carece de sentido para quien vive dentro, porque
fuera de ese mundo protegido técnicamente no se podría sobrevivir.
¿A
eso te referís cuando decís que la “matriz técnica” donde vivimos produce una
inmunización?
Sí. La matriz técnica
produce vulnerabilidad, esto es, inmunización, pues sin las comodidades, los
entretenimientos, la farmacología, los espectáculos, en fin, las excitaciones
programadas, nadie podría sostener su personalidad ni su cuerpo. No es
solamente síntoma de progreso, o de mejoría en la calidad de vida, o promesa de
resolución de antiguos problemas de la humanidad. El progreso técnico no solo
coloca al ser humano en una posición dependiente de esos procesos sino, además,
lo vuelve vulnerable a cualquier forma de vida que no esté organizada en
función de ellos. En otras palabras, los hombres de las cavernas sufrían mucho
menos que nosotros.
Podría
pensarse en una lectura a vuelo de pájaro que sos un ludita o estás en contra
del “progreso”…
No, al revés, a mí no
me incomodan las máquinas, son necesarias, son en muchos casos sorprendentes. Y
en otros traen aparejadas confortabilidades que hacen la vida más sencilla.
Pero soy consciente de que alguien paga el costo, y no es el usuario. Así como
quien degustaba una taza de café en el siglo XVIII y era un perfecto iluminista
muy racional, carecía, sin embargo de conciencia de que los costos los pagaban
los esclavos haitianos que producían el azúcar; de la misma manera quien usa un
teléfono celular o una tableta hoy en día no quiere tener conciencia de que los
minerales estratégicos necesarios para fabricar esos aparatos se consiguen al
precio del trabajo semi-esclavo en el Congo, en medio de una guerra civil con
bandas armadas que hacen trabajar a la población a la fuerza. El no saber cuál
es el costo del progreso es una precondición para usar las máquinas.
¿Y
bajo qué otras condiciones generales ves que se vive dentro de esta burbuja
técnica?
Me parece que nunca
como hasta ahora hemos estado más quietos gracias a la tecnología. Todos
experimentamos sensaciones de movilidad permanente porque estamos
interconectados “al mundo” o haciendo conexión entre puntos de partida y de
llegada, ida y vuelta. Pero estamos quietos en nuestros trabajos, en nuestros
hogares. Lo que antes se llamaba el “tiempo de ocio”, el tiempo que nos
“libera” el proceso laboral, hoy ha sido secuestrado por las interconexiones de
la red informática. Pero no sé si la “conexión”, por sí misma, es algo valioso.
Recuerdo que, en mi infancia, en todos los barrios existían los
radioaficionados. Tipos que se pasaban todo el día tratando de hacer conexión
con algún otro que vivía lejísimo. Su gran logro era poder decir “me conecté
con uno de Australia”. ¿Y todo para qué? Para hacer “conexión”, no había otro
motivo. Las interconexiones de la actualidad suponen un pacto mutuo: yo hago
como que estoy vivo y quiero que vos me lo confirmes. Entre otros usos,
Facebook sirve para eso.
Todo esto bombardeado,
como decís, por el “terrorismo de la publicidad”: somos ilimitados, estamos
conectados todo el tiempo, todos juntos, en todos lados….
¿Y por qué razón habría
que estar conectado todo el tiempo? Quizás porque las desdichas de la vida son
muy intensas e ineludibles. Las frustraciones derivadas de la vida laboral, de
las fricciones familiares, de la monotonía matrimonial, la soledad, el tedio…
esos viejos y persistentes problemas de la Modernidad, no han sido resueltos.
Ese malestar equivale a la carcoma. Por lo tanto, todo proceso técnico que
prometa no solo potenciar el cuerpo sino además resolver problemas de soledad
tiene que resultar agradable a los “usuarios”. Hay cientos de millones de
personas en el mundo conectados a las redes y sus vidas se pierden en ajetreos
olvidables. Hay que trabajar duramente, hay que luchar por conseguir algún tipo
de honor, no se dispone de más aventuras que las que proponen la industria del
turismo o la del espectáculo, así que la interconexión concede una ilusión de
participación, de colaboración. Tener mil amigos, participar de corrientes de
opinión, enviar maldiciones a todo tipo de blogs, ser uno más de los cientos de
miles de lectores de publicaciones on-line, y así. Pero el número no dice nada.
Tal parece que lo importante hoy es emitir “opinión”, que es un género
dominante en las redes sociales. Estamos obligados a ser emisores de
“información”, todo el tiempo.
Pero sin embargo
algunas posibilidades que se ven en las redes sociales podrían estar en
consonancia con ideales libertarios: su protagonismo en las rebeliones de
Oriente Medio, Global Noise… Hay una idea de que ahora que existen estas
posibilidades tecnológicas la gente común tiene un cierto poder.
En verdad, si lo que
molesta es el “sistema” tal cual lo conocemos, derrumbarlo es una cosa muy
fácil. Basta con dejar de pagar impuestos, o bien sacar todo el dinero de los
bancos, o dejar de consumir. Pero nadie, ningún “indignado”, ningún protestón,
quiere hacer eso. Además, es necesario estudiar con detenimiento las
situaciones históricas en las cuales la tecnología pareciera funcionar como
ariete de emancipación. Un “indignado” español, o argentino, un talibán que se
comunica con sus cofrades, un salafista en Egipto, un guerrillero checheno… el
hecho de que todos usen Twitter, correo electrónico y abran una cuenta de
Facebook no los unifica. Me parece que aquellos que anudan todas estas
experiencias políticas en un solo matete no saben ni de política ni de
historia. En otras palabras, superponen la mística de la tecnología a los
acontecimientos, que es una forma de desconocerlos. No desmerezco ni minimizo
las posibilidades libertarias que este tipo de tecnologías traen aparejadas,
pero no determinan el desarrollo de una situación política. Esa “mística” es
una tradición moderna, y eso ha sucedido ya con el telégrafo, el cable
submarino y la televisión, de las cuales se esperó que promovieran no solo la
interconexión de poblaciones, sino también su “mejoramiento” moral y político.
Con
respecto al cuerpo, un tema recurrente en los ensayos es la pornografía, que
ligás a las revoluciones culturales de los años 60. ¿Cuál es el vínculo?
La pornografía es la
industria de mayor crecimiento exponencial en Internet. Eso no es un dato
menor. Su mensaje, entre tantos otros, pero uno muy poderoso, es el de
felicidad compartida. Allí no hay conflicto, no hay tristeza, incluso si
aparece el marido cornudo se integra a la felicidad general. Propone
ilusoriamente, al menos para la platea masculina, un uso del cuerpo que
equivale a la felicidad. Con respecto a las demandas de los años 60, su móvil
era desembarazarse de las restricciones a que eran sometidos los afectos y la
sexualidad. Se pretendía proclamar una especie de “derecho natural al placer”.
En esos años se estableció una plataforma giratoria a la cual todavía estamos
subidos, pero como efecto invertido de esas demandas, se desplegó un discurso
paradojalmente “juvenilista”. Se intensifica un mandato social que propone
experimentar el presente de la forma más placentera posible, pero eso también
supone exhibir antes los demás una vida emocional y sexual satisfactoria, y entonces
hay que dar pruebas continuas de deseabilidad. Como es difícil cumplir con ese
requisito, la angustia, los problemas de “autoestima”, se acrecientan, y para
compensar a los desfavorecidos en la lucha por ocupar posiciones en el “mercado
del deseo”, todo tipo de industrias modeladoras del cuerpo y la imagen personal
hacen su agosto.
Es
un momento histórico donde decís que el sexo es “salud y obligación”
Aparentemente, nunca
como ahora, por lo menos en la época moderna, ha habido tantas posibilidades de
mantener relaciones afectivas entre personas con tanta libertad. Y sin embargo
las personas no se sienten a gusto con sus propios cuerpos, no parecen confiar
en sus posibilidades emocionales, no parecen entregarse jubilosamente. Basta
con pensar en la importancia hoy en día de la cirugía estética, las dietas, el
gimnasio, el consumo de todo tipo de medicamentos destinados a estabilizar los
estados de ánimo, el asesoramiento sexológico, como si fuera preciso aplicar,
desde un exterior, inyecciones de vida, o potenciadores del cuerpo, una suerte
de blindaje de tipo técnico, para que la persona pueda sostener su cuerpo
frente a los demás. Se pretende capturar la mirada de los otros para poder
afirmar “estoy vivo”. Es el mundo de la frustración permanente.
En
ese sentido, la “confortación” espiritual se transformó en el “confort”
tecnológico
Como la formación
espiritual es precaria, cuando las personas se hallan a sí mismas en contextos
dolorosos o frustrantes, se derrumban. Y entonces requieren de ayuda técnica,
sea la farmacología, la cirugía estética, la constante oferta de espectáculos,
o la conexión al ciberespacio. A menor fortalecimiento espiritual, mayor
necesidad de blindaje técnico.
En
tus ensayos no te preguntás cómo influyen las tecnologías sino en qué historicidad
se van inscribiendo y se van haciendo imprescindibles. ¿Cómo historizás la
aparición de este momento de aceleración supertecnológica?
Para que existiera la
televisión, o el cine, no bastó con la invención del aparato técnico, se
necesitaban enormes transformaciones de la subjetividad que son muy previas.
Por ejemplo, la construcción de la ciudad moderna como una metrópolis
inabarcable por la experiencia, la proliferación de ilustraciones en las
revistas, el uso de todo tipo de artefactos ópticos. Se necesitó además,
acostumbrar a las personas a que el mundo no se les presentara de forma
inmediata sino mediatizada. Y también se necesitó disponer de una fe perceptual
en que lo que aparece en televisión es mas verdadero que lo que antes se mostraba
de otra manera. Lo mismo pasa con Internet: no es posible conectarse si primero
no se hubiera elevado la categoría de información a estatuto de saber. Más
importante quizás, la categoría conceptual de “representación”, tanto en
política como en el arte y el consumo de espectáculos, se volvió el modo de
comprender nuestra relación con “la verdad”.
Y
eso no es nuevo…
No, para nada, es un
proceso que proviene del siglo XIX, la unificación del mundo mediante procesos
comerciales y tecnológicos. El ideal de Internet, en última instancia, es el
modelo “Benetton” de la década de 1990, una sociedad global donde todos los
habitantes del mundo se entienden entre sí. Pero primero tiene que haber un
cierto grado de aplanamiento antropológico para facilitar la interconexión,
algo que también concernió a la unificación de pesos y medidas en el siglo XIX,
sin la cual la expansión del capitalismo hubiera sido muy lenta.
¿Y
cómo nace Internet, como decís, como una “voluntad de poder en sí misma”?
Es un fenómeno de
masas, pero asimismo es un vehículo acelerador del capitalismo y del control
sobre la población. Un gran movilizador de las finanzas, puesto que se amplía
la esfera del consumo. Voluntad de poder significa que es voluntad de voluntad,
que se potencia a sí misma. El cristianismo, cuando se expandió por el mundo, a
través de la evangelización y la conquista, era una voluntad de poder en
movimiento. La televisión en su momento también lo fue. Son fenómenos en los
cuales se expanden e intensifican el control, el afán de lucro y la
extroversión de las psicopatologías de masa. Es necesaria una mirada menos
ingenua sobre las máquinas y los procesos técnicos, una mirada no ajena a la
curiosidad pero también escéptica y alerta. ¿Qué ocultan, qué sostienen los
aparatos? Esa es la pregunta que me parece importante.